Rencuentro
Ryan
La mandíbula me tintinea con los pensamientos conflictivos que me atraviesan de golpe al recordar a la persona que no debo. Sin embargo, es inevitable no hacerlo porque mi mente insiste en ser una maldita masoquista que le gusta revivir la figura de cierta mujer que jamás debí probar.
Esa mujer que tuve por una noche pero que jamás fue mía.
Han pasado dos años exactamente desde lo que ocurrió en la despedida de soltero de mi hermano, dos malditos años en los que he vivido martirizado por lo que hice y también por lo que no hice, y no hay un día en el que no me arrepienta de ello.
Vivo sumergido en las culpas y las fantasías prohibidas que no se como arrancarme de la cabeza.
No entiendo como no preví las consecuencias que desencadenaría el follarme a una completa desconocida aquella noche, cabe aclarar que no estaba en mis cinco sentidos, no sabía qué diablos estaba haciendo. Aunque no sé si eso me justifica o me exonera de cualquier culpa. Tampoco entiendo porque tengo que recordarlo todo con lujo de detalle.
Estuvo mal y probablemente iré al infierno por eso y por los demás pecados que alberga mi alma. No debí hacerlo. Pero aún así, lo hice y lo peor es que si tuviera la oportunidad, también lo volvería a hacer.
Le volvería a fallar a mi hermano.
Porque su mujer es la única persona a la que no puedo desear y por la que estoy loco por volver a probar.
Pensé que el tiempo se encargaría de borrar cada recuerdo de ella sembrado en mi memoria, que de alguna forma sanaría cada rincón que ella tocó y quemó con sus besos, que me desharía de su dulce sabor a durazno, que no resistiría su aroma, que en verdad podría olvidarla.
Pero el tiempo no borró nada.
El tiempo no me curó de ella.
Inclusive, hay días en los cuales la siento más fuerte que antes, la siento penetrada en mi piel, en cada respiro que doy, en cada bocanada que tomo, en cada resoplido que le regalo al viento para disipar la melancolía que comienza a abrumarme cuando recuerdo la razón por la que me prometí no volver a estar con ninguna mujer. No después de ella. Pero fue imposible porque la tengo metida en mis huesos.
A esa mujer la tengo atravesada en el cuerpo y no entiendo porque la vida se ensaña conmigo de esta forma.
Creí que nunca me volvería a sentir de esta forma, que jamás tendría esta necesidad de estar con alguien mas que no fuese ella pero mi corazón no pudo evitar descongelarse capa por capa cuando uní mis labios con los de ella, despertando todas esas sensaciones aplastantes que juré estaban muertas pero me equivoqué y todo se fue a la mierda en el momento en que descubrí quién era y a quién pertenecía.
Siempre termino haciendo las cosas mal, rompo mis promesas, hiero a las personas que no lo merecen y tarde o temprano, la vida me pasará factura.
Con un largo suspiro alejo esos pensamientos y culpas, deseando no sentir tanta impotencia por los sentimientos que me asaltan sin mi permiso. Me remuevo en la silla, incómodo por estar aquí, y reparo con cierto desinterés el restaurante en el que estoy gracias a la insistencia de Connor.
Es muy elegante, cada accesorio situado en las paredes lo delata, la decoración es demasiado apropiada y extravagante, no es agradable pero no esperaba menos de mis padres, que se empeñan en mantener las apariencias ante la sociedad, a pesar de que la fachada de una familia perfecta fue destruida hace ocho años por mi culpa.
Y hasta parece que al pensar en ellos los invoco, mis ojos divisan al camarero que se acerca a la mesa, guiando a esas dos personas que conozco a la perfección, las dos personas que me arruinaron la vida y que no pasan desapercibido por más que quisiera. Mis queridísimos padres, nótese el sarcasmo.
Mi madre viste un hermoso vestido n***o, demasiado formal para la ocasión, un maquillaje delicado, la misma sonrisa fría, y el peinado intacto. Por otro lado, mi mi padre lleva un elegante traje n***o y un reloj en la mano izquierda que puedo asegurar es más caro que el auto que manejo, ambos quieren aparentar lo que no son.
