Capítulo 5

2937 Words
Nunca me he ido de ti Ada Pasar la Navidad con la familia de mi esposo no es exactamente lo que había planeado para nosotros dos en este día, que se supone, debe ser especial pero está resultando ser la cena más incómoda de la historia. Sus padres no me soportan y después de años de convivencia no se molestan en ocultarlo. Al principio, me afectaba no tener su aprobación porque sentía que la necesitaba para sentirme bien conmigo misma, sin embargo, Connor me hizo ver que sus padres no apreciaban ninguno de mis esfuerzos por complacerlos y me aseguró que la única persona a la que tenía que gustarle era a él. Deseaba pasar la Navidad junto a mi familia, han sido meses desde la última vez que los visité y los extraño demasiado, pero Connor me pidió que me quedara con él porque su hermano iba a estar aquí esta ocasión, lo cual no es cierto y no quiere darse cuenta. Ryan no va a venir y a mi esposo se le va a romper el corazón... otra vez. No soy quien para juzgar a una persona que apenas conozco, no sé nada de su vida y no tengo ningún derecho a opinar sobre las decisiones que toma, pero siempre sucede lo mismo con él y su falta de palabra. Le miente y juega con los sentimientos de su hermano. Y a pesar de eso, Connor insiste en que se ponga un plato extra en la mesa y este, como los últimos cuatro años, permanece vacío. Ryan nunca llega y aunque mi esposo no me lo diga abiertamente, puedo ver la tristeza en su rostro cuando su hermano nunca muestra señales de vida. Una parte de mi entiende porque después de ocho años no se ha rendido con su hermano, yo tampoco me rendiría con mi hermana si sucediera lo mismo. Haría hasta el último intento para acercarla a mi y sacarla de cualquier sufrimiento. Sé que él cree que su hermano va a cambiar y va a ser el de antes, pero a estas alturas no creo que eso suceda. Y por lo que me ha dicho mi esposo, sé que Ryan ha estado lidiando con demasiados fantasmas de su pasado que lo tienen viviendo en una tormenta y no le interesa revivir lo que tanto ha luchado por olvidar. Esta ocasión no será diferente. —¿Y entonces para cuando se animaran, cariño? —La voz de Grace Holland, mi suegra, me trae de vuelta a la realidad donde me encuentro sentada en un comedor enorme, cenando con las últimas personas con las que cenaría en el mundo. Me quedo pasmada al no saber que me está preguntando, estoy tan absorta en mis pensamientos que me olvidé por completo donde estaba y con quien estaba. En un intento de amenizar la situación que se ha vuelto un tanto incómoda, le doy una sonrisa de boca cerrada y carraspeo la garganta antes de volver a hablar. —¿De qué hablábamos? —le pregunto tratando de sonar amable. Ella me mira con una mezcla de diversión y rencor en sus ojos. Connor, que se encuentra sentado a la par mía, deja salir un resoplido con hastío al mismo tiempo en que acuna mi mano por debajo de la mesa, la envuelva con fuerza y puedo deducir que él sí ha escuchado lo que me ha preguntado su madre y sabe que no me gustara. —Oh, querida —finge una sonrisa, mostrando la alineación de sus dientes—, qué despistada eres, aunque siendo sincera no me sorprende en absoluto viniendo de ti. Pero bueno, sólo te preguntaba cuándo piensas darnos la noticia de que seremos abuelos —toma la mano de su esposo, el cual me mira con total desagrado y pone los ojos en blanco, ignorando lo que dice su mujer—. Han pasado dos años desde que se casaron, hemos estado esperando la noticia por meses y ya se están tardando, ¿no lo crees? Mi pecho se aprieta de dolor cuando comprendo la intención que tienen sus palabras y la razón de porque las ha dicho justo en este momento. Los recuerdos de cada prueba de embarazo negativa atraviesan mi mente como un puñal propinado en la boca de mi estómago y, por un instante, siento que no puedo respirar porque me estoy asfixiando en mi propia mente. El aire que me rodea se comprime, mis pulmones no reciben el oxígeno suficiente para