Al despertar la sentí sobre mí. Después de hacer el amor, se durmió en mi pecho, era pequeña y tan liviana que casi ni la sentía, lo único que sentía era su cuerpo desnudo pegado al mío. Fue tan perfecto. Recordé sus inexpertas caricias, su sonrisa tímida, sus mejillas enrojecidas, la pasión desbordante de su mirada cuando, por fin, la hice mía. En ese momento quería mirarla a los ojos y ver que lo quería y ansiaba tanto como yo, sin temores, sin miedos, sin el pasado reviviendo en su mente. Nada de eso hubo en su mirada. Al contrario, su amor se reflejaba en ellos, viviendo cada segundo con intensidad, como si sólo fuéramos nosotros dos en todo el universo. Así lo sentí yo. Como si nadie más existiera, como si el tiempo y el espacio fueran una utopía, algo abstracto e irreal.
Sentirla explotar en mis brazos fue extraordinario, sus gemidos, sus uñas enterrándose en mi piel, desesperada, anhelante, besándome con pasión, completamente pegada a mi cuerpo, como si fuéramos uno solo. Sus latidos apresurados, su respiración agitada, el sudor de su cuerpo… Hicieron de mi fin algo jamás experimentado. Descubrí la enorme diferencia entre hacer el amor y tener sexo.
Se movió. La abracé para que no se saliera de encima, quería sentirla así, en mí, ella era la parte que me faltaba hasta hoy. Se levantó un poco y me miró, con una expresión extraña al principio, luego se puso roja, mas no dejó de mirarme por un buen rato, no dije nada, no sabía lo que pasaba por su mente, hasta que bajó y se escondió en mi pecho.
―¿Qué pasó, preciosa?
―Fue bonito anoche ―dijo apenas.
―Sí, claro que lo fue, preciosa. ―La acosté a mi lado y la miré, sonreí―. Estás roja.
Se quiso esconder, poniéndose más roja todavía.
―No te escondas, no debes tener vergüenza. Fue maravilloso.
―Es que… yo nunca…
―Lo sé, preciosa, cariño. ―La besé con ternura, era tan deliciosa, me gustaba saborearla lentamente, disfrutarla total y absolutamente―. Me enseñaste a amar y a sentir cosas que no viví nunca.
Se escondió en mi pecho, la abracé, cada cosa con ella era especial. La amaba, pensé que no podría encontrar el amor así, pero aquí estaba, completamente enloquecido por una chiquilla preciosa, apasionada y tímida.
―¿Quieres ducharte conmigo? ―le hablé en el oído.
Me miró con picardía y timidez.
―¿Cómo en las películas?
―Ven. ―Me salí de la cama y le tomé la mano. Se miró su cuerpo desnudo y quiso alcanzar el edredón, pero no la dejé, tirándola hacia mí―. No, no te cubras, estamos solos y eres mi mujer, mi amor y mi todo.
Ella no me miraba, pero me acarició el pecho y los hombros.
―Si sigues te voy a hacer el amor de nuevo ―le advertí suavemente.
Ella rio y besó mi cuello, luego los hombros y bajó a mi pecho, era tan delicioso sentir sus dulces labios en mí.
―Vamos a bañarnos ―me susurró.
―¿Ahora? No sabes lo que me haces, niña.
―Es que quiero hacerlo de nuevo, pero estoy un poco incómoda.
Dejé caer el agua tibia por su cuerpo, eso pareció excitarla, sus ojos estaban llenos de pasión. Saqué champú y le lavé el cabello, ella reía, le daba cosquillas. Verla relajada y feliz era apasionante. Se contorsionaba con el agua que caía sobre ella, riendo con ganas. No pude esperar más, la tomé y la elevé para tomarla en mis brazos, ella rodeó mis caderas con sus piernas. La miré, ella me miraba con ardor, con bella coquetería femenina… me besó efusivamente, gimiendo suavemente, con sus ojos cerrados, sintiendo las mismas sensaciones que yo: amor y pasión unidas.
Cuando se apretó a mi cuerpo, estallando en sensaciones y emociones, gritando mi nombre, la apoyé contra la pared de la ducha besándola con urgencia, sentirla explotar de esa forma, entregándome sus gemidos, suspiros y latidos, era demasiado para mí, quería estar siempre así, entre sus piernas, viviendo el amor más grande que se pudiera sentir por una persona.
