Capítulo IV. Hechizo de amor

2034 Words
En la casa Zackler había un gran escándalo. Norman había cometido un craso error, insultó al hijo de un coronel, al que le debía demasiado dinero. Cuando el coronel vino a casa, ordenó a la familia que debían pagar la deuda en cinco días, o de lo contrario retaría a un duelo, provocando la muerte de Norman.   A la mañana siguiente, con la resaca encima, Norman recibió a Hugh James, quien le dio una décima parte del dinero adeudado, prometiendo que, le daría más —¡Cuando Aurorita venga conmigo! Entonces, te daré el resto. Norman palideció de furia, quería el dinero ya mismo y asegurar el matrimonio, pues así tendría algo de poder ante la sociedad de Hilldigans, sin embargo, el plan del viejo James no era una boda, sino el amasiato, pues odiaba a las mujeres. Cuando Norman se rehusó, el tipo le dio más dinero y Norman aceptó, reparando en que no dejaría que la joven fuera con él, hasta que le diera todo el dinero prometido.   Aurora enloquecía de nervios y frustración, tenía mucho miedo. Apenas llegó el amanecer, faltaba un día para que Hugh James trajera lo prometido, y el coronel reclamara su dinero. Aurora salió de prisa, caminaba por las calles, esperó paciente a que abrieran el banco. Ingresó mirando alrededor. Lo buscaba con añoranza, era extraño, pero no quería ser atendida por nadie, que no fuera ese hombre. No era tonta, sabía que sus objetos preciados no valían nada para otros, pero ese hombre los había considerado, ahora anhelaba que estuviera ahí, iba dispuesta a hacer una solicitud inverosímil, podría negarse, aunque Aurora conservaba la esperanza de que fuera por compasión o virtud, la ayudaría. Se decepcionó cuando no lo encontró —Es alto, y… —Aurora descubrió que no lo recordaba tanto como necesitaba—. Tiene unos ojos grandes y azules, su cabello es n***o, tal vez no ha llegado. —Pues al único que conozco con esa descripción es al dueño, pero no… ¡Vamos! No lo conocerías, es un tipo estirado —dijo el empleado —Retírate, Smith. Madame, sígame por favor —dijo Malcolm, caminó hasta la oficina y Aurora lo siguió asustada. Dentro Malcolm le ofreció asiento. Ella lo tomó—. Sé que busca a alguien. —Sí… pero, no recuerdo su nombre… —¿Es algo personal o es algún servicio? —repuso Malcolm con el rostro bien serio y frustrado —No… yo, es un servicio. —Entiendo, mi compañero por desgracia no labora más aquí —Aurora parecía incrédula, sintió nervios—. Pero, puedo ayudarla, hago las mismas funciones que el antiguo empleado —Malcolm estaba cegado por la envidia y la codicia, observó a la joven, parecía una criatura débil e inocente, pero él conocía de mujeres malas y sabía que había peores —Quisiera obtener información sobre un préstamo. Frunció el ceño, confundido —¿Acaso tiene una casa propia en garantía? —dijo con crudeza, Aurora negó sintiendo su corazón afligido y su rostro rojo—. Dígame, ¿Tiene trabajo estable? Aurora negó, hundiendo la mirada —No —dijo con voz suave —Le ruego que no me haga perder mi valioso tiempo, y se retiré. Aurora se levantó asustada. Dio la vuelta, salió despavorida.   Salió del edificio, casi corriendo. Emil bajaba de su carruaje, cuando la observó, su corazón latió feroz, quiso gritarle, pero no pudo alcanzarla. Entró al banco, tuvo un mal presentimiento, se encontró con Smith —¿Quién atendió a Aurora? —Perdón, ¿A quién? —preguntó el joven dudoso —La joven, la que siempre atiendo yo. —Ah, ¡Sí! Señor, preguntó por usted, ¡Es verdad! Pero, no estaba y la atendió el señor Rickman. —Sígueme —dijo Emil con los ojos centellantes.   