Aún no se ha ido, parece que Alessandro está esperando algo o alguien. Seguro y es su chofer que otra vez se ha demorado en ir a recogerlo. No entiendo cómo a su edad no logra manejar por sí solo.
Bajo el vidrio de la ventana y nos observamos fijamente.
—Súbete, te llevo —le digo. Y me gusta que se me escucha genial, así que despliego una enorme sonrisa.
—No, pero gracias —niega y vuelve a mirar al frente, como recogiendo su dignidad.
—¡Que te subas, carajo! —le grito exasperada.
Le doy un golpe al volante y maldigo por lo bajo por tener que volver a ser ruda con él. A este paso si quedo embarazada de él será porque lo obligaré.
Alessandro se sorprende por mi vozarrón y después obedece, pero se acomoda en los puestos de pasajeros. Bueno, algo es algo.
Soy incapaz de mantener silencio en el camino, así que se me pasan muchos temas por la cabeza.
—Sólo a ti se te ocurre decirle a tu papá que no quieres tener hijos —comento y observo por el retrovisor, está cruzado de brazos y observa por la ventana derecha, se le ve triste.
—No es asunto tuyo —espeta.
—Tú papá ahora cree que eres homosexual —digo con tono casual.
Alessandro lleva su mirada al frente y nos observamos por el retrovisor. He soltado una enorme sonrisa de satisfacción.
—Eso fue lo que lograste con tu confesión —suelto.
—Pero no lo soy…
—Bueno, es evidente que no sabes hacer bien tus cosas, al menos las familiares. —Me detengo en un semáforo en rojo—. O sea, a menos que quieras que te desherede, vas por buen camino.
—Nada más le dije para que no se ilusione, porque no tendré hijos —explica.
—Sólo a ti se te ocurre decirle a un anciano que tiene un solo hijo que no tendrá nietos —regaño—. Y en frente de su mejor amigo, en un restaurante, cuando la conversación es de bebés…
Alessandro no dice nada y su mirada vuelve a perderse en el paisaje de la ventana cuando el auto está en marcha.
—A menos que ya sepas que no puedes tener hijos —agrego—. ¿Es eso lo que te pasa?
—¿Por qué quieres saber? ¿Examinas para saber si te podré dar hijos?
—Bueno, no lo había pensado, pero sí, es verdad —chisto, aunque por dentro me preocupo—. Eso podría dañar mis planes de procreación.
Alessandro pone los ojos en blanco.
—Para con eso, ¿por qué te encanta fastidiarme?
—Pues… ¿qué tan malo sería tener hijos conmigo? Yo no te estoy pidiendo casarte conmigo.
Lo veo por el retrovisor empezar a mirarme con sorpresa y al mismo tiempo con asco. Mierda, se ha dado cuenta que hablo en serio.
—O sea, no es como que yo sea la mujer más fea del mundo —explico.
—Basta —gruñe.
Aprieto mis labios. Siento que empieza a abrirse una herida en mi corazón. ¿Tanto me detesta? ¿Tanto asco me tiene que la idea le hace aborrecerme?
Esto es peor que ser rechazada de un buen negocio millonario. Mi orgullo femenino…
—Arregla las cosas con tu padre, te va a desheredar si sigues con tu pataleta —espeto.
Alessandro no dice nada y dejo que el silencio nos inunde.
Paso las horas en la oficina organizando todo para la nueva presentación. Todos estamos trabajando a tope y ni siquiera hay espacio para el almuerzo, aunque los animo haciendo que nos traigan todo lo que ellos pidan, así que al caminar por las oficinas se huele todo tipo de comidas, desde pizza, hasta comida china y muchísimo café.
Son las diez de la noche cuando Gloria entra a mi oficina con unas enormes ojeras y me trae el informe listo. Se sienta para explicarme el informe. Ella está bastante relajada, tiene una bebida energizante en una mano y lo mueve mientras habla; lleva el cabello algo enmarañado y usa zapatos cerrados.
Veo por la pared de vidrios que muchos de los empleados ya se están marchando y se despiden con un movimiento de mano. Me alivia saber que hay un buen ambiente laboral.
—Se-señorita, su nariz… otra vez… —dice Gloria.
Llevo una mano a mi nariz. Otra vez me está sangrando por el trabajo excesivo.
—Es mejor que se vaya a descansar, yo terminaré de planear la propuesta.
—Oh, no, yo debo ser quien haga esta vez la presentación, tengo que estudiar todo —me niego mientras aprieto mi nariz con los dedos.
—Pero… está demasiado cansada, siempre se excede.
—Es nuestro mejor cliente, debo asegurarme de que salga perfecto —digo con seguridad—. Mejor, ve tú a descansar, ya es muy tarde.
—¡¿Qué?! ¡¿Usted no se va a ir?!
—Claro que no, aún me falta mucho trabajo por hacer.
Son las seis de la mañana del jueves, he regresado a la casa para bañarme porque ya no soporto mi propio olor. La oficina está llena de tensión por la presentación de hoy. Pero confío en mí, sé que lo haré bien, peores situaciones tuve cuando apenas mi empresa estaba comenzando.
Me asomo por la ventana y justo veo a Alessandro corriendo rumbo al parque. Esta vez no me observa, pero seguro y sabe que lo estoy mirando.
Debo dejar de hacer esto, él debe sentirse ya muy acosado por mí, sobre todo ahora que sabe que quiero tener un hijo suyo.
Qué mal… Alessandro no quiere tener hijos.
Deberé comenzar a buscar a otro prospecto. Tengo que rendirme con él, sobre todo ahora que sé cuánto me repudia.
Me dejo caer en la cama. Me siento demasiado cansada, tengo dos días que no duermo.
Cuando mi espalda toca la cama, pierdo el conocimiento.