Capítulo II. Emil, imaginante.

1981 Words
Aurora salió del banco, estaba esperanzada de que ese dinero le ayudara a resolver alguno de sus problemas. Caminó por el mercado para comprar un poco de fruta.   Emil estaba sentado, con la mirada perdida. Pensaba en las emociones que aquel encuentro furtivo había provocado en él, un recuerdo recóndito afloró a su mente, era sobre su padre; Octave Villar había sido un hombre severo, cruel y frío, sobre todo con Emil, rememoró una de las últimas y pocas veces que hablaron. Aquel día recorrieron la hacienda, Octave rompió el silencio para hablar de Marbella, la madre de Emil: «—Había algo bueno en ella, algo único, que me gustaba de veras, nunca lo encontré en otra. Pero, no pude saberlo a tiempo, quizás algún día te sucederá, si eres más listo que yo, lo entenderás. El hombre que fui con ella, jamás volví a encontrarlo en mí. Hubo un momento en que creí que podía cambiar, ser un mejor hombre, pensé que tenía tiempo, que podría esperar a que diera a luz, y después hacerla mi esposa, sin importar nada, la haría dueña de la hacienda, le daría un hijo con apellido, una señora de nombre, sin embargo, cuando supe que murió al dar a luz, algo murió en mí. Y te culpé. Quise odiarte, a veces lo hago, porque ya sabes, solo se odia lo amado, pero, cuando veo tus ojos, hay una parte de ti que es de ella, y entonces supongo que te amo. No se mucho de amores, pero imagino que es así como funciona esa mierda del amor.»   Malcolm lo observaba, tuvo que llamarlo por su nombre dos veces, hasta que Emil reaccionó —¿Está bien? —Emil se levantó de inmediato, Malcolm tomó del escritorio aquel brazalete—. ¿Qué es esto? —Es… una compra. —¿Compra? ¿Desde cuando el banco del Villar compra baratijas? —No es una baratija —dijo quitándosela y guardándola en un cajón. Malcolm lo miró extrañado—. ¿Qué pendientes tenemos? —Ninguno, podemos irnos, si así lo desea —Emil asintió de prisa, quería irse, abrochó su chaqueta y caminaron fuera del lugar. A Malcolm le gustaba Hilldigans, no eran tan conocidos, como en Arenville, y eso era bueno. Emil Villar tenía una mala reputación en Arenville, pero Hilldigans era una pequeña ciudad hacia el norte de ese lugar, lo suficiente alejada y privada, para que no llegaran las habladurías.   Caminaron por las calles, buscaban un restaurante antes de tomar el carruaje a casa, Emil descubrió a esa joven que se había adueñado de su pensamiento, estaba comprando fruta en el mercado. El hombre detuvo su paso, haciendo que su amigo lo imitara. Malcolm hablaba sobre nimiedades del trabajo, pero Emil tenía la mirada enfocada en esa chica, su cabello largo se volvía del color del sol ante la luz del día, viéndola ahí le pareció vulnerable, Emil respiró profundo al sentir el deseó impulsivo de tenerla entre sus brazos. No entendía sus emociones, pero no podía controlarlas. Malcolm se extrañó de su actitud, era siempre frío e indiferente, pero nunca con él, le prestaba atención, ahora no lo hacía. El joven desvió la mirada, buscando que atraía su atención, al girar miró a la chica, se sorprendió, sin entender, era una jovencita. Regresó la mirada perpleja a Emil, descubriendo que seguía absorto en ella. Era raro, Emil nunca había sido un hombre de actitudes lascivas, menos por chiquillas, ahora lo estaba impactando. Malcolm volvió a mirarla bien, era una chica bella, a juzgar de su comportamiento podría ser de buena familia, a pesar de que las ropas eran viejas, debían ser de buena calidad. Además, era una jovencita notable. —¿Padrino, está bien? —la voz de Malcolm volvió a Emil al presente, se apuró a asentir, esbozando una sonrisa torpe, disimuló, pero cuando Aurora siguió su camino no pudo evitar observarla —¿Quién es? —¿Cómo? —Pensé que conocía a esa joven, parecía capturar su atención. —¡No se de lo que hablas! Miraba la fruta, tengo un poco de hambre —dijo dudoso, con las mejillas enrojecidas, Malcolm agachó la mirada, no era capaz de dar la contra a ese hombre y siguieron el camino al carruaje para volver a casa.   