Capítulo 4

2746 Words
No sé cómo dejarla ir Ryan En cuanto entra a su habitación, prácticamente huyendo del lugar, me maldigo a mi mismo por ser un maldito cobarde y no tener la valentía suficiente y admitir que tiene razón. Sí nos conocemos, nos conocemos más de lo que ella cree, porque aunque me siga diciendo lo contrario, conozco cada rincón de su cuerpo, lo recorrí con mis manos y su sabor es algo que no he podido olvidar desde que por error la hice mía en aquella habitación. > Pero no, no hago ningún intento de seguirla. Me quedo en medio de sala de estar, con la mirada puesta en las escaleras por donde se marchó, deseando poder ir detrás de ella y exigirle una explicación. Preguntarle si se acuerda de mí, aunque juzgando por nuestra interacción, estoy seguro que no tiene la menor idea de que pasó una noche conmigo. No es hasta unos minutos después que logro salir de mi trance y reparo mi alrededor en busca de una distracción, lo cual resulta ser todavía peor, ya que termino aspirando todo el cálido hogar que me llena de una sensación amarga y melancólica. Mi estómago se frunce con las fotografías enmarcadas de Ada y Connor colgadas en la pared; lucen realmente felices, una pareja enamorada y ahí no hay lugar para mí. ¡Dios! ¿En qué diablos estaba pensando al venir aquí? Debí decirle a Connor que no podía traer a su esposa devuelta a casa, que era una jodida guantada en el estómago verlo junto a ella mientras él le acariciaba el cabello con sus manos y le susurraba lo hermosa que lucia en aquel vestido, ese mismo cabello que yo tuve enredado en mis manos mientras la follaba. Estoy realmente jodido. Me obligo a tomar una bocanada de aire cuando mis pensamientos se vuelven frustrantes, intentando aliviar la tensión de mis músculos, gracias a que las paredes llenas de fotografías de su vida perfecta a lado de una mujer que lo ama logran asfixiarme y hacerme sentir diminuto, todo en este lugar que ellos llaman hogar me hace querer morir porque no sólo son los celos, si no saber que yo pude tener todo esto con ella... Que yo pude tener un hogar cómo este, con miles de fotografías de nosotros en mis paredes, que yo pude ser el que terminara casado con la mujer que consideraba el amor de su vida y la razón de su existir en aquel entonces. Y ahora no tengo nada. Estoy completamente sólo y sigo cometiendo errores donde sólo los inocentes salen pagando las consecuencias y es que Connor no se merece lo que le hice, mi hermano no se merece que la persona que volvió a encender mi deseo después de años sea su mujer. El peso de la realidad que me negué a asumir se vuelve insoportable, no resisto más, reprimo un grito de frustración, tomo mi chaqueta y no me molesto en mirar en dirección a las escaleras que subió Ada antes de salir por la puerta y marcharme, porque esta es la persona que soy y sé que siempre acabo rompiendo las promesas que hago a las personas que me importan. No puedo quedarme en esta ciudad que me ha arrebatado todo. Y aunque me duela admitirlo, esta vez mis padres tienen razón, no debí regresar porque solo causo dolor a donde sea que vaya y eso está comprobado... Después de una hora conduciendo con la deprimente compañía de mis pensamientos, mi cuerpo ya no da para más y simplemente me detengo, deseando no sentirme así de entumecido por dentro porque cada vez es lo mismo, nada cambia, siento que mi vida se congeló en el tiempo y la sensación me está matando lentamente. Sin siquiera haberme dado cuenta, he llegado a un motel que no tiene buena pinta desde afuera y puedo asegurar que por dentro es igual o peor, pero eso es lo de menos, así que pago sólo por una noche. El anciano de la recepción me da la llave del cuarto en cuanto recibe el dinero