Entró a la oficina de Malcolm, quien lo observó confundido, no podía creer que hubiese asistido en jueves. —¿Qué le dijiste a Aurora? —¿Quién es Aurora? —preguntó aturdido. Emil lo miró frustrado—. Ah, ya, quería un préstamo, pero por supuesto no cumplía con los requisitos. Emil se puso rojo de rabia. Cruzó sus brazos, Smith se sintió intimidado, el señor Villar parecía cruel a simple vista —¡Escuchen con atención! —exclamó con furia—. La señorita Aurora Zackler solo puede ser atendida por mí, y si no estoy, deben mandarme a llamar, pero no vuelvan a negarle nada, ¡De lo contrario se las verán conmigo! —exclamó dando con el puño en la mesa, estaba furioso, provocó el susto en el par de hombres, Malcolm asintió con amargura. Emil salió de prisa del banco, buscaba a la joven entre las calles sin éxito.   Aurora fue a la iglesia, lloraba su desgracia. Estaba acabada, pues mañana el miserable Hugh James iría por ella. Volvió a casa, en medio de una lluvia torrencial, cuando llegó a casa recibió mil regaños de Sally, la chica se veía tan mal que la mujer decidió menguar el regaño «¿Qué caso tenía?» pensó la mujer, estaba convencida de que tendría peor vida al lado del viejo asqueroso.   Durante la noche Aurora se enfermó, tuvo fiebre, dolores y malestar. A pesar de eso, Norman no desistía de sus caóticos planes. Ni siquiera al saberla enferma —¡Se irá con el tendero, incluso si debe hacerlo moribunda! —gritó a la hora de la cena, cuando le comunicaron del deterioro de la salud de su sobrina. Lucrecia estaba en su pequeño dormitorio, enfurecida. Odiaba a Norman, más de lo que odiaba la vida. Lo había visto maltratar a «su niña» desde hace doce años, sin reparos, sin temor, y ella debió soportarlo en silencio. Muchas veces lo maldecía en su mente, deseando que el muerto fuera él y no el desdichado señor Calister, pero ahora era diferente, la mujer sentía un ardor de rabia rugir en su interior, no podía permitir que Aurora fuera lanzada a las llamas furiosas de ese monstruo, antes haría cualquier cosa para protegerla, incluso, si se le fuera la vida en ello. Lucrecia salió de casa a hurtadillas, como una delincuente. Nada le importaba, llegó casi a las seis de la mañana al banco del Villar, esperó paciente. Esperaba por si aquel hombre entraba, tenía sus esperanzas en él y no desistiría, porque Lucrecia era constante, no se daba por vencida. Los rayos del sol iluminaron el lugar, ella no podía entrar a ese banco, una mujer de su estatus no tenía nada que hacer por ahí. Cuando divisó al hombre bajar del carruaje, alzó las cejas, sorprendida, se abalanzó a toda marcha contra él, intentando capturar su atención, pero fue reprendida por uno de sus sirvientes, que no entendían por que esa humilde mujer de color se acercaba a un hombre de tal rango. —¡Señor, señor! —exclamaba la vieja. Emil giró su vista y se detuvo en seco, dejando atónito a su único sirviente —La conozco, es Lucrecia, la sirvienta de Aurora, ¿Verdad? —aseveró quedándose frente a ella, la mulata le brindó una suave sonrisa blanca y asintió de prisa —Sí, mi señor, necesito hablarle, solo un momento. Emil le dijo que sí, que lo siguiera y como si fuera algo normal, la hizo entrar en el banco, provocando la mirada curiosa de todos. Malcolm que estaba al fondo se quedó de piedra, cuando observó a ese par entrar en la oficina principal, una sensación de zozobra embargó al joven   Lucrecia tomó asiento a voluntad de Emil, estaba acomplejada, pero su mente solo reparaba en Aurora y su trágica suerte —No he visto a Aurora en varios días, sé que ayer estuvo aquí, pero no tuve la dicha de verla, ¿Cómo está? —dijo Emil con intriga y efusión —¡Ay, mi señor, si usted supiera! —exclamó la mujer sacando un pañuelo y limpiando su rostro humedecido por el calor. Emil arrugó el ceño, preocupado —Cuénteme. —Mi niña será entregada a ese desgraciado del señor James, como si fuera un trozo de carne. Ni siquiera tendrá el sacramento matrimonial. Los ojos de Emil se abrieron enormes, su corazón latió