Capítulo III. Aurora del corazón

2024 Words
Aurora lloraba en su habitación, estaba desesperada, a pesar de que ella misma escuchó a Sally pedirle a su tío Norman que esperara para oficializar la boda. Sin embargo, Norman fue cruel, y no desistió. La joven se estremeció de temor, al recordar al viejo Hugh James, un obeso de sesenta y tres años, tenía dinero, era un hombre violento, había matado a su primera esposa lanzándola por la escalera, y a su anterior mujer la había dejado con retraso mental tras un golpe bruto en la cabeza; ¡Qué podía esperar ella!, Aurora pensó en el suicidio, rezó cuando confirmó sus deseos, y es que toda la gente que amaba estaba muerta. Recordó su vida, había sido una niña querida, con muchos privilegios, nada le faltaba porque su padre siempre tuvo dinero, mismo que su tío malgastó al quedarse a su cuidado, luego de que sus padres murieran en el huracán de Galveston en 1900, pero después, su vida se convirtió en un tormento. Su tío era un maltratador, ludópata y borracho.   Lucrecia entró en la alcoba, abrazó a la joven, ella lloró, le dolía la cabeza —¡Mi niña, tiene fiebre! —dijo al tocar su frente —¡Estoy bien, mañana saldrá el anuncio en el periódico! Iré de nuevo al banco, tendré que vender la diadema de mi madre, ¿La recuerdas? —la mulata asintió triste, esas joyas eran las únicas que la chica había podido conservar, pues su tío le había quitado todo lo demás, cuando se acabó el dinero.  —Iré contigo, me ofrecí con la señora Sally a traer unas telas del centro, y aceptó. La joven asintió y la mulata trajo paños con agua fresca para bajarle la fiebre, Aurora se quejó toda la noche. Lucrecia durmió en una silla, velándole el sueño, pero la joven tuvo de nuevo esos episodios, se enderezaba en la cama con los ojos bien abiertos, asustada, llorosa, temblando. Lucrecia la volvía a recostar, arrullándola como niña, ella se dormía de nuevo. Poco después de la madrugada, por fin la fiebre bajó y no despertó.   Malcolm había terminado su reunión con unos inversionistas, cuando salió de la sala, encontró a Emil en su oficina, se quedó estupefacto, era tan difícil hacerlo venir al banco y de pronto verlo ahí, sin obligarle, era extraño —No sabía que vendría. —Bueno, quise venir y ver como estaba todo, ¿Hay pendientes? —Malcolm negó—. Dime cualquier cosa que ocupes, estaré toda la jornada aquí. Malcolm frunció el ceño confundido. Emil actuaba diferente. —Tengo una junta con unas personas que quieren invertir, ¿Quiere asistir? —No. Hazlo tú, yo me quedaré y… —Emil desconocía el negocio, no sabía que hacer—. Yo… supervisaré a los empleados. Sí. Eso haré. Malcolm estaba sorprendido, contuvo una risa y asintió, luego caminó a su reunión.   Aurora llegó al banco, esperó paciente por ser atendida. No tuvo que esperar mucho, Emil la vio apenas ingresó. Se levantó como resorte, le pidió a un empleado que la hiciera seguir a su oficina.   Cuando se sentó frente a él la observó con intensidad, se veía diferente; pálida, más delgada y nerviosa. Parecía tener prisa. Emil intentó ser amable, sonreía y hacía todo por conservar mayor tiempo a su lado. Le mostró aquella diadema, que al igual que el objeto anterior era una minucia sin valor. Le ofreció lo que su generosidad pudo darle, pero la vio dudar demasiado —El banco del Villar está haciendo una excepción por usted, no creo que en Firvez pudieran aceptarlo —dijo refiriéndose a la casa del prestamista, Emil se maldijo al decirlo, pues los ojos de la jovencita lo miraron con firmeza, sus mejillas enrojecieron, y apretó los labios en una mueca de enojo contenido. Emil sonrió, le gustó que, por primera vez, aquella mujercita le dirigía atención completa, recordó la noche en que la imaginó, y sintió su cuerpo reaccionar, tragó