Sin perder más tiempo, todos se pusieron en marcha camino hacia el ataque, sus guerreros lanzaron un rugido animal como respuesta y comenzaron a desplegar los Aerkors. Por tierra, sus feroces hombres se transformaron en lobos con pelajes grises, marrones y moteados, uno más aterrador que el anterior. Y por los aires, los temibles jinetes de las bestias aladas se preparaban, con sus cuerpos musculosos y bronceados casi desnudos exceptuando taparrabos de cuero y una escueta armadura que cubría sus pechos, dando a entender que los guerreros del rey no temían a las flechas o saetas.
El rey Gideón dirigió una mirada depredadora a sus tropas del Reino de Zythos, su reino, el más bárbaro y sanguinario de todos los territorios. Alados y terribles, las criaturas Aerkors extendieron sus alas listas para la batalla inminente.
—¡Arrasen con todo! —esas fueron las últimas órdenes que Gideón impartió antes de tomar la delantera con su Aerkor, planeando en la leve niebla como un espectro oscuro. Varkan y sus Flores Zafiro serían suyos al amanecer.
Sin embargo, cuando las primeras flechas filosas comenzaron a llover sobre las murallas de Avalonia, Tomaron por sorpresa a todos, algo iba terriblemente mal. Un grito desgarrador de agonía surgió de las filas de Gideón cuando uno de sus Aerkors cayó de los cielos con las alas ensangrentadas. Nadie se esperaba un ataque, por eso mientras las flechas oscurecieron aún más la noche, a todos les tomó unos segundos responder al asalto, sin embargo, segundos en batalla podían significar la vida o la muerte.
Algo los había detectado... más bien, alguien los había traicionado desde adentro. Gideón gruñó y miró alrededor con ojos encendidos, buscando al responsable que estuviera mofándose de él y sus hombres entre sus tropas.
En ese instante, una saeta salida de la nada le rozó una pierna. El hombre lobo gritó por el dolor y de furia mientras su bestia perdía altura porque otra saeta más gruesa, preparada de antemano para matar a Aerkors fue lanzada, ocasionando que él terminara derribado. Gideón supo cómo aterrizar cuando cayó, y con una maniobra se lanzó a correr cogiendo esa saeta que había matado a su amigo alado, y sin más se la lanzó a su enemigo que venían como una estampida hacia ellos. Eran demasiados, demasiados para su gusto. Lleno de ira, Gideón veía como más atacantes aparecían surgiendo de las sombras, atacando de forma tan certera y letal que parecían saber de antemano los movimientos de todos.
Era una trampa desde el inicio. Gideón apretó los dientes cuando vio a la última de sus fuerzas caer.
—¡Malnacidos! —gritó al verse cercado por sus enemigos invisibles.
Con un gruñido de rabia, iba a pelear hasta el final, no se transformaría, lo haría en su forma humana, sin embargo, cuando comenzó a correr hacia sus enemigos, debajo de la tierra surgieron unas cadenas que le sujetaron los pies haciéndole caer.
«Olvidé que los de este maldito reino poseen magia, supieron usar sus cartas, ¡todo gracias al traidor que hay entre mis guerreros!» pensó Gideón mientras era arrastrado por esas cadenas mientras forcejeaba como un animal rabioso y luego comenzó a gritar:
—¡Traición!
En las murallas cercanas, las siluetas de Varkan y sus hombres se recortaban contra el cielo del amanecer, lanzando gritos de júbilo por su victoria. El rey de Avalonia echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas mientras sus refuerzos arrastraban al cautivo Gideón ante él.
—El gran Rey Gideón el Devastador... —se burló Varkan con veneno —No eres más que un perro sarnoso ahora. Bienvenido a mi reino. Será un placer hacerte pagar tu osadía de intentar invadirnos. ¿Acaso crees que somos como el resto de los reinos? Avalonia es una potencia. Espera, ¿entiendes mi idioma? —se mofó con sorna.
Gideón guardó silencio mientras lo arrastraban al palacio que pretendía tomar como suyo. Al voltear, observó la masacre de sus hombres y la humillante captura de los Aerkors. Faltaban bestias, lo que significaba que los traidores habían huido abandonándolos. Todo fue una trampa, y un nombre con la suficiente autoridad para mover y convencer a cualquiera para que se prestara para una traición resonó en su mente: «Thorger, mi mejor amigo... me ha traicionado». Hirviendo de ira y deseoso de venganza, él sabía que sería fácil escapar de sus enemigos si tan solo usaba como impulso el poder de la rabia que sentía en ese momento.
—Seguro no entiende nuestro idioma, su majestad —ese era uno de los guardias del rey Varkan —. Por eso este perro sarnoso está tan callado —dijo aquel de los cinco guardias necesarios para arrastrarlo, tal era la fuerza del rey lobo que con uno o dos hombres no se daban basto.