Solo algunos días después de la tumultuosa noche de la graduación, Alan Sebastián se encontraba en su habitación, en su soledad solo con sus pensamientos.
Había pasado horas cuestionando su decisión de aceptar la oferta de viaje a Miami. Las palabras de Amelia resonaban en su mente aun después de algunos días, haciéndole dudar de su lugar en todo esto.
Y aunque no era el tipo de personas que le afectara lo más mínimo lo que otras personas decían o pensaban de él, por alguna extraña razón, la opinión de Amelia lo había dejado un tanto inquieto.
— ¿Debería rechazar la oferta y darle la oportunidad a alguien más? Tal vez eso sería lo correcto. Después de todo, no quiero ser visto como un privilegiado que se aprovechaba de los demás. —Se decía a sí mismo Alan, entre sus pensamientos a un lado de su cama, mirando fijamente su maravilloso jardín trasero.
Si deseaba ir a Miami, no era más que hablar con su padre y estaría resuelto, pero…
Esa noche, sin embargo, las dudas de Alan tomaron un giro inesperado.
Su padre, Héctor Martínez, un hombre poderoso de fuertes lazos con el gobierno, lo invitó a una cena en un restaurante de lujo en Mérida. Era uno de esos lugares donde solo los más influyentes se reunían, y esa noche no sería la excepción, rodeados de lujo y de bebidas caras, era evidente que solo personas muy adineradas podrían estar allí.
Al entrar en el restaurante, Alan sintió una incomodidad creciente, las risas y las charlas despreocupadas de los presentes, la opulencia de la decoración, y el exceso de lujos le resultaban ajenos y desagradables con respecto al contraste con la ciudad a solo unas cuadras más allá de donde estaban.
A pesar de haber crecido rodeado de estas cosas, nunca se había sentido parte de ellas, su educación, su esfuerzo, y sus valores lo distanciaban de ese mundo corrupto y vacío, y esa noche, la distancia parecería aun mayor que nunca.
Durante la cena, mientras su padre y sus amigos discutían sobre negocios y política, Alan no pudo contener su disgusto. Las palabras llenas de codicia y desprecio por los menos afortunados comenzaron a agobiarlo lentamente. Cuando su padre, con su habitual arrogancia, hizo un comentario sobre la importancia de "mantener el control" a través del poder y el dinero sobre los menos afortunados, Alan ya no pudo callar y estalló.
— ¿Y a qué costo, papá? —Preguntó Alan, con su voz muy tensa y firme, y esa mirada que consumaba la furia dentro de sí mismo. — ¿Qué le estás haciendo a este país padre? Te desconozco. —Exclamó Alan, mientras tiraba la servilleta sobre su plato, el cual ni siquiera probó, los exquisitos camarones al ajillo quedaron allí bajo la servilleta arrugada.
El silencio que siguió fue sepulcral. Todos los presentes se volvieron hacia Alan, sorprendidos por su repentina confrontación.
Héctor Martínez lo miró fijamente, su expresión iba transformándose de sorpresa a enojo. Aquellas palabras cayeron pesadas en el lugar, ya que todos aquellos se sintieron muy confrontados, al ser harina del mismo saco.
— No es el momento ni el lugar para hablar de esto, Alan. —Respondió Héctor con voz baja, pero claramente irritado y avergonzado ante la mirada de tantos funcionarios públicos y personas de dinero. —Estamos aquí para disfrutar, no para discutir decisiones o maneras. —Murmuró en baja voz Héctor a su hijo Alan, quien protagonizaba un acto bochornoso ante los presentes. Pero Alan no se detuvo, algo en él había cambiado esa noche, algo que no podía ignorar desde hacía un tiempo atrás y ese día fue como la última gota que llenó por completo y derramó el vaso.
— Es que no puedo disfrutar, papá. No puedo sentarme aquí, rodeado de todo este lujo, sabiendo que mucha gente está sufriendo por las decisiones que tú y tus amigos toman. Yo no quiero ser parte de esto, ¿Sabes qué? Me largo. —Volvió a replicar Alan, irritadísimo, su nariz sudaba y sus manos parecían fuentes, tal vez tantas cosas lo tenían frustrado y enojado, y aquel sudor era la demostración de que no estaba del todo bien con las palabras de su padre.
En ese momento sacó lo peor de sí, el lugar estaba en total silencio, nadie alzaba la mirada ya que todos sentían aunque sea un poco de culpabilidad de alguna manera u otra.
Alan se levantó de su silla sin siquiera probar el agua a un lado de su plato.
Las palabras de Alan desencadenaron una tensión palpable. Héctor se levantó de la mesa, con su rostro rojo a causa de la furia contenida.
— Acompáñame afuera. —Ordenó Héctor, y sin esperar respuesta, salió del restaurante, tomando a Alan de su brazo como si de un niño se tratase, las personas observaban y sentían vergüenza ajena por lo que estaba pasando en el lugar.
Alan caminaba, sintiendo que todos los ojos estaban sobre él. Afuera, en la oscuridad de la noche, su padre lo encaró con una ira nunca antes vista. Realmente su hijo había herido sus sentimientos con sus palabras.
— ¿Qué demonios crees que estás haciendo? —Espetó Héctor, su voz iba cargada de rabia, y su expresión era admirable de un mismísimo demonio. — ¿Crees que puedes venir aquí y humillarme delante de todos? ¡Yo te he dado todo, Alan! Todo lo que tienes es gracias a mí y a lo que hago, es lo que hacemos ¿Qué esperabas? —Preguntó enojado e irritado Héctor a causa de la actitud de su hijo Alan, el mismo que parecía muy renuente y convencido de la decisión de no ser parte de toda esta historia que envolvía a su familia.
Alan sintió que su corazón latía con fuerza, pero se mantuvo firme a pesar de todo.
— Todo lo que tengo lo he ganado con mi propio esfuerzo, no gracias a tus conexiones sucias, papá. Yo estudié, trabajaré duro, y no quiero ser como tú. No quiero ser parte de este juego sucio, donde somos felices a costo de las desgracias de miles. —Respondió y aclaró Alan, mientras escupía al suelo a un lado de su padre, era un gesto de rebeldía hacia aquella autoridad, el cual era nada más y menos que su padre.
Héctor lo miró con una mezcla de incredulidad y desprecio, realmente deseaba abofetearle, pero la mirada cómplice de los trabajadores del lugar no le permitían hacerlo.
— Entonces, tienes tu elección, hijo. —Dijo Héctor con frialdad y una mirada llena de resentimiento, su mano temblaba del enojo, él que le conocía sabía que cuando algo no le gustaba esa era su demostración. —Mejor dicho, Alan. Puedes irte y olvidarte de que alguna vez tuviste un padre entonces. No necesito a un hijo que se comporte como una niña sentimental. Necesito a alguien fuerte, alguien que entienda lo que significa poder, y definitivamente tú no eres ese sujeto, solo eres una decepción. —Expresó Héctor, su repudio era total hacia su propio hijo, las palabras de su padre fueron como un gancho al hígado.
Alan sintió una furia arder en su interior, una furia que lo impulsó a tomar una decisión en ese mismo instante, y aunque fuera doloroso ese encuentro cara a cara con el verdugo de la ciudad, el cual era su padre, le ayudó a abrir aún más los ojos y entender muchas cosas.
Sin decir más, Alan dio media vuelta y se dirigió a casa, dejando a su padre echando chispas.