funcionar y me obligo a desviar la mirada, incapaz de enfrentarme a Grace por más tiempo. —Madre, por favor... —Connor interviene por mí porque evidentemente no soy capaz, siempre lo hace—, no empieces, no esta noche. Su voz gélida se asemeja a una advertencia que me eriza la piel y, aunque le agradezco que intente ayudarme, aparto su mano de la mía y tomo una bocanada de aire. Todas las miradas están puestas sobre mí, se entierran en mi piel como espinas afiladas, esperando una respuesta que no puedo dar porque tampoco lo sé. Porque desde hace un año que deseo ser madre y Connor también pero no puedo quedar embarazada. Recurrimos a un profesional con la esperanza de que pudiéramos cumplir el sueño de formar una familia juntos. El diagnóstico fue bastante claro. Y el problema soy yo. Tengo el síndrome del útero hostil y, como no me lo detectaron antes, cuando tenía más posibilidades de tener un bebé, me ha dejado infértil. Y aunque hay tratamientos para esta condición, en comparación con otras mujeres para mí el panorama no es muy alentador, porque es prácticamente imposible que me quede embarazada y, si eso llegase a ocurrir, lo más probable es que el bebé no sobreviva en mi vientre hasta el final de la gestación. No puedo tener hijos. No puedo ser madre. —Aún no se ha dado el momento —me limito a decir, ignorando el nudo que se comienza a formar en mi garganta y que apenas me deja decir una palabra. Grace hace una mueca de disgusto mientras frunce los labios—. Disculpen, necesito tomar un poco de aire, a solas —la interrumpo antes de que pueda agregar algo más. No espero por respuestas y me levanto de la mesa enseguida, huyendo de mis problemas. Salgo fuera de la mansión reteniendo las lágrimas que amenazan con salir y agradezco al cielo que Connor entienda mis palabras y se abstenga de seguirme. En este momento necesito estar sola y pensar en todo lo que ha sucedido hace unos minutos. Debería estar acostumbrado a sus desplantes hacia mí, pero esta vez me tomó desprevenida y en ningún momento pensé que tocaría un tema tan delicado cómo lo es mi infertilidad, sabiendo lo mucho que me duele a mí y a su hijo. Estoy tan envuelta en mis propios pensamientos, deseando poder escapar lejos de donde estoy, que no me doy cuenta de que he llegado al jardín, mi lugar favorito en esta mansión, mis ojos divisan las rosas blancas y rojas que tienen una tonalidad distinta gracias a la escasez de luz en el lugar. Nadie viene aquí por las noches y eso lo sé de sobra, este jardín ha sido una de mis vías de escape en varias ocasiones en las que he tenido que lidiar con Grace. Me acerco a la silla de madera que yace cerca de los arbustos y me quedo observando la vista a mis alrededores mientras le permito a mi mente divagar a otro lugar. El jardín de mi suegra es simplemente hermoso, desde los rosales agrupados en mullidos racimos hasta las clavelinas, que le dan un toque alegre y vivo al lugar. Sé que ella se encarga de mantener este jardín por las apariencias pero eso no quita que la vista te robe el aliento. Cuando empiezo a creer que he podido tranquilizarme y qué tal vez es momento de regresar a la mesa con los demás, una lágrima seguida por otra ruedan por mis mejillas, mojando mi elegante vestido. Maldigo internamente pero esta vez no reprimo mi llanto como tantas veces lo hice para no preocupar a Connor y dejo que todo lo que tengo atorado en el tórax salga de mi sistema. La gélida brisa comienza a provocarme escalofríos, mi corazón martillea dentro de mi pecho y siento un cambio en la atmósfera que me es difícil obviar. Ya no estoy sola. —¿Por qué lloras, ojos bonitos? —Es extraño que pueda tan siquiera reconocer esa voz que solo he escuchado una vez en mi vida; ronca, penetrante y suave al mismo tiempo—. ¿Qué es lo que te ha puesto triste? Mi cuerpo se estremece entero al escucharlo hablar a mis espaldas, no puedo procesar lo que está ocurriendo. Pestañeo para alejar las lágrimas pero solo consigo