Ha llegado la hora de cenar y no despego la mirada de la entrada a la casa. Necesito que todo se de hoy, he gastado un dineral comprando su carísimo trago y me retorcí de dolor cuando me depilaron mi cosita, además, me puse extensiones, ¡extensiones de cabello, cosa que nunca hago!
—Cariño, relájate, él va a llegar —me susurra mi padre a mi derecha—. Necesitas disimular tus nervios.
—Pero, ya van a servir la comida, ¿cómo puede demorarse tanto? Es una grosería.
Reniego a mis adentros por elegir para ser el padre de mi futuro hijo al hombre más grosero y ególatra que conozco. ¿Por qué no pude elegir a Claudio?
Volteo para ver a Claudio que está al fondo, sentado a la mesa con sus padres y noto que intenta disimular cómo se está sacando un moco de la nariz. Hago mala cara y noto a su mamá regañarlo entre dientes. Ay no, nada que ver, por más guapo que sea, es un idiota y niñito de mamá.
Entonces, pasa, Alessandro se asoma al patio de la casa, haciendo su imponente entrada. Viene usando un traje a la medida, con su perfecto cabello. Dios mío, qué guapo. La demora valió la pena si fue para arreglarse tanto. ¿Habrá mandado a hacer el smoking para este evento? No lo creo, él no le daría tanta importancia a algo organizado por mí.
Mi padre me pide que vayamos a recibirlo, ante todo, soy la anfitriona del evento (lo he hecho en mi casa). Veo a lo lejos al señor Bacheli acercarse con su esposa, saludan a su hijo y después nosotros nos acercamos.
No sé por qué siempre que estoy cerca de Alessandro me vuelvo torpe y atontada. Cuando lo saludo, le doy la mano, pero después me inclino para darle un beso en la mejilla, pero soy tan torpe que termino golpeándole la frente.
—Ay, perdón, lo siento —digo.
Veo a mis padres y a los de Alessandro mostrarse un poco incómodos, pero despliegan sonrisas amables.
Alessandro tantea con una mano su frente, ¿le habré golpeado fuerte? Ay, no es para tanto, ni siquiera sonó.
Noto que le sale un ligero rojo en la frente. Suelto una risita nerviosa.
—Bueno, cariño, van a servir la comida, deberíamos volver —pide la señora Bacheli cuando nota un silencio algo incómodo.
—Disculpen la demora, tuve un imprevisto —informa Alessandro.
—No te preocupes, querido —dice mi madre y le muestra una sonrisita.
Mi mamá siempre se le ha hecho imposible el fingir que le gustaría tener a Alessandro como yerno. Por eso no me perdona por nunca haberme acercado a él. Una vez me dijo que si yo fuera más como Mariana hace años me habría casado con Alessandro y tendría al menos dos hijos con él.
Ay, mamá, si supieras que ya he intentado todo para conquistarlo, pero nunca logro mi cometido. A mi manera, pero lo he intentado. Y eso es lo que importa.
No debí intentar asesinarlo cuando era niña. Dios mío, ¿qué estaba pensando ese día? No debí enojarme por el pastel.
Alessandro se sienta a mi lado, claramente arreglé que las dos familias se sentaran juntas y él quedara a mi derecha.
Creo que se ha dado cuenta que todo fue amañado a su gusto, porque está inspeccionando su alrededor con disimulo mientras cena.
Toma un trago de vino y después me queda observando. Y lo más raro pasa: me sonríe.
—Gracias —susurra—, te ha quedado muy bonita la fiesta.
¡¿Pero aquí que ha pasado?!
Sonrío con nerviosismo.
—Ah… gracias —suelto con torpeza.
Mis mejillas se ruborizan. ¿Por qué siento que está siendo tan amable conmigo? ¿Acaso su papá lo obligó a tratarme bien?
Lo veo tomar de su copa de vino, después participa de la conversación. Mi hermano Jairo habla sobre el partido de su hijo, donde ganaron y está pensando en inscribirlo a un equipo, me parece ridículo, pues apenas tiene cuatro años.
—¿No te parece incómodo? —pregunta por lo bajo.
Volteo a verle con curiosidad.
—Todos los que conocemos se han casado y tienen hijos —dice.
—Claudio sigue soltero —comento.
—Él es un caso aparte y todos lo saben —suelta y después toma un trago de su copa.
Corto un trozo del filete en mi plato y lo llevo a mi boca, mastico y mastico, pero al intentar tragar siento que no puedo, los nervios no me dejan. Dios mío, estoy teniendo una conversación con Alessandro Bacheli y está siendo amable, él muestra interés en mí, ¿acaso le han hecho brujería?
—Es incómodo ver a todos con hijos —confieso y trago, la carne me pasa lenta y dolorosa por la garganta, así que me dispongo a tomar un trago de mi copa de vino.
Alessandro me observa, está reparando en mi aspecto.
—Hoy te ves muy bonita —suelta.
Y yo estoy a punto de ahogarme, algo que él nota y me da golpecitos en la espalda con una mano. Los demás voltean a vernos y escucho una carcajada de Jairo.
—¿Qué pasa, Penélope? —pregunta—. ¿Se te ha olvidado cómo hacer dos cosas a la vez?
—Cállate, déjala en paz —espeta mi hermana.
—¿Estás bien? —inquiere Alessandro.
Mi padre nota la atención que él me está dando y despliega una sonrisa de satisfacción y comienza a preguntarle cosas a su amigo Bacheli para quitar la atención de la mesa de nosotros y dejarnos en la intimidad de antes.
—Sí, estoy bien, lo siento —le digo a Alessandro y limpio mi boca con la servilleta.
—¿Te sientes cómoda viviendo en una casa tan grande? —comenta—. Es grande tu casa y siempre me ha dado la impresión de que es muy solitaria.
—Sí me siento cómoda, me dije que, si me iba bien con la empresa, ahorraría para hacer mi casa —respondo con orgullo.
—¿Cómo? ¿Fuiste tú quien mandó a construirla?
—Bueno, en realidad mandé a remodelarla, yo misma me encargué del diseño.
—Claro, eres diseñadora —acepta y vuelve a mostrarme esa conquistadora sonrisa—. Recuerdo que en el colegio te la pasabas haciendo dibujos, usando tus enormes audífonos y despareciendo de la realidad. Cuando vi que estaban trabajando en esta casa, por alguna razón pensé que podrías estar detrás de todo esto, aunque creí que sería extraño. Pero un día me sorprendiste mudándote.
—Recuerdo que casi te caes de bruces mientras corrías, estuve a punto de ir a ayudarte —digo y suelto una risa.
—Bueno, en mi defensa, estaba sorprendido. —Alessandro toma un largo trago de su copa de vino. Noto que tiene las mejillas coloradas—. Humm… —musita después de tragar la bebida—. Desde el colegio siempre fuiste de dar fuertes impresiones.
—Siempre fui la rarita del salón.
—No, no eras la rarita, nadie quería verte enojada, por eso te dejaban en tu mundo. Tú… eras… —Me observa con curiosidad— simplemente tú.
—¿Eso es un halago?
—Tómalo como quieras.