Mientras todo eso sucedía, Belle y Thorger también se preparaban para proteger a su reina con ferocidad. El capitán del ejército, aunque se encontraba arrodillado, cansado y más magullado que Gideón, sintió que sus energías se renovaban al ver a Belle. Por eso, mientras todos hablaban, comenzó a visualizar los movimientos que haría, evaluando la sala con ojos entrenados. En el fondo, un guardia aparentemente inmóvil como una estatua se mantenía alerta y armado hasta los dientes. Thorger ya pensaba en correr hacia él y quitarle sus armas, tomando una espada para sí y entregando la otra a Gideón. «Solo debo buscar el momento indicado... Atalia será un fastidio, pero mi flor blanca podrá ayudarme a repelerla», pensó Thorger, preparándose mentalmente para la batalla inminente. Entre tanto,