―Francisco… ―habló en voz baja, una vez calmada.
―Dime. ―La miré, pero ella no me miraba, estaba seria, con la vista baja. Me asusté ―. Lucía, preciosa, ¿pasa algo malo?, ¿te lastimé?
Ella negó con la cabeza y luego me miró expectante, sin hablar.
―Dime, por favor ―le rogué, temía haberla lastimado sin darme cuenta.
―Es que… ahora que lo pienso… ―En sus ojos había ¿culpa?
―Preciosa. ―La besé―. Te estás enfriando, ven.
La aparté de la pared y dejé caer el agua caliente por su cuerpo, le quité el resto de champú, mientras ella me miraba extraño.
La envolví en la toalla, yo hice lo mismo.
―Dime, preciosa, ¿cuál es el problema?
Se sentó en la cama y me miró. Yo me senté a su lado.
―¿Te lastimé?
―Es una estupidez ―me dijo como al azar.
―No, no lo es. ¿Qué te preocupa? ¿Qué te pasó? Yo quiero saber.
―Es que se suponía que yo… bueno… nunca había estado con nadie… ¿cierto?
Yo asentí, no entendía.
―Por lo tanto… yo… nomeestoycuidando… ―lo dijo así de rápido.
Yo la miré, me puse triste, ella no quería las consecuencias de lo que estábamos haciendo.
―¿Y si quedo embarazada? ―me preguntó ansiosa.
―¿No quieres tener un hijo conmigo? ―No podía ser cierto. Eso no.
―¿Yo? Sí, sí. ―Me miró fijo un momento y sonrió―. Sería lindo tener un “tú” pequeñito.
Yo sonreí.
―Yo esperaba que fuera una “tú” en miniatura.
―¿No te molestaría si me embarazo?
Era eso. Ella temía que yo la culpara si se embarazaba. Respiré aliviado.
―Sería lo más hermoso que pudiera ocurrir. Tener un hijo tuyo, nuestro, sería… maravilloso.
Ella se lanzó a mis brazos y me besó. Yo la recibí en mis brazos y la besé, dejando atrás el miedo de hace unos minutos. Era completamente mía, única y exclusivamente mía, y puede sonar machista y celoso, pero así la quiero, que conozca el amor sólo conmigo, que sea madre de mis hijos, la quiero como mi esposa, mi compañera, mi amante, mi todo. Sólo para mí y yo para ella. Nadie jamás podría ocupar su lugar en mi corazón.
● ● ●
Llegar a casa y que Lucía me esperara, era lo más maravilloso que podía sucederme.
Héctor nos visitaba seguido. Marta también lo hacía en el día, cuando Lucía estaba sola en el departamento. Se hacían compañía. Y, aunque me gustaba, no quería que Lucía vegetara en casa, amaba llegar y que ella me esperara, pero no quería sólo lo que yo deseaba, también quería que ella viviera su vida, como lo quisiera. Una noche se lo planteé.
―Preciosa ―comencé a decir―, ¿eres feliz conmigo?
―Mucho, ¿por qué lo preguntas?
―Es que… antes de conocerme, tú estudiabas y querías tener tu profesión, tu carrera. No quiero robarte eso, si quieres continuar estudiando, puedo arreglarlo para que lo sigas haciendo. O trabajar. Tú decides.
Ella me miró seria.
―¿Quieres que estudie o trabaje?
―Yo no quiero coartar tu libertad.
Bajó la vista, yo le tomé suavemente la cara y se la levanté.
―No quiero que hagas algo que no quieres por agradarme a mí.
―¿Y si te dijera que no quiero seguir estudiando ni trabajando?
―¿Ya?
―¿Que me tendrás que mantener?
―No es problema para mí, yo solo quiero que seas feliz.
―Es que no quiero seguir estudiando, si lo hacía era porque mi papá quería que fuera ingeniera comercial para ayudarlo en su empresa, pero nunca me gustó. Y trabajar… no sé. ¿Puedo ser tu secretaria? ―me coqueteó. Cuando lo hacía me olvidaba de todo.
―No trabajaría nada, te haría el amor todo el día. ―La besé sentándola sobre mí.
―No quiero trabajar ―me dijo poniéndose seria―, por lo menos no en lo que estaba estudiando.
