Después de comer, se me pasaron los malestares y, aunque protesté, ninguno de los tres me hizo caso y me llevaron de todas maneras al médico a mediodía. Al llegar a la clínica, mi papá estaba esperándome. Le avisaron que no me encontraba nada bien y quiso acompañarme. Vale decir, estaban los padres de Francisco, mi papá, Marta y Francisco, todos expectantes del resultado de la visita al médico.
―¿Cómo te sientes? ―me preguntó Francisco al oído.
―Imagínate, todos están al pendiente de mí y sé que todos ellos esperan que esté embarazada, ¿y si no lo estoy?
―Si no lo estás, no pasa nada, ¿qué podría pasar?
―Es que…
―No será tu culpa, preciosa ―me tranquilizó―, yo quiero que estés bien y verte así esta mañana… No quiero volver a verte así. Si estás o no embarazada… no cambiará nada.
Me besó, era tan tierno y amoroso, que no sé si exista en el mundo otro hombre así.
Cuando me llamaron, Francisco entró conmigo a la consulta y él explicó la situación, sin mencionar que pensábamos que podría estar embarazada. El doctor inmediatamente mandó a una enfermera para hacerme algunos exámenes, los que estarían en una hora. Si quería podía esperar en el box o podía salir. Decidimos salir porque yo tenía hambre y aprovecharía de comer algo.
Nos fuimos al café de la clínica. Me sentía cohibida con tantas atenciones. Todos me trataban como si fuera una niña delicada y mimada y no estaba acostumbrada, al contrario, prefería mantener mi careta de independencia, para que nadie viera mi interior.
La mamá de Francisco estaba feliz de haber llegado “en el momento justo”, entre ella y Marta me ayudarían, como ya no tenía a mi mamá, ellas tomarían ese papel. Frida una mujer muy agradable, a pesar de parecer entrometida, no lo era, se preocupaba de mí, quería que estuviera cómoda y bien. No parecía mi suegra, al contrario, parecía mi propia madre.
Una hora más tarde estábamos sentados en el box con el doctor. Eran amigos con Francisco desde hacía muchos años, por lo que su atención era “especial.
―No me habías dicho que tenías novia, Francisco ―le reprochó en tono amable el doctor.
―No nos hemos visto, he tenido muchos asuntos que resolver, he estado medio perdido, Guillermo.
―Bueno, espero que estas sean buenas noticias ―me miró―, estás embarazada. Tienes entre 4 a 6 semanas de embarazo. Te enviaré con un ginecólogo que hará las ecografías correspondientes y por supuesto tus controles normales. Los felicito.
Yo sonreí y miré a Francisco, estaba mirando la nada.
―¿Francisco? ―Le tomé la mano.
―¿Estás… embarazada? ―preguntó como si no creyera, yo asentí, él sonrió―. Te amo, Lucía, te amo, te amo, te amo…
Me besó dulcemente. Me avergoncé y miré al doctor que hizo un gesto, seguramente, no éramos la primera pareja que reaccionaba de ese modo.
―Llévala con Román ―le indicó el doctor a Francisco, cuando dejó de besarme―, él es el mejor gineco-obstetra, estoy seguro que sólo quieres lo mejor para tu novia y madre de tu hijo.
―Por supuesto, gracias Guillermo.
―Espero que me inviten a la boda.
―Por supuesto que sí ―respondió Francisco feliz.
Cuando salimos, Francisco no podía ocultar su felicidad, así es que, sin necesidad de decir nada, todos me abrazaron, felices por ese primer nieto que vendría. Ahora sí me tratarían como si fuera inválida.
Después de pasar a un restaurant a celebrar la llegada del “primer nieto”, nos fuimos al departamento. Estábamos todos felices. Era hermoso. Ya no me parecía tan terrible estar así si era por mi bebé. ¿Cómo se llamaría? ¿Sería niña o niño? Sólo esperaba que fuera sanito o sanita y que se pareciera a su papá, con sus mismos ojos, como espejo, en los que todavía me perdía y me encontraba; en los que estaba guardada, hoy más que nunca, en esa caja de cristal, donde me tenía protegida.
―¿Pasa algo malo? ―La voz de Frida, la madre de Francisco, me sacó de mis pensamientos. Sin darme cuenta, me había quedado mirando fijamente los ojos de su hijo.
―No, no, por supuesto. Sólo pensaba…
―¿Estás cansada?
―Un poco.
―Ven, vamos a que te recuestes un rato y duermas.
Me llevó al cuarto y se acostó a mi lado.
―¿Puedo hacerte una pregunta? ―habló en voz baja y suave.
