Emily Rose.
El vuelo resulta ser más relajante de lo que esperaba, viajar en un jet privado es uno de los grandes placeres de la vida a lo que no renunciaría jamás y menos si voy acompañada de mi amiga. Estas horas con Jenny no tienen precio para mí y me sirven mucho para relajar mi mente enmarañada y poner algo de orden en mi cabeza loca, bastante loquita diría yo.
Llegamos al hotel y mi corazón queda palpitando a mil, es realmente bello, todo el lugar es paradisiaco, y el aire fresco a mar que se respira, relaja mi cuerpo por completo.
Apenas ponemos el pie dentro de ella, nos separamos y cada una se dirige a su habitación.
—No vine hasta aquí para quedarme encerrada —digo despojándome de mis clásicos jeans y mi blusa de algodón manga al codo que traje puesto y colocándome un enterizo corto color blanco, unas sandalias sencillas de plataforma baja y mis infaltables lentes de sol.
Antes de salir decido dar una vuelta a la terraza y ver desde arriba lo que me espera. La Riviera Maya con toda su majestuosidad se proyecta ante mis ojos como el más bello de los paraísos en la tierra, la mar turquesa, las arenas blancas, el cielo totalmente despejado, el sol brillando en su máximo esplendor, el viento soplando con fuerza en mi cara, y el ruido de las olas chocando con las rocas, hacen el combinado perfecto.
Aspiro un par de veces llenando mis pulmones de oxígeno puro antes de darme un buen recorrido por el lugar. Camino hasta la puerta de la habitación de Jenny para invitarla, pero a último momento decido ir sola, así que me devuelvo hacia el ascensor y en un dos por tres ya estoy en la planta baja.
El movimiento en el gran salón de la recepción es inmenso. Mucha gente importante viene y va para la conferencia que se llevará a cabo dentro de unas horas. Muchas caras conocidas, otras no tanto, hombres de pura elegancia, trajeados, mujeres importantes con sus figuras exquisitas y vestimentas de diseñador, y yo…
Rio internamente sacudiendo mi cabeza, estar aquí entre tanta gente importante, millonaria y poderosa, es lo que menos me hubiese imaginado, pero véanme, aquí estoy, no por mi dinero, sino por la importancia de mi trabajo y todo el bien que me propuse hacer siempre con mi profesión.
Camino hasta la gran pileta dispuesta en el jardín donde muchos turistas están disfrutando al máximo de este día caluroso y me siento en una de las reposeras de madera. Una pareja joven parece estar discutiendo algo sobre su boda y la disputa parece ser por los postres.
No puedo evitar sentir diversión escuchándolos hablar con tanto entusiasmo por los planes de ese día, también yo alguna vez sentí esa misma emoción cuando estuve a punto de casarme con Luis, bueno, creyendo que nos íbamos a casar hasta que descubrí toda esa farsa.
No dejo que ese recuerdo me torture la existencia, por el contrario, me quedo un buen rato pensando en Nicolás y en su propuesta, y en todo lo que implicaría si llegase a tener algún tipo de relación con él, más teniendo en cuenta que tiene novia y que nuestros mundos son muy diferentes. Me despejo la mente tomando un buen sorbo de una piña colada bien fresca que uno de los meseros pone en una de las mesitas al lado mío.
—¡Hombres! —exclama de pronto la joven castaña sentada en el camastro de al lado rompiendo mi burbuja. —Todo lo complican. Tienen ese poder infinito de complicar hasta la cosa más sencilla del mundo ¿Usted cree que aún no decimos que pastel serviremos en la boda?
Su novio mueve la cabeza negando antes de sentarse en el otro sillón. Se nota serio, pero bastante apuesto al igual que su novia.
—Mi nombre es Sara Cortés —se presenta levantando su mano hacia mí con una sonrisa muy agradable a la cual correspondo sincera. —Él es mi prometido Ernesto Casares.
—Un placer, mi nombre es Emily Rose —respondo cortésmente estrechando su mano y asintiendo hacia su novio. — Un gusto conocer a ambos.
Después de una amena, pero corta charla, en donde me entero que también están aquí para la conferencia y unas mini vacaciones, camino de vuelta hacia mi habitación para alistarme para la reunión más importante.
Antes de entrar a mi habitación paso por la de Jenny y la encuentro atareada ya vistiendo su hermoso vestido largo de diseñador que le queda pintadísimo al cuerpo. Una belleza total, fina, elegante, impecable como siempre. No entiendo cómo es posible que aún no haya encontrado a un hombre que la ame de verdad, o al menos alguno que la ayude con sus necesidades físicas siendo una mujer tan bella y debería tener el mundo a sus pies.
A decir verdad, la menos indicada en pensar sobre eso soy yo, estoy en la misma, para no decir peor situación que ella. Ambas hemos tenido poca suerte en el amor y prácticamente nuestras vidas se reducen a trabajar y estudiar. Nos hace falta un buen revolcón, en donde podamos disolver todas las tensiones que tenemos acumuladas desde ya hace tiempo.
Después de llegar a mi habitación y tomarme un ducha larga, tibia y relajante me apresuro en colocarme mi vestido ceñido amarillo que me cubre hasta las rodillas, con mangas sueltas de encaje y escote bastante pronunciado.
Mi maquillaje es muy natural, no estoy acostumbrada a ellos, ni aparentar alguien quien no soy, por lo que me coloco algo de rubor, sombras de tono claro, un labial carmesí para no pasar tan desapercibida entre tantas bellezas y listo. Mi pelo con un poco de ondas para dar más volumen, sandalias altas con tiras de color plateado y mi infaltable collar de plata, única herencia y recuerdo de mi madre con un dije de flor de cala blanca que era su favorita, al igual que la mía.
Una vez lista, voy de camino hacia el ascensor y tropiezo con la persona a quien menos esperé encontrar hoy, aquí, ahora, Nicolás.
Sus ojos de un azul profundo, su sonrisa de lado, de suficiencia y algo de arrogancia me recibe apenas salgo en el pasillo. Aunque su elegancia y su porte me cortan el aliento y hacen palpitar mi pobre corazón a mil latidos por minuto, decido pasar de largo sin prestarle demasiada atención. Si vino hasta aquí por mí, que me siga.
Entro al ascensor y su colonia me confirma que está parado justo detrás de mí. Toma mi mano entrelazando nuestros dedos fuertemente y me jala volteándome hacia su cuerpo para tomarme por la cintura.
No habla, ni yo, pero allí estamos, mirándonos fijamente y tan pegados el uno con el otro durante todo el trayecto, que no puedo acompasar mi respiración. Cuando por fin se abre el ascensor, caminamos juntos hacia una gran afluencia de personas, donde seguramente Jeanne impartirá su conferencia.
—Te espero en el jardín —dice cuando estamos en la entrada. —Después de la cena, antes de la media noche.
Asiento, desenlazo nuestras manos y camino hacia donde una de las event planner me indica se encuentra mi asiento, sin antes mirar hacia donde está el suyo.
La vista del escenario y la disposición de los invitados es suntuosa, distinguida y para nada comparado a las otras a las que asistí anteriormente. No cabe duda de que la fundación Mia está jugando su mejor carta en esta ocasión.