El profesor despierta tardísimo, igual que ayer.
Después de su encuentro no tan agradable de la madrugada con su cuñada, no pudo conciliar el sueño y solo consiguió dormir un poco más de una hora.
No puede engañarse. El semblante de Dayana cuando salió de la biblioteca no le gustó para nada, aunque eso no la absuelve para nada de lo que le hizo a su hermano.
Lían es demasiado importante para él como para quedarse callado ante lo que le sucede y si tiene la posibilidad de interferir, lo hará por el bien de él.
—Hijo, buenos días —su madre lo saluda con un abrazo que lo reconforta a los pocos segundos. —¿Pudiste descansar? No tienes buena cara.
—Buenos días, mamá —Contesta él bostezando. —Creo que me hace mal el cambio de horario. Apenas dormí unas horas.
—Mientras estés en casa puedes hacer lo que quieras, hijo. Aquí no tienes obligaciones que cumplir, ni alumnos que te están esperando en clases. Solo disfruta de tus vacaciones.
—No son vacaciones, mamá. Solo estoy aquí con un permiso especial.
—Como sea, Gabriel. Solo relájate —Insiste.
—Lo intento, mamá.
—Sé que la enfermedad de tu hermano nos tiene a todos muy estresados, pero debemos ser fuertes y salir adelante.
Mara abraza a su hijo, pero una de las sirvientas los interrumpe.
—Disculpe, señora. El té de la señora Dayana ya está listo ¿Quiere que se lo lleve?
—Gracias, Helena. Agregaré un poco de jengibre para que se lo lleves —Responde Mara con una sonrisa.
La sirvienta vuelve a la cocina silenciosamente tal como llegó.
—¿Té? ¿Desde cuándo te convertiste en la sirvienta de mi cuñada? —Cuestiona el profesor con las cejas levantadas y evidente molestia.
Mara lo mira algo sorprendida.
—¿Vamos a la cocina, hijo? Allí podemos hablar y aclarar algunas cosas.
Mara lo lleva hasta allí y mientras Gabriel toma su desayuno, ella se pone a ayudar a las cocineras a preparar el almuerzo y la dichosa taza de té.
—¿Lían está en la casa? No lo oí en su cuarto al pasar ¿O fue a la empresa?
—Está con su esposa en la habitación. Dayana no se siente bien hoy.
—¿Qué le sucede a la princesa? —Cuestiona con malicia. —¿Otra vez discutieron?
Mara nota el sarcasmo en las preguntas de su hijo.
—Es complicado, hijo. Hay muchas cosas que tú no sabes.
—¿Complicado? ¿Eso es lo único que todos saben decir en esta casa?
—No es lo piensas, Gabriel.
—¿Y qué se supone que debo pensar entonces, mamá? Mi hermano no está bien y no me gusta lo que está pasando entre él y su esposa. Él está sufriendo por culpa de los caprichos de ella, y tú solo dices que es complicado.
Bufa realmente molesto, Gabriel. Si ayer estaba enojado por lo que le contó su hermano, hoy lo está mucho más.
—Dayana tuvo un aborto, hijo —Suelta de repente, Mara. Eso hace que Gabriel la mire agobiado. —Fue por eso que tu hermano y ella discutieron ayer.
—Pero, ¿Por qué? —susurra, sorprendido. —No sabía que estaba embarazada.
—Nos enteramos de la peor manera, hijo. Ella quería esperar unos días para darnos la noticia, pero tuvo un sangrado. Le hicieron unos estudios en el hospital y le confirmaron que el embrión venía con deformaciones y que era imposible que naciera.
Una lágrima cae por su mejilla de Mara al contar esto.
—Tu hermano nunca le dijo sobre su problema de fertilidad, hijo. Esta vez no tuvo más opción que contarle. Ya era imposible seguir ocultando algo tan evidente. Es por eso que discutieron esa tarde.
Gabriel escucha todo sin dar crédito de lo que su madre le dice.
—Lían y yo le insistimos ayer que se quedara a descansar para recuperarse, pero en la madrugada cuando regresó del hospital se sintió muy mal y tu hermano y yo tuvimos que llevarla a urgencias para que la atendieran.
¿Cómo pasó todo sin que él se diera cuenta? ¿Por qué Dayana no le dijo que se sentía mal cuando hablaron en la biblioteca?
—Regresamos hace una hora. Ahora está dormida y tu hermano la está cuidando.
Gabriel no logra concebir como pudo haber sido tan idiota con ella.
—Hijo, ¿Estás bien? —dice su madre preocupada al ver su desbarajuste.— ¿Quieres un poco de agua?
La lengua del profesor parece estar atascada en su garganta. No consigue decir una sola palabra.
Toma el vaso que su madre pone en su frente y lo mira por un buen rato sin tomar el agua.
Es la primera vez que se siente un hijo de puta. La acusó de un montón de cosas, muchas de las cuales que ni siquiera consigue recordar. Tal vez eso fue causa de que se haya empeorado.
—Gabriel, me estás asustando, amor —Su madre se coloca en su frente. —Estás pálido, ¿Qué sucede?
—No esperé esto, mamá. Son muchas noticias malas juntas.
—Tu hermano está devastado.
—¿Y ella? ¿Cómo está ahora?—Pregunta con la voz entre cortada.
—No se ha quejado de nada desde que llegamos, hijo —dice Mara, entre suspiros.
Algo le dice a Gabriel que intentó hablar con él de eso en el balcón, pero él no la dejó.
¿Cómo pudo haber sido tan imbécil? ¿Cómo no se dio cuenta de que algo malo sucedía con ella?
Una vocecita en su cabeza lo ataca con un “te lo dije”
Sus sienes palpitan fuerte y su corazón late dolorosamente.
—No es para menos —Contesta tragando saliva.
—Eso fue lo que sucedió, Gabriel. Ayer no te dijimos nada, pero no veo la razón de seguir ocultándolo.
—Lo lamento mucho, mamá. Al parecer tomé conclusiones apresuradas y muy equivocadas.
—Estoy segura de que no lo hiciste a propósito, hijo —Mara acaricia las mejillas de su hijo. —Tú no eres así.
—Creo que la enfermedad de mi hermano y su trasplante me tienen muy nervioso.
Gabriel nunca se sintió más frustrado en su vida.
—No te preocupes, hijo —Mara intenta consolarlo. —Tampoco hiciste algo tan malo.
Si ella supiera lo que hizo y dijo Gabriel.
—Creo que es mejor que vaya a dar una vuelta por los jardines, mamá. Necesito un poco de aire puro.
El profesor suspira profundamente y su semblante mejora mucho después de la conversación con su madre. Al menos ahora sabe del motivo real de la discusión de su hermano y su esposa.
Ahora es cuando se da cuenta de todo lo que le afecta esa mujer a la que acaba de conocer. Esto es más de lo que él quiere aceptar. Dayana está revolviendo sus entrañas de una manera inconcebible.