La voz de Lían desde la habitación conjunta los hace volver a ambos a la realidad de un sopetón.
Gabriel la baja al piso rápidamente y Dayana parece tan aturdida como él, por lo que acaba de pasar.
—Disculpa —Susurra ella antes de secar sus lágrimas con el dorso de la mano y dirigirse a toda prisa hacia su habitación.
A Gabriel no le da tiempo de contestar nada. Todo transcurre muy rápido y de golpe, que él se queda perplejo, viéndola entrar a su habitación y cerrar la puerta tras ella.
Los nudos en su garganta se acrecientan y ni siquiera sabe la razón exacta del porqué se siente así.
Aunque le gusta lo que Dayana provoca en él con su cercanía, es algo prohibido para él. Es una realidad que debe aceptar, le guste o no. Ella es la esposa de su hermano ¿Qué más razones necesita para mantenerse alejado de ella?
«No debo dejar que suceda lo mismo de nuevo bajo ninguna circunstancia» dice en su interior, Gabriel.
Preso del pánico por el curso que toma sus pensamientos y sus actos recientes, baja a toda prisa por la escalera que une el balcón con el jardín lateral de la casa, tomando el sendero que lleva hasta un lago artificial que está dentro de la propiedad.
Después de llegar allí, mira alrededor y empieza a reírse de sí mismo.
«Soy un imbécil» piensa llevándose ambas manos a la cara.
Esta situación se le hace sumamente estúpido y le cuesta entender por qué siempre le pasa lo mismo. Él no busca mirar a las mujeres de su hermano, esto es una ironía del destino que busca jugarle una mala pasada.
Intenta calmarse tomando varias aspiraciones para retomar el camino a casa.
Llega a la mansión empapado de sudor y sube por la misma escalera por dónde se bajó para entrar directamente a la ducha.
—Gabriel... —La voz de Dayana a su espalda lo detiene justo en la entrada del baño. —¿Estás bien? Es que vi que tomaste el camino al lago y...
No termina su frase cuando él se da vuelta a mirarla. Sus ojos se ven muy rojos e hinchados, por tanto llorar.
—¿Por qué estaría mal? —Contesta él con voz acerada. Dayana lo mira con el ceño fruncido. —Si no es mucha molestia, quiero estar solo para darme una ducha.
—Solo pasé para pedirte disculpas por lo del golpe. Me asusté mucho y se me pasó la mano. Lo siento.
—No te preocupes por eso —Susurra Gabriel con pesar. —Ya eso se solucionó y estoy bien, además fue mi culpa por entrar como un ladrón dentro de mi propia casa.
Dayana asiente. Parece querer mencionar lo que sucedió hace rato entre ellos, pero no lo hace.
—Tengo que irme al hospital ahora. Solo te esperé para decirte eso.
—Perfecto —Contesta el profesor señalando con la mano la puerta de salida.
Un suspiro se escapa de su cuñada antes de asentir y retirarse.
Gabriel la mira irse y por algún motivo se siente un idiota por la forma en que le pidió que se vaya, después de todo solamente se estaba disculpando con él.
Apoya su espalda por la pared y se queda ahí mirando la nada por un largo rato.
En la ducha las cosas no son muy diferentes para él. Todos sus pensamientos están dirigidos a lo que sucedió en el balcón.
Una cierta tensión entre su madre y Lían es lo primero que nota al bajar para cenar.
No mencionan nada, pero la cara apesadumbrada de su madre y la mirada perdida de su hermano le indican que algo anda mal.
—¿Sucede algo del que no estoy enterado? —Pregunta rompiendo la tensión en la mesa. —¿Qué es eso que los tiene así tan preocupados? ¿Me lo pueden decir?
—No pasa nada, Gabriel —Responde su madre mirando a Lían. —Es solo un mal día.
—¿Mal día? ¿Qué sucedió? ¿Tiene que ver algo con que haya venido sin avisar? —La pregunta de Gabriel incomoda a su hermano.
