Capítulo 7. Primer golpe de Estela.

4587 Words
En la universidad, estaba ubicado un gimnasio en uno de los sótanos. Allí olía a cal, establos y aceite industrial. En una pequeña sala, decorada con listones agrietados de madera, se apiñaban una docena y media de viejas máquinas de ejercicio. No encontrarás a esos monstruos en ni un gimnasio moderno, son mastodontes brutales del pasado, pesados, antiestéticos, sin plástico, solo metal, solo hardcore. Pero Lera estaba encantada de encontrar este lugar, porque no se trataba de estética, sino de deshacerse de la frustración que provocaba su comunicación con los compañeros. Por eso, por la tarde, después de otra escaramuza con Estela, se preparó y fue a entrenarse. Aparte de ella, casi no había nadie en la sala. Tres chicos desconocidos que, después de cada ejercicio, caminaban orgullosos frente al espejo, moviendo muy buenos bíceps. El tipo que, al parecer, no se dio cuenta de que para la armonía era necesario entrenar no solo la parte superior, sino también la parte inferior, por lo que se le veía muy extraño: un torso robusto, con piernas atrofiadas. Un par de chicas del primer año, como pajaritos, corrían por la sala, tratando más de llamar la atención del sexo opuesto que haciendo ejercicios. Lera abordó el asunto en detalle. Con cada máquina hacía tres series de veinte veces. Después de una hora estaba toda despeinada, sin aliento, sudando como un caballo, pero feliz. Las manos y las piernas le temblaban, pero no había espacio en su cabeza para pensamientos desagradables. El ejercicio provoco una explosión de endorfinas. Justo lo que necesitaba. Cuando estaba haciendo una inclinación boca abajo sonó directamente sobre ella una voz familiar: - ¡Perfecto culo, Pica! "¡¿Ahora qué?!" – pensó ella y dio un tirón, bajando bruscamente las pesas. La barra golpeó las bases de hierro con un fuerte sonido metálico, haciendo ruido por todo el gimnasio. - Fran, ¿me estás siguiendo o qué? – Lera se levantó bruscamente del banco, que en su cabeza comenzó a hacer ruido. - Ni siquiera pensé. Es solo que a menudo pasamos un rato aquí por las noches. - ¿Nosotros? – preguntó la chica y dándose la vuelta, vio a Gleb. Se paró frente al espejo y lentamente envolvía un vendaje elástico alrededor de su puño, sin apartar su mirada de lobo de ella. Lo más molesto era que ni siquiera se dio cuenta cuando todos los demás se fueron. Solo ella y estos dos idiotas permanecieron en la sala. Lera decidió irse sin perder el tiempo porque, a juzgar por la mirada de Gleb, era la decisión correcta. Saltó rápidamente del banco y se acercó a la puerta, pero no tuvo tiempo. Fran le bloqueó el camino. - ¿Tienes prisa, Pica? ¿A dónde vas? - De vuelta al nido, - espetó ella y trató de pasar a toda velocidad junto a él. La detuvo de nuevo, agarrándola por la cintura. - Escucha, estás tan bien proporcionada, - asintió con aprobación y sin ceremonias tiró del borde de la camisa, - muestra tus abdominales. - ¡Fran, vete a la mierda! – Lera le golpeó en el brazo. - ¿Qué pasa? – Él se rio. – Quédate con nosotros. Será divertido. Te prometo que no te ofenderemos. Pero su sonrisa era tal que Lera se congeló por dentro. Ambos chicos eran caballos robustos, no cargados de moralidad y sentido común, y ella estaba sola. Sabía que nadie vendría corriendo desde los pisos superiores para defender su honor de doncella. - ¿Y qué? ¿Te quedarás? Será interesante. Fran dio un paso hacia ella y Lera retrocedió involuntariamente. Retrocedió hasta que chocó contra una de las maquinas con la espalda. - No veo nada interesante en un babuino aferrado, - la chica puso sus manos en su pecho, porque este bruto