8. En el que Penélope debe tomar una decisión importante

1194 Words
No lo recordaba, pero la razón para de niña odiar tanto a Alessandro era porque él me molestaba muchísimo, era una caspa que me volvía loca. Alessandro nació dos meses después de mí. Claramente no recuerdo cómo fueron nuestros primeros años de vida, pero hay muchas evidencias: cientos de fotos. Nuestras madres tenían la costumbre de comprarnos conjuntos de ropas iguales; no se sabía quién era el niño y quién la niña… Fotos de nosotros durmiendo juntos. Fotos de nosotros bañándonos en la misma bañera. Fotos de nosotros en la misma guardería. Fotos de nosotros vistiendo el mismo disfraz. Al parecer éramos inseparables. Se habían llevado a Alessandro a vivir una temporada con sus abuelos maternos a Edimburgo cuando tenía tres años. Estuvo viviendo allí hasta los cinco años, cuando su abuela enfermó y regresó a vivir con sus padres. Recuerdo que sabía de la existencia de Alessandro, era una sombra muy presente en mi vida, no lo veía, pero sentía que lo conocía de toda la vida. Mi mamá decía “el heredero de los Bacheli es el prometido de mi hija menor, sí, la menor”. Crecí sabiendo que tenía un esposo. Pero era normal, las familias poderosas comprometen a sus hijos hasta antes de nacer. El primer recuerdo que tengo de él fue en la sala de estar de su casa, él usaba un traje de marinerito con su gorrito y todo, al igual que yo. Se sabía mi nombre, me dijo: “Ven, Pen, te mostraré mi nuevo trampolín”. Y salimos corriendo al patio. Cuando llegamos él se subió al trampolín y empezó a saltar, pero me dijo que no me montara porque era suyo. Siempre hacía eso, me presumía sus juguetes y no me los dejaba usar, así que al final me aburría mucho y les pedía a mis padres que no me llevaran; prefería quedarme en casa jugando con Mariana. —Tienes que hacerme caso, serás mi esposa —me dijo un día mientras jugábamos con sus aviones. —¿Por qué? —chillé—. ¿Las esposas no pueden jugar con aviones? —No, deben atender a sus esposos —contestó. No lo soporté más y le di un puño en la cara. Evidentemente comenzó a llorar mientras le sangraba la nariz; le quité el avión y salí corriendo para esconderme en la biblioteca. Después de ese día peleábamos como perros y gatos. Alessandro odiaba que yo le tocara sus juguetes y yo detestaba tener que pasar mis domingos en su casa. Y en el kínder las niñas no querían jugar conmigo porque él me perseguía a todas partes y siempre nos molestaba. Recuerdo que tenía la costumbre de morderme cuando se enojaba demasiado y a mí me tocaba jalarle del pelo para que me soltara. Alessandro era un niño millonario acostumbrado a que lo complacieran en todo. El día que derramé leche en su libro de apuntes fue porque él se enojó tanto conmigo porque no le quise dar esa misma caja de leche, así que les quitó las cabezas a mis muñecas. Decidí en venganza cuando lo vi haciendo sus deberes arrojarle la leche a su libreta. Detestaba demasiado que nos inscribieran en la misma escuela y tener que pasar el tiempo por fuera de la escuela juntos. Hasta tomábamos las mismas clases de piano, donde el profesor tenía que cuidar que no termináramos en el piso peleando. Pero, según nuestros padres, nos llevábamos de maravilla y éramos inseparables. Supongo que solamente nos veían cuando nos cansábamos de pelear y terminábamos comiendo juntos nuestras meriendas. Cuando tenía ocho años estaba mudando los dientes delanteros y Alessandro no dejaba de burlarse de mí y me llamaba Sindi Sindientes. Así que todos en la clase le siguieron el ejemplo y fue mi sobrenombre de todo el año. ¿Así cómo no iba a intentar asesinarlo en la piscina? Por eso Alessandro se echó a reír cuando le pedí disculpas por haberlo intentado ahogar en la piscina, claramente él recordaba la caspa que había sido cuando era niño. No, caspa no, era un demonio. No entiendo cómo pudo haber estado enamorado de mí si me molestaba tanto. ¿Me amaba tanto que necesitaba molestarme? Qué forma tan extraña de demostrar afecto. Y no ha cambiado nada, ahora de adulto también quiere que yo haga todo a sus condiciones. —Estúpido Alessandro —musito mientras conduzco rumbo a la oficina. Le pego al volante al recordar que no había almorzado por estar discutiendo con él. —Qué hambre tengo… —chillo. Cuando llego a la oficina entro a trompicones, algo que deja extrañada a mi asistente y me sigue. —¿Qué pasó, señorita Pen? —pregunta Gloria. Dejo mi bolso en el perchero junto con mi abrigo, pongo las manos en mi cintura mientras intento calmarme. —¿Sabes? Se me había olvidado lo imbécil que puede ser Alessandro —espeto—. ¿Sabes? Cuando éramos niños no dejaba de hacerme la vida imposible, era una pesadilla tener que hacer la primaria con él. Era un completo acosador que se jactaba de ser mi prometido. —¿Qué? —suelta y lleva las manos a su boca—. ¿Usted se iba a casar con él? Suelto un grito de impotencia y llevo las manos a mi cabeza mientras me paseo por la oficina. —Así que por eso fue que me trató tan amable en la reunión. Él lo planeó todo —digo y peino mi cabello con las manos. Gloria se sienta en frente de mi escritorio de cristal y me observa con una sonrisita. Comienzo a desahogarme con ella, explicándole a detalle todo lo que ha pasado, así como también le narro todos los recuerdos que llegan a mí de la primaria. —Pero qué malvado era… —dice y después suelta una carcajada—. ¿Pero no lo notaba señorita Pen? Los niños a esa edad siempre molestan a la niña que más les gusta. Ustedes crecieron sabiendo que se iban a casar de grandes, así que para él era normal el enamorarse de usted, siempre estaba buscando su atención. Me siento y mi mirada se pierde en los recuerdos de la primaria, con el olor a tiza y perfume de bebé, durmiendo en las tardes en la mansión Bacheli con Alessandro a mi lado. —Pero ¿qué pasó para que sus padres decidieran no casarlos? —pregunta con curiosidad, para ella esto es una telenovela que le interesa demasiado. Me cruzo de piernas y mis mejillas vuelven a enrojecerse de la impotencia. —En la secundaria tuvimos un altercado y ellos entendieron que nosotros nos llevábamos muy mal —contesto—. Así que decidieron dejar a nuestra voluntad si casarnos o no. —Y ahora él ha decidido que sí se van a casar —comenta ella con una sonrisa de emoción. —Sí, el muy desgraciado me lo acaba de proponer y me dijo que a cambio me dará el hijo que tanto quiero tener —chillo y le doy un manotazo a la mesa. —¿Pero eso no son buenas noticias?
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