LA CABAÑA
Capítulo 17 El mal aún no muere
El mundo es redondo, gira entorno al sol, —dicen la mayoría—, la esfera que da el día y la noche cuando el planeta tierra gira, mostrando otra cara a esta esfera, que también le da luz a la luna, el único satélite de la tierra, que ilumina caminos donde la oscuridad nunca se va, ni siquiera en el día, ya que en una cueva muy especial, vivía aquella leyenda, aquella bruja que al parecer asesinó a la esposa del cazador, quien le dio muerte a Cristina, al dispararle a Hassall, el mal seguía en el bosque Araback, y cualquiera que lo pisara buscando hogar como Mirla y Josué, debería tener cuidado, pues hambrienta estaba y furiosa, por no haber probado el bocado que era Manuel, ya que no estaba en el bosque, y había descubierto algo en aquél camión en la solitaria carretera. Ahora nada tendría fin en lo que había generado Satanás, primero la semilla, después el árbol, y ahora Hassall, en alianza con mal que ya habitaba por años el bosque Araback.
El sol iluminaba el bosque, las nubes tenían forma de hachas, las ardillas comían nueces en los árboles ombú, al parecer eran los únicos animales que adornaban a los árboles del bosque, los desarrollados podían sentir lo que habitaba en el lugar, por lo que dejaron el bosque en busca de un nuevo hogar, como Mirla y su hijo Manuel. Las nubes en forma de hachas se engordaban del humo de la casa que se apagaba en llamas, tomando la forma de mejillas, de una niña dulce que existió. Y allí estaba José Domínguez, el hermano de Josué, durmiendo bajo un árbol de olivo, cargado de muchas ramas y hojas, el sueño durante varias noches no era fácil, ahora disfrutaba de dormir, hasta que los cuervos con su horrible canto lo despertaron, a su lado estaba el pesado y grande tronco que estuvo cargando por dos días para llegar a su casa, y esto era evidencia de que el mal aún no se había ido a pesar de que el otro tronco del cual Josué creo a Hassall había sido quemado.
—Oh, ¡Malditos cuervos! —dijo molesto y al levantarse los espantó—, ¡Váyanse! ¡Váyanse!
Después de estirarse y escuchar el crujir de sus huesos, resultado de las malas comodidades en las que durmió, José escuchó el caer del agua, y estando sediento daba gracias a Dios por lo que clamaba su garganta, y allí estaba lo que escuchó, una hermosa cascada, que al parecer era el precipicio desde donde cayó aquél cazador que huyó cuando asesinó a Josué Domínguez, su hermano.
—Que belleza, divino eres señor —dijo, y caminó hasta para beber de ay cauce
José entre sus manos cogía el agua y la tomaba sin parar calmando la sed , a la vez se echaba en su rostro para limpiar el polvo que había acogido mientras dormía, sintió tranquilidad al beber del agua, sin embargo; al mirar aún lado, detrás de las grandes rocas, ve el cuerpo de aquél cazador flotando en el agua, con los ojos abiertos al igual que sus brazos, como si estuviese clavado en el agua como Jesús en la cruz, Josué se sorprende tanto que del miedo se va en vómito, votando todo el agua que había consumido, hasta eliminar la última gota de su organismo.
—Dios mío, ¿Qué ha sucedido aquí? No lo puedo creer, señor protégeme, líbrame de todo —dijo asustado—, ¿Quién será este hombre? ¿Quién?