claramente no iba a detenerse y avanzaba hacia ella como una montaña. - ¿Tienes miedo? - Preguntó en un susurro Fran, inclinándose más hacia la chica. En ese momento, ella estaba pensando en cómo sería más exitoso apuntar y golpear con la rodilla entre sus piernas, y si tendría tiempo suficiente para escapar mientras él se retorciera de dolor. Cruzó la mirada con la sombría mirada de Gleb y se dio cuenta de que no tendría suficiente tiempo. - ¿Qué, tú te quedas? - Preguntó Fran. - ¿Qué? - preguntó estúpidamente, porque tan pronto como miró a Carov a los ojos, nuevamente tuvo una nubosidad temporal en su mente. Con la respiración perdida, los pensamientos flotaban. - Lo siento, no escuché lo que murmuraste allí. - ¡Eres increíble, Lera! - Silbó casi encantado. - Podrías asustarte, o echarte a llorar, lo que hacen todas las chicas. - Ni lo sueñes, - nuevamente intentó sin éxito apartarlo.  En este momento ella vio que Gleb quitó la camisa y sus ojos como por un imán fuerte se clavaron en su piel. Mientras Lera babeaba, Fran la agarró por la cintura y la atrajo hacia él, de modo que ella presionó su nariz contra su pecho. - Cuanto más te mueves, menos quiero dejarte ir, - dijo Fran, mirando pensativamente por encima de su rostro. No le gustó en absoluto este cambio de humor en este neandertal. Gleb también observaba esta pelea. Y se enojó. Por el rabillo del ojo Lera vio sus puños apretados. - ¡Vaya! – exclamo de repente Fran, - ¡Te excitaste en mis manos, Pica! Respiras agitadamente y estas ardiendo. Era cierto. Solo que Fran no tenía nada que ver con eso. Se trataba de Gleb. Sintió con la mirada su piel. Incluso le pareció que podía oler su aroma, sentir su corazón latiendo con eco. Idiota. - Deja que marche, - dijo la voz indiferente de Gleb, - vine a entrenar, y no a mirar eso. - Sera más divertido con ella, - Fran continuó abrazándola, pero su agarre se aflojó un poco. - Déjala. -repitió Gleb con presión, a través de los dientes apretados. - Como quieres, colega, - dijo desafiante, pero levantó las manos y dio un paso atrás. Lera, sin perder el tiempo, se deslizó por su lado y se escapó. Se puso las botas por encima de las mallas deportivas, se puso la chaqueta y metiendo la ropa en la mochila de alguna manera, salió corriendo del vestuario. Las voces y las risas de los chicos se escucharon detrás de la pared. No pudo distinguir una palabra, pero sospechaba que la conversación era sobre ella. Un minuto después salió del edificio de la universidad y poniendo el gorro mientras caminaba, se apresuró a ir a la residencia. El viento helado, que no se parecía en nada al primaveral, golpeaba bajo la chaqueta de plumas, pellizcaba las rodillas cubiertas con finos pantalones sintéticos y mordía la nariz. Este año, el invierno no quiso ceder sus puestos, aunque el calendario ya estaba apuntando a mediados de marzo. Los meteorólogos, que prometían una primavera temprana, se volvieron a engañar. Sin embargo, fue en este año que no tuvo absolutamente ningún estado de ánimo alegre, ni esa misma anticipación agonizante, que siempre se apoderaba de su interior, cuando sentía la proximidad de la verdadera primavera. ¿Y qué tipo de estado de ánimo puede haber, cuando solo hay problemas y extraños sentimientos? "Gleb, como el Conde Drácula, se alimenta de mi energía, dando vueltas en mi corazón y alma, Fran superó hoy con creces su acoso, los problemas con los estudios no se han resuelto. Pedir a Morcilla que sea mi tutor de tesis, sería peor que saltar de un duodécimo piso. Por Dios, ¿porque todo es tan complicado aquí? Menos mal que hay una barra de chocolate en casa. Al menos algo agradable en esta