Emily Rose.
—¿Este? —pregunto desfilando un bello vestido bordado amarillo frente a Jenny. —¿No crees que está perfecto para la conferencia? —rio.
Me mira con ojos muy abiertos y asiente fervientemente aprobando de manera rotunda mi elección.
—¡Está perfecta, Emily! —sonríe dulcemente. No sé qué haría sin ella. —¡Sí que romperás corazón por allí! Quien quita y por fin podamos encontrar al indicado para ti ¿Un mexicano, tal vez?
—Tal vez — carraspeo algo incomoda entrando nuevamente al cambiador, ella me sigue de inmediato.
—¿Qué fue eso? —cuestiona entrando al habitáculo y cerrando la puerta tras sí. Aquí comienza la parte en el que ella me saca hasta el pensamiento y lo peor de todo es que no tengo forma de escapar. —¿Qué sucede? ¿Hay algo que yo no sepa? ¿Se puede saber qué te pasa?
—Nada —respondo seca y tratando de restar importancia al asunto. —No pasa nada Jen. Solo estoy algo cansada de este tema. No creo que debamos hablar de eso ahora.
—No es eso —me acusa con el dedo. —Vi algo en tu mirada, algo diferente ¿Hace cuánto nos conocemos Emily? ¡Por Dios! Eres mi amiga, sino te conozco a ti como la palma de mi mano, ¿A quién más conocería? Estas así desde ayer, desde que llegaste al apartamento y no creo que sea por Luis, ¡Habla!
Me quedo callada mientras me voy cambiando nuevamente a mis jeans blanco que había traído puesto y ella se acomoda frente a puerta dispuesta a no dejarme escapar, al menos, no antes de confesar todo.
—No es Luis —digo y ella asiente con la ceja arqueada. —Uno de mis pacientes —carraspeo otra vez. Puedo ver su mirada expectante al oírme hablar finalmente. —Ayer…
—Ayer ¿Qué? —se impacienta al notar mi titubeo.
—De verdad no quiero hablar de eso Jen, no tiene importancia —hago un mohín con la boca antes de colocarme mi blusa. —Olvídalo, estoy bien.
—Si no tiene importancia, ¿Por qué esa cara? —me señala y camina hasta colocarse frente a mí. —Como te dije, te conozco. Sea quien sea el que te pone así, es importante, o no tendrías esa cara de confusión, no tú, que siempre encuentras solución a todo.
Asiento nuevamente antes de comenzar con mi relato. Sin importar los minutos u horas que trascurren, permanecemos allí el tiempo suficiente hasta que le cuento absolutamente todo. Ella está más emocionada que yo con respecto a Nicolás, pero lo que soy yo, estoy hecha un manojo de nervios y mucha inseguridad con respecto a él y a lo que dice sentir por mí.
Después de casi todo el día comprando más de lo necesario para nuestro viaje, hablando y compartiendo un maravilloso momento juntas, cada una se dirige a preparar sus respectivas maletas.
Mi tranquilidad termina apenas pongo un pie dentro de mi departamento. El celular, que lo tenía desconectado durante todo el día, tiene cientos de llamadas perdidas y mensajes de texto de él preguntando la hora y el lugar de nuestro encuentro, del que ya me siento arrepentida de acceder viendo su insistencia.
—¿Por qué eres tan impaciente? —bufo y decido por mi salud mental solo ignorarlo y dedicarme a los preparativos y después descansar.
Mi tranquilidad pronto termina, el afán con el que tocan mi puerta me saca de mi relajante momento a solas al que me sumerjo apagando por completo el teléfono y escuchando música romántica en la radio. Tal parece que hoy tampoco será un día del todo tranquilo como pretendo.
Camino sin mucho ánimo hasta la puerta y bostezando un par de veces. Es bastante tarde, por lo que observo la mirilla y allí estaba el ¿Quién más podía ser?
—Sé que estás ahí —me dice con una sonrisa en los labios que me encanta. Me doy unos buenos golpes en la cabeza al pensar aquello. —Abre, necesito saber que paso. No fuiste a la clínica hoy, tampoco contestaste mis llamadas.
Si claro, ¡Lo que me faltaba! ahora tengo un egocéntrico millonario, guapo como un maldito dios, y además posesivo y altanero, tratando de controlar mi vida.
Lo ignoro nuevamente caminando de vuelta hacia mi habitación, tal parece que antes de conocernos ya tenemos diferencias, no me gusta que me controlen, es más, lo odio, y si así serán las cosas, creo que no llegaremos a ningún acuerdo.
—¡Emi! —llama nuevamente. Me masajeo las sienes para auto ofrecerme paciencia y no abrir la puerta y responderle como se debe. —Por favor, solo quiero saber que estas bien.
