4. Nuevas esperanzas

1389 Words
—¡Buenos días! —Una voz cálida se oye a las espaldas del profesor mientras se encuentra desayunando en la cocina. Él se sobresalta y derrama un poco del café de su taza. Carraspea intentando aclarar su garganta y serenarse, pero la mujer suelta una risita que se escucha adorable al notar su nerviosismo. —¡Buenos días, Dayana! —Contesta de inmediato la madre del profesor al escucharla —¿Cómo amaneciste? Gabriel escucha su caminar detrás de él y por alguna razón se pone aún más nervioso ¿Qué le está pasando con ella? Su conjunto veraniego, color rosa, lo deja sin aliento por unos segundos cuando se arma de valor y voltea a verla. Su pelo rubio con ondas que le llega hasta la cintura, sus ojos verdes claros y su piel tersa, hacen el conjunto ideal para toda la belleza que tiene en frente. Gabriel parpadea un par de veces cuando la ve acercarse hasta su posición. Dayana muerde su labio inferior con fuerza y cuando lo suelta, se ve aún más rojo e hinchado que antes. Los ojos de Gabriel van a parar justo allí en ese momento y su garganta se seca obligándolo a tragar saliva. Dayana lo mira directo a los ojos y sonríe de nuevo. —¿Cómo amaneció, señor Norton? —dice ella sin dejar de sonreír, ahora solo a centímetros de su cara. —Buenos días, Dayana —contesta Gabriel, mirándola detenidamente y sin el mínimo de pudor. ¿Por qué esa mujer lo está haciendo sentir como un niño tonto? ¿Por qué esa mirada lo hechiza a tal punto que no puede dejar de verla? —Amanecí bien, suegra —responde finalmente Dayana a la pregunta que le había hecho Mara cuando entró mientras revisa la herida en la cabeza de Gabriel. El profesor se queda boqueando ante la respuesta de ella ¿Suegra? ¿Cómo es eso de que su mamá es su suegra? —Mi turno fue bastante tranquilo, gracias a Dios. Gabriel voltea a mirarla con el ceño fruncido, como preguntando qué fue eso. Ella le devuelve la mirada junto con una mueca y una encogida de hombros. —¿Al menos pudiste descansar? Debiste quedarte en la cama un poco más, hija. —Estoy bien, además, quiero estar levantada cuando Lían llegue de la empresa —Replica maniobrando algo en la cabeza de Gabriel. —Debería estar por llegar. Me escribió para avisarme que ya estaba volviendo. Gabriel cae en cuenta de quién es realmente esta mujer que anoche pensó era la empleada de su madre. Es la esposa de su hermano, a la que hasta ahora no había podido conocer porque cuando tuvo noticias sobre su boda, él decidió no venir. Por alguna razón extraña se siente decepcionado al enterarse de eso. Su cabeza está hecha un lío. Lo único seguro que tiene en su mente y en su corazón es que esto no puede estar pasando de nuevo. —¿Gabriel? ¿En qué piensas tanto, hijo? —Perdón, mamá, no te escuché ¿Sucedió algo? —Responde él cuando vuelve a la realidad al oír la voz de su madre. —Dayana te ha preguntado tres veces si aún sientes dolor ¿No la escuchaste? —Estaba pensando en mi hermano y me distraje —Se excusa. —Ya no siento ningún dolor. Gracias por la curación de anoche y por preocuparte por mí —Replica él mirando a Dayana. Es la tercera vez que ella le sonríe, y a él le parece la sonrisa más hermosa que haya visto jamás. ¿Qué le está pasando? Se levanta bruscamente de la silla y tanto su madre como Dayana lo miran extrañadas. Antes de que alguna de ellas pregunte algo, él toma todo de su café y deja la taza en la mesa. —Iré a dar un paseo mientras mi hermano llega. Caminaré por los jardines. —¿Quieres que te acompañe, hijo? —pregunta su madre levantándose también. —Podemos seguir conversando mientras damos un paseo, juntos. —Gracias, mamá, pero quiero ir solo —Contesta dejando un beso en la frente de su madre. —Necesito poner en orden algunas ideas. El aire fresco me hará