de prisa —¿Cómo? —Así es, el maligno señor Norman ha terminado por ensuciar la reputación Zackler, y ahora debe demasiado dinero al coronel, si no paga mañana sus deudas, será asesinado a duelo. El tendero le dará el dinero y así se salvará, pero a cambio mandará a mi pobre niña al matadero. ¡Se da cuenta de nuestro infierno! Emil tenía el rostro congelado, una vena verdosa se reflejaba en su frente, era la misma que aparecía cuando estaba enojado, preocupado o angustiado, hoy sentía eso y más. —¿Dónde está ella? —Al borde del colapso, ayer salió como un fantasma buscando ayuda, no se a donde fue, pero regresó empapada por la lluvia, luego por la noche enfermó, ha tenido un terrible resfrío. Temó por su salud, y pensé en usted… Emil estaba pensativo, cuando Malcolm se coló en la oficina —Señor Villar, ¿Puedo hablarle un momento? Emil asintió, Lucrecia tuvo que salir y esperar afuera.   —Disculpe, padrino, ¡No puedo más! —exclamó el joven de ojos castaños, intrigando a Emil—. Está dejándose llevar por un par de charlatanas, que lo que buscan es dinero. Emil estaba molesto. —Detente, jovencito, no te atrevas. —¡Esa mujerzuela es una embaucadora de hombres! ¿Acaso no es obvio? ¡Está por caer en una cruel trampa! ¡Solo buscan su dinero! —¡Cállate, Malcolm! No toleraré tu falta de respeto. —Es una niña, ¡Jamás va a amarte! ¡Eres un viejo para ella! —exclamó, Emil le encestó tal bofetada, que Malcolm cayó al suelo, miró su nariz sangrante. Emil se sintió triste, asustado, apreciaba a Malcolm como un hermano, y haberlo lastimado, le partía el corazón, el joven se irguió con los ojos convertidos en dos lagunas de lágrimas, salió de prisa dejando al hombre frustrado.   Malcolm caminó apresurado, se encontró a Lucrecia y la tomó del brazo con fuerza —¡Escúchame, miserable rata! —espetó con furia, provocando que la mujer palideciera de terror—. No conseguirán nada con Emil Villar, no permitiré que tú y esa puta se salgan por la suya, ¡Desaparece, antes de que te desaparezca! —Malcolm empujó a la mujer haciéndola caer al suelo, Lucrecia se levantó horrorizada, y se echó a correr. Detuvo su carrera, mientras las lágrimas desdibujan su vista, era siempre igual, las mujeres como ella estaban destinadas al maltrato en todas sus formas; humillaciones, golpes, violaciones, dolor. De algún modo se sentía aliviada de nunca haber parido a una hija que sufriera lo mismo. Pero, Aurora era como esa hija que siempre deseó, ahora se sentía inútil, incapaz de salvarla de la crueldad humana.   Emil buscó a Lucrecia, no la encontró. Estaba desesperado, por un lado, le dolía la reacción de Malcolm, y por otro tenía clavadas las palabras de la mulata, como dagas en su pecho. Uno de sus sirvientes le indicó que Malcolm se marchó a Arenville, Emil suspiró resignado, más tarde aclararía esa situación, pero no ahora —Necesito un favor, estoy buscando la casa de los Zackler —el sirviente lo escuchó atento. Asintió y caminó por el mercado. Emil se quedó de pie, unos minutos después volvió el empleado diciéndole que ya tenía la dirección, Emil sonrió, y subieron al coche para ir ahí.   Al llegar a la residencia, el sirviente de Emil tocó la puerta, aquella casa tenía una fachada lujosa, al menos en el exterior. Pero, los jardines denotaban descuido. El empleado se dirigió a una de las sirvientas preguntando por Lucrecia.   Emil estaba en el interior del carruaje, miró sus manos, temblaba, respiraba con dificultad, no podía concentrarse, sus pensamientos estaban disociados. Trataba de hilar todas las palabras que saldrían de su boca, y escapaban en mil suspiros, se sentía un idiota, un romántico absurdo. La imaginó de nuevo —Aurora —repitió como un susurro—. ¿Qué clase de hechizo de amor es esté?   
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