vida." - pensó Lera, mientras corría hacia la residencia. No tardó mucho en llegar corriendo ahí. Solo cinco minutos, pero estaba helada. En algún lugar del fondo de la mochila, el teléfono sonaba persistentemente, pero ella no lo cogió, no quiso detenerse, quitar los guantes y buscarlo. Todo esperará hasta casa. En el vestíbulo, el fuerte grito de Concha la detuvo. - ¡Blance! Lera tropezó de susto. - Hola, Concha, - se acercó a ella y trató de sonreír con agrado. El intento falló de inmediato. Estaba tan alterada que en lugar de una sonrisa obtuve la sonrisa de un maníaco psicópata. - ¡¿Eres completamente insolente, Blance?! - Ella espetó, escupiendo en mi saludo. - Parece que no, - la chica miró su rostro ardiendo por justa ira y frenéticamente pensaba que pudo hacer, para que la portera se pusiera así de nerviosa. - ¿Parece que no? – gritó Concha, casi salpicándola con la saliva. - ¿Qué pasó? – preguntó la chica con cansancio, sintiendo como en su interior aumentaba el grado de ebullición. ¡Qué cansada estaba de todo! - ¡¿Todavía preguntas qué pasó?! - Bueno, sí. - ¡¿Esto, en tu opinión, es normal ?! – la portera la agarró del brazo y literalmente arrastró hasta la pared, en la que estaba colgado un torcido tablón de anuncios, y casi la clava con la nariz en él. Y ahí ... Una hoja de formato A4 estaba sujeta con un clip brillante, y en ella había un anuncio impreso. “Alegraré tu tiempo libre. Cualquier fantasía. Hago de todo. Barato. Lera. " Y al final en negrita estaba su número de teléfono, y justo al lado su foto impresa en blanco y n***o. Lera no tenía palabras. Ella simplemente se paró y miró esta cosa desagradable. Por dentro todo hervía como una lava del volcán. Hervía de resentimiento, rabia, injusticia. ¡¿Qué carajo?! Arrancó el maldito papel del tablero y lo arrugó en su puño. - No soy yo… - Qué clase de estudiante eres, - la portera gritaba indignada, - acabas de entrar y ya estás haciendo do las suyas. ¡Estáis completamente sueltas en la capital! - ¡Este no es mi anuncio! - exclamó Lera, tratando de justificarse. Sin embargo, no tuvo éxito. Nadie la iba a escuchar. - Si vuelvo a ver ese tipo de pornografía, irás al rector con mi informe. ¡No toleraré prostitutas en mi residencia! – concluyó Concha. Cuando Lera entró en el ascensor, ya estaba temblando de ira. ¿Qué zorra lo hizo? ¿La Caca de perro? ¿Sus amigas? ¿O quizás, el mismo Gleb? ¿O su amada Estela? Había un millón de pensamientos en su cabeza y ninguno valía la pena. Todos se estrellaron contra la pared de su propia impotencia. Fue simplemente insoportable. El teléfono en su mochila todavía estaba sonando. Cuando lo sacó, supuso que era un cliente potencial, que llamaba porque desconocía el número. Pero la magnitud del desastre apareció, cuando desbloqueó la pantalla. Decenas de llamadas de números desconocidos y no menos de cien mensajes. Y en cada uno de ellos pura obscenidad. Preguntas: cuánto cuesta una hora, si aceptaba griego, si era posible invitarla a una fiesta de hombres. También había chistes aún más vulgares, y algunos mensajes contenían fotografías de pepinos de distintos tamaños y formas. Lera se hundió en la cama con un gemido y enterró su rostro entre las manos. Estaba sucediendo una especie de pesadilla. Una verdadera pesadilla. Y no tenía ningún lugar adónde ir. Se trasladara a este infierno, pensando que aquí encontraría la libertad de Edward. Sí. La encontró. Y, aunque se olvidara por completo de Edward, recibió un dolor de cabeza constante como efecto secundario. Esto no era bueno. Sintió lástima de sí misma durante media hora. No menos. Se sentó sin moverse, con los ojos cerrados, escuchando el corazón