Vuelve a la carga con su plato y yo hago lo mismo. Noto que relame sus labios, saboreando la comida, se ve muy a gusto. Al parecer le encanta la idea de que hayan pensado en sus gustos para una fiesta en su honor.
—Yo… —hablo y noto que toda su concentración está en mí. Dios mío, siempre fue esto lo que quise, que se fijara en mí—. Perdón, por haber sido tan… grosera todo este tiempo contigo. —Noto la sorpresa en su mirada—. Y perdón por intentar asesinarte.
—¿Asesinarme? —inquiere con sorpresa. Sus mejillas están rojísimas y parece que una sonrisa quiere escaparse de sus labios.
—En la piscina —le recuerdo, pero es evidente que no se acuerda—. En mi cumpleaños, a los ocho años, te lancé a la piscina y casi te ahogas.
—Ah… esa vez que peleamos en la piscina —dice y despliega una enorme sonrisa que me confunde, parece que ese recuerdo le agrada. Qué extraño…
—Eh, sí, bueno, eso… —No sé qué decir.
Alessandro se termina la copa de vino y siendo muy atenta le sirvo más.
—Recuerdo que ese día me colé a tu fiesta, tú no querías que yo fuera —relata—, pero le insistí a mi papá para ir y estuve haciéndote la vida imposible y me comí tu pedazo de pastel. Entonces me lanzaste a la piscina y yo te tomé del pie para que también cayeras. —Empieza a reír y Mariana nos observa con curiosidad.
Tal vez Alessandro ha tomado mucho vino, ¿será intolerante al alcohol? Parece que Mariana está pensando lo mismo, porque me hace señas para que le aparte la copa de vino. Intento hacerlo, pero él vuelve a la carga con la copa y se toma todo el contenido.
Mierda, a este paso caerá desmayado.
—Bueno, pero yo sí intenté asesinarte —le digo—. Sólo… te pido disculpas por todo eso.
—Pen, teníamos ocho años —me tranquiliza—. Y recuerdo que esa tarde en la piscina te saqué sangre.
—Sí, me mordiste la frente. —Llevo una mano a mi frente cerca del cuero cabelludo, donde aún tengo la marca de sus dientes.
—Bueno, estamos nivelados, tú intentaste ahogarme —dice y me sonríe con toda la cara.
Ay, sí que está rarito, ¿qué le pasa?
Bajo la mirada a la copa de vino vacía.
—Deberías dejar de tomar tanto vino —le sugiero.
—¿Me vas a arruinar mi noche, Pen? —cuestiona—. Después que te esforzaste tanto en hacerme esta celebración tan hermosa, ¿no me permitirás disfrutarla?
Me ruborizo por completo. Me está hablando demasiado coqueto. Nos miramos fijamente y sé que Mariana nos ve sorprendidísima, como está frente a nosotros, puede escuchar todo lo que hablamos, es nuestra espectadora y hasta ella está ruborizada.
—No, sólo que yo creo que estás… —intento hablar.