Capítulo V. Toda mía

1303 Words
Lucrecia se sorprendió de ver a Aurora en la cocina, se veía frágil, pero estable —Mi niña, no debiste levantarte. —Estoy bien, Lucrecia. Mejoraré. El resto de las sirvientas también estaban tristes por el destino de la pobre chica. —Lucrecia, te buscan afuera —dijo otra sirvienta —¿A mí? —Sí.   Lucrecia estaba intrigada, decidió ir a averiguar, salió por la puerta trasera y rodeó el jardín, entonces miró aquel carruaje. Se detuvo en seco. Tragó saliva y siguió caminando hasta aquel hombre —Mi señor quiere hablarle —dijo, Emil bajó del coche y la miró con firmeza —Señor, bienvenido —dijo incrédula —¿Dónde está Aurora? —Adentro, mi señor. —¿Cómo está? —Mejorando su salud, pero el ánimo es imposible —Emil asintió —Sabes por que estoy aquí, ¿Verdad? —preguntó Emil con seguridad, Lucrecia asintió, en realidad no estaba tan segura, pero tenía un presentimiento—. ¿Puedes llamarla? Lucrecia asintió y luego se echó a correr a la casa.   —¡Mi niña, venga conmigo! —¿¡Qué pasa, Lucrecia?! —dijo al verla ansiosa —Tú salvación, ven —la mujer tomó su mano y la chica la siguió con apuro. Estaba inquieta, tenia las manos frías. Cuando llegó al portón frunció el ceño al mirar a ese hombre, lo reconoció enseguida, miró de reojo a Lucrecia sin entender. Emil se puso frente a ella, tenía el rostro suave, se le notaba nervioso, pero contenido. No apartaba su mirada penetrante y azul, que hizo que la chica se sintiera intimidada —Buen día, señor. —Hola, Aurora —ella arqueó las cejas, ni siquiera sabía que conocía su nombre—. Este encuentro frente al portón, puede parecerte raro, pero debes saberlo, soy un hombre honesto, he pensado mucho sobre la situación. Por eso estoy aquí. Aurora tenía el rostro serio, confundido. Conservaba el aliento, Lucrecia estaba a unos pasos, nerviosa, esperando. —Tengo más defectos de lo que aparento. Soy un vanidoso, petulante, egoísta, incomprendido y extraño. No soy brillante o talentoso, solo soy un hombre. Pero, a mi lado no pasarás penurias, tampoco soportarás bajezas. Te ofrezco una vida tranquila, algo bueno y simple —Aurora tenía el mismo gesto desconcertado, temblorosa, su corazón parecía explotar, las palabras del hombre eran inentendibles—. Aurora, ¿Aceptarías casarte conmigo? Ella liberó despacio el aire contenido en sus pulmones. Miró al suelo, estaba irresoluta. Emil la miró, sintió un temor en su ser. Un cosquilleó en su estómago que le preocupaba «¿Acaso prefiere al tendero?» pensó con pesar «Tal vez debo decirle que puedo ofrecerle demasiadas cosas» —¿Y entonces, señorita? —Emil no pudo evitar decir aquellas palabras, aunque intentó callar, la angustia lo carcomía —Espere, por favor, estoy pensando —dijo Aurora impulsiva, Lucrecia sintió temor de que hubiese humillado al señor, y desistiera. Emil sintió un frío en su interior. —Sí… acepto… —Aurora no sonrió, esas palabras salieron cargadas de duda y miedo, Emil tenía el rostro iluminado, pero no sonreía. Era claro que estaba satisfecho. Asintió. —Bien —Emil estaba emocionado, no podía ocultarlo—. Vendré antes del atardecer, necesito arreglar unos asuntos y volveré. Emil se despidió, caminó a su carruaje, Lucrecia lo alcanzó —¡Mi señor, muchas gracias por casarse con nuestra niña! ¡La ha salvado! Disculpe lo fría que es, pero es tímida y orgullosa, ella está agradecida —Lucrecia besó su mano, estaba al borde de las lágrimas, presentía que ese hombre era bueno, sonrió feliz, y lo despidió. «¿Así que eres orgullosa, Aurora? Entonces, debo romper tu orgullo, y hacerte toda mía» pensó Emil   Aurora estaba en su habitación, caminaba