Nos llevaron a un apartamento, no era muy grande, si lo ponía en comparativa con la casa de mi abuela o la casa de mis padres. Estaba en el séptimo piso, tenía tres recámaras, cada uno con un baño completo. A los pocos minutos que llegamos, llegó una señora, que parecía estar en sus 40´s, casi la edad de mis padres y era muy amable.
-¡Buen día! Soy Ema Torres - dijo con una sonrisa en su rostro.
-Buenos días Ema, te parece si comienzas preparando la comida por favor, seguramente no hay nada en la cocina, puedes encargarte de las compras de una vez. Arturo llévela por favor - mi madre dijo en tono dulce, aun cuando todos sabíamos que era una orden.
-Claro que si señora - y ambos salieron del apartamento, para cumplir con las indicaciones.
-Amy, siéntate por favor - mamá se dirigió a mi seriamente, y me dio miedo. Sabía que no era normal aquella actitud. Papá acostó a Ada en uno de los sillones, ya que la había dormido en sus brazos, y se sentó a un lado de ella, para cuidarla de que no se cayera.
-¿Sucede algo? -Pregunté con mi corazón acelerado.
-Aquí estudiarás la universidad, este será tu apartamento. Ema, la señora que acabas de conocer, será la encargada de la limpieza, la comida y te ayudará con Ada – mamá guardó silencio, para que papá continuara hablando.
-Abriré una sucursal de Construcciones y Obras MacDowell aquí. Aprovechando tu licenciatura, comenzarás trabajando en el área de Contabilidad, pero la idea es que vayas empapándote de la empresa en sí - le cedió el turno a mamá.
-Nosotros nos haremos cargo de los gastos, obviamente recibirás un sueldo; pero, es momento de que ahora te hagas cargo tú - me parecieron duras sus palabras.
-Es decir, ¿que me van a dejar? -Pregunté con la voz entrecortada.
Escuché a mamá suspirar pesadamente. -Sí Amy. Necesitas conocer a tu hija, no la viste siquiera dar sus primeros pasos, y el que estemos contigo no te permitirá crecer, dependerás enteramente de nosotros y no es lo que queremos. –
-Sé que puede parecer ser cruel, pero creemos que es lo mejor. De cualquier manera, sabes que si algo llegara a suceder, viajaríamos de inmediato para ayudarte - terminó papá.
Comencé a llorar, la euforia de hacía algunos meses se había ido; pensé que ellos se mantendrían a mi lado, hasta que alcanzara a volar por mí misma. Por el contrario, me estaban lanzando sin preparación previa, al menos así me sentía. Pasaron seis meses más conmigo, papá se mantuvo ocupado con la apertura de la sucursal, y mamá me ayudó con los trámites en la universidad y con Ada, que ya corría por todos lados, siendo una tortura tener que andar detrás de ella para que no se metiera en problemas.
A mis 19 años, comencé el primer año de la licenciatura. Antes de que mis padres se fueran, había sacado mi licencia, para poder tener un vehículo que me transportara a todos mis destinos: por la mañana a las clases y por la tarde al trabajo. Llegaba algo fatigada a casa, y Ada siempre estaba con ánimos de jugar, así que pasaba una hora con ella antes de la cena. No puedo explicar cómo me sentía en aquel momento, era difícil para mí estar en la situación. Por un lado, me fascinaba observar cómo Ada cambiaba en cuestión de días, y había comenzado a balbucear palabras casi comprensibles; pero por otro lado, me molestaba la idea de que había llegado en un mal momento de mi vida.
En la oficina, todos sabían quién era, por lo que nadie se atrevía a acercarse a mí o insinuar cosas inapropiadas; pero en la universidad era una cosa totalmente distinta. Sin embargo, no me atraían los compañeros de mi clase, eran menores que yo, aunque ellos no lo sabían, pues mi apariencia no había cambiado mucho; además, no distaba físicamente de ellos, tan solo había dos años de diferencia.
-Licenciado, ¿me permite hablar con MacDowell? –Un chico bien parecido, me buscó en medio de una clase; pero no lo conocía, así que no tenía la menor idea del motivo por el que me buscaba.
-Señorita MacDowell, puede salir - me permitió el profesor.
Salí, y el chico en cuestión estaba a unos metros de la puerta del salón. Su cabello castaño, era corto y estaba bien peinado; su piel aperlada, realzaba el color azul de sus ojos; su camisa y pantalón de vestir, sólo dejaban ver a un hombre delgado y alto, tal vez de 1.86. -¿Amy MacDowell? -Cuestionó. Sólo asentí, en medio de vergüenza e incertidumbre. -Soy Caleb Jiménez, curso el 3er año, formo parte del consejo estudiantil, y nos encantaría que fueras un integrante del siguiente comité - finalizó sonriéndome.
Fruncí el ceño, apenas comenzaba el primer año. -Antes de darte una respuesta quisiera saber, ¿por qué yo? -Cuestioné dubitativa.
-Seré sincero, es por tu apellido; tenerte nos dará credibilidad ante las propuestas que queremos hacer. Te dejaré una copia del programa, lo daremos a conocer a los estudiantes la próxima semana, y en dos semanas serán las elecciones - extendió su mano con unos documentos y los tomé. -Así que léelo y te daré un par de días para que lo consideres. Aunque debo advertirte que un "no", es una respuesta que no estoy dispuesto a aceptar - me volvió a sonreír con suficiencia y yo lo dejé en medio del pasillo, sin decir nada más.
Las tareas y el trabajo ocupaban la mayor parte de mi tiempo, por lo que considerar participar en el consejo estudiantil sería demasiado para mí. Estaba dispuesta a rechazar la oferta; sin embargo, Caleb fue muy insistente, e incluso arregló todo el horario, para que solo me ocupara una hora después de clases. Sólo tenía de excusa el tiempo, y al arreglarlo, me había dejado sin argumentos para negarme, así que no me quedó de otra más que aceptar.