Emil abrió la puerta de la cabaña de madera, aunque aún era de día, iluminó con una lámpara de queroseno. Aquel lugar era la musa de sus recuerdos, vivió ahí su infancia. Anhelando una madre que lo cuidara y un padre que lo educara, pero en cambio, solo recibió el silencio de esas cuatro paredes. Sus ojos se nublaron ante la remembranza. —Es bonita, acogedora —dijo Aurora admirando el lugar, no se dio cuenta de lo ensimismado que estaba Emil, recorrió la segunda habitación sin pedir permiso. Ahí estaba la única alcoba; una cama grande, un pequeño tocador, al fondo estaba el cuarto de baño, con una tina de mármol Emil la siguió, observó su curiosidad —La cama y la tina las mandé a traer después de que mi padre murió. Antes solía venir y quedarme aquí. —¿No es más cómoda la casa? —Per