En el resto de fin de semana, Vlad no me volvió a tocar. Yo sabía que él no lo haría a menos que yo se lo pidiera expresamente. Pero no fui capaz de insinuarle que yo quería que me tocara de nuevo. Me limité a intentar masturbarme yo solita en la soledad de mi cama a altas horas de la noche, pero de nuevo llegó esa inseguridad mía de meterme los dedos. Sentí aquel dolor agudo que siempre sentía cada vez que me intentaba masturbar, aunque estuviera lubricada. No sé cómo rayos Vlad logró llegar tan lejos, hasta casi rozar el himen. Tampoco me atreví a estimular el clítoris. Nunca me he atrevido a masajearlo por más de unos cuantos segundos. Dejé de pensar en la masturbación cuando llegó el lunes, y con ello una nueva semana laboral en la que sabía que Orejuela me haría la vida imposibl