Capítulo 1: Vocación

3151 Words
Iba en un bus en medio de un atardecer, podía apreciar las montañas a la lejanía mientras el bus eléctrico avanzaba por la colina. Si volteaba un poco hacia la derecha, podía encontrar al joven observarla fijamente con sus radiantes ojos grises azulados, sonriéndole fijamente. Entonces, cuando menos lo pensó, aquel joven se levantó de su silla y se acercó al puesto vacío que se encontraba a la derecha de Jensen. Quería reprimir una sonrisa de emoción, pero se le hizo imposible; intentaba no observarlo, pero podía sentirlo: su olor, su presencia masculina que le fascinaba y el sentimiento que le transmitía. Una vez más estaban juntos, encontrándose. Había muchos lugares en aquel plano, pero ellos siempre se encontraban, tan vívidamente, tan intensamente. Cada vez se repetían aquellos sueños con más frecuencia y ella podía darse cuenta que él lograba recordarla, porque la buscaba con la mirada cada vez que entraba aquel plano. Y esta vez él se mostraba abiertamente emocionado de tenerla cerca. Se humedeció sus labios rosados antes de hablar y después inspiró hondo, pero no pronunció palabra, parecía estar calmando sus nervios producidos por la emoción primero. Aquello le produjo a Jensen una pequeña risita y después volteó a verlo fijamente a los ojos, dándose por vencida. Ya se conocían, estaba aceptando que habían comenzado una historia juntos. —Es un hermoso atardecer, ¿no te parece? —preguntó. Él pareció calmarse y un rayo de sol golpeó suavemente su piel blanca, resaltando el rubor que comenzaba a apoderarse de sus mejillas. —Sí, es una hermosa vista —respondió el muchacho. Entonces, Jensen decidió hacer la prueba de fuego, con un miedo profundo de que él no la fuera a pasar. Lo peor que podía pasar en un sueño era estar soñando con alguien que no existiera de verdad, que solo sea producto de tus fantasías más internas. Él ya le había dado señales de ser totalmente autónomo, lo había estudiado a detalle, en cada sueño en los que estuvieron juntos. Pero seguía teniendo dudas, como si todo de ella le avisara que antes de ilusionarse debía cerciorarse que todo estaba bien: existía en la vida real. Jensen acercó su mano izquierda a la mejilla del joven con lentitud, preguntándose si dejaría que hicieran contacto físico. Él sabía lo que ella intentaba hacer, porque se tensó un poco y cerró los ojos y esa fue la señal que tuvo Jensen para poder tocarlo. El rastreador de reflejos implantado en la nuca de Jensen estaba preparado para desaparecerlo si realmente era un producto engañoso que le estaba proporcionando su mente. Seguramente en la realidad terrenal el chip debía estar alumbrándose, dejando claro que la joven estaba trabajando en un sueño vívido. Eso la tranquilizaba un poco, porque los mentores nocturnos si lo veían no la molestarían por al menos una hora más. Los dos sonrieron con gratitud cuando lograron sentir el tacto del otro. Jensen no se había dado cuenta en qué momento había cerrado los ojos, pero, al abrirlos, se encontró con la grata sorpresa de ser completamente reales. Acercaron sus frentes hasta chocarlas. Se podían escuchar sus tenues risitas y las respiraciones un poco agitadas. Era la primera vez que a Jensen le agradaba el hecho de poder sentir la piel de alguien en un sueño y quería que aquellos minutos fueran eternos. No se necesitaban las palabras, bastaba con el tacto de sus pieles. Sus ojos volvieron a cerrarse y estuvieron por un largo tiempo abrazándose, inhalando sus aromas y viviendo el momento. Jensen había estado pensando en esos días en la posibilidad de haberse desesperado tanto en enamorarse que había estado recreando su tipo de hombre ideal en los sueños. Se cuestionaba el hecho de cómo podía un hombre ser tan perfecto a los ojos de otro ser humano y simplemente le creía imposible. Pero ahí estaba, pensando en qué parte del planeta estaba el cuerpo de aquel hombre, dormido; y ella con tantas ganas de entrar en aquella habitación y saltar encima de él, para así estar unidos en sus dos realidades. Ahora Jensen no sabía qué hacer, porque estaba atrapada en una situación compleja. Al ser una soñadora de rango alto, su único momento de cierta tranquilidad la tenía cuando debía dormir y no le daban ninguna misión. Cuando estaba despierta, se convertía en la profesora y decana Jensen Darmy, la famosa reconocedora de Déjá Vu. . . . —Debes dejarlo, es imposible —dijo Madeline—. Dijiste que no es un soñador, que parece ser un tipo normal, de seguro que al despertarse ni se acordará de ti.  —En eso ella tiene razón —opinó Grecor—. Hace poco leí la noticia de una mujer que viajó a miles de kilómetros para conocer a su novio de sueños en persona y cuando llegó se encontró con la noticia de que él no sabía quién era ella, encima, el hombre tenía dos hijos y llevaba diez años de casado. —Creo que soy lo suficientemente capaz como para reconocer cuándo una persona en mis sueños no se acuerda de mí —explicó Jensen mientras se recostaba al espaldar de la silla. Vio cómo Grecor se acomodaba los lentes en el puente de su nariz con un dedo, reacio a creerle—. Hablo en serio, toda mi vida he estado trabajando como soñadora, ¿no creen que tengo experiencia suficiente como para saber lo que estoy haciendo? —protestó. Sus amigos se miraron por un momento las caras, después, Madeline se acomodó en su silla y chasqueó la lengua, se acomodó su melena rubia a medio lado, lo cual era una manía que tenía cuando se preparaba para hablar y decir lo que pensaba. —Jen, te demoraste un mes para hacerle la prueba de reconocimiento, eso quiere decir que estás nublada, te daba miedo lo que pudiera pasar si él era un reflejo creado por tus deseos. Además, no es un soñador, es una persona totalmente normal, ¿cómo podrían tener una relación? ¿Cómo harían para verse en persona? Esa relación, ¿cómo funcionaría? ¿Piensas quedarte anclada en ese plano y vivir de sueños húmedos? Como soñadora sabes que debe haber una balanza entre las dos realidades, no vivir por completo en una sola. —Creo que lo mejor sería que te tomaras un descanso —aconsejó Grecor con voz un poco más tranquila a comparación de cómo hablaba Madeline—. Últimamente estuviste haciendo muchas misiones vívidas y en el día las clases… ¿Por qué no pides un descanso? Te deben dos, ¿no es así? —A una semana de los exámenes de admisión, es imposible que los directivos acepten esas vacaciones. —Jensen dejó salir un suspiro aburrido—. Este año seré quien evalúe el área de sueños profundos. —Comenzó a asomarse una sonrisita en el rostro de sus amigos, con ese brillo de anhelo—. Oh, no, saben que está prohibido que entre personal no autorizado a la sala de exámenes. —Ay, por favor, Jen, sabes que puedes hacernos pasar por relevo del decano. Por favor… —suplicó Madeline—. Siempre he querido ver esos exámenes. —Necesito ver todos esos sueños en tiempo real. Por favor, sabes que eso es otro nivel de sueños —insistió Grecor. En los sueños profundos se encontraban los deseos más profundos de las personas, por lo cual, era donde podía evaluarse el inconsciente de los aspirantes a soñadores oficiales. Agregado a ello, siempre se encontraba una peculiaridad entre los aspirantes, lo que hacía que se contaran entre los soñadores todo tipo de rumores e historias, sobre todo por los sueños húmedos, donde quedaban retratados las fantasías de quienes los tenían y por lo general terminaban sorprendiendo a los evaluadores cuando los veían. Los directivos intentaban tener mucha discreción con este examen, pero era imposible aplacar las ganas de los soñadores y siempre se terminaban colando algunos. Por más que Jensen intentara mostrarse neutral y profesional, por dentro no esperaba el momento de entrar a la habitación de examen y ver reflejado en las pantallas flotantes todos esos sueños y ver qué sorpresa podía llevarse. Nunca había podido entrar, así que lograba imaginarse todo tipo de cosas, su imaginación ya se había ido muy lejos creando escenarios.    . . . Segundo periodo del año. Seis meses antes de la prueba anual de Soñadores: Adam se encontraba frente al papel blanco. Rodó lentamente la mirada al reloj de péndulo que se encontraba en la pared blanca. Sabía que no podía evitarlo más, había llegado el momento de decidirse. Lo estuvo evitando por años y, aunque sus padres y maestros intentaron no agobiarlo con la pregunta de qué carrera tomaría al momento de graduarse, sabía que estaban esperando que se decidiera. La sola idea de saber que debía escoger un rumbo para su vida, aplicar a una universidad o academia, le generaba pánico. Su psicóloga le había dicho que era normal que se sintiera ansioso, porque era una decisión importante. En el colegio desde hace dos años atrás lo estuvieron preparando en muchas áreas para que lograra encontrarse consigo mismo. Y de cierta forma