―¿Y qué te gustaría hacer?
―Siempre quise ser artista ―se rio y se puso roja, era un deleite verla con sus mejillas enrojecidas.
―¿Artista?
―Sí ―contestó avergonzada―, me gusta el dibujo, el problema es que eso no da para mantener a nadie.
Yo sonreí, para eso me tenía a mí.
―Bueno, le pediré a Gabriela que busque un lugar donde puedas estudiar, ¿te parece?
―¿Estás seguro?
―Por supuesto, preciosa, ¿o no te gusta la idea?
―Sí, es que… nada.
―¿Segura?
Me besó, fue un beso extraño, no de mala manera, pero al parecer tenía miedo, me besó como las primeras veces, cuando todavía tenía patente el mal recuerdo de Cristian.
―¿Qué pasa, preciosa?
―Nada ―contestó―, es que esto es tan perfecto, que a veces me da miedo.
―No debes temer, es real y estamos juntos.
―Pero es demasiado perfecto.
Yo la abracé, no era tan perfecto. Mientras Gustavo no estuviera en la cárcel y Cristian se olvidara de ella, yo no estaría tranquilo, pero Gustavo estaba desaparecido, nadie sabía dónde se ocultaba y a Cristian lo había visto varias veces rondar el edificio. Ella no salía a ninguna parte sola. Sin saberlo, estaba protegida por dos guardaespaldas. Cada vez que debíamos salir, nos acompañaban. No la expondría a un riesgo inútil. Y en cuanto empezara a estudiar, se lo tendría que decir, para que estuviera segura y ante cualquier contratiempo supiera dónde y a quién acudir.
―¿Estás cansada?
―Sí ―contestó en voz baja, luego me miró coqueta―, pero no tanto.
Me besó apasionada, era tan hermoso sentir a mi lado a esta niña-mujer que me amaba y me llevaba a desearla más de lo que era posible.
Al día siguiente, tocaron el timbre muy temprano, Lucía se despertó y se levantó bruscamente, lo que hizo que se mareara y tuviera que correr al baño con náuseas. Yo salí a abrir y me quedé de piedra al ver, parados en mi puerta, a mis padres. ¡Vaya sorpresa!
Los hice entrar y me fui a ver a Lucía que seguía en el baño. No se sentía bien. Al parecer el despertar tan bruscamente, la hizo sentir mal. Le pedí disculpas mil veces, yo no tenía idea que mis padres vendrían a visitarnos. Ellos sabían que yo estaba con Lucía y que tenía planes con ella. Seguramente venían a conocerla. Mis padres son personas sencillas en su trato y muy amorosas. Mis hermanas y yo tenemos una excelente relación con ellos, por lo que no explico cómo es que llegaron sin avisar, nunca lo hacían.
―Disculpen ―volví a la sala con ellos―, Lucía no se sintió bien, enseguida viene. ¿Qué hacen aquí? No me avisaron que venían.
―Lo sentimos, hijo, realmente, no queríamos molestar, pero el avión llegó mucho antes de lo previsto ―contestó mi mamá.
―Está bien, si no hay problema ―repuse de inmediato.
Lucía no volvía, yo estaba preocupado, de los tres meses que llevábamos juntos, nunca había amanecido así. Mi mamá lo notó y preguntó qué pasaba.
―No sé, creo que se levantó muy de prisa, al oír el timbre y se mareó…
―¿Puedo ir a verla?
Yo la miré, no estaba seguro, ellas no se conocían y…
Sin esperar mi respuesta, pasó por mi lado y entró al cuarto. Yo miré a papá, nervioso.
―Lo único que quería era conocer a la chica que por fin robó tu corazón ―me comentó.
―Me imagino.
―¿Cómo han estado?
―Bien. Bueno, todavía no se solucionan los problemas que te conté, espero que sea pronto.
―Sí, puedo ayudar si quieres, sabes que tengo contactos.
―Te lo agradecería.
―Nos quedaremos unos meses, yo por negocio y tu mamá quiere abrir una galería de arte acá.
Yo sonreí pensando que tal vez mi mamá fuera quien diera a conocer a Lucía en su veta de artista.
―¿Qué pasa? ―Mi padre interrumpió mis pensamientos.
―A Lucía le encanta dibujar, de hecho, tomará clases.
―¡Qué bien! Bonita profesión. Tu madre podría ayudarla.
