Absolutamente todo
Ada
La cena de navidad que organizó la madre de mi esposo concluye demasiado rápido que no tengo tiempo de procesar los eventos sucedidos durante la noche. Tampoco es que me importe mucho involucrarme, sólo hago un intento porque sé que son importantes para Connor. Y si son importantes para él, lo son para mí.
Los primeros en levantarse de la mesa son Dana y William Holland, el primo de Connor y su flamante esposa. Una mujer demasiado hermosa cómo para ser real, un rostro de muñeca, con una figura envidiable y unos ojos ámbar que deslumbran a cualquiera, más a su esposo, que nunca deja de mirarla como si fuera la única mujer sobre la faz de la tierra. Ella es simplemente perfecta.
Y no es sólo su belleza física, sino también su talento y inteligencia, ya que es una de las diseñadoras de moda más reconocidas de Nueva York. Su estilo es innovador y fresco, por eso la hace sobresalir de los demás diseñadores.
Ambos se despiden amablemente de toda la familia, sin embargo, William no pierde el momento para hacer comentarios despectivos en contra de mi cuñado, es demasiado fácil percibir la nota de rencor crispando su voz.
Como si tuviesen algún problema del cuál desconozco. No deja de lanzarle indirectas a Ryan, que se encuentra sentado a un lado de su hermano, con una copa de vino blanco en las manos y la mirada perdida en la nada.
Ausente. Absorto en su propio mundo. Lejos de todos. Es obvio que no quiere estar aquí y está dando lo mejor para sobrellevar la situación.
No debería importarme tanto, pero mis ojos están puestos en él, no puedo dejar de verlo. De detallarlo. Tratando desesperadamente de encontrar una explicación razonable de por qué me hace sentir tantas cosas que ni siquiera puedo empezar a entender.
Sus cálidas y profundas palabras siguen resonando en mi cabeza como un solemne susurro que tiene mi corazón latiendo demasiado fuerte. No entiendo a qué se refería con todo lo que dijo y estaría mintiendo si dijera que no tiene importancia.
Porque sí la tiene, me importa, no puedo seguir negándolo.
El carraspeo de William me arranca de mis pensamientos. Trago grueso mientras levanto la mirada y me enfoco en lo que sucede.
—Ha sido un verdadero placer cenar con ustedes familia, pero tenemos que irnos porque mi hermosa esposa necesita descansar, el doctor le recomendó reposo absoluto —todas las miradas se vuelven hacia ellos, luciendo expectantes y a la vez confundidos. James sonríe arrogante, sabiendo que ha logrado ser el centro de atención—, oh, ¿acaso no se los hemos dicho? Mi esposa está embarazada, así es, estamos esperando al primer heredero de la fortuna Holland.
Puf.
La noticia se acentúa como un puñal en mi corazón, ardiendo dentro de mi pecho. Mi mente se desconecta automáticamente de la realidad y dejo de escuchar las voces entusiastas de los presentes, las falsas felicitaciones por parte de Grace y su esposo, los aplausos, la bulla, la emoción...
Dejo de escuchar todo lo que sucede a mi alrededor y me hundo en mi propio mundo, queriendo no sentir que me falta el aire porque recibir esa noticia no hace más que recordarme lo que yo nunca podré darle a Connor. Lo que nunca podré ser porque estoy seca por de todo. Vacía.
George, el padre de James y hermano de Gerald, se levanta de la mesa con una perezosa sonrisa dibujada en sus labios y estrecha la mano de su hijo, dándole un abrazo que expresa el amor que sienten mutuamente.
Por los años que llevo de conocerlos sé que tienen una excelente relación de padre e hijo, ambos se tratan con respeto y cariño. Es realmente obvio que James es el orgullo de su padre, ya que hace unos años tomó su lugar en uno de los negocios de la familia. Es muy diferente de Ryan y Gerald, que parecen todo menos padre e hijo.
—¿Han escuchado bien, familia? ¡Voy a ser abuelo! —el orgullo está impreso en su voz—. Muchas felicidades, hijo, ¡enhorabuena! —expresa, felizmente.
