Una simple confusión
Ada
No entiendo la razón por la cual mi corazón martillea con tanta fuerza que por un momento creo estar sufriendo un infarto, estoy agitada. Siento mi piel ardiendo con ese deseo que me sube por la espina dorsal y termina en la parte baja de mi vientre.
Tengo que obligarme a tomar una bocanada de aire, en serio lo hago pero fallo, mi boca se seca con solo mirarlo, todo lo que siento es demasiado y me cuesta recuperar el aliento.
> me repito a mí misma, sonando desesperada.
Simplemente no entiendo porque siento esta emoción que me sacude hasta la última fibra del cuerpo. Se me contraen las extremidades con esa corriente lujuriosa que me palpita en la piel. Lo observo fijo, la mirada puesta específicamente en sus labios entreabiertos y no hago más que pasar saliva por las imágenes obscenas que proyecta mi mente.
Son detalladas, explícitas, que por un momento dudo de que solo sean simples fantasías, no me convenzo que crear algo tan complejo pueda ser demasiado sencillo y en cuestión de segundos, ya que estás fantasías son esclarecidas en su completa totalidad.
Las imágenes sin censura que mi mente proyecta me dejan con el aire atascado en los pulmones, tengo que apretar los muslos con fuerza para no sentir el cosquilleo que me moja las bragas de una manera indebida y hace que quiera morir de vergüenza con el calor que sube a mis mejillas.
La cara me arde, puedo asegurar que mis mejillas han adquirido un tono carmesí que fácil me delata los pensamientos sucios.
Él no ha dejado de repararme desde el momento en que llegué, lo tengo muy presente porque inexplicablemente me encuentro haciendo lo mismo, debería decirle que deje de hacerlo porque siento que voy a desmayarme por la jodida intensidad de nuestras miradas, pero me quedo callada. Mi pulso se acelera sin contención alguna, mis piernas tiemblan con los espasmos que resurgen sin dar aviso y apuesto que si estuviera de pie, el suelo sería demasiado cómodo.
No es nada de lo que imaginaba, es completamente diferente a mi esposo, podría jurar que ni siquiera parecen hermanos, salvo por los ojos azules que ambos poseen, aunque los de Ryan son de un tono más sutil, demasiado claro, parecidos al hielo; penetrantes, que consumen, me congelan y me siento cohibida como nunca me he sentido con nadie en mi vida.
Este hombre parece sacado de una película de motociclistas de los ochenta, tiene el cabello de un tono n***o azabache; largo y alborotado, que va a juego con la chaqueta de cuero que le ciñe los bíceps. Algunos mechones rebeldes le obstruyen la vista y contrastan con su piel pálida, pero es perfecto. Sus pómulos están ligeramente marcados, tiene la mandíbula contorneada, una barba incipiente que resalta la línea de su quijada, cejas pobladas, los labios de tamaño normal, la sonrisa más hermosa que he visto nunca.
No entiendo porque me encuentro inspeccionándolo en su totalidad cuando ni siquiera debería importarme su aspecto.
Pero me importa porque tiene un efecto en mí y entre más miro esos ojos color hielo, más tengo esa sensación de que ya los he visto antes, de alguna extraña y retorcida forma, siento que lo conozco. Este no es nuestro primer encuentro cómo me quiero hacer creer, mi cuerpo lo presiente, mi piel lo grita, mi corazón palpita arreciado y mis dedos luchan por tocarlo, aunque no debo.
No puedo.
La temperatura de mi cuerpo me obliga a apartar la mirada y a intentar regular mi respiración porque no puedo sentir esto por una persona que no sea mi esposo, que se encuentra a mi lado conversando con su hermano, prácticamente ignorando a sus padres. Quienes no hacen más que rodar los ojos cuando Ryan comenta algo de su vida, parece que no les importa y no entiendo porque me hace sentir mal el hecho de que mi cuñado pueda sentirse apartado de la familia.