―Si ella quiere…
―¿Te molesta que estemos aquí? ¿O temes que ella no nos guste?
―No, cuando la conozcas, verás que es la mejor chica, pero…
―Pero ¿qué?
―Es que, bueno, yo sé que no he tenido el mejor ojo para escoger mujeres, aunque nunca antes estuve enamorado, pero no quiero que la espanten.
Mi papá se echó a reír, tenía una risa muy contagiosa, yo también reí.
―Tu mamá ―habló en voz baja― viene a ver que tú no la espantes. Ha hablado con Marta y están fascinadas con ella. No se va a ir si no te ve casado con ella.
―¿Qué tanto cuchicheo? ―Mi mamá salió del cuarto con Lucía, que venía pálida―. Deberían tener listo el desayuno, que mi nuera y mi nieto necesitan comer.
―¡Mamá! ―grité al oír eso.
―Vamos, hijo, se le nota a leguas que está embarazada.
Miré a Lucía, tenía la mirada baja.
―Mamá… ―rogué, no quería que Lucía se sintiera incómoda.
―Bueno, entonces yo voy a preparar el desayuno. ―Se fue a la cocina, acompañada por papá.
Me acerqué a Lucía y la miré, ella no me miraba. La tomé de la barbilla y le levanté la cara suavemente.
―¿Es cierto?
―No sé, pero no me siento nada bien.
―Vamos a ir a un médico hoy mismo.
―¿Y si se enojan? Llevamos tan poquito tiempo juntos…
―Mi mamá está fascinada con la idea ―aseguré.
Ella respiró hondo. Definitivamente no se sentía nada de bien. La tomé de los hombros, preocupado.
―¿Quieres ir en seguida?
―Tengo hambre ―contestó tragando saliva.
―¿Y si es nuestro bebé? ―sonreí y le toque su vientre.
―Sería lindo… aunque ahora, en este mismo momento, no es lindo ―repuso con los ojos brillantes por las lágrimas.
―Ya, está listo, vengan, que la niña tiene que comer, no quiero que se me desmaye aquí.
Sin preguntar, mi mamá le sirvió a Lucía un tazón de leche con chocolate, la que al ver la taza, se levantó corriendo de nuevo al baño. Yo la seguí. Mi mamá hizo lo mismo.
―Tranquila, hija, es normal sentirse así. ―Mi mamá se me adelantó, le tomó el pelo y le acarició la espalda―. Debes comer algo, así te sentirás mejor.
―Lo siento. ―Lucía se lavó la cara en el lavamanos, tenía lágrimas en los ojos―, justo cuando llegaron yo estoy así.
―Tal vez por eso, si no, dime tú, ¿qué hace mi hijo contigo? Está nervioso y no sabe qué hacer. ―Sonrió mi madre, mirándome con gesto divertido.
―Mamá… por favor.
―Pero si es verdad.
Lucía me miró con una sonrisa tímida.
―La estás asustando ―recriminé a mi mamá.
―Vamos, hija. ―Tomó a Lucía de un brazo, con suavidad.
Las vi alejarse, mi mamá era alta, como todas las alemanas, en cambio, Lucía era más bien baja; a medio camino, mi mamá abrazó a su nuera, ella se apoyó en su costado. Creo que no debo tener miedo a que no se lleven bien. Mi mamá ya la quiere. Con ninguna de mis ex novias fue así, al contrario, siempre las espantaba en la primera cita.
―Toma despacito y a lo que puedas, hija, pero debes comer, así te sentirás mejor.
Lucía obedeció. Se demoró mucho tiempo en comer.
―No me gusta estar así ―comentó al rato, un poco frustrada.
―Está bien, es normal, la mayoría de las mujeres pasamos por eso ―la tranquilizó mi mamá.
―De todas maneras, lo siento mucho.
Mi mamá no dijo nada, sólo la miró por un buen rato, Lucía se cohibió y bajó la mirada.
―Yo sabía que mi hijo te tenía que encontrar.
Lucía se cohibió, yo estaba incómodo.
―En eso tiene razón mi esposa ―intervino mi papá que había estado callado todo el tiempo―. Eres la chica ideal, son tal para cual.
Ahora sí tenía la aprobación de ambos y, por la cara que puso Lucía, ella también lo supo y se alegró por ello, al igual que yo.