―Claro ―contesté un poco atemorizada.
―¿Qué veías en los ojos de mi hijo?
Yo la miré sorprendida. ¿Tanto se me notaba?
―Te pregunto porque… cuando yo conocí a Matías, mi esposo, lo primero que vi fue su mirada, sus ojos como espejo donde yo estaba protegida como en…
―Una caja de cristal ―terminé la oración.
Ella me miró y sonrió, parecía feliz.
―Sí, así es, todavía me pasa, me pierdo en esa mirada. Matías, al igual que mi hijo, es muy detallista, comprensivo y amoroso. Puedo decir que he sido feliz todos estos años, con nuestros problemas y discusiones, pero nunca ha habido nada grave. Recién, cuando te vi mirarlo, pensé que te pasaba lo mismo que a mí.
―Así es, señora, yo, cuando conocí a Francisco no sabía quién era, pero no podía quitarme esa mirada, esos ojos y esa voz calmada y suave. Cuando volví a verlo… ya estaba total e irremediablemente enamorada de él, en cosa de horas…
―Me alegro, eres la mujer que él merece y estoy segura que él sabrá hacerte feliz.
―Gracias ―atiné a decir.
―Y me alegro haber llegado en este momento. ―Puso su mano en mi incipiente vientre―. Espero que no te moleste, no acostumbro a ser entrometida, pero te siento tan desvalida, tan sola, no lo digo por mi hijo, pero él es hombre y ellos no entienden estas cosas, ellos se asustan y siempre se imaginan lo peor.
Yo sonreí, era cierto, estoy segura que si su mamá no hubiese estado allí… estaría vuelto loco sin saber qué hacer.
―Yo también me alegro y no me molesta, al contrario, es bueno tener una mujer al lado, una mamá siempre hace falta.
―Entonces aquí la tienes. ―Se acercó y me besó en el cabello, era muy maternal―ahora duerme un rato, necesitas descansar. ¿Quieres comer algo especial más tarde?
―No, cualquier cosa, todavía no empiezo con los antojos.
―Será mejor que empieces pronto, porque te aseguro que aquí hay muchos dispuestos a recorrer el mundo para complacer todos tus caprichos ―Me acarició el cabello para hacerme dormir.
Y me dormí, no sé en qué momento, porque “caprichos” es la última palabra que recuerdo.
● ● ●
Desde aquel día en adelante, todos estaban al pendiente de mí: de lo que quería comer, si estaba cansada, si me dolía algo… Era bonito sentirse así, querida por tanta gente, por mi familia, aunque todavía me resultaba extraño.
Frida y Marta me visitaba a diario, me ayudaban, me enseñaban las cosas que no sabía, despejaban mis dudas y temores, con ellas podía conversar de todos los cambios que se me vendrían, física y emocionalmente.
Francisco, por su parte, me llevó a conocer algunas casas para escoger la que más me gustara, con un hijo en camino, ya no podríamos seguir viviendo en el departamento. “Nuestro hijo debe tener un patio y espacio para jugar”, me decía.
No quería una casa fuera de la ciudad, porque lo primero que se le ocurrió fue uno de esas casas―hacienda que están a las afueras y son solas. No, yo quería algo más dentro de la ciudad, donde todo estuviera cerca, los vecinos, almacenes, supermercados y, especialmente, centros médicos.
Finalmente, nos decidimos por un condominio precioso, la casa era grande, estaba cerca de todo, y había mucho verde, tenía piscina, juegos… en fin, era lo que yo siempre quise para cuando tuviera una familia.
―¿Cómo te sientes? ―me preguntó Francisco después de ver nuestra nueva casa.
―Un poquito cansada ―contesté besándolo.
―¿Quieres acostarte?
―¿Irás conmigo?
―¿Quieres que vaya contigo? ―me preguntó apretándome a él.
―¿Qué crees? ―Le sonreí coqueta.
Me llevó al cuarto e hicimos el amor, me gustaba tenerlo conmigo, amarlo, sentir su piel, su cuerpo pegado al mío… y sus besos. No concebíamos hacer el amor sin besarnos, todo el tiempo, los besos eran el combustible para encender la llama del amor que nos teníamos.
―Te amo, preciosa, no sabes cuánto te amo.
―Jamás creí encontrar un amor así, desde que te vi, me enamoré de ti, de tus ojos, tu mirada, tu voz, la suavidad de tus palabras… ―Lo besé―. No creo que haya nadie parecido a ti. Eres lo mejor que me ha ocurrido.
―¿Y tú? Has sido lo mejor de mi vida, conocerte trajo a mi vida la luz que tanto necesitaba. No hay otra como tú. Sólo espero hacerte feliz el resto de mi vida.