José se acercó lentamente hasta el cuerpo, su nariz ya podía sentir el olor a podrido del agua, aunque consumió, supo que nada le pasaría, pero por cuanto el agua tocó sus órganos, más adelante caería sobre su propia cama, por una posible enfermedad. Cuando miró el rostro del hombre, se llevó una gran impresión, al parecer era el padre del joven que asesinó su hermano Josué. Imaginó entonces que los estuvo buscando en el bosque por años, con sed de venganza por lo que le hicieron a su hijo, hasta quitarse la vida arrojándose desde lo alto de la cascada, en nada sobre la muerte acertó José, pero sí era verdad su imaginación acerca de aquél asesinato, el cazador no era cazador, era solo un hombre que entró al bosque con su esposa buscando a los culpables de la muerte de su hijo, su esposa murió a manos de una bruja, y él cayó resbalándose desde el precipicio, por un miedo que se embarcó en las manos de su familia, es decir, su hermano Josué, su esposa Mirla y sus hijos Cristina y Manuel, los cuales conoció, pero no supo que eran familia del hombre que asesinó a su hijo, si tan solo lo hubiese visto bien, sabría que era Josué Domínguez, hermano del hombre que traicionó la confianza de su hijo, revolcándose con su novia.
Miedoso porque él estaba en el bosque, y posiblemente también su esposa, aunque ya estaba muerta, José corrió hasta el árbol donde había pasado una noche, tomó el tronco montándoselo en el hombro y puso en marcha su destino, que era llegar a su casa con su familia, y reconstruir su humilde cabaña.
—José, ¡diablos José! Espero te encuentres bien, hermano, espero no te halla sucedo nada —decía preocupado mientras caminaba
Después de pasar por varios árboles, sepelio sucio, arbustos venenosos, hierva alta y plantas peligrosas, José logró de tanto recorrido llegar a su casa; una pequeña cabaña que ya estaba llegando a la destrucción, puesto que, la madera estaba podrida y en el techo tenía un enorme agujero que cuando llegaba las temporadas de lluvia, la cabaña pasaba de hogar a una piscina para extranjeros, y como en Araback estaba prohibido talar árboles, por eso buscó con su hermano lugares fuera del bosque, hasta llegar al pueblo loma roja. Cansado y con un dolor en sus dos hombros, José deja caer en el suelo el tronco, se acerca a la puerta y da dos o tres golpes, lo suficiente para que una cara hermosa abriera, le diera un beso en la mejilla y un abrazo de oso; su esposa, Martha Palacios, una hermosa joven de cabello rizado y ojos azules, era delgada y antes de llegar a vivir en el bosque con José por aquél asesinato, era una excelente modelo de fotos.
Y por último estaba Samuel, hijo fruto del amor entre José y Martha, que al ver a su padre se une al abrazo diciéndole que lo extrañaba mucho.
—Papá, ¿Dónde estuviste? ¿Y mi tío Josué? ¿Dónde está él?
—¡Oh! Muchas preguntas, ja, ja, ja, hijo, tu tío está bien, y estuvimos muy lejos, en un pueblo lejano llamado loma roja, ¡Yo también los extrañé Mucho! ¡Mucho! ¡Mucho! ¡Mucho! ¡Mucho!
Samuel era un niño mucho más pequeño que sus primos Manuel y Cristina, era muy inocente y le encantaban los animales, era tan dulce como su prima, y algo que tenían en común era que se sentían solos, aunque siempre eran mimados por sus padres. Martha Palacios se asombra mucho al ver tan enorme tronco que José había cargado desde lejos, lo que la llevó a darle un masaje para aliviar el dolor que empezó a sentir, pues José debía estar muy dolido y así era, tenía toda la espalda roja como un tomate, y ya estaba a punto de darle fiebre, por el agua contaminado que tomó.
—¿Eso será nuestra casa? —preguntó Martha
—Sí mi amor, con esto podré reparar dos o tres paredes incluyendo una parte del techo
—Está a punto de llover papá
—Eso veo Samuel
—José, te noto un poco nervioso, preocupado, ¿Sucede algo? —le preguntó su esposa
—Eh, tonterías, no me sucede nada, solo que está por llover y ya sabes lo que pasa cuando llueve
—Si quieres te puedo ayudar
—No, sabéis que me gusta hacerlo solo, no te preocupes, haré lo posible para tan siquiera reparar una pared
En realidad era que cada vez que pensaba en aquél cuerpo, en aquél hombre en el agua, le daba escalofríos, dolor de cabeza y dolor en sus huesos, asustado de que a su hermano le hubiera hecho algo, o tal vez a toda su familia.