—Nos hace mucha ilusión la noticia, James. Sabemos que Danna y tú serán unos buenos padres —coincide Gerald, su tono imperturbable y su semblante tan inexpresivo, que por un momento dudo que sienta la misma felicidad que su hermano.
Danna esboza una sonrisa ante el cumplido mientras se pasa una mano por su vientre que todavía no está abultado, tan preciosa como siempre. Un brillo especial adueñándose de sus ojos y hasta ahora puedo saber porque se ha abstenido de beber alcohol. Ella siempre toma una copa y a la misma medida.
Hoy estaba distraída y no ví venir esto.
Connor parpadea todavía sorprendido al tiempo que se levanta de su asiento y abraza a James y Danna con efusividad, una mueca de emoción curva sus hermosos labios. Y aunque para todo mundo sea imperceptible, para mí no lo es, para lo persona que lo ama no le pasa desapercibido, porque puedo vislumbrar el destello de decepción atravesar sus ojos.
Decepción por mí, por él y por lo nunca tendremos.
Un bebé.
Amortiguo un sollozo dentro de mi garganta, parpadeo queriendo alejar las lágrimas y me levanto de la silla fingiendo una felicidad que no siento, pero que dada las circunstancias debo mostrar. Y pese a que lejos de desearlos algo malo, esta noticia no me alegra como a todos.
—Felicidades, sé que serás una excelente madre —le susurro al oído cuando la abrazo, mi voz flaquea sin que pueda evitarlo—, les deseo lo mejor. A ambos.
Me aparto rápidamente, parpadeando para alejar las lágrimas que amenazan con salir. Vuelvo a mi asiento en segundos, apoyo los codos sobre la mesa y me muerdo el interior de las mejillas deseando extinguirme para no sentir la sofocante opresión sobre mi pecho. Siento que muero y lo peor, es que sigo respirando y cada latido que mi corazón emite, no es nada más que un simple recordatorio de lo débil que soy.
—Me alegro mucho por los dos, una mujer sólo está completa cuando se convierte en madre —puedo detectar la voz antipática de Grace desde lejos y un dolor punzante circula por mi pecho, sé lo que espera conseguir diciendo esas palabras hirientes—. Ya lo verás, me entenderás cuando tengas a tu bebé en brazos —añade con una sonrisa fría.
Duele más de lo que debería. Porque aunque me sigo repitiendo que Grace ya no tiene el poder de herirme, sus estúpidos comentarios todavía me siguen afectando. Me hiere que utilice la información que le confía Connor al ser su madre para infringir dolor en mí. No comprendo que es lo que gana al hacerme sentir tan inferior.
Aún así, hago el intento de ocultar mi desilusión. Evito a toda costa las miradas de los presentes y me enfoco en él, en esa persona que no debería ser mi ancla en este mar de ilusiones rotas, porque inexplicablemente, su presencia esta noche me ayuda a no hundirme por completo.
Sin embargo, Ryan permanece en su lugar, no se mueve, no muestra una señal de querer felicitarlos. Al contrario, aprieta la mandíbula con fuerza y suelta una maldición en voz baja, luciendo la expresion más rota que he visto en mi vida.
No lo comprendo. Quiero hacerlo pero tampoco tengo mucho tiempo para procesar su actitud.
Cuando creo que por fin dirá algo, me deja perpleja al levantarse de su asiento bruscamente, la silla rechina cuando la pone en su lugar y abandona la mesa sin dirigirle la palabra a nadie, mucho menos una mirada. Simplemente se marcha y tengo el ligero presentimiento de que no regresará.
Y eso me asusta más de lo que debería permitirme.
De alguna manera, puedo apostar que la noticia le afectó más que a mí y las preguntas acerca de su pasado comienzan a multiplicarse. La incertidumbre vuelve a crecer dentro de mi ser.
Quiero saber que es lo que oculta, quiero conocer cada uno de los fantasmas que lo atormentan, necesito enterarme que hay detrás de esa fachada de hombre desinteresado porque tengo la eminente sospechosa de qué hay demasiadas capas que no permiten conocer al verdadero Ryan.