y sigo mi camino por el pasillo que me indica. Creí que podía seguir y dejar todo atrás pero no es así. No pienso permanecer más tiempo en Nueva York, fingiendo que no me quema el alma hacerlo, mañana hablaré con Connor y le explicaré que no puedo seguir en esta ciudad sin sentir que me asfixio con todos los malditos recuerdos que luché por mantener ocultos. Pero siguen llegando y sé por qué. Estoy traicionando su memoria. Me adentro en el pequeño cuarto mientras dejo escapar un bufido al reparar las paredes descarapeladas y los cristales rotos de las ventanas, algo que quizá, hace años, me hubiera importado pero que ahora ni siquiera me molesta, así que me tumbo en la cama que rechina cuando mi peso cae sobre ella. Miro al techo y dejo que vuelva el peso de la carga que llevo sobre mis hombros, abro mi corazón al mismo dolor insoportable que me oprime el pecho y hace que mis ojos ardan mientras el recuerdo de ella a mi lado me traspasa y la sensación se asemeja a un cuchillo afilado presionando mi garganta. Las lágrimas acumuladas dejan de caer cuando la imagen de Ada se apodera de mi mente y de repente, puedo respirar o al menos, no sentir que me estoy muriendo. Lo que es peor porque tampoco debería estar pensando en ella. No debería permitirme pensar en nadie. Hago un intento de ignorar los molestos sonidos del exterior, la ciudad evidentemente sigue despierta, respiro hondo y cierro los ojos queriendo descansar de tanto desastre porque no encuentro un ápice de paz desde que puse un pie en este lugar dónde todo parece ir mal. Y sin darme cuenta, una ola de sueño me sacude cuando los párpados me comienzan a pesar, un bostezo se escapa de mi garganta y dejo que el agotamiento mental se encargue de hacer lo suyo, llevándome a ese lugar donde las cargas no duelen tanto... —Tengo mucho miedo, las tormentas me asustan, Ryan —Su voz era apenas un susurro, los labios le temblaban y un brillo de preocupación crispaba sus ojos castaños. Sabía que no estaba bien. Maldecí en voz baja porque no deseaba preocuparla, menos en su estado. Tenía que sacarla de ahí y marcharme con ella a un lugar donde la maldad no pudiera alcanzarnos. —¿Confías en mí? —acuné su rostro con ambas manos tratando de ser cuidadoso y la hice mirarme fijamente, una sonrisa triste curvó sus labios y no lo pensó dos veces antes de volver a hablar. —Sabes que sí —sollozó débilmente mientras revoloteaba las pestañas intentando alejar las lágrimas—, confío en ti más que en nadie. Lo sabía pero escuchar su reafirmación solo me hizo sonreír aliviado, planté un beso en su frente, mantuve mis labios sobre su piel más tiempo de lo normal porque necesitaba sentirla cerca. Ella soltó un suspiro cuando le acaricié las mejillas. —Entonces no tienes nada de qué preocuparte, cariño —deseaba tanto creer en mis palabras y ella también, aunque no me lo dijera—, estaremos bien, prometo protegerte de cualquier cosa que intente hacerte daño. Prometo cuidarlos... > El dolor que abraza mi pecho se vuelve insoportable haciéndome abrir los ojos de manera abrupta, su voz es un eco incesable que resuena en mi cabeza ya que vuelvo a tener la misma pesadilla que pensé había dejado en el pasado, pero no es así, es esa maldita pesadilla que no me permite soñar en nada más y que inevitablemente destruye cualquier atisbo de tranquilidad. Jadeo con la respiración entrecortada, las gotas de sudor cunden cada extremidad de mi cuerpo y los latidos de mi corazón se comienza a desequilibrar a medida que intento regular mi pulso pero nada parece funcionar. Las paredes se cierran a mi alrededor. Siento que estoy ahogándome. —Uno, dos, tres...uno, dos... —repito la misma serie de números, mi voz temblorosa. Me llevo las manos a la cara