Aurora se apuró en entrar a la casona, se encontró con Lucrecia quien parecía estresada —¿Dónde ha estado, niña? ¡Dijo que no se tardaría! —dijo Lucrecia, ayudando a quitarle el abrigo —¡Lo sé, pero el señor del banco ha tardado mucho en atenderme! —¿Lo ha conseguido? —preguntó la mulata preocupada, la joven esbozó una sonrisa blanca que fue recibida en algarabía —No es mucho, pero servirá. —¡Ay, mi niña! No lo sé, le dije que su tío se encontró con ese viejo verde de Hugh James, y temo que no sea capaz de reprimir su voluntad. —¡Calla ahora, Lucrecia! No será así, no puedo merecer tan cruel destino, ¿Acaso Dios permitirá un futuro aterrador para mí? —preguntó Aurora con el corazón atormentado, Lucrecia tomó sus hombros, reconfortándola.   Sally y Peggy aparecieron ante ellas, tenían una sonrisa burlona en el rostro. Sally era la esposa de su tío y Peggy la hermana viuda. —Querida, ¿Dónde estabas? Los niños no han recibido su lección de hoy —espetó Sally—. Por cierto, me enteré que pronto serás una novia. Es bueno que aprendas a llevar un hogar, el señor James necesita una buena mujer. Sally y Peggy rompieron en carcajadas, a Aurora le parecieron siniestras —¡Oh, no! Tía Sally, ¡tenga piedad! No permita ese destino para mí, lo suplico, pronto encontraré un trabajo y tendré dinero para darles —dijo al borde de la desesperanza, la joven le mostró el dinero—. Le daré este dinero como garantía, pero solo si me ayuda ha postergar esa terrible desventura. —¡Mocosa malcriada! ¿Acaso me pones condiciones! —espetó Sally empujándola al suelo, pero luego tomó el dinero con avaricia, contándolo con atención. Aurora se abrazó a sus piernas, pidiendo clemencia, y Sally puso lo ojos en blanco de fastidio—. Bueno, bueno, veré que puedo hacer, pero no prometo mucho. Aquellas palabras fueron una bocanada de fe para la joven, quien después se levantó rápido, diciendo que comenzaría las clases con sus primos.   Lucrecia estaba asustada de que Aurora se hubiese quedado sin dinero, al darlo todo a Sally, pero le contó que había guardado un poco para los anuncios en el periódico, donde se postulaba como institutriz. La nana estaba feliz, y ayudó a la joven con los niños.   Emil revisaba el plantío de tomates, admiraba la labor de los campesinos, en su mayoría mexicoamericanos y afro estadounidenses, gente que conocía desde muy niño. Todo funcionaba a la perfección, las ganancias eran buenas, la tranquilidad que se percibía en Netsfield, casi llegaba al hastío, estaba por atardecer, la hacienda era enorme, de treinta hectáreas, además, estaba construida sobre un vasto y verde bosque, justo en medio estaba el lago Shallow de aguas profundas y frías. La casa se limitaba por ese bosque, tras cruzarlo estaban las tierras fértiles. Emil subió al caballo para volver a casa, pero el anaranjado atardecer le recordó a aquella joven, se sentía solo en el mundo, no tenía nada suyo, que no fuera el dinero y esas tierras, estaba cansado de esa sensación de falta, comenzaba a pensar con seriedad que necesitaba a alguien en su vida. Aparentaba ser un hombre de pensamientos rígidos y decisiones firmes, pero Emil era soñador, ávido en la lectura, fantaseaba con un buen amor, hijos y felicidad. La única vez que había pensado en contraer nupcias, había sido en su juventud, aunque aquello provocó tal ridículo, que se ganó el desprecio de la sociedad de Arenville, con el tiempo, Emil se dio cuenta de que fue su juventud e idealismo lo que le había empujado a ese abismo, en realidad el hombre dudaba haber amado antes. Deseaba sentirse enamorado, como los héroes de los libros.   