sintió una gran ayuda: el que no lo presionaran con obligaciones en alguna asignatura lo ayudó a no sentirse ansioso; el poder escoger las clases en último año lo ayudaron a enfocarse, claro que sí; además, el recibir terapia psicológica esos tres años lo ayudó a comprenderse mejor y fortalecer sus falencias. El problema ahora radicaba en dar el paso, porque todos habían estado sospechando. Y era normal, porque, aunque intentó ser precavido metiendo asignaturas de relleno como teoría del color y lenguas modernas, no se resistió en agregar ese último año “Inducción a sueños vívidos”, “Escritura creativa VI” (todos los años desde que lo dejaron matricular asignaturas incluía esa asignatura) y ni qué decir de “Filosofía y el compendio del Yo”. Dos semanas antes lo llamó su mentor y le mostró sus notas cualitativas, donde se mostraba su gran fortaleza como filósofo y escritor. Aunque no le preguntó qué iba a decidir escoger cuando se graduara, lo cual estaba prohibido preguntar para los alumnos de último año, sí que su mentor parecía estar curioso por saber por qué se había ido tanto por la rama espiritual. Aquellos últimos meses Adam estuvo demasiado introspectivo, de hecho, llegó a quedarse a dormir en los dormitorios de retiro del colegio, saliendo de su habitación solamente cuando su mentor lo llamaba para que comiera y así tener un poco de interacción social. —¿Por qué estás tan pensativo? —preguntaba su amiga Issis—. Es difícil mantenerte en esta realidad. —Intento encontrarle sentido a mi vida —respondió mientras observaba fijamente la comida frente a él—. Me pregunto… ¿por qué solamente debo escoger una vocación? —Creo que lo que pasa es que has estado demasiado del otro lado y por eso no te sientes conforme con este plano —le dijo ella con entera calma, mientras saboreaba el puré de papa en su boca—. El año pasado me pasó eso mismo con el puto arcoíris que había en el acantilado, me gustaba apreciar esa ciudad. Putos mentores, no puedo creer que me desaparecieron esa dimensión, yo necesitaba ese arcoíris; ojalá se mueran todos los mentores. —Es que estabas durmiendo demasiado —replicó Leo—. Tú eres la única que se obsesiona con un arcoíris. —¡Tú no lo viste, por eso no comprendes! Pero era genial —protestó Issis—. Nunca he vuelto a ver otro arcoíris como ese. Además, no solo era eso, sino la sensación que me daba. Y esa ciudad… Cada vez que bajaba para caminar por allí encontraba algo nuevo que me fascinaba. —Bueno, pero por lo menos el instituto te costeó después el viaje que hiciste por los países que escogiste —comentó Leo—. Date por bien servida. A mí solo me pagaron las vacaciones al Amazonas para la investigación de los prototipos renovables, y eso, porque pude ganar la presentación.   —Que no, eso no paga en lo absoluto que me prohibieran entrar a mi dimensión —insistió ella. —Alcanzaste el límite de estadía allí, tenías una obsesión, acéptalo —soltó Leo con una risita burlona. —¿Y tú qué vas a hablar? Entrando a esos sueños húmedos a cada momento —bufó la chica. —Cállate, idiota, que te van a escuchar —gruño el joven, después meditó mientras la observaba fijamente—. ¿Y tú cómo sabes eso? ¿Acaso estás visitando mis dimensiones? Como te atrape te voy a reportar con los cazadores de sueños, eh. Adam se cansó de escuchar a sus amigos y se levantó del puesto. Sus amigos hicieron silencio y lo observaron con curiosidad. —¿A dónde vas? —preguntó Issis con tono de preocupación. —Ni siquiera has tocado tu comida, Adam —adujo Leo, intentaba sonar tranquilo, pero lo delataban sus gestos forzados—. Los mentores te harán seguimiento si sigues así. Pero Adam no prestó atención y terminó marchándose a su habitación, esta vez para durar toda una semana sin querer probar comida. Le gustaba la sensación de adormecimiento que le generaba el no alimentarse, porque así su cerebro reutilizaba toda la energía acumulada de sus músculos. Cuando los mentores lo obligaron a salir de la habitación, lo llevaron a un cuarto de observación donde le quitaron los identificadores en su cuello que usaba para viajar en sus sueños. Por más que protestó, no se los regresaron; le parecía injusto, porque él pertenecía al grupo de excelencia y había cursado varios talleres para aprender a usarlos. —Adam tiene una gran habilidad para controlar sus sueños y al parecer logra tener sueños vívidos a diario —logró escuchar que les decían a sus padres. Habían