saliva para continuar —Está bien, voy a venderlo —dijo la joven con un aire orgulloso en sus palabras que casi lo hace reír «Con que es muy digna, ¿Eh?» pensó. Luego le dio el dinero, la joven estaba por irse, cuando observó el periódico en el escritorio. Justo estaba en la página donde ella había colocado su anuncio de trabajo. Emil lo notó y reparó en ello —Pobre, ¿Cierto? Busca trabajo con tanto ahincó, y no le importa ya el dinero, con tal de que tenga comida y alojamiento, incluso poco le importa si trabajará en casa de viudo o casado, solo Dios sabe que necesidades pasen estás mujeres —Emil esperó que dijera cualquier cosa, anhelaba conocer su carácter, pero cuando miró su rostro lo encontró pálido, sus ojos parecían dos piedras ámbar, impávidas. Aurora agradeció con una vocecita apenas distinguible, salió a toda prisa, casi corriendo. Emil se quedó aturdido, salió tras ella, intentando alcanzarla, sin saber que hacer o decir.   Aurora se detuvo frente a Lucrecia, guardó el dinero envuelto en el pañuelo entre su pecho. Tenía las mejillas coloradas —¿Está bien, niña? —¿Crees que haya redactado bien mi anuncio? ¿De verdad conseguiré un trabajo, antes del próximo viernes? —dijo con los ojos aterrados al borde de las lágrimas, la mujer bajó la mirada consternada, intentó mostrar buen ánimo, pero ella tampoco tenía mucha fe.   Emil salió como bala, miró a todos lados, recuperando el aliento, y la encontró al lado de esa mujer. Se quedó mirando con firmeza, haciendo que la mulata lo distinguiera. —Nana, iré a visitar a la esposa del coronel Kant, ¿Recuerdas que dijo que tenía un sobrino huérfano, que vendría a criarse con ella? Quizá pueda contratarme como su institutriz. Lucrecia asintió. —No se tarde mucho, niña, vaya y vuelva, en una media hora estaré en casa, y usted deberá estar ahí conmigo —Aurora asintió y separaron el camino. La mulata la siguió con la mirada, mientras rezaba a Dios que tuviera buena suerte. Emil se acercó con lentitud, supo que en esa mujer podría conseguir respuestas —Buenos días. —Buen día, caballero —dijo la mujer haciendo reverencia —¿Está buscando trabajo? —preguntó el hombre, la mujer se sorprendió —Mi señor, ya trabajó en la casa de «Los Zackler» —Entiendo. ¿Esa joven es una Zackler? —preguntó con intriga, la mujer se mostró confusa —Sí, mi señor, es Aurora Zackler. —Aurora —repitió Emil con un brillo de satisfacción en los ojos por conocer su nombre —Sí, era la hija del señor Calister Zackler, pero por desgracia murió hace doce años. —¡Qué triste! Pobre, Aurora. —Sí, mi pobre niña sufre mucho, ha tenido una vida desgraciada y no lo merece, es muy buena. Emil estaba compasivo. —¿Por qué no me cuenta? —la mujer se mostró suspicaz, Emil sonrió y le ofreció algo de dinero. La mujer estaba desconcertada, no podría vender a «su niña» por dinero, pero luego miró a ese hombre de pies a cabeza, parecía un caballero, no tan viejo como James, era atractivo, maduro, y parecía tener algo de dinero, pensó con claridad, después de todo, cualquier tipo valía más que el tendero, quizás podría ser ese hombre el milagro que había pedido a Dios. Estaba pensativa, dudosa de aceptar, pero no tuvo opción cuando el hombre ofreció más dinero.   