Porque ni llevar la ropa más elegante ni la marca más cara oculta lo podridos que ambos están por dentro.
Les encanta que la gente los engrandezca cuando lo único que se merecen es pagar por lo que han hecho.
Cuando llegan a la mesa donde me encuentro, ambos fingen una sonrisa y me saludan con la cabeza para después tomar asiento frente a mí. La expresión de desdén en sus caras delatan sus sentimientos hacia mi persona porque sé que no quieren estar aquí, pero Connor sí y, a estas alturas de la partida, sé que prefieren suicidarse antes que quedar mal con mi hermanito.
Dejo escapar un suspiro de resignación, deseando estar en cualquier otro sitio menos aquí, en especial con ellos. Las dos personas que repudio con todo mi ser. Las dos personas que me arrebataron la felicidad y se han encargado de destruir mi vida desde entonces.
En un intento de escapar de mi jodida realidad, decido concentrar mi atención en el ventanal de cristal que me permite ver los abundantes granizos de nieve que empiezan a adornar las calles de Nueva York al ser invierno. La nieve espesa y cristalina comienza a aferrarse a las aceras y a las hojas de los árboles. Es una hermosa vista, lástima que tenga que presenciarla junto a ellos.
Las Navidades solían ser mi época favorita del año, pero han perdido toda la magia y cuando el calendario anuncia su llegada, sólo quiero hundirme en lo más profundo de mi mente para no recordar la razón por la que ya no son lo mismo que antes.
Mis dedos tiemblan sobre la mesa, los muevo con suavidad y a un ritmo sistematizado, sintiendo una corriente eléctrica que me hace estremecer hasta la médula. Estoy nervioso y no es por la presencia de mis padres, sino por la mujer que está a punto de llegar. La mujer que me muero por volver a ver, aunque me diga lo contrario, porque me niego a aceptar que este sentimiento se pueda procrear dos veces.
El camarero toma nuestras bebidas y sale disparado con la mirada mortal que le dirige mi madre cuando le dicen que no tienen la bebida que ella desea.
—Hijo, dos años sin saber de ti —enseguida comenta mi madre con un tono despectivo, gélido, que me recuerda por qué decidí sacarlos de mi vida—, no te has comunicado con nosotros.
> Pero sé que está hablando de nuestro breve reencuentro en la despedida de soltero de mi hermano.
Suelto una risa sarcástica al sentir la tensión que emana mi cuerpo. Mi padre aprieta la mandíbula mientras me mira con un odio que no termino de comprender.
—No sabía que ustedes se preocupaban o siquiera se interesarán por mí —siseo, dirigiéndoles una mirada cargada de recelo y tengo que hacer hasta el último intento para no explotar contra ellos—, de haberlo sabido antes, créanme que les hubiese escrito una carta cada fin de semana.
Tuercen el gesto gracias al sarcasmo impreso en mis palabras. Pero no entiendo que esperan de mí cuando saben que tienen mi odio así mismo como yo tengo el suyo. No me interesa tener una relación con ellos y estoy seguro cómo el infierno que ellos me quieren lo más lejos posible de sus vidas.
—Ryan, no empieces —advierte mi padre, con un tono autoritario, tratando de imponer su voluntad sobre mi como lo hizo tantas veces en el pasado—, sabes que tú eres el único responsable de lo qué pasó. Fue culpa tuya.
> las palabras que me sigo repitiendo desde hace ocho años porque aunque duela, sé que es la verdad. Fue mi maldita culpa y no hay día que no me lo diga.
Pongo los ojos en blanco cuando los recuerdos que me ahogan a diario quieren volver a resurgir, no tengo ganas de empezar una discusión porque no tiene sentido discutir lo indiscutible. Mis padres nunca cambiarían su manera de pensar y yo estoy cansado de luchar contra la marea que solo me hunde en lo más profundo y me hace saber que ellos tienen razón al culparme, soy el único responsable de lo sucedido.
