- No veo especial alegría en tu rostro, - Edward sonrió como un depredador, entendiendo perfectamente lo que sentía Lera. – ¿No te hace ilusión verme? Ella ni siquiera tuvo fuerzas para discutir, ni para indignarse, ni para imitar esta alegría. Solo miraba hacia adelante a la carretera. Él esperaba que ella lo besara, como de costumbre, para ofrecerse, permitiéndole hacer lo que quisiera. Pero ella no lo hizo, estaba sentada como una estatua de piedra y no se movió, no dijo nada desde que entró en el coche. Edward resolvió esta situación él mismo, como siempre. Con un movimiento rápido, casi imperceptible, la agarró por el cuello y la tiró hacia él, obligándola a inclinarse hacia adelante. Mientras su boca dura mordía sus labios, Lera trató de combatir el asco e impotencia. Ella perdió e