—Por favor, háblame —suplica.
Camino hasta la puerta una vez más y sin pensarlo mucho lo abro de golpe esta vez, y por supuesto que ahí está, sonriente, recostado por el mural y mirándome fijamente.
—¡Señor Fuentes! —resoplo algo harta de su insistencia.
—Doctora… —camina hasta mí y sin mediar palabras me abraza.
Sus brazos fuertes y grandes me envuelven por completo y por un momento largo me quedo muda, sin poder responder o replicar absolutamente nada y totalmente quieta, solo disfrutando de su calor, de su colonia que me va idiotizando lentamente y de ese poco de cariño que me hace tanta falta.
Su cara está en mi cuello, sus labios rozan suavemente la piel a la que tiene acceso en ese mismo lugar y siento sus dedos en mi espalda baja realizando ligeros movimientos circulares que me van relajando poco a poco.
—¿Sabe que no puedo vivir sin Usted, Doctora? —susurra muy cerca de mi oído y a la vez subiéndome a su nivel. Mi piel se hace chinita al momento. —No puede solo ignorarme, podría morir por su ausencia.
—Nicolás —mi voz sale tan suave y coqueta que ni yo misma me reconozco. —Estaba algo ocupada, tenía muchos asuntos que atender antes de mi viaje.
Me doy varios golpes mentales en la cara por dar explicaciones innecesarias ¿Qué me pasa?
—Lo sé —deja un suave beso en el lóbulo de mi oreja. —Por eso estoy aquí. —más besos ahora bajando hacia mi cuello. Creo que estoy en el mismo cielo. —¿Por qué cree que estoy tan desesperado? Necesitaba verla antes de eso.
¡Paren todo! ¿Cómo es eso que lo sabe?
Lo empujo y me bajo bruscamente para alejarme. Se rasca la cabeza cuando me mira y sé muy bien lo que significa ¡Mierda!
—¡Vete! —ordeno señalándolo con el dedo y el niega con la cabeza.
—Emi… —intenta acercarse nuevamente, pero yo retrocedo un poco más. —No es lo que piensas. Fui a buscarte a la clínica a la tarde y allí escuché una conversación entre unas enfermeras, es todo.
—¿Por qué haces esto? —señalo a ambos molesta. —Quedamos en algo ¿No puedes solo tener un poco más de paciencia? Llegas aquí y exiges, impones como si yo fuera tu pertenencia, no es así como funciona.
—Quedamos en algo —también nos señala acercándose totalmente a mi nuevamente hasta que su frente se apoya a la mía. —Es cierto, eso significa que debo ir contigo. Tenemos una cita, y será allí, en México, lejos de todos, solo tú y yo. Me lo prometiste.
—Voy a una conferencia, no de vacaciones —resoplo frustrada de dar tantas explicaciones. —Tampoco a una cita romántica, y no voy sola, estaremos haciendo varias actividades entre algunas mujeres para una fundación, no sé si tendré tiempo para eso.
—Entiendo —dice después de unos segundos y se aleja frotándose la cara. —Entonces solo me resta desearle feliz viaje.
De un momento a otro me siento nuevamente culpable y no sé por qué. ¿Qué me pasa con él? ¿Por qué me hace sentir así? ¿Por qué de pronto me siento mal cuando creo que lo decepciono?
—Es mejor que te vayas —sugiero. —Esto fue una mala idea desde el principio, y no sé por qué accedí. No puedo, no quiero ningún tipo de relación, no ahora. Y si pasa, prefiero que no sea contigo.
Mis palabras suenan muy duras de repente y su rostro contrariado me lo confirma, no sé por qué las digo, pero ya no hay marcha atrás, así que solo señalo la puerta con la mano y el sale sin replicar nada.
Hace un asentimiento hacia mi antes de dirigirse hacia la calle y debo admitir que me duele su resignación. Esperé que insistiera un poco por lo menos, pero tal parece que mis palabras resultaron ser demasiado convincentes.
Trago en seco un montón de veces al verlo alejarse, pero ni modo, ya está hecho.
Me acuesto en la cama una vez más y trato de concentrarme en la música que suena de fondo, pero es imposible. Miro mi celular por si se decide enviarme un texto o algo, rogándome tal vez, pero no. Maldigo más de mil veces mi pésimo tacto para el amor.
Resignada, frustrada y cansada, me quedo dormida ya llegada de madrugada. Cuando creo haber cerrado los ojos por apenas unos minutos, la alarma de mi celular me anuncia que ya la hora de partir llegó.
Por alguna razón me siento más emocionada de lo que acostumbro estar por un viaje. Algo me dice que me esperan cosas interesantes en este sitio, cosas que con gusto recibiré.
Riviera Maya, sorpréndeme.