No puedo seguirlo, no puedo detenerlo pero eso no quita que cada fibra que conforma mi cuerpo me exija que lo haga.
La parte irracional dentro de mí me grita que vaya detrás de él porque no soy la única persona que está sufriendo. Ambos estamos pasando por algo que amenaza con hundirnos, pero a juzgar por la expresión desolada en su rostro, Ryan ha perdido la batalla desde hace años.
O más bien, se ha rendido, y no hay peor perdedor que el que no da pelea.
No me doy cuenta que sigo mirando en la dirección que se fue Ryan hasta que siento la presencia de mi esposo. Su aroma varonil llena mis fosas nasales y ayuda a disipar parte de los nervios que me atraviesan.
Connor toma asiento a lado mío y me besa la frente con ternura antes de murmurar un te amo en mi oído, pero todavía puedo percatarme de la tensión que emana su cuerpo entero.
No le respondo nada a lo que dice, simplemente permanezco en mi lugar y veo la cena continuar su curso mientras yo me encuentro absorta en mi mundo, siendo una espectadora de mi propia historia.
Hundiéndome en mis propios lamentos y deseando poder escapar de mi realidad...
Sin poder aguantar un segundo más sentada en la misma mesa que la familia de mi esposo, me levanto de mi asiento una vez más, la conversación se detiene pero no le prestó atención y tomo mi abrigo y mi bolsa de mano, sintiendo la necesidad de escapar.
Connor me mira con un signo de interrogación en su rostro, no le digo absolutamente nada y avanzo fuera de la propiedad sin despedirme de nadie.
Ya no puedo estar más ahí dentro.
Me encamino por el patio trasero en busca del auto, necesito encontrarlo y salir de aquí, rodeo la piscina en minutos y encuentro el estacionamiento donde se aparcó Connor cuando llegamos.
Diviso el auto n***o de mi esposo y saco el control de mi bolsa con las manos un tanto temblorosas, deseando poder marcharme cuanto antes. Sin embargo, antes de siquiera poder quitarle el seguro, mi cuerpo se pone rígido ante una presencia repentina que me hace estremecer hasta la médula.
La conozco. Y al parecer mi cuerpo también.
Me tiemblan las manos de manera involuntaria y tengo que obligarme a respirar profundamente, incluso cuando siento que apenas puedo mantener un pulso normal. Nada parece ayudar.
El corazón me da un vuelco brusco y aunque tengo miedo de enfrentar las nuevas sensaciones que estoy sintiendo, me doy la vuelta para mirarlo.
A la única persona que ha puesto todo mi mundo patas arriba con unas simples palabras sin sentido, que todavía siguen resonando en mi cabeza.
—Ryan... —Digo su nombre en un simple susurro, sin querer traicionar ningún indicio de emoción.
Su dura expresión se suaviza cuando sus fríos y gélidos ojos azules me miran. Directamente. Casi como si pudiera mirar a través de mí.
Como si pudieran leerme y darse cuenta del lío que tengo en la cabeza por su culpa.
—Ada... —Su voz ronca me hace sentir cosas que no debería. Y lo detesto tanto como a mí misma en este momento.
¿Qué está pasando conmigo?
—Pensé que ya te habías ido... otra vez —siento una inexplicable ráfaga de dolor apuñalándome el pecho cuando respondo y no sé cómo manejar todas las emociones que me avasallan de repente—. No creí volver a verte.
Apenas puedo mirarlo sin sentir que se me sale el corazón por la boca. Sus labios se tuercen en lo que parece ser el indicio de una sonrisa. Tímida. Pero también arrogante.
—Aún no me he ido —repone, pero no puedo obviar la palabra "aún" porque eso significa que tiene planeado hacerlo—, pienso hablar con Connor primero. Después me marcharé de Nueva York y todo volverá a la normalidad.
Siento una aplastante opresión en mi pecho.
—¿Así que te vas de verdad? —repito en un susurro.
Mantiene la mirada fija en mí mientras asiente. —Será lo mejor.
—¿Por qué sigues huyendo, Ryan? —inquiero de la nada, sin darme cuenta de las palabras que salen de mi boca.