Emil estaba sentado en el césped, recordando su conversación larga con la mulata. Todo lo que le había contado estaba dándole vueltas a su cabeza. Aurora era huérfana, bajo el amparo de su único tío Norman Zackler, un infame que le había robado su fortuna y la condenaba al maltrato. Por si fuera poco, quería desposarla con un loco violento, que seguro la mataría tras la boda. Todo a cambio de dinero. Emil cerró los ojos, tenía su mano en un puño de rabia. Aurora buscaba trabajo como institutriz para poder huir del calvario, recordó sus palabras en la oficina y se avergonzó profundamente, quizá la hizo sentir mal. Pensó en la joven, el cuento de la «Cenicienta» vino a su mente, sí, quizá la joven era parecida a una princesa que padecía horrores, Emil pensó que sería un héroe, su corazón se engrandeció de orgullo al creer que una acción así, sería recompensada con el amor que nunca había tenido en su vida. Respiró profundo. Se regañó entre dientes, ¿Qué sucedía con él? A su mente vino las memorias del pasado; las humillaciones, los maltratos y las injusticias padecidas. ¿De verdad creía en los cuentos con finales felices? No lo haría, no sería tonto para hacerlo. Ya era un hombre maduro, y como tal debía actuar. Quizás él quería una esposa, pero no estaba seguro de que Aurora podría serlo.   Pasaron tres días hasta que Emil volvió a verla en el banco. Esta vez, Emil decidió ser frío, distante. Quería conocer su reacción, asegurarse si le prestaba algo de atención. Pero, con amargura descubrió que la joven ni siquiera reparaba en su cambio de actitud. La joven le dio en venta una figura de la virgen, era de plata, pero no era tan valiosa, Emil no pudo contra su generosidad, y ofreció el doble de lo que sabía que debía darle. La miró con atención, la joven parecía irresoluta, incluso se atrevió a pedirle menos dinero —Es que quiero recuperarla. —No se preocupe, se la daré al precio que me ha mencionado —Emil observó como sus ojos se sorprendían, no dejó de mirarla. Estaba aturdida —Está bien —repuso absorta. Emil se apuró a contar el dinero. Quería decirle algo más, algo que captara su atención, pero tenía la mente en blanco —Cuando quieras y puedas, aquí tengo tus objetos, los cuidaré por ti, así que no te preocupes por ellos —dijo Emil, la joven alzó el rostro, tenía el ceño fruncido, entre una mueca de extrañeza y conmoción, sus ojos brillaron como si fuera a llorar, tragó saliva, bajó la mirada al sentir las pupilas azules mirándola. Aurora sintió su corazón palpitar, nadie era tan amable con ella, no sabía si agradecer, o si ese hombre se burlaba, su mente estaba confusa —¿Por qué? —atinó a decir, esta vez fue el turno de Emil de sorprenderse —«No conseguirás conmover otros corazones, si del corazón nada te sale» —dijo Emil con orgullo, la joven arrugó la frente —Esa frase no es suya, ya la he escuchado antes —dijo preocupada, Emil sonrió impresionado —«Fausto de Goethe». Parece que también le gusta leerlo. —No —dijo moviendo con su cabeza—. Mi padre leía ese libro, y esa frase la dijo alguna vez —la mente de Aurora revivió aquellos recuerdos Emil sonrió, pero supo por su gesto que la joven no estaba prestando atención. Luego le dio el dinero y se marchó. Emil sintió una victoria en su interior, creía haberla impresionado, por lo menos pudo demostrar que era culto. Y eso le gustó. «Aurora, dulce Aurora del corazón» pensó. Malcolm estaba contemplándolo —¿Señor? —¿No te había visto, desde cuando estás ahí? —Aquí estoy desde la salida de esa niña, y estaba viendo por la ventana desde que ella entró —dijo Malcolm, Emil lo miró confundido —¿Por qué? —Porque, padrino, está regalando dinero a una jovencita, ¿Qué es lo que sucede? Emil lo miró con los ojos empequeñecidos de rabia —¡Yo no tengo que darte explicaciones! Primero porque no es cierto, y segundo, porque si así fuera, es mi dinero, y puedo hacer con él lo que me venga en gana —Emil no dio pie a replica, salió enfurecido Malcolm cedió el paso, se quedó molestó, ofendido. Su mente no paraba de pensar, Malcolm creía en los rumores de la sociedad, aquella que condenaba a Emil, y afirmaba que él era su hijo bastardo, por eso le importaba tanto que Emil Villar desperdiciara el dinero que creía también suyo.
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