8. Esta situación se le está saliendo de las manos
1174 Words
—Soy estéril, Gabriel —confiesa su hermano con una lágrima rodando por su mejilla. —Dayana y yo nunca podremos tener un bebé. Al menos no propios.
—No sabía eso, Lían. No sé qué decirte.
Gabriel de verdad siente mucho lo que le está pasando a su hermano y cada confesión que le hace lo deja más triste. Poder tener un hijo es muy importante para él y saber que no podrá cumplirlo debe ser muy frustrante.
Su madre tiene razón. Lían tiene más peso en su espalda de lo que puede soportar, sufre a causa de lo que quiere y necesita hacer, pero no puede.
—¿Por eso discutieron? —Pregunta tomando su hombro. —¿Es por qué no puedes darle un hijo?
—Por eso y muchos otros motivos más. Son demasiadas las cosas de las que ella se priva al tener un marido enfermo como yo.
Su opinión sobre Dayana empieza a tener otra perspectiva, con lo que su hermano le confiesa ¿Qué tan insensible puede ser una persona para no entender el dolor por el que está pasando su esposo?
—¿Acaso ella te reclamó eso? ¿No se da cuenta de que este no es un buen momento para eso? Son jóvenes, Lían. Pueden pensar en hijos más adelante.
—No es lo crees, Gabriel. Todo esto es muy complicado de explicar, hay cosas que ella...
—¿La estás defendiendo? —Pregunta, molesto. — ¿Ella no es consciente de lo que te hace, hermano?
—Gabriel...
—No creo que sea la buena mujer que dices que es. Me parece que esta vez se está comportando mal contigo.
—Hermano...
—No es justo que ella te agobie con esto, Lían. No lo acepto.
Lían intenta refutar sus palabras, pero al final se contiene y se queda callado.
Gabriel está molesto y le cuesta entender cómo Dayana puede anteponer sus deseos al dolor de su hermano.
—Será mejor que me vaya a descansar —dice finalmente Lían antes de entrar a su habitación.
Esta charla deja un sabor muy amargo en el estómago de Gabriel. Demasiado.
Se queda un buen rato ahí mismo en el balcón tratando de asimilar lo que Lían le confesó recién. Un pesar enorme se aloja en su pecho al recordar la cara de tristeza de su hermano.
¿Por qué está tan molesto con su cuñada? Ni siquiera él entiende sus verdaderos motivos.
En estos momentos no se reconoce. Jamás había juzgado a una persona tan fácilmente como a Dayana.
Agobiado, decide ir a la casita del árbol. No se le ocurre nada mejor para poner su cabeza en orden.
Se queda ahí acostado en el suelo pensando hasta muy tarde
Dayana lo está haciendo tambalear de una manera que hace mucho, nadie lo hacía. Necesita encontrar una solución a eso antes de que sea demasiado tarde.
De camino a su habitación, ya de madrugada, escucha unos suaves sollozos que parecen provenir de la biblioteca.
Al apoyar su oído en la puerta confirma que efectivamente los ruidos provienen de ese lugar.
¿Quién es? ¿Por qué alguien entraría a llorar a esta hora en ese sitio?
Gabriel abre con sumo cuidado la puerta y la poca luz que se proyecta por la pequeña ventana deja ver a Dayana sentada en uno de los sillones.
Gabriel se insta a sí mismo a irse y dejarla donde está, pero necesita saber qué le pasa.
Se acerca lentamente a ella y se sienta a su lado. Aún tiene la ropa del hospital puesta y al parecer acaba de llegar. La poca luz que hay en el sitio no le permite ver con claridad su cara, pero las sacudidas de su cuerpo confirman que está llorando.
—¿Dayana, por qué estás aquí a esta hora?
—¿Cómo me encontraste? Pensé que todos en la casa ya estaban dormidos.
—Escuché tus sollozos cuando regresaba a mi habitación —Contesta él.— ¿Qué haces aquí llorando y a esta hora? ¿Qué sucede?
—Es complicado —Replica ella, desviando la mirada. —No creo que tú puedas entender lo que me sucede.
Es la misma respuesta que su hermano le dio hace rato y terminó confesando eso que no le gustó para nada.
—Al parecer la única que complica todo en esta casa, eres tú. La que no ve más allá de sus narices y pretende tener el mundo a sus pies sin pensar en los demás —Responde el profesor, exaltado.
—¿Qué? ¿Por qué me dices todo eso?
—Creo que sí sabes de qué hablo, Dayana. Seguramente eres de las que obtiene todo lo que quiere sin importar lo que tenga que hacer para eso.
Una pequeña lágrima rueda por la mejilla de la mujer al oírlo. Mira fijamente a Gabriel sin entender el motivo de su agravio.
—¿Qué buscas aquí sentada, llorando a esta hora? ¿Qué mi hermano venga a buscarte y adularte? —Añade Gabriel echando más leña al fuego.
Dayana lo mira con los ojos aguados. Su mandíbula tiembla sin parar de puros nervios.
—Conmigo no funciona eso, cuñada. Yo no soy Lían y no puedes manipularme como lo haces con él.
—Gabriel, no sé de qué me estás acusando. No entiendo por qué me dices todo esto.
—¿Crees que puedes seguir lastimando a mi hermano a tu antojo? Ya va siendo hora que eso se termine.
La cara de Dayana se torna de un tono pálido y un suave jadeo lastimero sale de su boca cuando Gabriel termina de decir aquello.
—Mi hermano y yo podemos tener nuestras diferencias, pero créeme, yo no soy tan accesible como él, ni tan tonto —Continúa en tono áspero. —Te advierto que no permitiré que destruyas su poca paz con absurdos deseos. No mientras yo esté aquí.
El cuerpo de Dayana empieza a temblar incontrolablemente y su frente se empapa de sudor. Un quejido sale de su boca al mismo tiempo que se levanta para irse, pero pierde el equilibrio y se tambalea por unos segundos.
Gabriel intenta sostenerla, pero apenas le da el tiempo de llegar a ella.
—¿Estás bien? —Pregunta ayudándola a reponerse.
—Estoy bien —Contesta ella en un hilo de voz casi inaudible.
—Dayana, yo no quise...
—Es mejor que me vaya a mi cuarto —Lo interrumpe ella. Su voz suena muy débil.
Dayana no deja de temblar, sus labios están de un tono azulado y sus manos se sienten muy frías y débiles. Es más que obvio que todo esto la afecta demasiado.
A pasos lentos se marcha hacia la salida y por alguna razón Gabriel se siente intranquilo y culpable, con una angustia en el pecho que no lo deja respirar con normalidad.
¿Qué le pasa? ¿Por qué se comporta como un troglodita con ella?
Esta situación se le está saliendo de las manos.
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