empeorar la situación porque me veo sollozando como si mi vida dependiera de ello. Puedo asegurar que mi maquillaje es un desastre en este momento pero de alguna manera, no me importa que me vea así, vulnerable. Imperfecta. Paso saliva con dificultad y obligo a mis cuerdas vocales a formular una respuesta coherente. —No estoy llorando porque esté triste —me sorbo la nariz—. Llorar limpia el alma, ¿no lo sabías? —hago un intento de aliviar la tensión que se ha creado desde que llegó—, y yo necesito limpiar la mía. Necesito llorar. Un silencio sepulcral es mi única respuesta. No es lo que espero, pero tampoco me resulta incómodo. Él permanece callado y si no fuera por el sonido apacible y tranquilo de su respiración, juraría que no hay nadie más en el jardín. —Mi madre no merece tus lágrimas, Ada, no deberías llorar por ella —me dice, con una voz serena que extrañamente me reconforta en maneras que no sabía que podía hacerlo. Sin embargo, una risa sarcástica brota de mis labios y la tensión regresa a la atmósfera. —No estoy llorando por ella —aclaro, siendo más brusca de lo que me hubiese gustado ser. Deja escapar un largo suspiro que me eriza la piel porque puedo presentir que esconde algo más. —Entonces, ¿por qué lo haces? —Ya te lo dije antes, llorar ayuda a limpiar el alma —repito, tranquila. Escucho sus fuertes pisadas acercándose y mi cuerpo reacciona de una forma que me asusta, contengo la respiración y no me permito respirar hasta que lo tengo frente a mí, luce irreal y a la vez tan familiar porque no puedo deshacerme de esa sensación que me grita que conozco cada rincón de él. Que todo en él ha sido mío y que no hay lugar de su cuerpo que me sea indiferente. Lleva puesto un traje completamente n***o, el reloj que porta en su muñeca izquierda me resulta conocido, siento que lo he visto antes y aunque esta noche está deslumbrante, la chaqueta de cuero que llevaba hace unos días es mi favorita. Aunque eso nunca lo admitiré en voz alta. Menos a él. —¿Lo dices de verdad? —inquiere, suavizando su voz al mismo tiempo en que conecta nuestras miradas. Lo miro desorientada y frunzo el ceño intentando entender a que se refiere. He perdido mi hilo de enfoque, otra vez. —¿Sobre qué? —no siento la necesidad de ser sarcástica como lo fui con su madre. —Lo que dijiste hace un momento, ¿es cierto que llorar ayuda a limpiar el alma, ojos bonitos? —insiste y juzgando por las suaves expresiones de su rostro, presiento que necesita oír mi respuesta tanto como necesita respirar. Obligo a mis labios a esbozar una sonrisa aunque lo último que deseo es sonreír, porque siento una opresión aplastante y arrolladora sobre mi pecho y mi pulso ha enloquecido por su presencia. —Es verdad lo que he dicho antes, Ryan, llorar limpia el alma —musito suavemente—. Deberías intentarlo, apuesto a que tu alma te lo agradecería —mis labios tiemblan al pronunciar esas palabras. Él lo nota pero no dice nada y lo agradezco. La indecisión interrumpe la expresión de su rostro y cuando pienso que se burlará de lo que he dicho, hace lo contrario, se pone de cuclillas cerca de mí y alarga su mano para limpiar las lágrimas que aún siguen rodando por mis mejillas. El roce de sus dedos sobre mi piel me hace suspirar, estremeciendo cada rincón de mi cuerpo porque aunque suene ilógico, siento que cada partícula de mi lo recuerda. Lo reconoce. —No me gusta verte llorar —espeta con delicadeza, sin dejar de acariciar mi mejilla como si fuera el pétalo de una rosa que en cualquier momento puede estropearse—, ambos sabemos que te ves mejor sonriendo. Mi piel arde contra su tacto que me desestabiliza y nubla mi juicio, el calor sube a mis mejillas encendiendo los latidos erráticos de mi corazón y sin poder evitarlo, me muerdo el labio cuando sus largos y gruesos dedos descienden a mi mandíbula rozando las comisuras de mi boca en el camino, está tratando de ser cuidadoso de las reacciones que pueda evocar. Me paralizo por completo. No puedo moverme, no