Liberación

3172 Words
Por fin lo había dicho. Cerré los ojos y me eché hacia atrás en el sofá.  Ya no podía, y no quería, callarlo. Los últimos cinco años han sido los peores de mi vida, desde que murió mi mamá todo mi mundo se ha ido desmoronando. Mi “papá” llegaba borracho a la casa y pretendía meterse a mi cama, luego, al día siguiente, venían las disculpas, las lágrimas de culpa, las excusas. Eso me marcó más de lo que quisiera aceptar. Me hizo ser más tímida de lo que era, más susceptible, menos rebelde, aunque exteriormente, no llorara en público, por dentro lo hacía muy seguido. La muerte de mi mamá y el comportamiento de mi papá hicieron de mí una mujer insegura y confusa. Hoy todo aquello me estaba pasando la cuenta. De pronto sentí un suave beso en mi frente, abrí los ojos y muy cerca de mi cara estaba Francisco mirándome con gesto dolido. ―¿Por qué no me lo dijiste? ―me preguntó con suavidad, como siempre me hablaba. ―Tenía miedo ―contesté en un murmullo. ―Preciosa… ―Lo siento ―me disculpé. ―No, mi pequeña, no es tu culpa ―replicó Héctor, mi verdadero papá. ―¿Por qué nos abandonaste? ―me atreví a preguntar. Él bajó la cabeza, parecía derrotado. ―No las abandoné, cuando conocí a tu mamá nos enamoramos de inmediato, pero yo era un simple estudiante, hijo de un trabajador común y corriente, en cambio ella pertenecía a una clase acomodada. Su padre envió al mío a otro país con un sueldo excelente y muchas garantías. Me fui con ellos, no tenía alternativa. A tu madre la casaron con Gustavo. Nos seguimos amando. Trabajé duro para tener lo que hoy tengo. Al volver, supe que tú eras mi hija, pero Gustavo, que también lo sabía, nos amenazó diciendo que se quedaría con tu custodia e impediría a tu madre volver a verte. Ella no podía soportar algo así, por más que yo le insistiera en que él no podía hacerlo, no quiso arriesgarse a perderte. Cuando murió, él me amenazó con… ―¿Con qué? ―lo urgí cuando vi que no hablaba. ―Con matarte. Fue como un balde de agua fría, mi papá no podría haber dicho algo así, aunque en realidad, sentía que, a pesar de que me crie con él, no lo conocía de nada. Francisco se había sentado cerca de mí en un sillón y me tomaba la mano; sin querer, lo apreté al oír esas palabras y, cuando me di cuenta, tenía mis uñas marcadas en sus manos. ―Perdón ―me disculpé soltándolo. ―Está bien, preciosa. No es fácil escuchar esto. ―Parece que estuvieran hablando de un extraño, creo que en eso se ha convertido mi papá en estos años. ―Tu mamá era la única que podía detenerlo en sus malas acciones. Ella era la única capaz de calmarlo ―me explicó Héctor. ―Después que mi mamá murió, mi papá cambió mucho conmigo, llegaba borracho en las noches e intentaba meterse a mi cama. Nunca logró su propósito, pero cada vez yo iba bajando mi seguridad, me sentía desprotegida, vulnerable y me fui encerrando cada vez más en mí. Cuando Cristian se fijó en mí, sentí que todo iba a ir mejor, se lo conté a mi papá, él se puso feliz, pero pronto descubrí al verdadero hombre que se ocultaba detrás de la popularidad de Cristian, era un hombre egocéntrico, caprichoso y manipulador… Creo que repetí la imagen paterna que tenía. Pero no sabía cómo terminar con él. Si tú no hubieras aparecido ―dije mirando a Francisco a los ojos―, no sé qué hubiera hecho, hubiese terminado como mi mamá.   ―Mi amor, si hubiera sabido todo esto… te juro que te hubiese sacado de esa casa mucho antes. No puedo dejar de pensar en lo que Cristian te quería hacer. Y ahora que sé que no fue el único y que tu papá también… Se sentó a mi lado en el sofá y me atrajo a su pecho con desesperación. Él, desde que estábamos juntos, nunca intentó tocarme, al contrario, parecía dispuesto a esperarme el tiempo que fuera necesario. Era tan distinto a la clase de hombre que había conocido… No era que yo no quisiera estar con él, muy por el contrario, pero las malas experiencias me han dejado… no sé, con miedo a mi propia sexualidad, a los hombres. ―Preciosa… ―Francisco habló en mi oído, su voz tan suave, aterciopelada, calmaba cualquier miedo que pudiese tener―, será mejor que dejemos esto hasta