que latía nerviosamente en su pecho. Necesitaba hacer algo. Arreglarlo de alguna manera. Averiguar quién preparó esta mierda. Desafortunadamente, no se podría identificar la persona a partir del texto impreso, pero debería haber una pista. Sacó la hoja arrugada de su bolsillo. Había una fotografía de ella cerca del buffet. A juzgar por la ropa, la fotografía se hiciera hoy. ¿Y con quién se encontró en el buffet? Eso es, Estela. Esta es la respuesta. Solo queda decidir qué hacer con esta respuesta. Cinco minutos después, nació una idea brillante en su cabeza. Cogió el teléfono y llamo a un amigo, más bien buen conocido. El caso es que con Nick tenían algún tipo de relación informal. Se conocieron en la universidad, pero estrecharon su relación, cuando se encontraron en la consulta de un psicólogo, donde cada uno luchaba contra sus dependencias. - Hola. - Valeria, ¿verdad? - sonó en el receptor la voz de asombro de Nick. - Yo, ¿cómo estás, Nick? - ¡¿A dónde fuiste?! ¡Estamos todos en estado de shock! Volvimos después de las vacaciones, ¡y tú ya no estabas! - Tuve que mudarme, - respondió evasivamente. - ¿Seis meses antes del diploma? - Las circunstancias se han desarrollado así. - ¿No pudiste posponer tus circunstancias hasta el final de tus estudios? No quedaba mucho. - Perdón. No quiero hablar de eso. Tema desagradable, ya sabes. - Desearía que fuera agradable, - sonrió con tristeza. Hizo una pausa por un momento y luego agregó. - El señor Starov estará encantado, cuando le diga que llamaste y tus amigas también preguntaron por ti. Las amigas. Incluso se le pellizcó debajo de las costillas. Una vez estudió en un grupo normal, y no en ese espectáculo de fenómenos, una vez tuvo amigas. Sí…. ¿Cuánto tiempo hace que fue eso? - No les digas nada. - ¿Juegos de espías? - Inmediatamente se despertó Nick. – Vi que cambiaste el número del teléfono, y en las redes no estás para nada. ¿Estas escondida? - Algo así. - Siempre has sido un poco de eso ... ¡con un brillo! - Él se rio. - Créeme, soy la misma de siempre. Starov me aconsejó descansar, solo que aquí es difícil hacerlo, aunque en otros aspectos estoy mucho mejor. - Lera sonrió. - ¿Cómo te va en un lugar nuevo? - Peor imposible. – Lera no quiso mentirle. - ¿Qué ocurre? - Inmediatamente se puso serio. - Imagínate, me convertí en un objeto de acoso aquí. - ¡¿Tu?! - gritó tan fuerte, que tuvo que apartar el auricular de su oído para no quedarse sorda. - ¡Esto no puede ser! - Puede y tanto. Por eso, de hecho, te estoy llamando. - Entonces, - Nick cambió su voz a un tono serio, - ¿En qué puedo ayudarte? - Consígueme, por favor, el número del teléfono de una zorra. Mejor aún, haz arreglos para que todas las llamadas de mi número vayan al suyo. - No hay problema. ¿Que hizo ella? ¿Ha publicado tu número en un sitio pornográfico? ¿Y ahora todos los sedientos de tu cuerpo te están llamando con una oferta? - Lo adivinaste. Ahora quiero devolverle toda esta mierda. Y si es posible encontrar algo con que podría apretarla de alguna manera. Todavía no puedo entender cómo. Mi fantasía no funciona. - Esta bien, tú viniste a la dirección correcta. Soy un maestro de los trucos sucios. ¡Temed a todos, Nick desentierra el hacha de la guerra! - Tonto, - se rio. - En general, no te preocupes, Valeria. Mañana por la mañana todo estará listo. - Gracias, Nick. - Haré lo que sea por ti. Mándame a este número la información sobre tu terrorista, la educaremos. Después de la conversación con Nick, Lera se sintió un poco mejor. Ella apagó el teléfono, porque las interminables llamadas le estaban presionando los nervios, cogió los apuntes de Anna y empezó a estudiar. * * * “Me