Estaba avergonzado por haber llevado a Samantha a aquel lugar para presentársela a su padre. De repente sintió ganas de salir volando o de sólo enroscarse y morir. Se estacionó y apagó el motor; se quedaron sentados dentro del auto. Se miraron un poco y Sam verificó, por décima vez, que el sistema de navegación indicara la dirección correcta. Efectivamente así era. —¿Vamos a salir? —le preguntó Samantha después de un rato. Él no sabía qué hacer en realidad. ¿Qué tipo de hombre podría vivir en un lugar así?, ¿quién era su padre? Lo único que quería era encender el motor, pisar el acelerador y seguir manejando. Pero no podía. Tragó saliva, abrió la puerta y descendió del auto. Samantha lo siguió. Se acercaron a la casa, subieron dos de los escalones que se estaban hundiendo porque la m