Lían y Gabriel se quedan hablando durante dos horas sentados en el banquillo blanco de la casita del árbol, igual como lo hacían de niños para escapar de sus padres por un largo rato.
Hablan de todo en ese tiempo. Gabriel le comenta sobre su monótona vida en Suramérica y su hermano, asuntos de la empresa familiar donde aún sigue siendo el presidente a pesar de su enfermedad.
Los ojos de Lían se iluminan al máximo cuando empieza a relatar estos tres años de casados con Dayana, de quien se nota está muy enamorado.
Su madre ya le había comentado que se conocieron en la calle durante un asalto a un banco, pero no le mencionó los detalles de aquel día, y ahora que Lían se lo cuenta, le parece terrorífico.
Jamás imaginó que en ese asalto hayan sido heridas tantas personas. Lían se encontraba casualmente en ese lugar porque iba para una reunión en las inmediaciones, mientras que Dayana estaba saliendo de ese banco luego de haber hecho un depósito. Ella lo ayudó al recibir un refilón de bala que le dejó una herida sangrante en el brazo.
Sin duda es un momento horripilante que no se le desea a nadie.
—Dayana es mi apoyo incondicional en estos momentos y a pesar de que no podemos por varios motivos llevar una vida normal, ha estado ahí al pie del cañón junto a mí todo el tiempo sin decaer ni desesperarse —Comenta Lían con una sonrisa triste en el rostro.
—Se supone que así deben ser los matrimonios ¿No? Aunque sabes que yo no creo en ellos.
—Ella me da mucho más de lo que yo puedo darle, hermano. Es una mujer excepcional. Ha soportado demasiadas cosas desde que nos emparejamos.
De un momento a otro, Lían parece recordar algo y se calla; su mirada está fija en un punto lejano que Gabriel no logra distinguir. Emite un hondo suspiro y se pasa las manos por la cara varias veces sin decir nada, pesaroso.
Está angustiado por algo más que su enfermedad y Gabriel es consciente de eso. Lo conoce. Ambos se conocen mutuamente y no se pueden mentir.
Al profesor le encantaría que su hermano sea su confidente como antes, que le cuente sus cosas para poder ayudarlo, pero desde aquel suceso, la relación entre ellos se dañó a tal punto que será difícil volver a reconstruirlo.
Gabriel le aprieta el hombro en señal de apoyo, a lo que él solo corresponde con una sonrisa.
Gabriel lo mira por varios segundos sin decir nada y ahora más que nunca está convencido de que venir fue lo mejor que pudo haber hecho.
Ambos deciden volver a la casa luego de su larga charla.
—¡Vaya! Pensé que nunca volverían —dice Mara entre risas cuando los ve entrar juntos a la casa.
—Era volver o morirnos de hambre allí —contesta Lían frotándose la panza y mirando con cara de lástima a su madre. —¿Y mi esposa?
—Dayana subió a su habitación hace unos minutos, hijo —le contesta ella dejando un beso en su cachete. —Estábamos esperándolos, pero como tardaron más de lo debido, subió a hacer algunas anotaciones del hospital.
—Pues ya estamos aquí —Gabriel se une a la conversación. —Y también me muero de hambre.
Mara también se acerca a él y deja un suave beso en su mejilla para terminar atrayendo a ambos a la vez en un abrazo grupal.
—Me hace tan feliz verlos juntos de nuevo —la voz de Mara sale entrecortada y evidentemente emocionada por el momento. —No saben las noches que pedí al cielo por este día. Verlos contentados, sin rencores.
—A mí también me hace muy feliz que hayas venido, Gabriel —Añade Lían abrazando más fuerte a su hermano.
El pecho del profesor se hincha por el inmenso amor que siente por ellos y el que sabe que le tienen a él.
—Me encantaría unirme a ese abrazo —Lo dicho por Dayana sacude de pies a cabeza a Gabriel.
Lían se suelta rápidamente cuando la escucha. La toma por la cintura elevándola hasta su nivel para unir su frente con la de ella y depositar un casto beso en sus labios.
Sin lugar a dudas es una hermosa escena de amor, pero que deja un sabor agridulce en el estómago de Gabriel.
Envidia es el sentimiento que tiene al verlos tan enamorados.
Gabriel sale de allí de manera repentina para no seguir viendo la escena y va hasta la cocina donde se dispone a lavar sus manos como si nada hubiese pasado.
—¿Estás bien, hijo? —la voz de su madre le hace dar un respingo. —¿Sucedió algo?
—Nada, mamá. Solo quería adelantarme. Eso es todo.
—Comamos entonces, hijo —Mara toma el rostro de su hijo con sus manos y deja varios besos cortos en ambas mejillas.
—Ya no soy un niño para que me trates así, mamá ¿Qué pensará la gente si nos ven? —Protesta.
Y vuelve a hacerlo una y otra vez, sin importarle lo que dijo su hijo anteriormente.
Una vez sentados todos alrededor de la mesa y dar la bendición, se disponen a comer.
Gabriel devora cuánta comida, su madre carga en su plato, ganándose algunas que otras burlas por parte de su hermano y su cuñada. Si ellos supieran cuánto extrañaba Gabriel, la comida de su madre, no se reirían como lo hacen.
—Te sentirás mal del estómago si sigues así. Tranquilo. —Su hermano trata de convencerlo de ir despacio.
—Esperé mucho por esto. Realmente extrañaba la sazón de mamá —Contesta él restándole importancia a lo que le dice.
Gabriel no puede evitar mirar hacia Dayana cada tanto y observarla. Hay algo en ella que llama su atención y no puede dejar de verla. Por su parte, Dayana no parece ser indiferente a él, ya que en más de una ocasión sus miradas se encuentran por algunos segundos en los que ella le dedica una dulce sonrisa antes de desviar nuevamente su vista hacia su hermano.
El corazón de Gabriel se acelera cuando hace eso. Su sonrisa tiene un efecto extraño en él que no consigue entender.
Sus ojos verdes lo cautivan de tal modo que cuando se miran él se estremece de tal forma que no le había pasado con nadie.
Un nudo se le forma en la garganta ante todo lo que le pasa por la mente.
Esto no le puede estar pasando de nuevo. No aquí, no ahora, no con ella.