Siete

1077 Words
Respiré profundamente; recordando un par de años atrás, donde vivía en mis ensoñaciones, alguna vez tuve la ilusión de ser una cantante; esto no se le parecía, pero al menos era el centro de atención de todos. –¡Hola! ¡Mi nombre es Amy! Y sé que están aquí para divertirse, así que: gracias por venir – levanté mi dedo índice, para enumerar. -No escatimen en gastar dinero – levanté el dedo medio, e iba a levantar el tercero, pero dudé. -Y… nadie me habló de reglas – todos gritaron emocionados. –¡Comencemos con la subasta! –Tomé el papel, para ver la lista de chicos y grité el primer nombre, su edad y algo estúpido que seguramente el susodicho había dicho de sí mismo. La tercera chica en pujar se lo quedó. Así seguí con la lista, hasta que pasé a las chicas, justo en el último nombre me detuve. –¿Amy? –Dije en el micrófono, con duda. El chico de los anuncios salió de inmediato. –Ella es Amy, tiene 20 años y ya la vieron desenvolverse en el escenario, tendrán una noche de diversión asegurada – lo vi con incredulidad. –¿Comenzamos con 500? –Finalizó. Escuché que entre la multitud, alguien grito 500, después 700, luego 800, 1000 y sonreí; sería la chica por la que habrían pagado más; después se oyó 1100, y un grito en medio de la obscuridad dijo 2000. Achiqué mis ojos, tratando de enfocar el lugar donde se escuchó la voz. La luz iluminó el área, donde Caleb se puso de pie y comenzó a caminar con dirección al escenario. ¿Qué era lo que pretendía? Se había hecho un silencio. -2000 a la una… –No sabía si nadie más pujó, porque era Caleb quien ofertaba por mí… -2000 a las dos… –O porque no tenían ese dinero. -2000 a las tres. ¡Vendida a Caleb! – Se acercó al escenario, firmó y me tomó de la mano con una sonrisa de victoria, para guiarme hasta un lugar cerca de los baños, ahí la música no era tan alta. -¿Qué fue eso? –Le pregunté. -¡Lo siento! Es que me sentí culpable, porque no te avisé que serías subastada – tenía una sonrisa de culpabilidad. -Bueno, está bien, significa que me puedo ir, tú estarás ocupado toda la noche con esto del evento – le di una sonrisa forzada, y me di la vuelta, pero me tomó de la muñeca para detenerme. -¡Oye! Son 2000 grandes, al menos baila conmigo tres canciones – su tono era entre súplica e indignación. Sólo pude sonreír. –Está bien – me tomó de la mano y me llevó hasta la pista para bailar. Me perdí en la sensación, no había nada de responsabilidades para mí, era una chica divirtiéndose, siendo alguien que hacía mucho no era. Sentí las manos de Caleb en mi cintura y se acercó sugestivamente. Él era guapo y no lo había considerado hasta ese momento. Pasé mis manos por su cuello y detallé la profundidad de sus ojos azules. Se acercó a mi oído. –Me gustas Amy – su aliento golpeó mi cuello, provocándome un escalofrío placentero. Sus labios rozaron mi piel, deslizándose por mi mejilla, con destino a mis labios. Se mantuvo un momento en el casto beso, supongo que el no rechazarlo le dio la seguridad para profundizarlo y apretarme contra su cuerpo, en medio de todos. Tal vez fuimos el centro de atención o quizá estaban inmersos en sus propios asuntos; pero no me importó, su toque me hizo sentir viva de nuevo. De no haber sido porque tenía que quedarse hasta el final para ultimar los detalles del evento, seguramente el beso pudo haber terminado en su casa, en su auto, o porque no en el callejón. No era de esas chicas, pero Caleb llegó a mi vida en el momento en que estaba aceptándome de nuevo. El día siguiente me despertó el llanto de Ada, no había regresado tan tarde a casa, pero solo había dormido 5 horas y aún necesitaba descansar. Salí de mi habitación para ver a Ema intentando tranquilizarla, pero Ada estaba inmersa en un llanto que parecía que nadie sería capaz de calmar. Salí del departamento, molesta; y sin plena seguridad de lo que hacía subí al elevador; pero me percaté que había salido en pijama y me regresé. En medio del llanto de Ada, me cambié y arreglé un poco. La vi en los brazos de Ema, moviéndose como si quisiera que la soltara. -¡Dámela! –Exigí. Estaba molesta y ya después me di cuenta de lo grosera que había sido, de cualquier forma no me disculpé. La cargué mientras ella seguía gritando en mi oído, atravesé la puerta de la casa y por arte de magia se calló. Me giré a verla, era una incógnita, pero se había callado y solo las lágrimas eran la evidencia de que hacía un par de segundos, ella había estado llorando. Caminé hacia el parque que estaba a una cuadra del departamento y ahí me quedé con ella, viéndola jugar y corretear con otros niños. A partir de aquel día, comencé a llevarla al parque cada vez que tenía oportunidad. Era la última semana de clases antes de las vacaciones de verano, viajaríamos a Ciudad Ómicron con mis padres, a la acostumbrada reunión familiar; sin embargo, lo que ocupaba mi mente era Caleb y el beso que me había dado, ya que yo no sabía lo que eso significaba. No quería alucinarme, ni hacerme falsas expectativas, aun cuando dijo que yo le gustaba; así que decidí dejar las cosas como estaban y no hablar del tema. Caleb tampoco mencionó nada, y debo confesar que lo notaba nervioso cuando estaba cerca, así que supongo que fue la mejor decisión. Dos semanas en Ciudad Ómicron y una en Ciudad Kappa, con visitas de mis abuelos, tíos y primos; que a decir verdad me ayudaron, dándome un tiempo a solas. Todos pasaban tiempo con Ada, y al no tener que estar trabajando, me hizo concentrarme en mí. Estaba con una tormenta, en medio de mi desconcierto, de mis inseguridades: el saber que había algo que me jalaba hacia la adultez, pero que mi edad, mi inmadurez, me exigía vivir experiencias acorde con mi edad. La divergencia me hacía estar molesta todo el tiempo, deseando y exigiendo soledad.
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