escapé de él por un pasillo poco iluminado. Sabía que necesitaba correr y al mismo tiempo hacia él. Quería pegarle, herirle, pero mis propios labios buscaban sus besos. Estábamos juntos de nuevo, en el mismo despacho. Sentí sus manos encima de mi piel que ardía, su olor que quería inhalar, y al mismo tiempo arañar y morder. Dulce locura, dolores en todo el cuerpo, una sensación ardiente de cercanía ... Estaba lista para cualquier cosa por él. Si tan solo no me dejara ir. Si tan solo estuviera allí conmigo. Su mano se deslizó entre mis piernas y sentí lo húmeda que estaba. Se lamió sus dedos. - Eres deliciosa, muy deliciosa, - susurró, - me deseas tanto. La habitación se balanceó, Gleb besaba mi cuerpo, descendiendo más y más, gemí sin vergüenza y susurré su nombre. Su cabeza estaba entre mis piernas y lamió mi clítoris de una manera amplia. Me da lo que deseaba durante mucho tiempo y, al mismo tiempo, tenía miedo de recibir. Él sabía cuánto lo deseo y por eso lo hace, provocando un incendio en todo mi cuerpo. Sentí un orgasmo abrumador y grité su nombre. Y de repente se encendió una luz, y veo que, aparte de Gleb y yo, casi todo el grupo está en la habitación. La Caca de perro con una bolsa de estiércol; amante de los calcetines con un fajo de medias alrededor del cuello; Fran, anunciando en voz alta que era el siguiente. Ahora quería liberarme, huir, pero Gleb no me dejaba ir. Me apretaba más a su cuerpo. Me miraba a los ojos, sonriente depredador. Y continuaba moviéndose en mí, empujando cada vez más hacia el abismo. - Déjame ir, - traté de soltarme, pero él era tan fuerte que ni siquiera pude detenerlo. Los dedos fuertes se clavan en mis muslos. Nuestros cuerpos se tocan. - ¿Qué pasa, Pica? - pregunta. - Te gusta. Te encanta cuando te tienen así ... De repente veo que no era Gleb, era Edward. Quiero detenerme, esconderme de miradas indiscretas, pero a Edward no le importa. Me muestra a todos, girando e inclinando. Empuja. Otro empujón. No quiero que siga, pero de nuevo veo a Gleb. Me besa y crece una ola ardiente en la parte inferior del abdomen, calambres con dulces convulsiones. Grito y jadeo por aire, aferrándome a sus anchos hombros, arqueándome hacia él. Por el orgasmo aparecen chispas frente a mis ojos y un huracán en mi pecho. Era más débil, pero tan largo que retuerce el interior en un nudo. El grupo detrás de mí aplaude al unísono ... En ese momento Lera se despertó. Ella saltó en la cama con un suave llanto. Estaba loca, apenas capaz de respirar, mojada como una esponja. Temblaba violentamente, y entre las piernas estaba tan húmeda y caliente que incluso ella, lejos de ser una virgen modesta, se sintió avergonzada. Esta era una completa pesadilla. Tener orgasmos en un sueño. Dos veces. ¿Cómo era posible? Porque soñó con Gleb y cómo se divertía con él en el despacho del profesor. ¿O fue Edward? Ella pensó que su amor enfermo se quedó en el pasado, pero este sueño puso todo patas arriba, como si le quitara la manta oscura bajo la que se escondía de la realidad. El sinvergüenza estaba en ella. En su cabeza, en sus pensamientos. Tan bruscamente, furiosamente, que por dentro todo hervía. Recordó cada toque, cada mirada. No quería recordar, pero lo hizo. Preocupada de nuevo, sintiendo el deleite y la emoción del animal. - Estoy enferma. ¡Vete a la mierda! - dijo en voz alta, dirigiéndose a la oscuridad. - ¡No te atrevas a entrar en mis sueños más! Furiosamente acomodó la almohada, se dio la vuelta y cerró los ojos, decidida a volver a dormirse. ¡Y sin Gleb y Edward! Parece que su mensaje mental llegó a la meta, o entonces su propio cerebro decidió que ya había tenido suficiente