Emily Rose.
Unos golpes incesantes en mi puerta me hacen dar un respingo del sueño profundo en la que estoy inmersa. Me estiro en la cama aun con los ojos cerrados sin muchas ganas de levantarme.
—¡Ya voy! —digo entre bostezos y negándome mentalmente a despertar por completo.
Más golpes, ahora más fuertes y más continuos.
—¡Ya abre! Es medio día, dormilona ¿Piensas quedarte en la cama todo el día? Tenemos mucho por hacer. Una alberca nos espera.
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Me estiro bufando y resoplando a diestra y siniestra y muy a pesar de mí, me levanto y le abro.
—¡Hasta que al fin! —dice Jenny cerrando la puerta tras sí. Me tiro nuevamente en la cama metiéndome bajo la colcha y tapándome por completo, ella hace lo mismo que yo.
—¿Cómo te fue con el papacito? —digo levantando un poco la cobija para mirar su cara. —Dime que te hizo el favor.
—Solo hablamos y no fue tan agradable —responde haciendo una mueca que no me gusta para nada, por lo que me siento bruscamente para observarla mejor. —Pero prefiero no hablar sobre él, sino ya sabes de quien.
Ríe, yo la sigo. No puedo ocultar mi felicidad. La noche fue increíble, el mar, la compañía, el momento, todo.
—¿Y el beso? —interrumpe mis pensamientos para hacerme reír a carcajadas.
Me quedo callada. Aún tengo su sabor en mi boca. Fue tan intenso, tan inolvidable, tan tierno y apasionado a la vez que sentí mis labios adormecerse de tantos besos. Su manera de tratarme, tan cariñoso, tan protector, todo eso me encanta de él, en especial su mirada cargada de amor.
Nos quedamos toda la noche allí, en el mismo sofá, abrazados esperando el crepúsculo juntos, hasta que llegó la hora que él debía asistir a una reunión importante ya llegada la mañana y tuvo que irse con la promesa que volvería en cuanto se desocupara.
—¿Y entonces? —me pregunta con ojos expectantes y con una sonrisa que no le cabe en el rostro.
—Quiero intentarlo —confieso algo avergonzada, más cuando yo misma me negaba a volver a tener una relación. —Algo en él me hace replantear la idea del amor, y creo que podría funcionar. Solo espero no equivocarme nuevamente, Jen.
Ambas suspiramos profundamente. Son sensaciones encontradas, debo admitir que tengo miedo de lo que pueda sufrir si lo nuestro no llega a funcionar y, por otro lado, tengo ganas de disfrutar de lo que sea que es capaz de darme.
(…)
Nuestra tarde termina en un abrir y cerrar de ojos. Después de la alberca, y ya llegada el atardecer, me tomo unos minutos a solas para caminar por las arenas blancas de la playa y analizar mi vida y lo que me espera, antes de prepararme para la fiesta de esta noche.
Hace apenas unos días, no había pensado en la posibilidad de algo como esto, pero ahora mismo todo tiene una perspectiva diferente, aunque su situación aún me tiene preocupada. Está claro que esto no será una tarea fácil, ni para él ni para mí, más teniendo en cuenta que sus antecedentes familiares no son los mejores y, sobre todo, su ex novia que siempre estará asechándolo.
Aunque él haya terminado esa relación, como me lo confesó ayer, algo en mi pecho me dice que ella no se quedará con los brazos cruzados y eso sólo significa algo, más problemas para mí.
No es negatividad. Tal vez se trata sólo de paranoia de mi parte, y el hecho de haber sido manipulada y engañada por tanto tiempo, me hace levantar antenas ante cualquier movimiento, pero realmente me gustaría que funcione y que no haya obstáculos entre nosotros.
Miro la pantalla de mi celular y un mensaje suyo me levanta por completo el ánimo: > leo y mi corazón se acelera.
Camino a pasos rápidos hasta el hotel. No me había percatado que pasó tanto tiempo desde que salí a caminar y ya casi era la hora de nuestro encuentro con las chicas en el casino.
Después de una larga y reconfortante ducha, me visto en un vestido estampado amarillo estilo mullet, suelto, pero bastante sexy, de tiras finas y un escote de infarto, tacones blancos, maquillaje un poco más resaltado y listo.
El ambiente en el lugar es agitado y distendido, muchas personas vienen y van y la diversión es a tope. Hombres de mucha elegancia copan el lugar y las mujeres, todas sexys y exuberantes, haciendo derroche de belleza por donde quiera que pasan.
En la mesa, conversamos de todo, reímos de todo y en un momento dado, todas, incluyéndome, estamos pasadísimas de copas que no podemos parar de reír como hienas locas. Nunca había llegado a ese estado antes, pero no tenía la intensión de detenerme.
Después de instar a Jenny a cantar en honor a su papacito, doctor, nuevo vecino y futuro colega de la clínica, y que me haya abandonado vilmente para irse con él y que la mayoría de las chicas hayan ido a hacer no sé qué ni donde, salgo a pasos algo torpes hasta la pista al escuchar que suena mi canción favorita de Pablo Arbolan. Es un verdadero logro que no haya tropezado con el mareo que llevo encima.
No es extraño para mi entrar en toda esa multitud sola, muchas de las personas lo están, así que solo me dispongo a mover mis caderas lentamente al sonido de esa hermosa canción bajo las luces psicodélicas y el efecto megatrón formado por el denso humo a mis pies.
—Preciosa —dice en mi oído de pronto rodeándome la cintura por atrás y depositando un beso húmedo y excitante en mi cuello que me hace sonreír con tonta al momento.
—Señor Fuentes —murmuro dándome la vuelta y rodeando su cuello con mis brazos. Me mira fijamente con la sonrisa más hermosa que alguien pueda tener y arqueando su ceja al notar mi curda.
—Tome un poquito —admito divertida. —La caipiriña que hacen aquí es deliciosa, deberías probar.
—Eso veo —ríe sin dejar de fruncir el ceño. —Creo que tomaste todas las que había en la barra, un poco más y también acabas con toda la reserva del hotel.
Finjo querer soltarlo, pero él se aferra más fuerte a mi cintura metiendo sus manos por la abertura de mi vestido en la espalda, acariciando con ansias mi piel desnuda en ese lugar, al mismo tiempo que roza su nariz en mi mejilla.
No decimos nada después de eso, aprovecho y acuño sus cabellos y muerdo sus labios inferiores para tentarlo un poco y él se deja hasta que nuestra interacción se convierte en un apasionado beso que ninguno de los dos se atreve a parar.
El pequeño espacio de su camisa desabotonada en su pecho, me da un acceso libre por donde paseo mis manos con afán, acto que lo hace suspirar de vez en cuando. El calor entre nuestros cuerpos sube a un nivel máximo, y a estas alturas nada ni nadie alrededor importa ya, solo nosotros.
—¿Estás consciente de lo que me estás haciendo? —masculla encima de mi boca.
—Supongo que es lo mismo que tú me haces —replico sincera. Algo entre nosotros estaba en extremo. Ya era imposible parar y es obvio que no lo haríamos.
Me toma de la mano y caminamos abriéndonos paso entre la multitud. Mi cuerpo está literalmente temblando, sé lo que me espera y no quiero pararlo, también lo deseo