Inhalo un profundo respiro, paso saliva por varias veces que pierdo la cuenta, por debajo de la mesa tomo la mano de mi esposo y la entrelazo con la mía. Él me mira de reojo y sonríe al darse cuenta de lo que hago, sin saber que estoy aferrándome a él porque su queridísimo hermano me provoca cosas que jamás he sentido con él y el solo pensamiento me hace querer morir de la culpa.
Connor se inclina hacía mí, cerca de mi oído, acaricia el lóbulo de mi oreja con su nariz y no siento ni la mitad a comparación de su hermano.
—Estas preciosa, mi amor —me susurra al oído—, siempre lo estás.
Ajusto mi agarre, lo sostengo con fuerza mientras me repito a mi misma que amo a Connor porque quiero reconfortar nuestra unión y asegurarme de que mi corazón no se está acelerando por la única persona que no debe.
—Te extrañé en la mañana, no estabas cuando desperté —hago un mohín y me sonríe ampliamente.
—Yo también te extrañé... —su voz adquiere una nota ronca y me lanza una mirada lasciva, bajando a mi pronunciado escote.
La sangre sube a mis mejillas cuando leo sus intenciones, le sonrío, absteniéndome de decir algo más porque no siento que necesite hacerlo.
Me acaricia la mano con la yema de los dedos y suelto un suspiro que se ve interrumpido por un carraspeo de parte de mi cuñado, quien nos observa fijamente, sin perder ningún mínimo detalle de lo que hacemos.
Pero esta vez tiene una expresión diferente, una que me grita celos y posesión, los rasgos de su rostro se endurecen hasta el punto en que pienso que romperá su piel. Aprieta la mandíbula soltando un gruñido apenas audible, que captan mis oídos y ajusta el agarre de la copa que tiene en las manos llenas de esa tinta que me cala más de lo que debería.
Mueve el líquido tinto que yace dentro del cristal, agitando la copa de manera sutil. No deja de mirarme, como si estuviera aspirando todo de mí y deleitándose con lo que encuentra, eso no me gusta, porque aunque no me lo diga, tengo el presentimiento de que esta no es la primera vez que nos vemos.
Y por más que obligo a mi mente a recordar, no puedo. Todo está en blanco. Mi memoria está vacía. No hay recuerdos de él, no hay nada que nos una, pero por la manera en que me mira, cómo si me recriminara de algo, sé que él tiene muy presente quién soy yo.
Mi queridísima suegra carraspea atrayendo la atención de sus hijos, y hasta la mía.
—Será mejor que nos retiremos, hijo. La tarde no ha sido tan agradable, recibimos sorpresas que no queríamos recibir —se dirige a Connor, ignorando por completo a Ryan.
Él pone los ojos en blanco, resoplando mientras se encoge de hombros cómo si se le resbalaran las palabras hirientes de su madre.
—Mamá... —mi esposo advierte en un tono serio, porque no le gusta que su madre se exprese de esa manera y a mi tampoco.
El matrimonio Holland se levanta de la mesa, Connor los imita, planta un beso en la mejilla de su madre y solo le estrecha la mano a su padre. Ryan no se inmuta, sigue concentrado en mí y toma un sorbo de su copa, despreocupado.
Yo me despido con un simple gesto de cabeza, no puedo dejar de reparar a mi cuñado, que me mira con ese aire cálido que me derrite. Posa toda su atención sobre mí, me hace sentir como si yo fuese la única persona que le importara en ese restaurante.
Él me hace sentir especial.
Porque siento que solo somos él y yo. Es imposible no sentir que el mundo a nuestro alrededor desaparece y solo me quedo a su lado, con la respiración agitada y el corazón hecho un lío.
No deja de latir con una intensidad desbordante que me pone a temblar las manos. No quiero sentir esto, al menos no por él, Ryan es el hombre más prohibido sobre la faz de la tierra por el mero hecho de ser el hermano de mi esposo.
Pero tener la certeza de eso ni siquiera evita que mi mente viaje a lugares donde él sí es el hombre que sueño todas las noches. El hombre de mis fantasías y mi cuñado, muy a mí pesar.