puedo alejarme de él. No quiero hacerlo. Puedo ver en sus ojos que está buscando algo de mí y no sé qué es, porque si lo supiera, quizás ya lo tendría. —¿Por qué me dices todo esto? —averiguo en un hilo de voz—. ¿Qué es lo que buscas? Deja salir un suspiro antes de responder. —No soporto verte triste —admite—, mucho menos llorando. No puedo verte de esta forma sin sentir que algo de mí se rompe por dentro. Parpadeo en repetidas ocasiones, mis labios curvándose en un gesto que expresa mi absoluto desentendimiento. —Apenas me conoces —susurro despacio y sus ojos azules adquieren un brillo sombrío que me hace dudar de mis palabras—, no entiendo porque te importa... —meneo la cabeza, confundida. Él toma un respiro profundo al momento en que tensa la mandíbula, entrelaza nuestras miradas y puedo ver la lucha en su interior. Si debe ser sincero o no. —Si tú sufres, Ada, me duele el corazón y quiero destrozar a quien sea que se atreva a hacerte llorar. Mi corazón arde en llamas, sus palabras son suficientes para desencadenar una tempestad dentro de mi pecho, pero no puedo hacer otra cosa que mirarlo fijamente, estudiando con delicadeza sus gestos al mismo tiempo en que me pierdo en el iris azulado de sus orbes, que me son dolorosamente conocidas. Hemos llegado a un territorio peligroso en el que nadie es capaz de dar el primer paso y yo no voy a ser la excepción. —No permanezcas callada, no me gusta el silencio —admite débilmente—, no me gusta tú silencio. Lo miro desolada. Obligo a mi corazón a dejar de latir con tanta vehemencia porque él es la última persona con la cual me permitiría divagar nuevos horizontes. —No se que decirte —miento—, no tengo nada que decir al respecto... —Siempre tienes algo que decir, Ada —siento que me conoce más de lo que yo me conozco a mi misma. Su mirada está puesta sobre mis labios, los analiza con sumo detenimiento que por un momento pienso que me va a besar, pero no hace ningún movimiento, nada sucede y no entiendo el sentimiento de decepción que empieza a florecer en mi interior. Su respiración entrecortada golpea mi rostro llenándome de sensaciones desconocidas y no puedo reunir la fuerza suficiente para alejarlo de mí y decirle que no me toque porque sería un completo escándalo si alguien nos encontrara de esta manera tan comprometedora. Y aún sabiendo lo malo que es permitir que él me toque así, a escondidas del mundo que nos rodea, nunca antes ningún toque se había sentido tan bien como el suyo. Tan cercano. —Has regresado, cumpliste tu promesa... —susurro despacio, el llanto estancado en mi garganta, sintiéndome vulnerable y expuesta a él. Ryan esboza una pequeña sonrisa ante mi repentino cambio de tema, es casi como si pudiera leer mi mente y saber que no estoy preparada para enfrentarme a lo que sea que esté sintiendo dentro de mi pecho. Me mira fijamente con esos ojos azules helados que me congelan en el tiempo junto a él y me hacen desear que no nunca más se vaya por muy irracional que ese pensamiento parezca. Necesito que esta vez se quede. —Nunca me he ido de ti, ojos bonitos —El sonido de su voz me enternece el corazón como una caricia solemne en el alma, que descongela todo lo que no sabía que deseaba olvidar. Un recuerdo borroso de nosotros juntos en la oscuridad golpea mi mente de forma imprevisible, apretando mi pecho con un torrente de sensaciones que nunca antes había sentido pero que tampoco me son indiferentes. Parpadeo confundida con la ola de emociones que me sacude y cuando estoy a punto de preguntarle a qué se refiere con lo que ha dicho, desaparece junto con su toque, rompiendo sus promesas de quedarse una vez más. Una sensación inquietante invade mi cuerpo, quitándome toda la calma y haciéndome dudar de que los últimos minutos hayan sido reales o sólo un producto de mi imaginación. Como si nunca hubiera sucedido ¿Quién eres Ryan y por qué siento que te conozco hasta los huesos?
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