Gervasio Guerrero condujo el Mercedes Benz n***o a través de la reja comandada automáticamente dentro de la amplia explanada bordeada de jardines, y lo detuvo frente a la escalinata que llevaba a la puerta de la mansión Chehab—Cifuentes. Dos columnas corintias adornaban los costados de la puerta de nogal con pesados aldabones de bronce. El edificio, que databa de la década de 1950, era suntuoso pero no chabacano, grande pero no en exceso, funcional a pesar de contar con sesenta años debido a las numerosas reformas ejecutadas por los sucesivos propietarios.
Guerrero había recogido el automóvil en el estacionamiento del aeropuerto, cuando descendieron del avión privado que los regresó a México DF. Bajo del auto y caminó en torno al mismo para abrirla puerta de Teresa, pero la joven, poco a
