Eduardo entró con Olivia en brazos y la llevó hasta dejarla en un sillón de la habitación. Tomó una manta y la dejó caer sobre ella. - Agarrarás un resfriado, caliéntate con esto. – dijo. Ella asintió. Su mirada no era la de la mujer ruda y valiente, era más bien la de una muchacha triste. Recompuso sus fuerzas y habló. - Gracias. Con una mirada seria, Eduardo decidió sentarse junto a Olivia. - Pensé que sabias nadar. Sobre todo, por el lugar de donde vienes. Además, de tener algunos dones ocultos. Olivia dejó escapar un ligero suspiro. Hace años atrás ella era una gran nadadora e incluso salvó a aquel muchacho del campamento vacacional de ahogarse, pero el agua se convirtió en miedo cuando su madre murió ahogada al salvarla a ella. - Habrá que darte unas clases. – agregó al m