*******
La tarde transcurre con mi esposo entablando una larga y amena conversación con mi cuñado. Ambos hablan entretenidos, de vez en cuando comparten sonrisas y bromas que se quedan en el aire ya que mi corazón no deja de acelerarse cada vez que Ryan sonríe, mostrando la hermosa alineación de sus dientes.
No puedo dejar de mirarlo y precisamente por eso, me abstengo de hacer algún comentario o tan siquiera interferir en su plática, temo hacer algo que me ponga en evidencia.
Me enderezo sobre la silla por enésima vez, sintiendo que la humedad en mi entrepierna me comienza a fastidiar, estoy comenzando a excitarme porque no mi mente no ha dejado de recopilar todos los sueños mojados que he tenido y ahora ese hombre si tiene un rostro y es el de Ryan.
Joder, no debería pensar así. Estoy fuera de mí. Estoy perdiendo la cabeza por un simple deseo que desencadenó la atracción que emana. Sí, tiene que ser eso.
Sin poder aguantarlo más, ahogo un chillido de frustración al tiempo que me levanto de la mesa y enfoco la mirada en ambos, quienes no pierden detalle de lo que hago.
—Necesito usar el tocador —me excuso y no espero a recibir una respuesta de su parte.
Me encamino en busca de un jodido baño, tengo que limpiar esa humedad que me empapa las bragas y me hace estremecer cada vez que recuerdo quien es el responsable de aquello. Tras unos minutos de búsqueda exhaustiva encuentro lo que quiero y me introduzco en este.
El lugar es realmente espacioso, el piso blanco delata la elegancia, cuenta con cuatro baños ostentosos que tienen una puerta de madera como división, entro al primero y cojo una buena tajada de papel sanitario, me subo el vestido a la altura de mi cintura, me bajo las bragas que se encuentran mojadas, mis mejillas se encienden sin remedio y me toca respirar hondo para llevar aire a mis pulmones.
Alejo los pensamientos prohibidos que buscan rebrotar y limpio mis pliegues con suma delicadeza. Al cabo de unos minutos salgo del baño, me acerco al lavabo y enciendo la llave, enjuago mis manos, me mojo las mejillas suavemente, permitiéndole a estas relajarse con las pequeñas gotas de agua fría que me calman y ayudan a bajar la temperatura de mi cuerpo.
Observo mi voluptuosa figura en el espejo, me retoco el maquillaje y arreglo las hebras de cabello sueltas. Vuelvo a repetir el proceso nuevamente, asegurándome que todo esté en orden porque sorpresivamente hoy, me interesa lucir bien.
Sin más, avanzo hacia la salida del baño repitiéndome que debo mantener la cordura. No obstante, el pensamiento se desvanece en cuanto salgo y me encuentro a la única persona que no quiero tener cerca. Al menos, no en este momento porque siento que mi corazón late desbocado y que mi cuerpo se enciende en un fuego que me obliga a apartar la mirada de él.
—¿Todo bien? —pregunta con la voz rasposa, que no me ayuda en nada—, venía a asegurarme si todo estaba en orden, te demoraste un poco.
Se cruza de brazos, me mira fijamente y mi boca se seca. No puedo formar una oración con coherencia.
—Si..., todo bien —me muerdo el labio, indecisa, y busco a su hermano con la mirada—, ¿por qué no vino Connor? ¿Pasa algo? —frunzo el ceño, extrañada al no ver a mi esposo en su lugar.
Ryan no tenía porqué venir en lugar de su hermano a revisar si todo estaba en orden, es totalmente innecesario y no me gusta la sensación burbujeante que se aglomera en mi pecho. Puedo ver el brillo de decepción y algo parecido al enojo en sus ojos, pero aún así, me sonríe con amabilidad.
—Iba a venir por ti para irse pero recibió una llamada hace apenas unos minutos, parecía urgente y me ofrecí a llevarte a casa —suelta sin dejar de verme fijamente—, espero no lo tomes cómo un atrevimiento.
Lo miro detenidamente, mis ojos rebuscan en los suyos, quiero encontrar una razón por la cuál mi corazón no deja de latir desbocado.