Yo sonreí y lo volví a besar entregándome nuevamente a él, en mi vida no había nada mejor.
Por la tarde―noche llegaron los padres de Francisco, Marta y mi papá, debo decir que entre Marta y mi papá había “algo”, ojala que se decidieran y pronto formen una linda pareja. Sus miradas cargadas de significado, su sutil coquetería nos demostraban que entre ambos había química, pero ninguno era capaz de confesar sus sentimientos.
Estuvimos hasta muy tarde conversando. En esa oportunidad fue mi primer antojo.
―¿Sienten? ―pregunté―. Olor a torta de mango.
El olor era penetrante, delicioso. Se miraron unos a otros, sin comprender.
―¿No lo sienten? Está muy fuerte ―aspiré el aire―. ¡Qué rico!
No fue para más. Francisco, Héctor y Matías se levantaron con celeridad y salieron del departamento a buscar torta de mango a pesar de mis protestas y de decirles que sólo sentía el olor, no era que “necesitara” comer.
Me sentí culpable, pero Marta y Frida me decían que era normal que reaccionaran así, primer hijo y primer nieto, se me debían consentir todos los antojos.
―Pero de todas maneras, es tarde y…
―Por lo menos no está lloviendo. ―Rieron Marta y Frida.
Las miré, me gustaba estar con ellas, eran mis amigas, mis madres, mis confidentes. Sabía que con ellas todo estaría bien porque no querrían lastimarme a mí, ni a mi relación con Francisco. Siempre buscaban que estuviéramos lo mejor posible. Incluso cuando yo amanecía con mal genio o un poco enferma, siempre estaban apoyándome.
Cuando volvieron, llegaron con una enorme torta de mango, me comí un trozo de torta con muchas ganas, creo que nunca en mi vida comí algo con más ansias. Estaba exquisita.
―No debieron ir ―le susurré a Francisco, mientras comía.
―¿Y perderme este espectáculo? Tú sabes lo que te cuesta comer, antes apenas sí comías y ahora, mírate, lo haces con tantas ganas, me encanta verte así.
Lo miré y me perdí en su mirada. Siempre me pasaba. Él se acercó y me besó suavemente.
―Gracias de todas maneras, está deliciosa ―agradecí.
―Tú eres deliciosa. ―Me había ensuciado los labios con crema y él me limpió con su lengua. Quise estar a solas con él. Sonreí ante las cosas que imaginé.
―Ya vamos a quedar solos ―susurró.
Yo me reí y me puse roja.
―¿Vamos? ―dijo Frida levantándose―. Estos niños necesitan estar solos.
Yo me puse más roja todavía, sentía mi cara hervir.
Los demás imitaron a Frida y se prepararon para irse. De todas maneras era tarde, ya cerca de las doce y media.
Cuando se fueron, Francisco me tomó en sus brazos, con cuidado, como siempre y me llevó a nuestro cuarto, me puso sobre la cama y me dio un corto beso, dejándome allí sola.
Yo no me moví. Cuando regresó, traía un trozo de torta y sonreía maquiavélico.
―¿Qué vas a hacer?
―Quiero comer torta.
Se sentó a mi lado, dejó la torta en la mesita de noche y me empezó a desnudar, dándome muchos besos cortos.
―¿No querías comer torta? ―pregunté entre gemidos.
―Sí, voy a comer ―respondió mientras me besaba.
Me dejé, estar con él era lo más hermoso que podía pasar. Una vez desnuda, me miró, yo todavía me avergonzaba, pero él tomó mi cara y me besó.
―No te avergüences, recuerda lo hermosa que eres.
No dije nada, no podía hablar.
―Voy a comer de ti ―dijo untando mi cuerpo con la crema de la torta.
―¡Francisco! ―Eso me excitó mucho más de lo que quise admitir, nunca había hecho algo así.
―Te amo, preciosa, eres un dulce para mí.
Sentir su lengua saboreando la torta y mi cuerpo, fue demasiado éxtasis, era delicioso, algo que repetiría a diario. Ya lo haría yo con él. Y me dejé llevar, sin importarme nada más que sentirlo a él, sus besos recorriendo mi cuerpo y volviendo a mi boca, para besarme y decirme cuánto me amaba y lo hermoso que era hacer el amor conmigo.
Era tan perfecto. Era mimada en todos los sentidos posibles. ¿Seguiría siendo así? ¿No era demasiado perfecto para ser real?
Los días pasaban entre el amor que nos profesábamos Francisco y yo y las atenciones que nos daban nuestros padres.