por hoy, pues no volvió a tener más sueños. Ni erótico, ni ningún otro. Simplemente una pantalla gris hasta que sonó la alarma. Se levantó destrozada, despeinada, irritada, y este mal sueño, que quería olvidar, no salía de su cabeza de ninguna manera. "¿Es que me vuelvo adicta de nuevo? ¿Solo ahora con Carov? ¿Con este idiota que apostó por mí el primer día? ¿O es esta tontería con un cuerpo traidor de la que leí en los libros de psicología? ¡No puede ser! Estupideces. Sólo es un sueño. Ahora mismo iré a clase, miraré este rostro insolente y me reiré de mí misma," - pensó Lera. Preparó sus cosas, desayunó apresuradamente y miró el teléfono. No hubo más llamadas ni mensajes. Sonriendo, abrió la carpeta que le había enviado Nick y se arrastró hasta la universidad con la firme intención de devolverle a Estela el favor con la misma moneda. Casi no había nadie en el aula, solo la maldita Estela con sus amigas. Mejor era imposible. Cuando Lera apareció, hubo risas y recibió un montón de miradas burlonas. Afortunadamente, hoy no le molestó mucho. Tenía algo con que responder a este ataque bajo. Estela ni siquiera ocultó, que era obra suya. - Blance, ¿cómo va el negocio? ¿Ya te hiciste rica? - Preguntó sarcásticamente Estela, tan fuerte para que todos pudieron escuchar. - ¿Cuales? - Bueno, - otra vez apareció en su rostro una sonrisa desagradable, - negocios para los hombres, para que les abras las piernas. - Oh, lo dices en serio, - contestó Lera con una mirada aburrida y se sentó en su escritorio, - Excelente. Toda la noche trabaje, incansablemente. Y no solo abría las piernas, también otras partes del cuerpo. Apenas puedo sentarme. ¿Quieres que te muestre? La mejilla de la rubia se movió nerviosamente. - ... Hay tantos clientes, simplemente no puedo yo sola con todos, - continuó Lera, sacando su teléfono móvil del bolsillo, - así que decidí compartir el negocio contigo y adelantarte unos cuantos clientes. - ¡Ja! Pensarías que conoces mi número. - Ocho novecientos veinte ... y más en orden. – respondió Lera tranquilamente. - ¿De dónde sacaste mi número? - Estela, ¿por qué estás tan atrasada? - Dijo condescendientemente, como si hablara con una niña pequeña y estúpida. - Vivimos en la era digital. ¿O crees que solo tú podrías averiguar mi número, pero yo el tuyo no? - ¿Y qué? - Ella resopló con altivez. - El desvío de llamadas no se puede realizar sin mi consentimiento. - Ya lo he puesto, - le respondió Lera con una sonrisa cariñosa. Nick ya se había encargado de todo, lo único que tenía que hacer ahora, era presionar el botón mágico ... Y en el mismo momento el teléfono de Estela comenzó a sonar, anunciando un mensaje entrante. - No me des las gracias. Ahora es tu turno de recibir esta vulgaridad. - ¡Zorra! – siseó la rubia, agarrando el teléfono móvil, - ¡Te mataré! - Ciertamente, pero más tarde, por ahora solo quiero advertirte, que, si recibo otro truco de tu parte, entonces tus fotos desnuda se esparcirán por todas las r************* , aparecerán en todos los sitios de citas íntimas. Y no solo esto. Creo que a tus padres y a todos tus familiares también les gustarán mucho las sesiones de fotos de su hija. - ¡No tengo esas fotos! - Ella espetó, sin levantar la vista del teléfono. Los mensajes no pararon de llegar. - Si, que tienes. Hay una carpeta con el modesto nombre "Los apuntes". Estela se estremeció y miró a Lera con asombro: - Dónde… Sus ojos se volvieron enormes y su rostro se estiró de tal manera que parecía el hocico de un caballo. - Desde allí, – enseño la chica la pantalla del teléfono. Nick no era solo un amigo. Nick era un hacker loco que no podría ser alimentado solo con el pan, necesitaba profundizarse en la ropa interior de otra persona. Durante la noche desenterró pruebas tan incriminatorias que ahora Lera fácilmente podría estrangular a esta perra. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y una maldita trinidad entró en el aula: Fran, Mark y, por supuesto, Gleb. No puedes prescindir de él. Con su aparición, el corazón de la chica comenzó a latir de nuevo como loco, y su impenetrable calma se quebró. No había ninguna posibilidad de seguir interpretando a Miss Invencible. Tampoco las ganas. - Espero que nos entendamos. - Finalmente dijo Lera a la rubia y se volvió a su sitio, para no ver el apasionado saludo entre Gleb y Estela. - ¿Qué pasa? - preguntó Gleb con frialdad, pasando junto a ella, como si pasara por un espacio vacío. - Nada, - la voz de Estela era un poco histérica, pero trató de sonreír. - Estábamos discutiendo algo. - ¿Qué? - No te lo diré. Es solo entre nosotras, chicas. Lera con la espalda sintió la mirada atenta y pesada de Gleb, pero no pudo encontrar la fuerza para darse la vuelta y mirar hacia atrás, directamente a sus ojos. Estela estaba callada. Esta zorra se diera cuenta de que, en primer lugar, había personas detrás de Lera que podrían ayudarla si algo le pasaba y, en segundo lugar, la chica estaba decidida, y si era necesario sacaría la ropa sucia en exhibición sin pensárselo mucho. Ella no tenía nada que perder y no iba a soportar humildemente la intimidación. El resto de compañeros la siguieron mordiendo como perros tratando de agarrar una pierna. Eran ruidosos, estúpidos y cobardes. Pero esto ya era algo común. Fran era un tema aparte. Continuó arrastrándose a su alrededor. Dondequiera que mirara, estaba su rostro sonriente e insolente. También se burlaba de ella, pero de otra manera. Lera vio interés en sus ojos. Sincero, genuino, obviamente disfrutaba de sus piques, y también trató constantemente de agarrarla y apretarla en algún lugar. Maldito neandertal. Era cierto que nunca se unía a la persecución colectiva, prefiriendo acosarla individualmente. Lera comprendió que a él le gustaba, igual que entendió lo que le molestaba, que Gleb era el primero. Por cierto, sobre Gleb. Él se escondió. Fingió firmemente no verla, que simplemente no existía. Esto molestaba a Lera por varias razones. Al principio, a ella le costó ver cómo él y su Estela se compadecían en los descansos, cómo se abrazaban y se besaban. Estaba celosa, como la última tonta, se atragantaba con sus emociones y no pudo deshacerse del nudo espinoso en su pecho. No sabía cómo lo hacía, pero cada día ella se enganchaba más y más. Se sentaba en la clase y aplicaba todas sus fuerzas para no volverse en su dirección. Lo sentía con todas las células de su cuerpo a un nivel bestial. Solo al acercarse y verlo, su corazón latía como una caja de transformadores. Una adicción enferma, que no se podía tratar. Ya lo sabía. Con Edward pasaba igual. Cuando lo conoció aún era una niña de dieciocho años, ingenua y virgen físico y mentalmente. Él la engañó con una nube romántica y amorosa, como el canto de sirena. Seis meses era un verdadero príncipe con armaduras brillantes que deslumbraban y dejaban ver, que en la realidad era un diablo pervertido. Que la estropeó, que la convenció que le gustaban también todos esos juegos, hasta que se pasó la raya. No quería pasar por lo mismo. De ninguna manera. Otra razón por la que el silencio de Gleb la molestaba era, que no confiaba en él. No podía dejarla impune. No podía, eso era todo. Tan pronto como ella se relajara, él golpeará. Con fuerza y ​​sin remordimientos. Así hacía Edward.
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