dejado la puerta de la habitación entreabierta—. Sin embargo, como es natural a su edad, ha desarrollado una obsesión por estar en sus sueños. Tengo entendido que este año eligió la mayoría de sus asignaturas enfocadas al desarrollo de sus habilidades mentales y espirituales. —Sí… Pero creímos que era algo positivo para su desarrollo. Adam siempre ha sido un joven muy inclinado al arte, así que lo vimos muy normal que se fuera por esa rama —explicó su madre con voz preocupada. —¿Nunca pensaron en inscribirlo en una academia de soñadores? —preguntó el doctor. —Bueno… es que no queríamos ser de esos padres que obligan a sus hijos, ¿sabe? —explicó su padre—. Adam de pequeño era un niño muy curioso y no solo se enfocaba en el arte, era imaginativo, pero no se enfocaba en una sola cosa. Pensamos que, si terminaría siendo un soñador nato, de grande mostraría su don. —¿Cree que hicimos mal? —preguntó la señora con cierto tono de sollozo en su voz. —No, no hicieron mal. Es solo que Adam en este momento parece que no sabe cómo controlar el nivel mental que está teniendo. Sin duda, en este momento, donde Adam desea tanto aprender a controlarse, le habría venido muy bien la ayuda de soñadores especializados. El colegio, por más que ayude y asesore a su hijo, tiene ciertas limitaciones, como el explicarle a su hijo que es un soñador puro; ya saben, los estudiantes son quienes deben elegir qué especialidad para sus vidas y no verse forzados por factores externos. —Pero, ¿y qué pasaría si Adam no es capaz de decidirse y decide enfocarse a otra cosa? —preguntó la mujer. —Normalmente eso no ocurre, señora, así que puede estar tranquila. Únicamente les estoy comentando que habría sido de mucha ayuda que soñadores natos estuvieran en este momento asesorando a su hijo. De esa forma Adam no estaría en la situación en la que se encuentra actualmente. Él se siente perdido, está pasando por una crisis existencial bastante aguda.   Adam entendió que el doctor había dejado la puerta entreabierta a propósito, ya que era su única forma de darle a entender qué era lo que le estaba sucediendo y las raíces de sus males. No es como si él anteriormente no se hubiera dado cuenta, por dentro siempre supo la razón para que se sintiera con tanta inconformidad consigo mismo y la realidad terrenal. Pero el escuchar las palabras del doctor se lo hicieron demasiado real y le produjo un gran miedo. Era un soñador. . . . —¿Qué pusiste al final? —preguntó Issis al salir del salón de clases. Su amiga dada pequeños saltos como si fuera una niña pequeña, aunque a ella le quedaba: todo en el cuerpo de Issis era tierno, así que el comportarse como una pequeña era demasiado natural en ella. —Yo me fui por Ingeniería Interdimensional —dijo Leo y pasó una mano por su cabello afro, mostrando un rostro de orgullo. Esa ingeniería era una de las carreras más difíciles que existían y no cualquiera lograba pasar de primer semestre. —Ah, ya deja de alardear —refunfuñó Issis. —¿Y al final te fuiste por hacer el examen de soñadora? —preguntó Adam a su amiga. —Obvio —respondió ella y echó un mechón de cabello rojizo detrás de su oreja con cierta timidez—. No sé si logre ser admitida, pero pondré todo mi esfuerzo en ello… Ay, si lograra pasar a la división de cazadores de sueños —suspiró. —Lo que quieres cazar es ese puto arcoíris —se burló Leo. —¡Que pares con eso! —gruñó la joven y le dio un bolsazo a su amigo en la cabeza.  . . . —Adam, Adam —llamaba Issis a su amigo. El joven dormitaba, cansado de estar en una fiesta que no le provocaba ninguna emoción. Todos celebraban que habían pasado su solicitud para las carreras que habían escogido. Ya podían relajarse y esperar el día de la graduación. —Dejaste el papel en blanco, ¿verdad? —más que pregunta, Issis hizo una afirmación. Adam abrió los ojos y observó fijamente a su amiga. De fondo se escuchaba la música y podían sentir la vibración del piso debajo de sus pies. El dejar un papel en blanco era símbolo que había escogido ser Soñador, ya que el proceso de admisión para ser Soñador era totalmente diferente a lo habitual. —Sí —respondió Adam—. Es evidente, ¿no? —Desplegó una sonrisita. —Sí, has traído un rostro de muerto estos meses… —chistó la jovencita y después soltó una carcajada—. ¿Estudiamos juntos para los exámenes? Los ojos de Adam se iluminaron. —Oh, sí, sería muy bueno. 
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