—Sólo regresé por Connor, no piensen que es por ustedes. Le prometí que estaría aquí para esta Navidad —esclarezco siendo más grotesco—, y cumpliré mi promesa así que evitemos las discusiones y tratemos de fingir que nos soportamos, al menos por un par de días.
Mi madre me observa con irritación, sus gestos muestran su enfado. Mi padre sólo se limita negar, enojado, ya que no le gusta la idea de que permanezca en Nueva York por más tiempo de lo debido. Siempre se asegura que me vaya lejos. Quieren mantenerme oculto de la prensa y de todos los medios de comunicación. Aunque pudieron conseguir borrarme de sus vidas y la de los demás de su círculo social, no quieren que se creen más rumores sobre su hijo mayor, que resultó ser una completa decepción para la gran familia Holland.
—No es necesario que estés con nosotros para la víspera de navidad —espeta mi madre sin molestarse en verme a los ojos, su rostro inexpresivo como siempre—, no lo has hecho por ocho años, no pasará nada si no lo haces este año. Estoy seguro que Connor lo entenderá. Mi hijo es un hombre muy comprensivo.
Mi corazón se encoge con la sensación agridulce que me sacude el pecho, mantengo la misma expresión impenetrable y nos le dejo ver que su comentario ha surtido algún efecto, porque ya no debería. No después de lo que hicieron.
—Tú madre tiene razón, no queremos que te quedes aquí hasta Navidad. En cuanto llegue tu hermano le inventas cualquier cosa y haces lo que mejor sabes hacer; huir como un cobarde.
La furia me nubla la razón, me hierve la sangre con los recuerdos hirientes del pasado y mis ganas de golpearlo se avivan con cada palabra que sale de su maldita boca.
—¡Si me fui de aquí fue por tú culpa! —exploto en el momento en que estrello el puño contra la mesa, atrayendo la atención de los demás comensales, quienes se encuentran observando la escena con intriga.
Mi madre jadea sorprendida y mi padre no tarda en aniquilarme con la mirada.
—Compórtate como lo que eres, Ryan, deja estos escándalos que no ganas nada —replica ese hombre a quien no reconozco, por más que yo sea su viva imagen; el rencor palpable en su voz—. No nos importa revivir el pasado, lo hecho, hecho está.
Me trago el maldito coraje que me ahoga por dentro y le regalo una mirada llena de odio a ambos porque todavía me lastima que no se den cuenta del daño que me han hecho. O tal vez si lo hacen y no les importa. Jamás les he importado, debería aceptarlo a estas alturas.
Estoy a punto de levantarme de la mesa y marcharme, no tiene ningún caso seguir discutiendo con ellos, después le inventaré algo a Connor. Él sabrá la razón. Pero eso no sucede, me quedo postrado en mi asiento, completamente inmóvil, cuando una mujer entra al restaurante sonriéndole a todo mundo como si los conociera, tan despreocupada, tan feliz, tan libre y tan jodidamente hermosa.
Mi mundo se pone de cabeza por segunda vez, cada una de mis extremidades se ponen rígidas y la respiración se me queda atascada en el tórax cuando reconozco esos benditos ojos que han sido protagonistas de cada una de mis fantasías los dos últimos años.
Mi cuerpo se sacude con emoción que tengo que cerrar los ojos por todas las sensaciones que me atraviesan de golpe.
Sabía perfectamente que la volvería a ver, tal vez por esa razón accedí a venir después de lo sucedido, pero jamás imaginé que ella seguiría provocando todo esto.
La belleza caótica que porta me deja sin aliento, el pelo largo color chocolate le roza por arriba de las caderas, el flequillo que resalta sus ojos grises, la nariz respingada, sus labios rojos y carnosos, los lindos hoyuelos que le marcan su sonrisa, su figura esbelta, suave e hipnotizante, las piernas largas, su piel ligeramente bronceada.
El recuerdo que tengo de ella grabado en mi memoria no le hace justicia a la mujer que ven mis ojos en este preciso instante. El vestido informal floreado con tirantes que lleva puesto resalta sus atributos, pero es la confianza en sí misma al momento de caminar, contoneando las caderas, la que hace que todas las miradas inevitablemente se posen en ella y que no puedan dejar de verla.
