Mierda, ¿cuánto tiempo he dormido?
Salto de la cama y corro a tomar mi celular. Es la una de la tarde. ¡¿Cuántas horas he dormido?!
Veo que tengo quince llamadas perdidas de mi secretaria.
Corro a bañarme y arreglarme. Ni siquiera me da tiempo para comer algo.
Llego corriendo a mi oficina, todos caminan de un lado a otro. Gloria está saliendo de la sala de reuniones y es seguida de una asistente.
—¡Señorita Penélope! —me grita al verme llegar—. ¡Dios mío, ya iba a enviar a alguien a comprobar si seguía con vida!
—Me he quedado dormida, disculpa —me apresuro a decir y entro a la sala de reuniones—. ¿Cómo va todo?
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Veo a mitad de la reunión a Alessandro Bacheli. Dios mío, qué hombre más guapo. Por más que intento no mirarlo mientras hago la presentación, es imposible, su presencia me llama.
Genéticamente tiene un cuerpo atlético, sé que es sumamente sano, pues lo conozco desde que era un niño y rara vez estuvo enfermo. Y su piel es blanca y limpia, de adolescente nunca sufrió de acné; lo contrario a mí que una vez el novio de mi hermana me preguntó que si tenía varicela (no salí de mi casa por una semana después de eso). Tiene un sedoso cabello n***o y liso; sé que su familia no sufre de calvicie, porque su padre aún conserva su cabello; no como mi padre, que tiene amplias entradas y debe cambiarse periódicamente el peinado para que no se vea sus pelones.
Vaya, si sigo enumerando los pros y contras de la familia de Alessandro y la mía, a él es a quien no le conviene tener hijos conmigo…
Sacudo la cabeza e intento concentrarme en la reunión. Volteo a ver la presentación para recordar la línea de lo que estaba diciendo. Aunque me sale natural, soy bastante buena para hacer presentaciones, ni siquiera parece que lo he memorizado todo.
Termino la presentación y, aunque su séquito de empleados que lo acompañan están sorprendidos, por su mirada seria e inmutable de emociones me hace saber que todo volverá a ser un fracaso.
Mi equipo estuvo trabajando en una impecable presentación, pero sé que Alessandro no quiere que trabajemos para su nueva aplicación porque no quiere tener que tratarme y lo más probable es que nuestra última conversación le reforzó su idea.
—¿Y qué diferencia habrá en trabajar con ustedes y no con las otras empresas que nos ofertan lo mismo? —cuestiona.
Una incomodidad se nota en la sala de reuniones.
—Somos una empresa que tiene amplia experiencia en la creación y posicionamiento de aplicaciones web con estrategias modernas —explico y al notar que me mira fijamente con sus intensos ojos azules, un nerviosismo se apodera de la boca de mi estómago, además, me están sudando las manos—. Agregado a ello, nos gusta escuchar a nuestro cliente para darle un trato personalizado y acertado a sus necesidades.
—¿Acaso eso no lo hace también la competencia? —vuelve a cuestionar.
Inspiro profundamente y noto el rubor subir a mis mejillas.
—Señor, ya hemos trabajado anteriormente con la compañía Bacheli, sabemos perfectamente lo que ustedes están buscando y nos acomodamos a sus necesidades, lo cual ha hecho que logremos alcanzar a lo largo de estos años las metas de márketing que se ha propuesto la compañía. ¿Acaso eso no hace una diferencia con la competencia? Ofrecemos el paquete completo de programación y publicidad con una personalización que se acomoda a todas las necesidades de nuestro cliente, además, al conocerlos tan bien como es en este caso el grupo Bacheli, podemos adelantarnos a esas necesidades que tienen, para ofrecerles un paquete mucho más personalizado, como lo pudo ver en la presentación. Esto es algo que no podrá encontrar con la competencia, pues con ellos deberán comenzar desde cero ese conocimiento de qué es lo que necesitan y cuál es su forma de trabajar.
La mirada de Alessandro es penetrante e intimidante.
Dios mío, qué hombre más guapo. Mis ovarios lo aceptan, lo están llamando. Es perfecto para que mejore mi r**a.
—Muy bien —acepta y se levanta de su puesto.
Aún no logro procesar que ha acabado de aceptar nuestra propuesta de negocio. Como está con un rostro de perro rabioso siento que las señales son confusas.
Alessandro se despide de todos y se dispone a salir de la sala de juntas con todo su séquito de empleados.
Reacciono y le agradezco mientras despliego una amplia sonrisa. Pero él me ignora por completo, es su secretario el que me ofrece un apretón de manos mientras me felicita y se queda para ultimar detalles.
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Corro por el aeropuerto. Mariana me ha llamado veinte veces, pero no pude responderle porque estaba en medio de la reunión.
La he llamado cinco veces, pero me cuelga, debe estar enojadísima porque tuvo que esperarme.
—¿Qué quieres? —espeta cuando por fin me contesta la llamada.
—¿Dónde estás? Ya estoy aquí, pero no te veo por ninguna parte.
—Pues estoy en casa de mamá, hace media hora que estoy aquí con los gemelos.
—¡¿Qué?! ¡¿Y no podían avisarme?!