La semana siguiente pasó rápidamente. Lera se debatió entre los estudios y los intentos de arreglar su vida de alguna manera. Sin embargo, la vida categóricamente no quería establecerse, y también había problemas con los estudios.
En primer lugar, Lera no tenía ningún filing con Concha. La portera no le agradaba y no la rociaba con veneno cada vez, cuando aparecía, por milagro. Probablemente, no valía la pena insinuarle públicamente, después del incidente con la mierda de perro, que debería hacer sus deberes y no ver las telenovelas. A veces tenía que mantener la boca cerrada. Por lo menos en este caso, tan seguro, pero Lera entonces no sería ella.
En segundo lugar, tuvo que correr de un departamento a otro en busca de un tutor para su tesis. No todo el mundo estaba dispuesto a tomar bajo su protección a un estudiante que surgió de la nada tres meses antes de la defensa. A nadie le gustan los caballos oscuros. Porque no sabían cómo era y nadie quería tener problemas.
En tercer lugar, el grupo “favorito” no le dejaba aburrirse. Antes de eso, Lera nunca había tenido que ser una víctima de bullying en su vida. Fue muy desagradable, esta situación quitaba el suelo bajo los pies. El único consuelo era que pronto terminaría los estudios. Tuvo que aguantar solo tres meses, y eso era todo, después Lera nunca volvería a ver a estas personas. Para ser honesta, sus ataques realmente no la herían demasiado, ella era mucho más fuerte.
Simplemente la molestaban, la cabreaban hasta hacer rechinar los dientes. Eran como mosquitos molestos que interfieren en el sueño. Uno por uno, tenían miedo de acercarse a ella, pero, amontonados en pequeños grupos, se volvieron audaces y valientes. Se aferraban, tratando de burlarse de ella. También hubo aquellos, quienes simplemente guardaban silencio, observando la persecución. Y estaba Fran con su ligue agresivo y cansino.
Y estaba Gleb. Callado. Frío. Pero bajo su mirada, el pelo de la nuca de Lera se erizaba. No la tocó en toda esta semana, ni siquiera habló, solo miró, pero con el corazón estremecido la chica pensaba en algo terrible, lo que él estaba preparando para ella. Quizás él era el único de todos a quien ella temía seriamente. ¿Y cómo se las arregló para acostarse con él? ¿Por qué no con Fran? ¿No con algún otro idiota? ¿Por qué eligió exactamente a Gleb?
Pero, ¿por qué sorprenderse? Lera siempre supo sacar un “boleto ganador” y encontrar un “diamante” entre el estiércol.
* * *
Estaba tranquila en la residencia el domingo por la tarde. La mayoría de los estudiantes se fueran a casa durante el fin de semana y Lera tuvo la oportunidad de disfrutar del silencio. Nadie corría por los pasillos, gritaban como locos o se escuchaba música a todo volumen. ¡La tranquilidad! Puedes leer, ir tranquilamente a la ducha, relajarte, o cocinar algo sabroso.
A ella le gustó más la última idea. Fue a la cocina común, donde había unos fogones de gas, se aseguró de que no hubiera nadie allí y decidió complacerse con patatas guisadas.
Lavó las verduras, las peló, las cortó. Puso todos los ingredientes en una cacerola y la puso al fuego, mientras ella estaba chateando con Anna Ermolaeva. Ella era la única con la que Lera estableció relaciones amistosas, y la única que, a pesar de la modestia y timidez innatas, tenía suficiente valor para apoyarla abiertamente. Por supuesto, no era un grupo de apoyo grande, pero por lo menos Lera tenía con quien hablar agradablemente.
En algún lugar del pasillo, algo golpeó con fuerza. Lera levantó la vista del teléfono, se quedó paralizada, escuchó, tratando de entender qué era eso. Por alguna razón, parecía que el sonido provenía del extremo donde se encontraba su habitación. No era bueno. La comunicación con el nuevo grupo le enseñó a estar siempre alerta. ¿Nunca sabes lo que puedes esperar de ellos? Ya encontró mierda debajo de la puerta. ¿Qué más?
Puso la tapa en la cacerola, bajó el fuego y fue a comprobar qué era ese golpe.
El pasillo estaba vacío. Tampoco había nadie cerca de su puerta. Miró meticulosamente a su alrededor en busca de alguna trampa. Pero no encontró nada, incluso revisó el ojo de la cerradura. Nada.
