—¡No, yo nunca he querido casarme y no lo haré! —protesto—. Además… después de un año dijo que nos divorciaremos. Yo no seré una divorciada, claro que no.
Tocan a la puerta y después una empleada llega con un ramo de rosas blancas y más atrás entra un empleado con una bandeja de comida.
—Oh, vaya, ¿eso es para mí? —inquiero y la rabia se esfuma de mi interior.
—Tal vez es Martyn, señorita —comenta Gloria y ayuda a acomodar el enorme ramo de rosas blancas en el escritorio—. Oh… tiene una tarjeta escrita a mano, qué romántico…
No me interesan mucho las rosas, mis ojos se concentran en la comida, me desconcierto al ver el filete bañado en salsa de ciruelas, era el mismo que Alessandro había pedido en el restaurante, así que eso me lo informa todo.
Los empleados salen y quedo a solas con Gloria.
—Querida Pen, no te saltes las comidas, por más enojada que estés conmigo —lee Gloria con entusiasmo, aunque su voz se va apagando de apoco—. Almuerza y piensa las cosas mejor, sabes que es inevitable que debamos casarnos, en algún momento iba a pasar. Llegaré a tu casa en la noche, no me evites, por favor. Con cariño, tu futuro esposo. —Gloria se abanica con la tarjeta mientras me observa con curiosidad.
—¿Lo ves? ¿Lo ves? —le digo mientras mi mirada se amarga—. Ese estúpido Alessandro… ¿y ahora qué hago?
—Pues sáquele el hijo, a fin de cuentas, esa es su meta, ¿no? —Me alienta y vuelve a sentarse al otro lado del escritorio—. Coma, debe dejar de saltarse las comidas.
El estómago me gruñe, así que decido empezar a devorar la comida. Válgame, Dios, Alessandro sí que conoce bien mis gustos; de algo ha servido el tener que aguantarnos de toda la vida.
—Usted ahora tiene el control, ¿no? —dice Gloria—, él la necesita para resolver su problema. Puede poner sus condiciones, como el divorciarse cuando usted así lo decida. Y no sólo puede sacarle un hijo, puede tener dos o más. Él no puede negarse, pues, a fin de cuentas, el que usted decida o no casarse con él, dependerá de si su padre lo perdona y le permite quedarse con la fortuna Bacheli, la cual terminará pasando a sus hijos, señorita Pen. —Su sonrisa se ensancha—. Se ha ganado la lotería, señorita Pen, por fin ha cazado al hombre que mejorará su r**a.
No lo había visto de esa forma. En este momento tengo a Alessandro en mis manos, puedo destruirle la vida si quiero, así como ayudarle a reconstruirla ahora que más necesita de mi ayuda.
Dejo salir un largo suspiro y volteo a ver el ramo de rosas blancas.
Yo no soy capaz de destruirle la vida al hombre del que estoy perdidamente enamorada.
Parpadeo dos veces. Cielos… acabo de aceptar que estoy enamorada de Alessandro.
Y en la fuga de recuerdos me llega el recuerdo de mi primer beso.
Cuarto de primaria, es una tarde calurosa de principio de año, estábamos en el jardín trasero del colegio y yo quería columpiarme, pero al ver a Alessandro había decidido regresarme al salón, pero él se interpuso en mi camino y de la nada me tomó de las mejillas y me dio un beso en los labios. Empecé a gritar y él soltó una carcajada.
Mi primer beso… ¿cómo había olvidado quién había sido mi primer beso?
Alessandro está esperando en la entrada de mi casa, sentado en los escalones de la terraza. Al ver que aparco el auto, se levanta de un salto.
—¿Qué haces aquí? —espeto al salir del carro.
—Cielos, Pen, ¿por qué no respondías mis llamadas? —gruñe.
—Estaba ocupada, no me gusta tomar el celular mientras trabajo —digo mientras abro la puerta.
—¿Y por qué sí me contestaste cuando te invité a almorzar? —dice detrás de mí—, que, por cierto, qué grosería dejarme ahí tirado, eh…
Entro a la casa, aburrida por escuchar su regañina.
—¿Qué quieres? —Volteo y lo enfrento.
Él deja salir un suspiro y lleva una mano a mi cabeza, acariciando mi cabello.
—Querida Penélope, sabes bien lo que quiero —dice—. Necesito que lleves una sortija para final de mes.
—¿Para en un año pedirme el divorcio? No, gracias… —Doy media vuelta y sigo caminando hasta las escaleras, donde me detengo al recordar que lo traigo detrás. ¿Por qué lo dejé pasar? Un momento, yo nunca le dije que entrara a mi casa, él fue el que entró sin mi permiso…
—Bueno, ¿qué es lo que quieres? —pregunta, exasperado—. Hagamos un trato, dime qué es lo que quieres aparte del hijo.
Volteo para verlo, estoy subida en un escalón, así que me veo más alta que él y debe alzar la mirada para verme.
—No voy a aceptar un matrimonio que está destinado a un divorcio —le digo con suma seriedad—. Yo no voy a casarme, nunca me voy a casar. No eres el único que no desea tener la típica historia de familia perfecta. Seré madre soltera.
Alessandro me observa fijamente con sus intensos ojos azules.
—¿Tanto daño te hizo él para que decidieras no casarte? —cuestiona.
Trago en seco al recordar que él vio en primera fila lo que me sucedió.
Alessandro sube el escalón, ahora es más alto que yo y debo ser quien alce la mirada.
—¿Sabes? El mejor amigo del prometido de Serena es él —dice—. Está tan seguro de que tú nunca te casarás que una vez lo escuché decirlo, pero al ver que yo estaba presente intentó bromear diciendo que todo el mundo lo sabe. —Me acaricia el cabello con una mano—. ¿Vas a darle ese gusto? ¿Le darás el gusto de que él vea que te destrozó tanto la vida que te condenó a la infelicidad por el resto de tu vida?