Estaba preparada para que Alessandro y yo nos distanciáramos como siempre, sobre todo después de la terrible noche que tuve. Aunque lo bueno es que gané un amigo, Martyn me llamó al día siguiente para que fuéramos juntos al club y pasamos la tarde jugando tennis.
Le pedí que dejara de hablarme de usted, pero es imposible, lo hace por inercia y debo resignarme a sentirme vieja a su lado.
Martyn me habló sobre su complicada situación amorosa y el hecho de no quererse sentir obligado a casarse, pero su padre está empeñado en casarlo con la hija de un socio suyo. Aunque su madre intenta ayudarlo a conseguir un mejor prospecto, todo pinta a que deberá comprometerse a final de año con la joven que su padre ha escogido.
Cuando llegó el lunes y recibí la llamada de Alessandro que me invitaba a almorzar creí que se había equivocado de número. Estuve toda la mañana pensando el motivo que tendría para querer reunirse conmigo, todo tipo de escenario se pasó por mi cabeza. Pero jamás imaginé que pudiera decirme esas palabras. No estaba en mi plan.
—Me gustó mucho que me hicieras una fiesta —suelta mientras me observa fijamente—. Creo que el darnos una oportunidad será bueno para los dos. —Se levanta de su puesto y se acomoda a mi lado, me toma de las manos por encima de la mesa y despliega una sonrisa coqueta—. Deberíamos intentarlo, estoy seguro de que nos irá bien como pareja. Además… nos conocemos desde niños y nuestras familias quieren que seamos pareja. Y ya yo sé que todo este tiempo te he gustado.
Alejo mis manos de su agarre y después me levanto, para acomodarme en la silla de al lado para reclamar mi espacio personal. Esto confunde a Alessandro.
—¿Qué? No voy a ser tu novia —replico—. No sé qué bicho te picó.
—¿Me estás rechazando? —suelta con ironía.
—Claro que sí —respondo con obviedad.
Alessandro vuelve a sentarse en su puesto anterior, así está una vez más cerca de mí, pero esta vez muestra un ligero cambio, deja a un lado su sonrisa seductora y se ve serio.
—¿Crees que no sé que hiciste la fiesta para acercarte a mí? —enfrenta—. ¿Crees que no me di cuenta de que querías tener sexo conmigo en esa fiesta porque estás intentando quedar embarazada y quieres que el hijo que tengas sea mío? Si no hubiera sido por la imprudencia de Jairo, eso habría pasado. Con lo controladora que eres seguro y sabías que estabas ovulando.
Mi respiración se congela.
—Ay, por favor, Penélope, ¿crees que aceptaré que tengas un hijo mío y que yo no esté cerca de él? Eres tan ingenua al creer que permitiré que mi único hijo, el heredero de los Bacheli, crezca lejos de su padre.
Quiero hablar, pero las palabras se atoran en mi garganta.
—Si quieres tener un hijo mío, debes darme algo a cambio, tienes que convertirte en mi esposa —dice.
—¿Pero qué ridiculez estás diciendo?, claro que no me voy a casar contigo —espeto y arrugo el rostro.
Alessandro abre la boca con suma impresión. Es la primera vez que logro ver tantas emociones reflejarse en su cara.
—¿Por qué no aceptarías que seamos pareja? —cuestiona—. Nos casaríamos y tendríamos todos los hijos que podamos tener, pero como una familia. Así todos quedarán felices.
—¿Todos? —jadeo.
—Claro: tú, yo, nuestros padres…
—Ah, claro, aquí está la razón de tu repentino cambio hacia mí —suelto con aburrimiento—. ¿Eso fue lo que te pidió tu padre? ¿Te está exigiendo que consigas pareja y te cases? —Noto que mis palabras son acertadas, su mirada lo delata. Le doy un manotazo a la mesa y después lo señalo con mi dedo índice derecho—. Por eso te dije que arreglaras las cosas con tu papá. ¿Pero cómo se te ocurre decirle que no ibas a tener hijos? Y ahora que ves las consecuencias estás apurado. —Me cruzo de brazos y me recuesto al espaldar de la silla—. Tú solito te metiste en este problema. Yo no te voy a salvar el trasero.
—Pen, si tengo que casarme con alguien, quiero que seas tú —confiesa y se acoda en la mesa—. Eres la única mujer que conozco completamente, prácticamente nos obligaron a crecer juntos. Si debo casarme con alguien, me gustaría al menos saber a lo que voy a tener que atenerme.
—¿Atenerte? —Respingo las cejas con sorpresa.
—No lo malentiendas, lo digo en buen plan —repone—. Conozco por completo tu temperamento, tus ataques de ira y, aunque ha sido en contra de mi voluntad, conozco por completo tus gustos. ¿O cómo crees que me di cuenta de que estabas tratando de embaucarme para hacer que quedes embarazada? Para mí eres predecible. Tan predecible que sé que estarás asomada por la ventana de tu habitación todas las mañanas cuando salgo a trotar como la buena acosadora que eres. —Me observa con detenimiento—. Además, nuestros padres son muy cercanos y una alianza entre las dos familias será beneficiosa —agrega—. ¿Acaso una boda entre los dos no es lo que ellos han querido desde que nacimos?
Despliego una sonrisa y después niego varias veces con la cabeza, algo que confunde a Alessandro.
—Al parecer estás metido en un problema grande, ¿no es así, Ale? —suelto socarronamente—. Quieres que yo te salve la cabeza después que permitiste que mi hermano me humillara en la fiesta…
—¡Escúchame, Penélope! —exclama irritado—. ¡Yo acepté que siguiera la asociación, es lo menos que merezco! —Sus fosas nasales están dilatadas y tiene las mejillas coloradísimas—. ¡¿Vas a permitir que mi padre me desherede por algo que tú misma provocaste con tu ridícula confesión de tener hijos conmigo?!
Abro la boca con impresión.
—¿Yo? —jadeo y llevo una mano a mi pecho—. ¿Ahora yo soy la que te metió en ese problema?
—Pues claro, te pusiste a decir que me sacarías un hijo, por favor, Pen, ¿quién en su sano juicio dice algo así en frente de sus padres?
—Bueno… —No sé qué decir y suelto lo primero que se me viene a la cabeza—: pues eso no habría pasado si tú no hubieras rechazado mi propuesta y fueras tan jodidamente terco.
—¡Pues si no me acosaras tanto yo no me sentiría tan hastiado de tener que verte la cara todos los días! —espeta.