—Ya sabía que ibas a llegar tarde, así que la fui a buscar —dice mi madre mientras le sirve a Mariana un pedazo de pastel—. Toma, cariño, debes estar hambrienta.
—Pues pudieron avisarme, para no tener que conducir hasta el otro lado de la ciudad —protesto.
Acabo de llegar a la casa, ya son las siete de la noche. Me siento mareada del cansancio. No he comido por dos días, he sobrevivido con café y nada más.
—Por eso te llamé, pero como no contestabas —suelta Mariana y empieza a comer su rebanada de pastel—. Pero bueno, eso te mereces por nunca contestarme las llamadas.
—Estaba en una reunión importante… —intenté decir con impotencia. El malestar en mi interior no hace nada más que empeorar.
—Tan extraño —dice ella y pone los ojos en blanco—. ¿Acaso el que tu hermana viniera a visitarlos no es importante?
—Déjala Mariana, sabes que uno nunca cuenta con ella —reniega mi madre—. ¿Quieres que te traiga más jugo?
—Oh no, mami, así está bien —comenta ella con una amplia sonrisa.
Mi mamá se siente tan indignada de tener que haber dejado de ir al club con sus amigas para ir a buscar a su hija al aeropuerto que es incapaz de observarme o traerme comida.
Entonces llega mi padre con una cara bastante enfurruñado y más atrás está Jairo que intenta explicarle algo.
—¿Cómo va a ser posible que esté pasando esto? —espeta, enfrentando a mi madre, después voltea a ver a mi hermana—. ¿Es que son desconsideradas?
—¿Qué pasó? —inquiere mi hermana.
El comedor se siente tenso. Se aproxima una discusión.
—¡Penélope estuvo toda la semana peleando para que aceptara el grupo Bacheli seguir con la asociación! —dice él con voz furiosa—. ¡Prácticamente no ha dormido en días, seguramente ni ha probado bocado alguno de la presión enorme que ha tenido que pasar y tú, como hermana mayor, ¿la haces ir al aeropuerto a buscarte en vano?! —Mira el plato de pastel a medio comer—. Ah… qué lindo. —Voltea a ver a su esposa—. Como siempre con tu favoritismo, le sirves a ella, pero a tu otra hija no. ¿Acaso es más importante tus estúpidas visitas al club que cuidar a tu hija menor?
Jairo detrás de nuestro padre está casi temblando del miedo. Seguro y en la empresa se enteraron de lo que pasó y mi padre salió disparado rumbo a la casa y Jairo no pudo contenerlo. No es la primera vez que pasa. El sábado pasado mi padre le dijo a mi madre en privado que fuera a buscar a Mariana, pero ella se enojó. Yo logré escucharlo, porque alzaron la voz, así que es una discusión que viene desde hace una semana.
—¿Y qué tiene malo de que Penélope ayude un poco en la casa? —espeta mi madre.
—Mamá, basta… —suplica Jairo.
—¡¿Ayudar?! ¡¿Y es que tú haces mucho?! —grita mi padre encolerizado—. ¡Penélope ni vive en esta casa y debe encargarse de una empresa ella sola! ¡¿Y qué es lo que hace Mariana?! ¡¿Acaso no pudo tomar un taxi que la trajera hasta aquí?!
Llevo una mano a mi pecho. No me gusta verlos discutir y menos por mí.
Mariana me observa con culpa y enojo. La relación de ella y nuestro padre no es buena, desde que decidió casarse y no trabajar para la empresa familiar, mi padre no le ha podido perdonar, según, porque ella es demasiado buena como para sólo limitarse a cuidar hijos y atender a su esposo.
—Ya es la segunda vez que las dos hacen esta gracia —advierte mi padre, paseando la mirada a mi madre y después a Mariana—. Me vuelvo a enterar de que volvieron a burlarse de esta forma de Penélope y se van a arrepentir.
Entonces, papá se marcha dando grandes zancadas. Deja el comedor en un silencio incómodo. Quiero marcharme, pero no sé qué tan oportuno sea.
—¿Ves lo que creas? —reprocha Jairo a Mariana—. Te dije que tomaras un taxi, ¿qué tanto te costaba hacerme caso? Te dije que si Pen no había llegado era porque seguía ocupada. ¿Por qué tienes que siempre empeorar las cosas?
Veo que Mariana tiene los ojos llenos de lágrimas. Dios… qué incómodo…
—Ya, deja de regañarla —intervengo—. Ella no es la culpable de nada aquí, ella sólo quería visitarnos.
—Pero mi papá ahora está enojadísimo —insiste Jairo.
—Pues si lo está es por mamá —digo.
—¡¿Yo?! —jadea ella y lleva una mano a su pecho, indignada—. ¿Disculpa?
—Sí, te dijimos que fueras a buscarla y te negaste, ¿acaso qué es lo tan indispensable que debías hacer hoy? ¿Ir al spa con tus amigas?
—Penélope, no me vuelvas a hablar así —replica ella.
—Basta, mamá —dice Mariana y todos hacemos silencio—. Es cierto, tú siempre haces esto y es demasiado incómodo. ¿Por qué no me avisaste que Pen tenía una reunión tan importante hoy? —Empieza a llorar—. Es cierto lo que dice papá. Siempre complicas las cosas.
Entonces Mariana se levanta y sale corriendo del comedor.
—¿Vas tú o voy yo? —pregunta Jairo sumamente incómodo.