-Señorita, ¿no ha considerado el jardín de niños que está frente al parque? –Me preguntó Ema, sacándome de mis ideas.
-¿El parque que está a una cuadra? –Para ser sincera, no había visto siquiera que hubiera una escuela ahí.
-Sí, está muy cerca de casa; de esa manera Ada no se vería tan afectada con el cambio en su horario y es una zona que ella conoce a la perfección. Pienso que sería muy conveniente – enlistó los beneficios. Me quedé pensando en la opción, incluso no sería necesario el uso de un vehículo, en ocasiones el tráfico era un dolor de cabeza.
-Mañana vamos – acepté, al menos debía darle una oportunidad. Y continuamos cenando.
Al día siguiente fuimos al jardín de niños, caminando; en menos de 5 minutos ya habíamos llegado. A primera vista, no se comparaba con los colegios que habíamos visitado con anterioridad; sin embargo, la atención que nos brindaron desde el inicio, nos hizo sentir en un ambiente acogedor, íntimo y seguro. Por casualidad, la hora del receso coincidió con nuestra visita, y algunos niños se acercaron a Ada; ella inmediatamente salió corriendo a los juegos, adaptándose sin problema alguno. Lo que me hizo tomar la decisión de inscribirla en esa escuela. Hice todos los trámites, quedando todo listo ese mismo día.
Pasamos las vacaciones con mis padres, visitando a mis abuelos. En general, disfrutaba alejarme un poco de la escuela y el trabajo, era como dar un respiro.
El nuevo año escolar comenzó y yo me retraje completamente, ignorando a todos en la escuela. No acepté formar parte del consejo estudiantil y obviamente no participaba en ninguna actividad de este.
-Amy, ¿tú eres mi mamá? –Ada me preguntó y me giré a verla dubitativa. Íbamos caminando un sábado por la mañana hacia el parque, ya se había vuelto una costumbre llevarla.
-Sí – me encogí de hombros y la vi rascándose la cabeza, algo la inquietaba. –¿Por qué? –Me interesaba saber.
-Es que todos mis compañeros les dicen mamá a sus mamás, y yo te digo Amy, como todos –fue su turno de encogerse de hombros.
-¿Has visto a las mamás de tus compañeros? –Asintió. –Yo no me parezco en lo absoluto a ellas –se quedó callada un momento, analizando mis palabras.
-Creo que entiendo lo que dices, ellas se ven aburridas o regañonas – me reí ante su comentario, pero no podía dejarlo así, por lo que me agaché hasta quedar a su altura.
-Lo que piensas puede herir a las personas, debes pensar bien lo que dices y cómo lo dices, ¿de acuerdo? –Le hablé con un poco de autoridad.
-¡De acuerdo! –Me sonrió –¿Puedo ir a jugar? –Preguntó ansiosa.
-Sí –salió disparada a los juegos. La observé, para darme cuenta que estaba creciendo, que hablaba como una pequeña adulta, pero se divertía como lo que era, una niña.
Me senté en una de las bancas, la vi rodear una de las montañas para escalar; de pronto, sentí que había tardado demasiado en salir por el otro lado, o salir por encima de la montaña, por lo que me puse de pie y caminé rápidamente por donde la había visto desaparecer. Un chico rubio, de tal vez 24 años estaba agachado a su altura, hablando con ella, mientras ella acariciaba al perro que traía. Me pareció extraño y me acerqué corriendo.
-¡Oye! –Ambos dirigieron su mirada a mí. -¡Enfermo, aléjate de ella! –Le grité al rubio.
-¡No soy un enfermo! –El rubio dijo indignado con el ceño fruncido, mientras se ponía de pie.
Tomé la mano de Ada. –¡No debes hablar con extraños! –Era una lección que debía darle.
-Amy, él es mi amigo – dijo Ada, mientras comenzaba a jalarla para caminar; sin embargo, yo no le presté atención, simplemente nos alejamos caminando hacia la casa.
-Ada, no puedes andar hablándole a todas las personas como si las conocieras –comencé a reprenderla.