Al llegar a casa cenó al lado de Malcolm, luego se retiró a descansar. Emil estaba frente al espejo, observaba su figura, en octubre cumplía cuarenta años, se desabrochó la camisa, su cabello seguía siendo oscuro, aún no aparecían las canas, su rostro, en cambio, ya denotaba las marcas del tiempo, no tenía barba, se afeitaba a diario, su piel era apiñonada, debido a largas jornadas en el campo, y sus ojos azules grandes eran idénticos a los de su madre. De su padre heredó la altura, y el porte, era un hombre distinguido, guapo para las mujeres. Pearl salió del cuarto de baño, sonrió dulce —Señor, ya tengo la tina lista. —Pearl, no me llames señor, puedes llamarme Emil, como siempre —se conocían desde niños, se habían criado juntos —Lo siento, no me acostumbro, además, hay algunos empleados que no le ven bien. —Lo que debe importarte es lo que piense yo —Pearl asintió, era una mujer de su edad, hasta ahora no se había casado, soñaba con la idea de que algún día, por fin, Emil fijaría sus ojos en ella, incluso a pesar de que el tiempo ya jugaba en su contra, lo amaba y deseaba esperarlo.   Emil caminó al cuarto de baño. Se desnudó, se metió en la bañera, el agua estaba tibia, se mojó el rostro, estaba agotado. De pronto, sintió unas manos sobre su espalda, era Pearl, consiguió asustarlo —¡¿Qué haces, mujer?! —¡Por favor, déjame recordar los buenos momentos! —gimoteó suplicante, dejando al hombre incrédulo —¡No! Pearl, no es correcto. —Por favor, Emil, no estoy pidiéndote nada, solo quiero ser tuya —la mujer se apuró a quitar el vestido, y hacerlo caer al suelo. Emil observó aquel cuerpo firme, maduro, de pechos grandes y caderas anchas, piel morena, sensual. Sintió su cuerpo reaccionar, tenía demasiado tiempo de no estar con ninguna mujer, se levantó de la tina, como poseído por un deseo imperioso. Pearl notó que los ojos azules se habían oscurecidos, el hombre la tomó entre sus brazos y la besó con lujuria. Ella se aferró a su cuello, lo deseaba como una adolescente, la dirigió a la cama, y se sumergieron en caricias ardientes, la penetró con rapidez, estaba tan mojada, que lo sorprendió, pero Emil no pensaba en eso, solo quería disfrutar, desahogarse, la embistió con fuerza, sintiendo la rigidez del cuerpo de esa mujer, ella tenía los ojos cerrados, apenas emitía algunos sonidos que no podían indicarle a ciencia cierta si estaba gozándolo. Poco importaba, porque Emil seguía moviéndose con vigor. Pearl cerró los ojos para besar al hombre, pero él la rechazó, cuando volvió la mirada, de pronto Pearl se había convertido en aquella joven. La fantasía consiguió que Emil ralentizara sus embestidas, estaba trastocado, imaginando a aquella chica, sus ojos de miel le miraban con una pícara inocencia, que lo excitaba, Emil besó su mejilla y continuó su ritmo, creyó que podía disfrutarlo, tanto como él. Siguió sus movimientos, el sudor perlaba su cuerpo, anhelaba gritar su nombre ¡Si tan solo lo supiera!, estaba a punto de eyacular, soltó un gruñido y se contuvo, salió de la mujer justo a tiempo, eyaculó sobre las sábanas. Estaba satisfecho, al cabo de un rato fue a la sala de baño y se metió en la tina. Mientras Pearl cambió las sabanas y limpió el lugar.   Luego salió de la habitación, con el rostro feliz, pero retrocedió apabullada, al ver los ojos de Nora que le miraban con rabia, la vieja le encestó una fuerte bofetada, que por poco la lanza al suelo —¡Mujer estúpida! ¡¿Qué has hecho?! —exclamó molesta.
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