Por si acaso, abrió la puerta con cuidado y, asegurándose de que nada le cayera encima, entró en la habitación. Miró dentro del armario, debajo de la cama, detrás de la cortina. Nada tampoco. ¿Quizás no debería alarmarse? ¿Era solo que algo cayó en la habitación de alguien y no tenía absolutamente nada que ver con ella?
Exhaló un suspiro de alivio y regresó a la cocina. Todo estaba tranquilo y desierto aquí. Enrolló una toalla para no quemarse las manos, sacó la cacerola del fuego y volvió a su habitación, esperando pasar una velada agradable y sabrosa.
Sacó un plato, tomó un cucharón, levantó la tapa y, cerrando los ojos, aspiró un delicioso aroma. Pero el guiso de la receta favorita de su madre debería haber olido diferente. Revolvió el guiso preparado con un cucharón, miró desconcertada dentro de la cacerola y vio algo grande y n***o.
¿Qué diablos es esto? Lo recogió con un tenedor y saco ... un calcetín. Claramente masculino, desgastado, con un agujero en el talón. Lera maldijo en voz alta de todo corazón.
En el mismo momento, una nota fue empujada debajo de la puerta con un susurro silencioso, y luego escuchó unas risas salvajes y el ruido de pies que huían. Por su propia ira, saltó hacia la puerta y la abrió. Naturalmente, no había nadie en el pasillo. Se habían ido. La nota que le dejaron estaba escrita con una letra hermosa, uniforme y contenía solo una frase: "¡Buen provecho, perra!" ¡Así cenó, maldiciones!
Al día siguiente, Lera llegó al aula cinco minutos antes del comienzo de la clase. El profesor aún no había llegado, pero todo el grupo estaba reunido. Hoy se suponía que iban a tener un examen y todos lo prepararon lo mejor que pudieron. Alguien fotografiaba las páginas de un libro de texto en el teléfono con la esperanza, de que hubiera una oportunidad de copiarlo sin que se dieran cuenta, alguien metía las chuletas en sus bolsillos y alguien simplemente hojeaba los apuntes, tratando de recordar al menos algo.
El examen no le preocupaba mucho, porque no tenía problemas con esta asignatura. Después de haber echado un vistazo a todos los reunidos, se dirigió a donde estaba sentada la "Caca de perro", la pelirroja, con sus amigas. Todas vivían en la misma residencia que Lera, lo que significaba que la cena estropeada era obra de ellas. Lera no iba a tragarlo en silencio.
Acercándose a una de ellas, sin ceremonias le arrebató el cuaderno de debajo de su nariz.
- ¡Oye! ¡¿Qué estás haciendo?! – Gritó la chica, poniéndose de pie de un salto.
- Cállate, - Lera le dio un golpecito para que se sentara. Abrió la primera página que encontró y resopló con disgusto, no era su letra.
Volvió a arrojar el cuaderno sobre la mesa y pasó a la siguiente. Las chicas la miraron con asombro. Pero a ella no le importaba sus miradas, su asombro, porque estaba muy enojada.
Otro cuaderno y otra vez garabatos feos.
- ¿Como te permites? – exclamó la "Caca de perro", pero se calló cuando Lera abrió de un tirón su cuaderno, de modo que las hojas casi volaron hacia los lados.
Nuevamente no era lo que buscaba. Pero en el siguiente cuaderno tuvo suerte. Corazones en los márgenes, títulos subrayados con bolígrafos de colores. Pero lo más importante era la escritura bonita, ordenada. Exactamente la misma como estaba escrita la nota de ayer.
- Oh, ¿eres tú la más creativa? - gruñó, sin apartar los ojos de la morena delgada.
- ¿Qué estás insinuando? - Ella arqueó las cejas con arrogancia, pero era obvio que estaba incómoda.
- Entonces, para enfrentarse a mi cara a cara, no hubo suficiente coraje. Tu prefieres cagar a escondidas en la cocina. Por lo tanto, decidí que sería necesario devolverte tus cosas, - Lera metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa que contenía un calcetín con restos de patatas. Desató el nudo y arrojó todo el contenido sobre su cabeza. - ¿Es tuyo?
Ella chilló y se puso de pie de un salto, limpiándose el pelo. En el aula se olia la comida.
- ¡Estás loca!
- Ni siquiera sabes cuánto, - espetó Lera y se volvió hacia el grupo. - Así es. Ayer me quedé sin almuerzo ni cena, por eso estoy enojada y nerviosa. No me andaré con rodeos, os lo diré de una vez por todos. Si de nuevo alguien me tira algo, da igual que, da igual donde, mierda de perro, calcetines malolientes o algo así, todo esto estará en su cabeza. ¿Entendido?