de un lado a otro, Lucrecia la observaba atenta, con una sonrisa en sus oscuros labios —Niña, deja de pensar tanto —dijo feliz—. Ha encontrado una salvación al infierno. Aurora detuvo su paso y miró a la mujer —¿Y, si no? ¿Qué tal que ese hombre es peor que el gordo James? —¡No diga eso! Estoy segura de que es un buen hombre; es elegante, alto, y es bien parecido, es fuerte, y sus ojos son de un color muy hermoso —dijo Lucrecia —Sí, puede ser, pero, es mucho mayor que yo, además, es raro. No lo sé, nunca pensé que pudiera… —¿Fijarse en usted? Claro que sí, lo supe desde que lo descubrí mirándote en el banco. Mi niña, tú eres hermosa, como tu madre —la mulata acarició su pelo, pero no logró consolarla —¿Y mi tío? ¡Va a matarme cuando se entere! —¡Qué va! No te preocupes por eso, se arreglará como debe ser, entre hombres. Estoy segura de que el señor Emil lo hará bien. —Emil… ni siquiera conocía su nombre, nana. —Ya verás, tendrás tiempo para conocerlo por completo —Aurora dudaba, su mirada perdida provocaba la angustia de Lucrecia—. Niña Aurora, entienda, ese hombre es un gran pretendiente, va a salvarla, pero debe ser condescendiente, a lo mejor ahora no le produce nada, pero con el tiempo se acostumbrará, aprenderá a quererlo. —¡Nunca! —respingó con furia—. Mi corazón solo pertenece a él —Aurora tomó de un cajón la medalla en forma de corazón de oro. Lucrecia la miró con tristeza —Está muerto, mi niña, además, eso era un amor de niños, una fantasía… —Yo siempre voy a amarlo, nunca lo olvidaré —repuso segura, con los ojos llenos de lágrimas. Lucrecia sintió compasión y decidió dejarla sola—. Rhys, mi adorado cariño —Aurora lloraba al recordar a su primer amor.    Emil llegó a Netsfield, le informaron que Malcolm estaba en las caballerizas. El hombre caminó hasta ese lugar, lo miró de lejos, le pareció increíble el avance del tiempo, lo había conocido cuando tenia cuatro años, ahora tenía veintitrés, estaba orgulloso de él, era un joven inteligente, culto y responsable. Le había jurado a Leonisse Rickman que cuidaría siempre del niño, ahora creía haber cumplido su promesa. Se acercó y tocó su hombro en una suave palmada, provocando que el joven se asustara —Espero que tu humor haya mejorado —dijo Emil con voz fuerte —Padrino, lo lamento, actué como un patán y me arrepiento. —Eso es bueno, un hombre que se arrepiente de sus errores es un hombre de honor. —No volverá a suceder. —Malcolm, te quiero como un hijo, como un hermano. Y eso no cambiará. Tienes mi confianza entera, eres mi mano derecha. He tomado una decisión sobre mi vida, y quiero que seas el primero en saberla —dijo Emil con ojos ilusionados, esbozó una sonrisa y el joven lo miró intrigado—. Voy a casarme. —¿Qué ha dicho? —Malcolm creyó que era una broma, pero cuando su padrino asintió, se dio cuenta de que hablaba en serio—. ¿Quién es ella? —Aurora… —la mirada de Emil era ilusionada, perdida entre el majestuoso paisaje del bosque que colindaba con la caballeriza, no era capaz de notar la perplejidad de Malcolm transformándose en un resentimiento que crecía en el interior —Pero, ¿Está seguro? —Sí, escucha, Malcolm, quiero que vengas conmigo a pedir su mano. No será fácil, debo prepararlo todo y llevar suficiente dinero —aquellas palabras indignaron al joven, pero se quedó mudo al observar a su padrino, estaba a merced de esa mujer, y sabía que hablar mal de ella, podría enfurecerlo. Malcolm calló y lo apoyó, era su mejor arma, permanecería así, y después, ya planearía como deshacerse de la interesada mujer.
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