La comprensión de lo que he dicho me golpea y cierro los ojos inmediatamente, lamentando el hecho de haberme excedido. Cuando los abro de nuevo, lo veo con una postura tensa, los labios apretados y sus anchos hombros contraídos a través de su traje.
Carraspea la garganta y vuelve a entrelazar nuestras miradas antes de contestar mi pregunta. Pensé que me ignoraría.
—Desde hace muchos años que no queda nada para mí en este lugar —el dolor detrás de su voz es perceptible, incluso cuando trata de ocultarlo con una sonrisa vacía. Puedo darme cuenta.
Sentirlo.
Niego con la cabeza, un tanto confundida.
—¿A qué te refieres? Tienes a tú hermano, él te ama y no se ha rendido contigo, nunca lo hará —lo veo tensarse por mi abrupta respuesta—, no todo está perdido, aunque así lo sientas.
Sus ojos evocan una emoción diferente, una que no estoy segura haber visto antes y mi respiración se entrecorta mientras intento estabilizarme, pero no puedo apartar la mirada de él y tengo la sensación de que él tampoco puede.
—Si me quedo, voy a terminar arruinando su vida y no puedo hacerle eso, no a él —su tono se vuelve más indiferente—, no puedo permitirme hacerle daño. Y eso es lo que pasará si decido quedarme aquí.
La confusión me hace fruncir el entrecejo, no logro comprender a lo que se refiere. Él se percata de mi estado y toma un paso adelante, acercándose a mi y haciéndome retroceder, nerviosa de lo que él cosquilleo en mi estómago pueda representar.
—¿Por qué lo dices?
—Porque es la verdad, seré su ruina y no puedo permitirme destruir lo único bueno que me queda en este mundo. —Hay un ápice de arrepentimiento en sus orbes azules, me cuesta demasiado entenderlo porque siento que no está siendo del todo sincero conmigo—. No puedo quedarme aquí.
Paso saliva, sintiéndome más nerviosa.
—Sí puedes hacerlo, puedes intentarlo. Hazlo por él. Quédate. Sé el hermano mayor del que Connor está orgulloso. —le pido, mi voz flaqueando.
—Nadie está orgulloso de mí, desde hace tiempo que dejé de ser importante —la tristeza está impresa en sus gestos.
Niego rotundamente.
—Él sí lo está —esbozo media sonrisa—, eres su hermano mayor.
—¿Y tú cómo lo sabes? —pregunta, casi inseguro.
—Soy su esposa, Ryan, y sé que no hay persona en el mundo que Connor admire más que tú —le confieso—, él te quiere. No dudes de ello nunca.
Sus ojos me observan con intensidad y siento que me deshago por completo. Como si fuese una especie de copo de nieve expuesta en pleno verano.
Todo a mi alrededor se siente inestable.
—Su esposa... —parece repetírselo a sí mismo—, tú eres a la única que necesita, Ada. No queda espacio para mí en su vida.
—No lo dejes, él te necesita a ti —susurro, despacio.
Incluso si algo dentro de mí me dice que no estoy siendo completamente honesta con él ni conmigo misma.
—Claro que no me necesita en su vida. Te tiene a ti y eso es más que suficiente —dice y casi puedo jurar qué hay amargura en su voz—, tú eres suficiente para él. Sólo tú.
Quiero decirle que no es así, que está equivocado porque su hermano no hace más que velar por su bienestar, pero las palabras se quedan enroscadas en la punta de mi lengua y no puedo decirlas.
Apenas puedo respirar con regularidad.
—Eres su hermano —sigo insistiendo, sin entender el verdadero motivo por el cual quiero que se quede cerca—. No puedes dejarlo. Sé un bueno hermano.
Tal vez estoy yendo demasiado lejos al insistir de tal manera, pero no logro entender porque quiero lograr que se quede. Él por el contrario, levanta la mano y se señala a sí mismo, sus ojos esconden una emoción más profunda e incluso contradictoria. No puedo descifrar que sucede con él.
—¡Este soy yo tratando de ser un buen hermano, Ada! Connor no me necesita cerca.
