Subimos a la camioneta y sabía, sentía que él quería hablar conmigo. Pero era más que obvio, que yo no quería hablar con él. Mi actitud era cortante, déspota. Cada que él intentaba decir algo yo me llevaba el celular al oído, como para realizar una llamada. Él entendía y callaba. —Debes escuchar lo que tengo que decir. —musitó con un hilo de voz. Sus ojos se veían cristalizados y su cuerpo se veía tenso, aún así no tenía interés en que él quisiera verme la cara de nuevo. No caería en cualquiera de sus artimañas. Seguramente él estaba encontrando las palabras apropiadas para que yo pudiera creer lo que él quería decirme. —Tú lo dijiste antes, ahora lo único que importa es la salud de mi tía. Contesté tajante, para que no siguiera insistiendo. Tenía el corazón roto, y no me lo creía