maldiciéndome a mi mismo por no poder evitarlo. Sintiéndome rebasado, me levanto rápidamente de la cama y me acerco a la pequeña ventana con el cristal estrellado que da vista a las calles de Nueva York. La brisa gélida me golpea y hago el intento de concentrarme en el ritmo de mi respiración y en nada más. Busco algo a lo que aferrarme para no sentir que estoy muriendo. Una sensación de paz me invade por completo y pese a que intento no pensar en la mujer de mi hermano, es inevitable porque de alguna manera es la única que logra mermar la tormenta dentro de mi corazón. Cuando vuelvo a la cama y consigo cerrar los ojos después de unos minutos repitiendo la serie de números que me instruyó la terapeuta, no hay más pesadillas que me mantengan despierto. Sólo la sonrisa de Ada. ****** Los rayos de sol que se cuelan por los agujeros de la ventana rota son la señal que necesito para levantarme, entre parpadeos que me lastiman las córneas, acostumbro mi vista y resoplo con resignación porqué sé la mañana que me espera, tengo que hablar con él cuanto antes y explicarle mis razones. No las va a entender pero no es como si pueda obligarme. Me levanto de la cama de mala gana, tomo mi móvil, reviso las notificaciones y encuentro un mensaje de voz de mi hermano, me debato en sí debo escucharlo o no y, cuando dejo salir un suspiro, ya me encuentro haciéndolo. "Ryan, te juro que si te vuelves a ir sin avisar como el día de mi boda, te corto las jodidas pelotas y esta vez no estoy jugando. Llámame tan pronto como recibas esto, voy a estarte esperando en..." El amor impreso en sus palabras me saca una sonrisa, nótese el sarcasmo, era de esperarse que me llamara después de haberme ido de su casa sin avisarle, pero tampoco podía quedarme en el mismo lugar que su esposa sin hacer algo de lo que después me arrepintiera. No voy a disculparme por eso, estoy tratando de ser un mejor hermano y aunque Connor no lo vea, lo mejor es que regrese a Paris. No debí volver nunca. Tomo mis pertenencias del cuarto, que no es mucho, salgo del lugar y me subo a mi auto, conduciendo hacia su trabajo ya que tuvo la brillante idea de citarme ahí porque no puede permitirse salir fuera el día de hoy. Debemos resolver esta situación cuanto antes y sé que no dejará de joder con lo mismo si me voy y no le aviso. Cuando llego a su lugar de trabajo, hago lo posible por evitar a la gente que está dentro del enorme edificio, ellos me como si fuese un bicho raro, intentan reconocerme, pero no comentan nada al respecto así que me dirijo al despacho de mi hermano menor sin pedir instrucciones. Conozco este lugar y me gustaría no hacerlo. La secretaria insiste que a pesar de ser hermano del gobernante debe anunciarme primero porque está ocupado, pero después de varios intentos, la convenzo. No llamo a la puerta cuando entro, una vieja y mala costumbre que tenemos. Me encuentro a Connor teniendo una calorosa discusión con una mujer cuyo rostro no me resulta familiar, pero tiene rasgos suaves y su cabello rubio y brillante como el oro resalta demasiado. Detienen su discusión al percatarse de mi presencia y a juzgar por la cara de ella, está enfadada con él. Sin embargo, mi hermano me recibe con una cálida sonrisa y con una sola mirada me pide que me siente en una de las sillas disponibles. Le hago un gesto rápido con la cabeza y veo cómo le pide amablemente a la mujer, prácticamente con los dientes apretados, que se retire antes que llame a seguridad. —Nos volveremos a encontrar de nuevo, Señor Holland, y créame cuando le digo esto, no será un reencuentro amistoso. —Su voz es una amenaza que incluso a mí me hace estremecer. No espera una respuesta y se va, cerrando la puerta tras sí. Connor se abstiene de decir