No me sorprende que Connor tenga que salir corriendo cada vez que recibe una llamada de su trabajo, no es la primera vez y tampoco será la última, ser el gobernador de New York es un trabajo demandante que exige la mayor parte de su tiempo y atención. Lo resiento pero no puedo quejarme porque mi esposo ama su trabajo y yo lo amo a él.
—Oh, entiendo —murmuro tratando de ocultar mi tristeza—, ¿nos vamos? —increpo al ver que no deja de repararme.
Él asiente, menea la cabeza y sale de un trance del cuál estoy ajena.
No preveo el simple toque en mi espalda al momento de empezar a salir del restaurante y por la misma razón me tenso de pies a cabeza, contengo el aire dentro de mis pulmones tratando de encontrar un soporte. Mi cuerpo se estremece con cada paso que doy y no puedo evitar suspirar con el roce de su mano, que me quema y vuelve a mojar mis bragas de una manera que me apena.
Soy una mujer felizmente casada y debo de comportarme como tal, debo recordar mis votos matrimoniales y preservar la cordura que nunca he tenido, eso me sigue repitiendo mi subconsciente pero todo se va al caño cuando su mano desciende a la curva de mi cintura, vuelve la mirada hacia mí y me sonríe de una manera linda y con ese toque de malicia en los ojos que me hace resoplar atareada.
No entiendo como quitarme la sensación avasalladora que me grita su nombre.
El aliento se me escapa de los labios, vislumbro el brillo de contención en sus orbes y cuando me concentro en su boca, noto ese cosquilleo en las yemas de mis dedos, el cual arrecia mi ritmo cardíaco, haciendo que pierda mi racionalidad y quiera... Maldición, esto será más difícil de lo que pensaba.
Después de media hora de viaje arribamos al penthouse y tratando de ser amable, lo invito a pasar. Connor y yo acordamos hace unos días que Ryan se quedaría con nosotros hasta Navidad. No me supone un problema así que acepté, pero ahora comienzo a cuestionar mi decisión.
Él me mira con los ojos entornados en mi dirección y acepta dudoso. Nos quedamos en el interior de mi hogar, suelto un bostezo y el sonríe al darse cuenta de que efectivamente tengo sueño. Pero se me hace de mala educación dejarlo a solas.
—Puedes ir a descansar —musita con una suavidad que me hace estremecer—, yo estaré aquí cuando despiertes. Le prometí a Connor que cuidaría de ti —se encoge de hombros y termino sonriéndole porque me gusta la aura que transmite, no me hace sentir incómoda, al contrario, es sumamente relajante.
—Gracias, te quedas en tu casa. Hay más comida en el refrigerador por si te da hambre y los vasos están en la alacena del rincón —explico brevemente mientras le muestro con señas dónde están las cosas, él se limita a asentir—, tú habitación estará en la primera planta...
—No creo que eso sea necesario, me estaré quedando en el auto —interviene dando por terminando mi pequeño tour—, sólo hasta que llegue Connor —añade enseguida.
Me quedo atónita y niego rápidamente.
—De eso nada, hay demasiado espacio aquí y si no te sientes cómodo en las habitaciones de huéspedes que preparamos, puedes recostarte en el sofá —le señalo el lugar—, además, creo que será más cómodo para ti que estar en un auto y así no me preocuparé por que sufras un dolor de cuello.
Hablo tan rápido que cuando termino y lo atrapo mirándome fijamente, me avergüenzo. Aunque mis palabras sólo lo hacen sonreír. Su sonrisa es bonita. Tan bonita que podría jurar...Dios que estoy diciendo.
—Gracias, Ada —me llama por mi nombre y algo dentro de mí se remueve. Mi única opción es sonreírle por igual—, fue un placer conocerte.
Mis mejillas se sonrojan sin fundamento alguno y paso saliva, nerviosa de todo las reacciones de mi cuerpo.
—Puedo decir lo mismo de ti, Ryan, aunque desde que te vi en el restaurante tengo una duda... —me quedo callada, analizando lo que estoy a punto de decir. Él me mira expectante, sus ojos helados puestos sobre mi—, ¿estás seguro que esta es la primera vez que nos vemos? —inquiero, indecisa.