Dios mío.
Mi boca se seca con la oleada de calor que me recorre y me toca respirar profundamente para calmar mis terribles ganas de salir de aquí y llevármela conmigo, solo para tenerla junto a mí una vez más, porque he vivido en un maldito tormento, imaginando que es mi hermano quien comparte cada noche con ella cuando yo deseo ser el hombre que la haga suya.
Cuando llega a la mesa contengo la respiración, sus ojos fisgones se encuentran con los míos y me miran con extremada curiosidad y expectación, ladeando la cabeza suavemente.
Estrecha la mirada mientras me inspecciona con detenimiento, se muerde el labio inferior y deja escapar un leve suspiro que hace que mi sangre hierva de emoción.
Lo intento pero no lo consigo, mi polla palpita dentro vaqueros haciendo que mi cara arda de vergüenza, siseo entre dientes mientras acomodo el puto bulto con la mano y finjo una media sonrisa para que nadie lo note.
Desvía la mirada después de unos segundos, se centra en mis padres que la desaprueban con una mirada por su elección de vestimenta, aunque por fin siento que puedo respirar, pero sigo deseando que su atención sea sólo para mí.
—Buenas tardes señor y señora Holland —los saluda con cortesía, pero no les brinda una sonrisa y eso me sorprende gratamente.
Siento unas terribles ganas de descubrir todo de ella. No quiero perderme ningún detalle.
—Buenas tardes, Ada. —dicen al unísono. Su tono no advierte ningún ápice de amabilidad—, pensamos que era una reunión familiar —comenta mi madre haciéndome rodar los ojos, fastidiado.
Ella asiente con la cabeza, un tanto incómoda y posa su concentración en mí nuevamente. Esta vez me sonríe de verdad, con calidez mientras me extiende la mano, entornando la mirada.
—Tú debes ser Ryan, ¿verdad? —asegura esbozando una sonrisa enorme que me recuerda tanto a...—, mucho gusto, Ada Holland.
Me aseguro de que mi problemita se haya bajado, o al menos disimulado y me levanto de mi asiento parar corresponder, le sonrío ansioso y en el momento en que estrecho mi mano con la suya el mundo desaparece por completo, no hay nadie a nuestro alrededor, porque estoy de vuelta en esa habitación en la que la hice mía en todos los sentidos posibles.
En esa habitación en la que se entregó a mí por su propia voluntad y que, por obras del destino, ahora ya no recuerda.
Una corriente eléctrica me golpea, disipando la tristeza que quiere resurgir, y sé que ella puede sentirlo porque aparta su mano como si mi toque le quemara mientras me mira escépticamente. Con los labios entreabiertos.
—Mucho gusto, Ada —saboreo su nombre en mi paladar, absorbiendo todo de ella y la veo pasar saliva—, Ryan Holland, tú cuñado. Un verdadero placer conocerte.
Le sonrío con diversión, conteniendo un resoplido que fácilmente podría delatar el desorden que llevo por dentro desde que ella despertó y se olvidó de mí.
Vuelvo a mi asiento, me recargo en el respaldo de la silla y apoyo los codos en la mesa. Ella hace lo mismo, sin dejar de verme, me repara de arriba a abajo, se muerde el labio de vez en cuando y hago mi mejor intento por contener las ganas de llevármela de aquí y follarla de nuevo hasta que recuerde que soy yo el hombre que la hizo gemir en esa habitación y no Connor.
Maldita sea, Ryan. Deja de pensar estupideces.
Me reprimo a mi mismo por enésima vez, sin embargo, ni siquiera eso alivia la erección que vuelve a crecer de solo verla conversando con mis padres porque tengo presente lo que es besar sus suaves labios, tenerla debajo de mí gimiendo y pidiendo que la embista más fuerte. Estoy jodidamente excitado, y tengo que ocultarlo.
Por eso, cuando llega Connor a la mesa minutos después, no me pongo de pie como lo hice con Ada porque se perfectamente que se dará cuenta de que ver al pecado que tiene por esposa me ha puesto más duro que una puta roca.