algo más, aunque sé que él también está enfadado. —¿Un día difícil? —inquiero con sorna en un intento de desviar la tensión. Él esboza una sonrisa y asiente soltando un bufido. —Lo mismo de siempre, hermano. No tiene que decírmelo, pero de igual manera lo comprendo y puedo empatizar con él porque no era la vida que deseaba, Connor quería mucho más y se tuvo que resignar a las altas expectativas de mis padres. —¿Y quién era la rubia? —le cambio el tema, arqueando una ceja. Lo veo resoplar antes de contestar a mi pregunta. —Una periodista que hace que mis días sean un maldito infierno —espeta antes de sentarse en la silla de cuero negra frente a mí, estirando la piernas para ponerse cómodo. —Las mujeres nos complican la vida, hermanito —comento en tono egocéntrico mientras me toco la barbilla con los dedos—, pero, ¿qué haríamos sin ellas? —añado enseguida. Niega con la cabeza y abre una carpeta que se encuentra sobre el escritorio. —No me cambies el tema porque esta vez no va a funcionar, Ryan —increpa sin dejar de revisar los papeles con una mirada de concentración absoluta—, quiero que esta navidad la celebres con nosotros, ya han pasado ocho años y no podemos seguir así. Somos una familia ante todo. Aprieto la mandíbula deseando no volver a tocar este tema que solo nos desgasta a ambos, pero tampoco puedo culpar a Connor por intentar reparar algo que él no rompió. Si los papeles estuvieran invertidos, tampoco me rendiría con él. Aunque fuera una causa perdida como yo. —Vine a despedirme antes de irme —suelto de manera brusca, mi voz se vuelve inestable y me maldigo por eso—, no pienso quedarme ni un día más en esta maldita ciudad. Eso lo hace despegar la mirada de lo que sea que está revisando, se concentra en mí y siento que con solo repararme puede ver todo el desastre que soy. Me siento expuesto y lo odio. Sus hombros decaen sutilmente. Lo veo tomar un respiro antes de continuar y sé que lo que diga, no me gustará. —Huir de tus problemas no va a resolverlos, Ryan —suaviza su voz, no tiene intenciones de recriminarme o herirme, pero así lo siento. —No estoy huyendo —gruño, adquiriendo una postura rígida. Puedo ver la preocupación plasmada en cada uno de sus gestos. Y no me la merezco. —Entonces, ¿por qué no te quedaste hace ocho años? —me recuerda lo que tanto intento olvidar—. ¿Por qué no afrontaste lo que sucedió? —me arden los ojos y comienzan a picarme con las ganas de llorar que se aglomeran en mi garganta. Mierda. Mierda. —Connor, no quiero hablar de eso...—mi voz es una advertencia. Se encoge de hombros al tiempo que suelta un largo suspiro, que remueve emociones indeseadas, luego me mira fijamente a los ojos y dice: —Déjala ir, Ryan. Deja ir todo ese dolor que acarreas en el alma o terminará por acabar contigo..., ya no puedo seguir viendo cómo te destruyes a ti mismo. > —No puedo, Connor... —consigo deci con un nudo en la garganta—, no sé cómo dejarla ir. Su mirada se llena de comprensión. —A ella no le hubiera gustado verte así —susurra, preocupado. Siento una grieta abriéndose en mi corazón. Mis ojos empiezan a arder al recordar a la que fue la persona más importante de mi vida. —Bueno, no importa si ella ya no está aquí —finjo una sonrisa vacía, tratando de ignorar cómo mi pecho se contrae de dolor. La decepción se adueña de su rostro. —Lo que sucedió no fue tu culpa, Ryan... —empieza. —En eso te equivocas —lo interrumpo de manera brusca, mi mandíbula apretada—, lo que sucedió fue mi culpa, yo la maté. Yo los maté, Connor. El dolor relampaguea en sus ojos azules mientras niega lentamente pero se abstiene de decir algo más. Sabe que estoy en lo cierto. Sabe que yo soy el único culpable.
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