Mi pregunta lo toma desprevenido, en sus ojos se enciende una llama que estoy muy segura, no estaba antes, sus músculos se tensan y mi cuerpo se estremece con el torbellino de sensaciones que me sacuden el pecho cuando me obligo a tragar grueso.
Sin embargo, una laminilla de tristeza reemplaza ese brillo, se aclara la garganta y me mira fijamente. El aire entre nosotros cambia, se siente más pesado, más peligroso que incluso puede cortarnos.
—Nunca te había visto antes —puntualiza con firmeza y una ligera nota de desdén—, creo que te has confundido de persona. Tú y yo jamás hemos cruzado miradas...
La seriedad tras sus palabras me toma desprevenida, no estoy preparada para el impacto que surte dentro de mi. Una ola de decepción me invade, pero me esfuerzo para no mostrarlo.
—Oh, claro —carraspeo cuando consigo controlar mi respiración—, eso ha de haber sido; una simple confusión. Disculpa por mi atrevimiento —suspiro resignada.
Nos miramos largamente, nuestros ojos se inspeccionan, curiosos, casi como si estuviéramos buscando algo, o al menos eso es lo que quiero creer. No entiendo qué me pasa, tampoco comprendo la sensación de calor que se aglomera en mi pecho y en mi entrepierna cuando vuelvo a regarlo de arriba abajo y me doy cuenta qué un bulto comienza a formarse debajo de sus vaqueros.
Ahogo un jadeo, apartando la mirada avergonzada. Parpadeo en repetidas ocasiones, más confundida, así que por marcharme a la habitación sin siquiera desearle buenas noches.
No me molesto en ponerle seguro a la puerta mientras me acerco al armario para sacar mi ropa de dormir, rápidamente me deshago del vestido, luego me limpio cualquier resto de maquillaje y me aviento en mi cama, suspirando agobiada.
Me acuesto boca arriba y suelto un resoplido cuando una oleada de calor me recorre entera, mi mente comienza a proyectar las mismas fantasías de siempre, esas fantasías que me hacen arder. Mi cuerpo se estremece y sin saber el impulso que me controla, llevo mi mano a ese lugar donde la necesito; abro mis piernas y sin pena alguna acaricio mis pliegues, jugando con la humedad que me hace respirar con fuerza y apretar los ojos, alucinada por todas las sensaciones que fluyen dentro de mí.
Hago círculos con mis dedos, masajeando mi c******s que ya se encuentra hinchado por la excitación y necesitado de las caricias de unas manos que solo encuentro en mis fantasías, acelero mis movimientos y mis sentidos se congelan al tiempo que el calor comienza a subir a mis mejillas haciéndome gemir por lo alto.
Muerdo mi labio inferior para contener los jadeos que salen de mi garganta, aferro la mano libre a mis sábanas, respiro entrecortada y sigo dándome placer a mí misma, en busca de esa efímera sensación que me hace enroscar los dedos de los pies y mecer mis caderas hacia adelante para crear fricción.
Mi pecho sube y baja, exaltado por la intensidad del momento. Una sensación de placer excesivo me sube por la columna vertebral al recordar la persona que yace en mi sala de estar y por más que quiera olvidar ese detalle que es irrelevante, no puedo, porque eso me logra empapar aún más y por eso sigo moviendo mis dedos con fuerza, imaginando cosas que no debería.
Cuando su imagen aparece en mi mente el orgasmo me golpea con fuerza. Demasiado violento y arrebatador, nada que haya experimentado antes cuando me doy placer a mí misma. Ahogo un gemido en la almohada y un nombre que no es el de mi esposo se queda en la punta de la lengua mientras mi excitación empieza a remitir.
Afortunadamente, no lo digo. Solo dejo que la realidad de la bochornosa situación se acentúe dentro de mi cabeza, haciéndome sentir la peor persona sobre la faz de la tierra.
Dios, ¿qué está sucediendo conmigo?