aquí, con Héctor arreglaremos todo para que ninguno de los dos se te vuelva a acercar. Mientras, estarás aquí, será mejor que no salgas sola, por un tiempo, hasta que sepamos que todo estará bien, Gustavo está mal, cada día pierde más el sentido común y la conciencia. ―Sí, tienes razón. De todas maneras, gracias por escucharme, llevaba demasiado tiempo guardándome esto y… a veces sentía que me estaba matando. ―Debiste decírmelo antes, preciosa ―su reprimenda fue tan tierna que no pude evitar sonreír. ―Te amo, Francisco, no sabes cuánto bien me hizo conocerte. Y lo miré, porque en sus ojos nada malo me pasaría. En sus ojos estaba segura, protegida y amada. De pronto, la puerta del departamento se abrió y yo di un salto. Francisco me abrazó, tranquilizándome. Era su ama de llaves que venía a hacer aseo y cocinar. No puedo describir la cara que puso al vernos, no sé si fue asombro, resquemor, duda, sorpresa. Tal parece que no esperaba ver a Francisco allí, mucho menos a nosotros. ―Marta, buenos días. ―Se levantó Francisco de mi lado y la saludó de un beso en la cara, ella lo miró interrogante―. Te presento a mi novia, Lucía y a su padre. La mujer sonrió ahora abiertamente. ―Usted es Lucía, niña, un gusto conocerla. Se acercó al sillón y yo me levanté para saludarla, lo mismo hizo mi papá. ―Ella es mi ama de llaves ―nos dijo―, aunque en realidad es mucho más que eso. Ella nos saludó a ambos de la mano. ―Qué bueno que llegaste, Marta, con Héctor necesitamos salir y no queremos que Lucía quede sola. Después habrá tiempo para explicaciones, pero, por favor, que nadie entre, nadie. Si viene alguien que vuelva cuando esté yo ―se volvió a mí―. No salgas, preciosa, me harás caso ¿verdad? Yo asentí con la cabeza. ―Después nos vemos ―me besó suavemente en los labios. ―Te amo ―susurré y él me correspondió con una hermosa sonrisa. ―Yo también, preciosa, no sabes cuánto. Se separó de mí y Héctor dudó en acercarse a mí para despedirse. ―¿Después nos veremos? ―le pregunté sin saber acercarme a él. ―Por supuesto, mi amor, por supuesto. ―Entonces sí se acercó y me besó en la frente―. Perdóname ―suplicó y se le quebró la voz. ―Está bien. ―Lo miré directo a los ojos―. No se preocupe, siempre tengo presente esos cinco años que vivimos con mi mamá, creo que, en cierto modo, en ese tiempo fuimos una familia completa. ―Yo también lo sentí así. ―Después nos vemos. ―Me puse de puntillas y lo besé en la mejilla. ―Sí, mi amor, después nos vemos. Cuando salieron del departamento, Marta me miró de forma muy maternal. ―¿Quiere tomar algo, niña? ¿Un té? Disculpe que le diga, pero no se ve nada bien. ―Sí, creo que necesito un té.   Nos sentamos juntas a la mesita de la cocina, me contó que ella conocía a Francisco desde que era muy pequeño. Comenzó a trabajar con su familia cuando él tenía 5 años. Y desde entonces, nunca se ha apartado de él. Sigue trabajando para él, aunque ahora iba dos o tres veces por semana a ordenar el departamento y a dejarle cocinado para varios días. En realidad, Francisco “la dejaba” trabajar así, pero que, si por él fuera, le daría vacaciones permanentes. Él la mantenía, le tenía un departamento en el primer piso, que él costeaba y el dinero que le pagaba, era mucho más del que debiera recibir por la clase de trabajo que hacía y ni siquiera tenía horario. Si no llevaba otra persona a su departamento, era porque ella no se lo permitía. Francisco era una buena persona, de eso no había duda. Me levanté y me fui al cuarto para ordenar las cosas, ella siguió diciéndome que no era necesario. Se paró entre el cuarto de Francisco, donde yo dormí, y el cuarto de alojados que tenía la puerta abierta. Me miró sorprendida. ―¿No durmieron juntos? Creo que me puse roja hasta la raíz del cabello. ―No. Ella se acercó a mí. ―Él la ama, niña, nunca lo vi así por alguien. Yo la miré con lágrimas en los ojos. ―Lo sé, ojala lo hubiese conocido antes. ―Tal vez este era el momento. ―Sí, puede ser. ―Francisco es como mi hijo y lo único que quiero es que sea feliz, pero me preocupa algo y disculpe que se lo diga… es sobre su papá. Yo no lo conocía y no parece mala