¡Sí! ¡Ella explotó! ¿Entonces, lo que había que hacer? Con ellos, de lo contrario era imposible hablar, no lo consiguió de manera amistosa. Era necesario explicarlo así, de forma clara y con efectos especiales.
Todos se quedaron en silencio, mirándola con asombro. Pero nadie pudo aguantar su mirada, bajando los ojos. Cuando Lera estaba enojada, era mejor no meterse con ella. Y luego, en completo silencio, alguien se rio entre dientes perezosamente.
¡Gleb!
Fue realmente el único quien la miró y no desvió la mirada. Su mueca, fría, cínica, llena de desdén, hizo crujir algo en su pecho y se cubrió con una costra de hielo.
Lera sabía que en este caso él no tenía nada que ver, porque Tyson no metería calcetines en los cacharros de la cocina, ¡pero todo esto era por él! Debido al hecho de que estos tontos hacían alarde frente a él. ¡Todos en este grupo intentaron complacerlo! ¡Un rey, maldita sea!
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Lera se acercó a la fila en la que estaba sentado él y se inclinó, apoyando las manos en la mesa.
Gleb la miró con una leve media sonrisa, y en el fondo de sus ojos grises, el frío se arremolinaba. "¡Cabrón! Que hermosos ojos tiene. Solo hay que verlos, y mi corazón se detiene, y el ácido caliente corre por las venas". - pasó por su cabeza, y se hundió en su pecho de modo que apenas podía respirar. "Maldita sea, parece que lo odio."
- Llama a tus fanáticos locos, Carov, - siseó Lera con los dientes apretados, - de lo contrario, pensaré que estás enamorado de mí y no puedes aceptar el hecho de que no estemos juntos.
Los ojos grises se entrecerraron depredadores.
- ¿Alguien tiene un desequilibrio hormonal en los días críticos del periodo? - se rio Gleb.
La risa salió tensa.
- ¿Quieres hablar sobre mi trasfondo hormonal? – dijo ella. - ¡Fácil!
- Oye, Pica, - levantó las manos conciliadoramente, - yo no tengo que ver nada contigo.
Quería explicárselo personalmente como él no tenía nada que ver con ella, pero no tuvo tiempo: él profesor entró en el aula. El grupo se calmó inmediatamente y Lera se sentó en el primer asiento disponible.
- Entonces, hoy tenemos un trabajo de prueba. Saquen las hojas, fírmenlas en la esquina superior derecha. Escriban su apellido, nombre y número del grupo, - comenzó a repartir instrucciones monótonamente Bolshakov, sacando una pila de boletos de un maletín de cuero.
Lera hizo el examen automáticamente, porque todo el fin de semana estuvo estudiando día y noche, y también porque los ojos grises estaban ocupando su mente, poniéndola nerviosa e incómoda. De nuevo quiso mirar a Gleb, tanto que no pudo resistirse. Se dio la vuelta. Y luego se quedó paralizada, como aplastada por las piedras.
Gleb la miró sin sonrisa, sin mueca malhumorada. Sombrío. Y ella creyó oír su voz en su cabeza: “Has terminado, Pica. Es tu fin".
Gleb era un chico guapo y Lera no podía negarlo. Era alto, fuerte, con la piel bronceada, con cabello oscuro, rebelde y ojos del color de las nubes de acero. Tenía confianza en cada movimiento: en un giro de la cabeza, en una sonrisa, en la forma en que movía sus anchos hombros. Sus manos también eran hermosas, fuertes, con muñecas anchas. En una de ellas llevaba un brazalete de cuero n***o. Recordó sus labios en su propia boca. Recordó sus dedos perfectos, largos y cómo la tocaba con ellos, como las metía dentro de ella. Y sintió un espasmo dulce abajo.
“¡Para!” – gritó su mente, - “Un poco más, ¡y la silla debajo comenzará a arder!” Estos juegos de miradas no eran una idea bonita. Lera intentó convencerse a sí misma que no sentía absolutamente nada hacia él, pero todo era en vano. Se excitó solamente mirándolo y por el hecho de que era Gleb, el rey del grupo.
De repente aparecieron los pensamientos locos de qué si pasaría ... entonces, a lo mejor… “¡Maldita sea! ¡Sal de mi cabeza, cabrón!” - se enfureció la chica, porque no podía soportar tenerlo en su cabeza.