Alessandro le quita peso al asunto y se termina de comer su filete, nota que Mariana no lo deja de observar y empieza a interrogarla.
—¿Cómo está tu esposo? —pregunta.
—Ah, bien.
—¿Por qué no vino contigo? ¿Se pelearon?
—No… es sólo que está ocupado con el trabajo —responde ella sumamente incómoda.
Sí se había peleado con su esposo, de hecho, se había marchado de casa y al parecer se quedará conmigo hasta que su esposo recapacite. Mariana está cansada de que él no le preste casi atención a ella y a los gemelos.
—¿Y tú? ¿Tu padre te obligó a venir esta noche? —pregunta Mariana y empiezo a notar la hostilidad entre ellos.
—Claro que no —contesta Alessandro y se sirve nuevamente vino—. Jamás me perdería una fiesta que me haya preparado Pen. ¿Cuándo en la historia se había visto algo igual? —Voltea a verme y toma un pequeño trago de su copa—. Aunque está más que claro que es por agradecimiento a aceptar su propuesta.
—No, bueno, sí en parte, pero… es para limar asperezas —digo torpemente.
—Claro, aunque también puede ser porque quieres quedar embarazada de mí —suelta a bocajarro.
Mariana abre la boca de la impresión y Jairo que está al lado de ella logra escuchar y coloca toda su atención en la conversación.
—¡Eso lo dije en broma, por Dios! —alego con todo el rostro ruborizado.
—Entre broma y broma la verdad se asoma —interviene Jairo—. De todos modos, sería bueno si se juntan, así la gente dejará de llamarlos homosexuales.
Llevo una mano a mi rostro por la vergüenza, recordando que el chisme de la homosexualidad comenzó por esa conversación.
—No, dirán que lo hicimos para aparentar —replica Alessandro.
—¿Y tú por qué no quieres tener hijos? —pregunta Mariana con sumo interés.
—No es que no quiere, es que tiene el corazón roto —dice Jairo como si nos contara un chisme—. La chica de la que está enamorado se va a casar con otro hombre y lo rechazó. —Lleva una mano a su cuello y hace ademán de cortarse como si tuviese un cuchillo.
Noto que todo el buen humor se había esfumado de Alessandro. Así que sí es cierto.
Jairo y Alessandro siempre han sido buenos amigos, así que es normal que sepa todo lo que pase en la vida de Alessandro.
Bajo la mirada a la copa de vino. Tal vez y por eso está tomando tanto, se está desahogando. Si a mí también me rompieran el corazón, lo más probable es que pensara en nunca tener pareja. Comprendo por completo a Alessandro.
—Bueno, pero ya conocerás a alguien que te haga feliz y que te valore por todo lo que eres —le consuela mi hermana.
Jairo se acoda en la mesa, inclinándose más a nosotros, así que ahora parecemos un pequeño grupito que conversa. Los demás se han comenzado a levantar de la mesa y conversan en pequeños grupos.
—Yo siempre le he dicho que tiene mal ojo para fijarse en las mujeres —comenta con una gran sonrisa, como si el tema le fuera el más casual del mundo—. Cuando estábamos pequeños estaba enamoradísimo de Penélope. Sí que tiene mal ojo, eh… Le gustan las que lo tratan mal.
Abro los ojos en gran manera.
—¿Por qué siempre eres tan imprudente? —gruñe Alessandro con las mejillas coloradísimas.
—¡¿Qué?! —exclama Mariana.
No puedo decir nada, la noticia me ha impactado de sobremanera. Alessandro enamorado de mí… qué giros da la vida.
—Estuvo enamorado como hasta los doce años —sigue diciendo Jairo y después suelta una carcajada traviesa—. Hasta que Pen le pegó en la frente con un borrador.
Alessandro tomó un largo trago de vino y se sirvió un poco más.
—Eso pasó en noveno grado —digo cuando salgo del estupor—. No estábamos tan pequeños.
—Eh, ¿pero entonces por qué molestabas a Pen si estabas enamorado de ella? —cotillea mi hermana sumamente interesada en la conversación.
Todos nos quedamos esperando la respuesta de Alessandro. Mis ojos estaban ansiosos, no podía dejar de mirarlo.
—¿Cuándo la he molestado? —cuestiona él.
—Pues en último año, cuando se lastimó las rodillas —razona Mariana.
—Yo no le hice nada —replica ofendido.
Llevo una mano a mi rostro, estoy muerta de la vergüenza.
—Te he dicho mil veces que eso es un malentendido —gruño.
—En todo caso, ustedes ya están grandes —interviene Jairo—. Te he dicho que deberías intentarlo con mi hermana —le dice a Alessandro—. Así tu papá no te va a quitar tu cargo en la compañía y mucho menos la herencia. Ella gusta de ti y quiere tener un hijo tuyo, ¿qué más quieres?
—¡¿Qué te pasa?! —exclama nuestra hermana y le da un fuerte golpe en la espalda, obligándolo a ponerse rígido.
No puedo de la vergüenza y de un impulso me pongo en pie. Todos me observan con curiosidad.
—Di-disculpen —musito.