Una de las tantas noches que nos juntamos con nuestros padres, Frida nos avisó que, al día siguiente, no podría ir temprano, ya que tenía una reunión con los auspiciadores de la nueva galería que ella estaba abriendo en la ciudad. Marta tampoco podría ir por la mañana, una antigua amiga la había llamado por teléfono para desayunar juntas.
Por la mañana Francisco no quería irse, quería quedarse conmigo, pero lo tranquilicé diciéndole que estaría bien.
―Lucía, preciosa, puedo quedarme contigo, no quiero que estés sola.
―Mi amor ―contesté―, no será la primera vez, tú tienes una reunión importante hoy ―le insistí y él aceptó de mala gana.
Se metió a la ducha. Yo me quedé un rato más en la cama. El celular de Francisco sonó y sin pensarlo, contesté.
―Francisco, mi amor ―dijo una mujer antes que yo pudiera hablar―, me dijiste que ibas a venir temprano, ¿por qué no has llegado?
―¿Quién habla? ―pregunté confundida.
―Lo siento… ―Y cortó.
Francisco salió del baño y me preguntó quién llamaba. Yo lo miré y los celos me consumieron. Atrapé las lágrimas que amenazaban salir de mis ojos. No lloraría por él, por lo menos no en su presencia.
―¿Qué pasa, preciosa?
―¿¡Qué pasa?! ¡Te acaba de llamar tu amante, quería saber por qué todavía no llegas a juntarte con ella! ―le grité.
―¿Qué? ―su voz seguía calmada, aunque parecía sorprendido.
―Te acaba de llamar una mujer y preguntó que por qué todavía no llegabas. Me engañas, ¿verdad?
―No, por supuesto que no, preciosa, Lucía, mi amor… ―Intentó acercarse a mí, pero no lo dejé.
―¡Mentiroso! ¡Claro, como ahora estoy engordando ya no soy lo bastante bonita! ¿Verdad?
―Preciosa…―Él seguía intentando acercarse, pero yo no lo dejaría―. ¿Cómo puedes decir eso? Yo te amo y tú lo sabes. Estás más hermosa que nunca. ―El dolor se reflejaba en su voz.
―¡No sigas! ¡Si quieres irte con otra…! No… ―Bajé la cara―. Esta es tu casa, esta misma tarde me voy.
―¡No! No puedes hacer eso, créeme, por favor, no tengo idea de quién llamaría para hacer esta broma cruel, pero te aseguro que no hay nadie más en mi vida. Tú eres la única a quien amo… Tú lo sabes.
―No quiero escucharte ―murmuré.
Él me miró por un rato, luego se acercó y, aún en contra de mis deseos, me tomó la cara entre sus manos.
―Voy a la oficina, buscaré a quien llamó, avisaré que me quedaré contigo un par de días y dejaré todo arreglado para hacerlo. No te vayas, vuelvo a mediodía. ―Me habló suavemente, igual que aquel primer día fuera del ascensor.
―Está bien ―contesté con una profunda tristeza.
Me dio un beso en la frente, repitió que me amaba y salió apresuradamente, iba enojado, estoy segura, pero yo lo estaba más. No, no estaba enojada, estaba decepcionada, triste, celosa.
Me miré en el espejo, tenía una pequeña barriga, más parecía de haber comido mucho que de estar embarazada, tal vez, ya no le gustaba. Lloré, no podía ser cierto, pero si no era así, ¿quién podría haber llamado diciendo eso?
Cerca de las once de la mañana, me llegó un mensaje de texto de Francisco:
“Te veo en el estacionamiento, no quiero subir”
Si mi corazón no hubiese estado en mi pecho, hubiera explotado por todo el cuarto de puro dolor. No eran sus palabras, no era su forma de hablarme. Debía estar muy enojado conmigo para hacerme bajar así. Seguramente, en la oficina, lo pensó mejor y prefiere quedarse con su amante, antes que conmigo.
Tomé mi cartera y bajé, atemorizada, al estacionamiento. Vi de lejos el auto blanco estacionado en el sitio de siempre. Al acercarme más, me di cuenta que era la misma marca, pero no parecía ser el mismo. No sacaba nada con ver la patente, porque no me la sabía de memoria, pero algo extraño tenía, no podía saber qué.
Sólo al estar frente a la puerta vi, con horror, que no era Francisco el que estaba allí…
Quise voltear y salir corriendo, pero el hombre que estaba dentro me tomó por la fuerza y me metió al auto, antes que pudiera siquiera gritar.
―Hola, mi amor. ―Cristian sonreía con esa sonrisa odiosa de siempre―. Por fin juntos de nuevo.