—Por supuesto que no, hermano —Lían contesta de inmediato. —No tiene nada que ver contigo. Es que... ¡Olvídalo! —Suspira profundamente y algo le dice a Gabriel que tiene que ver con su esposa.
—¿Pasa algo con Dayana? —Gabriel mira la reacción de su hermano al mencionarla.
Él no contesta, lo que hace caer en cuenta a Gabriel que también ella estaba así cuando la vio en la tarde en el balcón.
¿Qué habrá pasado entre ellos?
—Tuvimos una discusión y ella se fue enojada al hospital —Responde tristemente, Lían. —No debí dejarla ir así. Debí aclarar las cosas con ella antes de irse.
Su afirmación deja atónito a Gabriel. Ellos se notan tan enamorados que lo que menos puede imaginar es que discutan. Mira a su madre y ella le dedica una sonrisa triste.
—No me gusta discutir con ella. Me duele verla triste. No se merece pasar por esto.
—No te preocupes tanto Lían, seguramente es algo sin importancia y las discusiones son normales en una pareja, todo en esta vida tiene solución, excepto la muerte.
Gabriel se arrepiente en el momento de haber dicho eso.
—Lo que intento decir es que... —Gabriel intenta reparar su metida de pata.
—¡Olvídalo! —Lo corta su hermano levantándose de la mesa y saliendo del comedor.
—Mi intención no fue molestarlo, mamá, creo que me excedí —Suspira frustrado al darse cuenta de lo que hizo.
—No te preocupes, hijo —Mara toma la mano entre las suyas para tranquilizarlo. —Solo está triste y con lo de su enfermedad, más la presión de su trabajo, ya sabes, todo se le acumula. No es tan grave.
—Lo sé, madre, pero no debí decir eso —Contesta levantándose también.
—¿Dónde vas, hijo? Aún no terminaste de cenar. Solo dale tiempo, se le pasará.
—Necesito hablar con él y no estaré en paz si no lo hago, mamá.
Gabriel sube rápidamente las escaleras y lo encuentra sentado en el camastro del balcón con la mirada perdida en el horizonte.
—Lo siento. Disculpa, hermano. Mi intención no era incomodarte.
—Yo también lo siento, Gabriel. Siento mucho haber nacido tan enfermo —Responde Lían con la voz entrecortada.
—Por favor, no repitas eso. Tú no tienes la culpa de nada —Gabriel toma de su hombro para darle apoyo. —Hablar de la muerte es lo más estúpido que hice y en el momento menos apropiado. Créeme que me siento el idiota más grande del planeta, por eso.
Gabriel toma nota mental de no volver a mencionar nada parecido a eso durante su estadía en la casa. No solo por su hermano, sino también por su mamá y por Dayana.
—Ese es el problema, hermano. Estoy enfermo y lo más probable es que pronto y de manera inesperada me llegue la muerte.
—Eso no pasará y no se te ocurra volver a decir algo parecido jamás —Exclama furioso, Gabriel. —Encontraremos el donante, solo debemos tener Fe y paciencia.
Lían levanta la cabeza y le dedica a su hermano un intento de sonrisa, que termina siendo solo una mueca triste. Hay algún tipo de resignación en sus ojos cuando lo mira que deja una aflicción en Gabriel.
—Por favor, hermano, no te rindas. Lucha por ti, por mamá, por mí, por Dayana.
—Odio cuando peleo con ella —Contesta Lían con lágrimas en los ojos. —Mi único deseo es que ella esté bien y sea feliz.
Una vez más se oye resignado.
—Hazla feliz, hermano —dice Gabriel tomando la cara de su hermano entre sus manos. —Vive para hacerla feliz.
La respuesta de Lían deja pasmado y con la boca abierta a Gabriel.
—No es necesario, Gabriel.
—¿Qué no es necesario? —Pregunta, él.
—No es necesario que yo viva para que ella sea feliz.
Gabriel abre la boca para contestar, pero no consigue articular ni una sola palabra.
¿Por qué Lían habla así?