persona, lo que no entiendo es… ¿Cómo pudo hacer una cosa así? Supongo que usted sabe a qué me refiero. Ya no contuve las lágrimas. Ella se sorprendió y me pidió disculpas muchas veces. Pensó que ella había hecho algo mal. ―No, él… el que estaba acá es mi verdadero papá, me acabo de enterar… es una historia larga y complicada. Además que, en realidad, tampoco es que la entienda mucho, es todo tan extraño, enredado… No sé… En este momento estoy muy confundida. ―La escucho, niña. ―Me llevó de la mano, como a una niña pequeña, hasta la mesa de la cocina, donde volvió a servirme una taza de té―. Tal vez yo pueda ayudarla a desenredarse un poco. Le conté con detalle todo, desde que vivía mi mamá, cuando apareció Héctor en nuestras vidas, la muerte de mi mamá, los cambios drásticos que sufrió mi papá, mi noviazgo con Cristian, la presencia tranquilizadora de Francisco y, ahora, conocer la verdad. Marta me escuchó con atención, sin interrumpirme, más que para preguntar algo que no le quedaba claro. Hablar con ella fue un bálsamo suavizante, como si hablara con mi propia madre. Y, después, vinieron los consejos, la forma en que podría enfrentar todo, y aprender a vivir mi vida normalmente de nuevo. De forma práctica me ayudó a darme cuenta que no puedo quedarme pegada en mi pasado, que debo avanzar, dar un paso adelante y dejar todo lo malo atrás, que ya no puede afectarme. Francisco y mi padre se harían cargo de Gustavo. Hablamos alrededor de tres horas, las tres horas más cortas de mi vida y las más reconfortantes. Sólo nos dimos cuenta de la hora cuando sentimos llegar a Francisco. Llegó a la cocina y sonrió al vernos allí. Venía con varias bolsas que dejó en la mesa. ―Me imaginé que se lo pasarían conversando, así es que traje comida preparada. Nosotras nos miramos, yo me sentí culpable, en cambio, Marta no tenía ni un gramo de culpa. ―No hemos hecho absolutamente nada más que conversar ―dijo ella. ―Está bien. ―Me dio un beso en el cabello y lo mismo hizo con Marta―. ¿Y cómo estuvo la conversación? Supongo que no le habrás contado historias vergonzosas de mí. ―Miró a Marta con cariño. ―Le conté todas tus travesuras de niño y las canas que tuve que esconder con tintura por tu culpa. ―Rio con ternura. ―Ya sabía yo que no debía dejarlas solas. ―Se sentó entre nosotras y me miró―. Lo que te haya dicho de mí es mentira. ―No lo creo. Sólo dijo cosas buenas de ti. ―Es que le p**o bien.   ―Me tiene comprada ―habló Marta mirándome con complicidad. Se veía que tenían una buena relación, se querían mucho. ¿Acaso así era una vida normal? Eso era algo que yo nunca viví..., un poco con mi mamá, pero me duró tan poquito, que a veces renegaba de ello. ―¿Qué pasa? ―me preguntó Francisco, tomándome la mano. ―Nada, ¿por qué? ―Te quedaste callada y no nos estabas oyendo. ―Lo siento ―me disculpé, seguramente me puse roja. ―Dime, ¿en qué pensabas? ―volvió a preguntarme Francisco. ―Es que ustedes se ven… tan… cariñosos… se quieren tanto… que no sé… ―Quise llorar―. Yo nunca viví algo así… sólo eso. ―Ahora lo empezarás a vivir ―me aseguró Francisco besando mi mano. ―Espera a conocer a los padres de Francisco, te amarán. ―afirmó Marta. Yo bajé la cara avergonzada. ―Desde ahora en adelante ―me prometió Francisco―, conocerás una vida normal y buena. Yo lo miré y, como siempre, me perdí en su mirada. Pero sí quise creer en eso, en, por fin, conocer una vida llena de amor.   Pasaron varios días, todo era tan perfecto, tan bonito y cada noche me costaba más separarme de él, quería dormir a su lado, estar con él, hacer el amor con él, pero estaba temerosa, no sabía cómo iba a responder y no quería empezar algo que no podría terminar. Un viernes por la noche nos quedamos viendo películas como siempre. Yo me apoyé en su pecho, no vi nada de lo que pasaban por la pantalla. Pensaba en cómo se podía seducir a un hombre. Pero tenía miedo, no de él, era sólo miedo. Cuando terminó la película, me besó, suave y apasionado como siempre lo hacía y como me gustaba que lo hiciera. Yo correspondí con más ansias que lo usual. ―Quiero hacerte el amor ―susurró en mi boca. ―Y yo quiero que lo hagas ―contesté un poco atemorizada. Me besó más profundamente. Me levantó en sus brazos, con delicadeza me llevó hasta el dormitorio. Me puso sobre la cama sin dejar de besarme. Me acariciaba el rostro, metía su mano entre mi cabello, me acercaba cada vez más a él. Lo amaba, estaba segura de eso. Desabrochó el primer botón de mi blusa, besó mi cuello. Tomó mi mano y besó su dorso. Desabrochó el segundo botón. Volvió a besar mis labios. Sentía mi sangre hervir. Yo acariciaba su cara, sus hombros, su torso. Torpemente intenté desabrochar su camisa, pero no me resultó y el botón salió volando. Él sonrió con ternura. ―Lo siento ―dije en un murmullo. ―Todo sea por sentir tus manos en mi piel ―habló en mi boca, mientras me besaba. Mis manos temblaban tanto al desabrochar su camisa, que él me ayudó y se la quitó, antes que terminara tirando todos sus botones. ―Disculpa ―suspiré―, soy muy torpe. ―No digas eso, eres perfecta. No dejaba de besarme. Cuando toqué su pecho desnudo, un escalofrío lo recorrió y me sentí bien al sentir cómo se estremecía ante mis caricias. Desabrochó mi blusa y me la quitó con suavidad, sacando también mi sujetador. Me encogí de vergüenza e intenté taparme. ―No… ―Me besó profundamente―. No te cubras. Te amo. Eres hermosa. Te esperé tanto tiempo, cariño… no sabes cuánto. Cuando me acarició perdí la noción del tiempo, de los sentidos, de todo. Sólo sabía que estaba perdida en un arco iris de colores, donde no existía el tiempo ni el espacio. Era toda sensibilidad y sentimientos. Sentía cada poro de mi piel exudando pasión. ―Mírame ―me ordenó suavemente, con ternura. Yo obedecí, lo miré y me perdí en esa mirada hermosa, en esa caja de cristal que me tenía aprisionada. ―Te amo… te amo más de lo que puedas imaginar. Me acariciaba con ardor, con deseo retenido. ―Yo también te amo… hazme tuya ―le supliqué. Me miró con devoción, como si yo fuera Afrodita, la diosa del amor, que lo tenía embrujado en sus redes. Así me sentía ante su mirada. Me tomó de la cintura y, sin dejar de mirarme, entró en mí, pendiente a cada gesto y movimiento que yo hiciera. Me mordí el labio al sentirlo dentro. Él se detuvo y besó mi labio sangrante, repitiendo una y otra vez todo lo que me amaba. Volví a perderme en un mar de sensaciones nuevas e intensas que sabía que sólo con él podía sentir y que sólo él podía saciar. Me hizo el amor de la manera más exquisita que se pudiera describir. Hizo desaparecer todos mis temores, todos los malos recuerdos y todas las malas experiencias. Sólo  podía sentirlo a él, su amor, su pasión, su ternura. Cuando sentí mi cuerpo explotar en mil pedazos, gemí y me pegué a él como si fuera mi tabla de salvación, enterrando mis uñas en su espalda, respirando agitada como si me fuera a ahogar de tanto amor y placer. Él cayó sobre mí, gimiendo y sudando. Me besó como si nunca lo hubiese hecho, como si fuera la primera vez que saboreaba mis labios. Se acostó en la cama y, sin soltarme, me atrajo con él poniéndome encima de su pecho. Yo era mucho más pequeña que él, aun así era como si encajáramos perfectamente. Puse mi cabeza en el hueco de su cuello, él acariciaba mi cabello y mi espalda. Yo acariciaba sus hombros. Se sentía tan perfecto estar así, acostada con el hombre que uno ama, después de hacer el amor, en realidad, fue como si el amor nos hubiese hecho a nosotros. ―Te amo ―susurró. ―Y yo a ti. ―Preciosa, mi preciosa niña, mi mujer, mi paz, mi todo… Acariciaba mi espalda y mi cabello con urgencia, como si temiera que me fuera a escapar. ―Jamás creí que pudiera ser tan perfecto. ―Besé su pecho. ―Es que tú eres perfecta. ―Me tomó la cara entre sus manos y me la levantó para que lo mirara―. Tú eres perfecta ―repitió mirándome con adoración. Esto era mucho más de lo que imaginaba posible. ―No me dejes nunca ―le pedí. ―Jamás lo haré. Siempre serás mi precioso amor. Ahora sí estás presa en mis ojos, porque nunca te dejaré escapar. Yo sonreí, esa era la cárcel más maravillosa y tierna que pudiera existir. Quería estar ahí. Estaba segura que nunca querría escapar de su mirada.  
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