La frustración comienza a invadirme, no entiendo el porqué de su negativa.
Más bien, no lo entiendo a él. Y tal vez debería dejar de intentarlo.
—Algún día tendrás que dejar de huir de tu pasado, necesitas hacerlo si quieres avanzar —respondo sin mirarle, porque quizás le estoy presionando demasiado y va a explotar.
Deja escapar un resoplido y esta vez me mira con desdén, odio que lo haga, sus rasgos son mucho más duros y fríos que antes. Intento ocultar mi nerviosismo pero no creo poder.
Apenas logro enmascarar la tristeza que asalta mi pecho.
—¿Y qué te hace pensar que estoy huyendo de mi pasado? —increpa con brusquedad, sus ojos brillando con ira; entreabro los labios para hacer el intento de reparar mi error pero no me permite hablar—. ¿Acaso me conoces bien, Ada? No, no lo haces, no eres nada para mí, nada, así que deja de meterte en mis jodidos asuntos.
No tengo ni idea de lo que he desatado. He tocado una fibra sensible dentro de él. Sus duras palabras aún se procesan en mi mente y siento los ojos llorosos, porque especialmente hoy me siento como si no fuera absolutamente nada.
Para nadie. Y que lo diga en voz alta lo empeora todo.
—Lo..., siento —las palabras se estancan en mi garganta. Siento una presión en el tórax. Quiero llorar.
Una lágrima cae por mi mejilla. Odio mostrarme así de débil ante alguien que no sea mi esposo. Pero ya no puedo hacer nada para ocultar mi reacción. Él me observa atentamente, endurece la mandíbula cuando se percata de mis lágrimas y se maldice a sí mismo.
El arrepentimiento se muestra en su rostro, como si su intención no fuera haberme herido en absoluto, pero lo ha hecho.
—Perdóname, Ada. No tienes la culpa de la jodida vida que tengo —empieza—. No debí haberte gritado, no quería hacerte sentir mal. Lo siento mucho, joder.
Se disculpa con una voz rota que me hace sentir mal por él. Algo me dice que está sufriendo mucho y que no tiene a nadie a quien recurrir para poder sostenerse, porque sigue apartando a las personas que le quieren.
Sigue negándose a dejar ir eso que lo hunde.
—No pasa nada —es lo único que consigo decirle.
Él niega con la cabeza y vuelvo a tomar otro paso para acercarse a mí, quedando a una distancia en la que puedo aspirar su fragancia. Un aroma fresco y tan acogedor que me hace estremecer. Mi cuerpo comienza a reaccionar como si lo recordara.
De la nada, me toma de la mano con una delicadeza que acelera mis pulsaciones. La entrelaza con la suya y doy un respingo, asustada por la comodidad y la familiaridad que encierra su tacto.
Siento la temperatura tibia de su piel contra la mía y mi corazón late desbocado.
Porque esa extraña sensación de que lo conozco desde hace mucho tiempo vuelve a aparecer, con mas fuerza que antes, y tengo la sensación de que mi propia piel quiere grabarse con la suya.
Convertirse en una sola.
—Perdóname —susurra de nuevo.
—Ya te dije que no pasa nada —me muerdo el labio inferior—, no te martirices por ello.
—Si pasa algo, Ada, nunca debí faltarte al respeto ni mucho menos gritarte de la manera en que lo hice —increpa con insistencia, decepcionado—. Este no soy yo. No quiero que pienses eso.
—No te martirices más. Todo ya está olvidado, Ryan —susurro, queriendo restarle importancia.
En cuanto las palabras abandonan mi boca sus labios se curvan en algo que interpreto como una sonrisa triste.
—No para mí. Nada está olvidado. —Menciona y tengo la sensación de que lo que dice tiene un significado diferente.
—¿Qué es lo que no está olvidado? —le pregunto, temiendo su respuesta.
Su mano sigue sosteniendo la mía, la ternura detrás de su toque dice mucho más de lo que él jamás admitirá.