Después de varias horas, José puso en marcha su trabajo, que era tomar el tronco y con un hacha, convertirlo en tablas para reconstruir su cabaña.
—Dios, dame fuerzas, bendice a mi familia, líbranos del mal, danos el pan de cada día señor —decía en su mente mientras picaba la madera con el hacha
Anocheció y José ya se encontraba clavando tablas a la cabaña, Martha le pedía que por favor entrara a la casa, más la terquedad de José era grande que continuaba el trabajo. Horas y horas después decidió entrar, se echó a la cama abrazando a Martha, expresándole cuento la amaba.
—Buenas noches mi amor
—Buenas noches José
Al día siguiente, el sol con sus rayos de luz comenzó a iluminar el bosque Araback, y los cuervos comenzaron a cantar despertando así a José, a Martha y a Samuel, no se les hacía raro escuchar el horrible canto de los cuervos, a diferencia de Mirla, porque estos les servían como alarma para despertar y trabajar con sus tareas matutinas, aunque sentían un poco de miedo, porque los cuervos los miraban fijamente como si fuesen personas y no aves inocentes, mirando lejos y no sabiendo lo que veían.
—¡Ay! Esos cuervos —dijo Martha
—Buenos días, voy a continuar con la cabaña
—Está bien
—Dios, ayúdame en esta mañana para terminar —dijo cansado
José al franquear la puerta para continuar con el trabajo pausado, se llevó una fuerte impresión, ya que, habían muchas tablas amontonadas, tantas que para José era fuera de lo normal, porque habían más tablas de las que el sacaría del tronco y ya no había ningún tronco y se preguntaba que tal vez se multiplicaron o alguien en la noche mientras ellos dormían trajo las tablas y terminó de convertir el tronco en tablas, más no sabía que era obra de Satanás que quería que el mal ahora fuese un hogar más no un objeto como la muñeca Hassall. Para José era un misterio y dio gracias a Dios porque creyó que era obra él, aunque realmente así no era, Dios solo sentía dolor por lo que estaba a punto de pasar. Poniendo manos a la obra, José se puso a tumbar varias partes de la cabaña y a la vez las volvía a hacer con la nueva madera y así terminó la cabaña, viendo que todas las tablas estaban completas y no quedó ninguna. La cabaña quedó hermosa, tenía una puerta muy linda y ancha, dos ventanas tan cuadradas como un dado y el techo era como un triángulo y no tenía ningún agujero por donde entrara al agua.
Una nueva sentencia de muerte había nacido, el mal había vuelto, el terreno se volvería maldito, las plantas estaban por secarse, y Dios en silencio no sabía que hacer, Satanás estaba logrando poco a poco todo lo que se había propuesto desde el principio en la creación, todo volvía al génesis, todo era su génesis, sus creaciones siniestras en carne, en presencia de la humildad, personas creyentes a Dios, pero también creyentes en Satanás, el ángel de la muerte.
—He aquí mis hechos ante tus ojos, mis acciones no son lo que dijiste, son vida terrorífica, disfrazada de belleza —dijo Satanás con su voz escalofriante
—¡Silencio! —le gritó Dios desde los cielos—, Satanás, vestido de blanco como la cáscara del huevo fuiste, disfrazado de n***o como la noche eres, ¿Cómo eres en realidad ante los ojos de mis hijos? Con cola, dos cuernos y un trinche con el que comes tus propios manjares, ¿Cierto? ¡¿ Cierto?! ¡¿Cierto?! —le gritó
Desde el suelo como una cascabel, Satanás sintió furia por las palabras del todo poderoso, eran verdad y nada más que verdad, nadie sabía o conocía muy bien su origen, ni siquiera su aspecto que causaba terror.