En el aposento de juegos real, envuelto en la oscuridad de la noche, Gideón aguardaba con paciencia lo que le tenían preparado. Aunque las sombras reinaban y nadie había encendido los candelabros, el rey lobo esperaba impasible dentro de su lujosa jaula de oro. Asumía que el reino de Avalonia quizás no era muy imaginativo en cuanto a torturas, pues tenerlo en aquella habitación era prueba de que no debía temer. Sin embargo, mantenía la guardia en alto, sin subestimarlos. De repente, la puerta se abrió y seis hombres irrumpieron. Uno de ellos llevaba una tela oscura en las manos, lo que hizo sonreír a Gideón pensando: «Ya es hora de partir, me llevarán a un lugar cuya ubicación no desean que descubra, así que me cubrirán la cabeza». Tres de los hombres se acercaron para levantarlo, mientra