Me dejo perder en esa sensación que no deja de estremecer mi cuerpo y me encuentro con sus ojos, de un azul intenso; tan gélidos que duelen al mirarlos. No encuentro las palabras indicadas para describir las sensaciones que se aglomeran en mi pecho al tenerlo observándome como si lo supiera todo de mí.
—Algún día lo recordarás —es lo único que dice antes de privarme de su toque, soltando mi mano y alejándose de mi como si estuviese arrepentido de haberse acercado.
Parpadeo, más confundida que antes.
—¿Y sí no lo hago? —alego de inmediato.
—Entonces significará que no te tuvo la misma importancia para ti que para mí.
Permanezco en silencio, conmocionada por todo lo que acaba de suceder entre nosotros. Puede que le haya juzgado mal. Tal vez Connor tiene razón. Vale la pena luchar por Ryan. Vale la pena no rendirse con él.
Toma mi silencio como una respuesta y asiente con resignación, el dolor y arrepentimiento brillando en sus ojos azules. Finalmente se da la vuelta, pero no se mueve, casi como si esperara que diga algo más.
Lo que sea. Y aunque no tengo idea a lo que se refiere, tengo la necesidad de decir algo antes de que se marche.
—Puede que esto no sea lo que deseas escuchar en este momento pero no estás solo. Aunque sientas que el mundo está recargado sobre tus hombros, tienes gente que de verdad se preocupa por ti. Les importas —admito finalmente, mi voz se vuelve más baja, cautelosa, y quizás asustada de exponerme demasiado ante él—. Y por si sirve de algo, también me tienes a mí de ahora en adelante.
Su cuerpo se pone rígido ante mi inesperada confesión. Mis piernas se vuelven gelatina y me muerdo el labio inferior, nerviosa por la reacción que pueda tener. Además, no quiero que lo malinterprete.
—¿A ti? —Pregunta con un deje de incredulidad. Como si estuviera de alguna manera sorprendido de que haya dicho eso.
Dejo escapar un profundo suspiro antes de responder. Los nervios comienzan a hacer de lo suyo dentro de mi estómago.
—Me tienes a mí, Ryan. De verdad. Incluso si eso parece no ser suficiente —respondo, apenada de no poder esconder la inseguridad palpable en mi voz.
Dios, ¿qué diablos estoy haciendo?
Él suelta una risa suave. Apenas logro escuchar el sonido; tan cálido que consigue abrigarme, pero también lo suficiente penetrante para sentirlo hasta en los huesos.
—No deberías subestimarte, eres mucho más que suficiente siendo tú misma y si la gente no puede ver eso, entonces es su jodido problema —su voz rasposa se vuelve más profunda con cada palabra—. No lo dudes nunca, ojos bonitos.
Siento el corazón latirme en los oídos. Desbocado. Sin frenesí. Con vehemencia.
—¿Realmente piensas eso? —inquiero en un torpe susurro, necesitando seguir escuchando su voz.
—Eres suficiente..., y más que eso —se me acelera el corazón—. Lo eres todo. Absolutamente todo, Ada.
—¿Por qué sigues diciendo esas cosas de mí? Ni siquiera me conoces tanto —quizá sueno desesperada, pero necesito saber, entender por qué lo hace.
Exhala profundamente antes de girarse y encontrar mi mirada. Sus ojos me atraviesan por completo. Me dejan expuesta.
—Porque creo que son verdad. Tú también deberías hacer lo mismo.
Me encojo de hombros.
—No... lo entiendo —sonríe.
—Puede que sea mejor así —Es todo lo que dice antes de darse la vuelta y empezar a alejarse.
—¡Espera! No te vayas, no así —grito, casi con pánico.
Se detiene.
—Estoy haciendo lo correcto, con el tiempo lo verás.
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Y con eso desaparece por completo de mi campo de visión y una parte de mí se va con él sin que pueda evitarlo.
No obstante, sus palabras definitivamente permanecen conmigo, calentando mi pecho con un sentimiento desconocido y, por primera vez en meses, me siento bien en mi propia piel que olvido que mi corazón empieza a latir por alguien que no debería.
Por alguien que siento como si lo conociera de hace mucho tiempo.