bien. Mara asiente y deja ir a su hijo. La cabeza del profesor está hecha un caos. No quiere pensar que la historia se esté repitiendo justo ahora, pero no puede dejar de pensar en Dayana, la esposa de su hermano. Se siente diferente, extraño. Como si algo que desconoce se estuviera adueñando de él. Camina a pasos grandes hasta la parte oeste de la casa donde se encuentra la casa del árbol más grande que haya visto, el que su padre les construyó a él y a Lían cuando eran pequeños. Ya allí y viendo el lugar, miles de recuerdos vienen a su mente, de su niñez, de su adolescencia y su juventud en la que él y su hermano jugaban en ese sitio que tanto adora. Una angustia le sobreviene, un temor profundo a que suceda algo que lo saque de esa zona de confort que tanto le costó construir estos años, algo que no sepa cómo controlar y al final termine por romper su fuerza de voluntad y los lazos con su hermano. Se sienta en medio de la casita y enviando su cabeza para atrás, se acuesta en la madera con la vista fija el techo, pensando en todo y nada al mismo tiempo. Con su puño cerrado, da golpes a su frente una y otra vez, como intentando hacerse reaccionar. —¿Eso no hará que te duela la cabeza? —Pregunta Dayana, sobresaltando a Gabriel. —No deberías golpearte de ese modo, menos después del sangrado de anoche y con tu herida que aún no sana. Dayana lo mira con las cejas fruncidas y con los brazos en forma de jarra, desde arriba. —¿Me estás siguiendo? —Pregunta Gabriel, levantándose abruptamente del piso, algo molesto y con el tono de voz levantado. Dayana se queda desconcertada por su respuesta. Abre la boca para hablar, pero parece arrepentirse y lo cierra nuevamente sin decir nada. En eso se oye un resoplido en la puerta que hace voltear de inmediato a Gabriel. Lían lo mira con la ceja arqueada y negando. —Hermano —Ambos se miran por unos segundos sin atreverse a acercarse. Verse después de estos años y después de lo que pasó no es fácil para ninguno de los dos. —¿Cómo estás, Gabriel? ¿Por qué nadie sabía que venías? Es una gran sorpresa verte esta mañana —Responde Lían, dando el primer paso. Se acerca a él y lo abraza tan fuerte que Gabriel se queda conmovido por la actitud de su hermano. Él sabe que no se merece ese abrazo, pero le hacía tanta falta saber que al fin su hermano lo había perdonado. —Quería darles una sorpresa, hermano —le contesta, Gabriel, abrazándolo más fuerte. Lían se ve tan diferente a lo que era antes. Gabriel nota que su hermano perdió mucho peso, su piel está muy pálida y sus enormes ojeras delatan la penuria por la que está atravesando con el cáncer. El joven alto de ojos cafés, sonrisa contagiosa, atractivo, fortachón, el que tenía a todas las jovencitas babeando por él, prácticamente ya no existe. Gabriel recuerda las veces en que se metió en problemas tratando de cubrir a su hermano cuando este se escapaba de casa para ver a su novia. Especialmente cuando intentaba ligar a Jazmín, la hija de los vecinos, y fue descubierto por el padre de la joven y lo denunció con la policía por acoso. Él siempre fue muy enamoradizo, un romántico sin remedio, el hombre ideal para toda mujer, mientras que Gabriel, siempre pensó que el amor era una fantasía absurda, algo irreal que trastornaba las cabezas de las personas haciéndolos cometer estupideces, hasta que se enamoró de la persona menos indicada y su teoría terminó siendo cierta. Terminó cometiendo la estupidez más grande de su vida. —Me hace muy feliz que estés aquí, hermano. Te extrañé mucho. El que estés aquí me da nuevas esperanzas. Gabriel no entiende exactamente el significado de la frase de Lían, pero algo le dice que aquello significa todo para él.
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