Resignado, cerró el mapa una vez más y conectó la marcha atrás del auto. Regresó unos cincuenta metros por el polvoriento camino hasta llegar a la última intersección, donde había equivocado el rumbo por enésima vez. El camino, en realidad no mucho más que un sendero bordeado de alta vegetación, atravesaba desde un par de horas antes una zona casi completamente deshabitada. Cada tanto se adivinaba entre la fronda el perfil de alguna mísera choza o alguna fracción sembrada, pero Marcelo, por razones de seguridad, vacilaba en detenerse a hacer preguntas.
Marcelo Ferrand había salido de Buenos Aires una semana atrás con rumbo a Cancún, para asistir a una reunión anual de su empresa, una consultora de negocios de origen estadounidense, en cuya área latinoamericana trabajaba el joven. La reu
