Capítulo 18 Miedo en la cabaña

2009 Words
Capítulo 18 Miedo en la cabaña —¡Martha! ¡Martha! ¡Sal de la cabaña! —gritaba José entusiasmado —José, ¿Por qué gritas? ¿Qué es lo que pasa? ¿No basta con escuchar a esos horribles cuervos?  —preguntaba Martha un poco enfadada Al ver la cabaña se llenó de tanta alegría, que cabañaempezó a dar brincos y a reír de felicidad, por tan hermosa obra que había hecho José Domínguez, su esposo. —Oh, José, está hermosa, habéis hecho un gran trabajo, gracias, gracias, gracias —decía —Llama a Samuel, él debe ver su nuevo hogar, su casa, nuestra hermosa cabaña —Samuel, hijo, ven aquí, te tenemos una sorpresa, ¡Samuel ¡Despierta! ¡Samuel! Samuel aún dormía como bebé de meses, aunque los gritos de sus padres fueron suficiente para despertar de sus sueños, salir y decirles qué ocurría y por qué lo habían despertado. —¿Qué ocurre madre? —Date vuelta y lo sabrás —¡Dios! ¿Es nuestra cabaña? ¿Nuestra casa? —dijo alegre sorprendido —Sí, tu padre la ha terminado en tan solo dos días —¡Oh, Papi, gracias! —exclamó y lo abrazó —Por cierto, José, ¿Cómo era el pueblo que dices donde encontraste ese tronco con tu hermano? —Papá, ¿Cómo ha alcanzado ese trozo para todas la casa? ¿Habéis encontrado más madera aquí en el bosque? —Eh, bueno, Martha, era un pueblo vulnerable, de pobreza extrema, en este lugar las personas clamaban ayuda por sus hijos que en llanto pedían del pan que nosotros tenemos. Al parecer días antes de nuestra llegada hubo sangre, muerte misteriosas de niños, había un caso peculiar al de nosotros o más bien a la de este lugar: tenían árboles pero totalmente secos y muertos. En cuanto a tus preguntas hijo mío, como sabes tenemos prohibido talar árboles en Araback, no sé porque, solo lo sabemos desde que pisamos este lugar, y bueno, esta madera es muy resistente, por lo que las tablas son delgadas y se multiplicaron, por eso ha alcanzado para toda la casa, ya no será una piscina nuestra cabaña —les dijo —Dios bendiga a todos en ese pueblo, ¿Cómo se llama? —Loma roja —Nunca había escuchado de ese lugar —Yo tampoco, el día de ayer parecía que iba a llover y no pasó —Dios bendijo este día para que no hubiese pasado y lograra terminar nuestra cabaña —Papá —Dime, Samuel —¿Cómo están mis primos y la señora Mirla? —No fui a verlos —¿Cómo? ¿Y por qué, José? Se supone que lo harías —reaccionó Martha —Al salir de ese pueblo y llegar aquí cada uno tomó su rumbo, el peso era grande y no tuve opción —Debemos ir a visitar a tu hermano, a su esposa y a sus hijos algún día —Ten por seguro que así será —Bueno, vale, de paso le puedo llevar plantas hermosas de nuestro… —Espera, José, ¿Tu hermano qué es lo que hará con su trozo de madera? —Dijo que haría una mesa, dos sillas y una cama para él y Mirla La mesa para cenar, las dos sillas para Cristina y Manuel y la cama para él y mirla para dormir, ninguna era lo que debió ser, el juego sucio del diablo hizo de la mente de Josué un pensamiento maligno, para llevar acabo la creación de un juguete que los llevaría a la muerte. Aunque en aquél camión donde estaban Manuel y su mamá Mirla no parecían haberse librado del mal, ya que estaba con ellos allí dentro sin darse cuenta de su presencia. —Súper, nuestra cabaña ahora será sempiterna, nada la destruirá Como si hubiese nacido ayer, la cabaña lucía Increíble, brillaba como si fuese de madera fina y su lujo renacido era como de diamantes en una mina, sin embargo, Martha Palacios se equivocó, nada era para siempre y la cabaña no era excepción, el mal ahora era un hogar y los hechos que estaban por pasar serían anónimos, donde nadie sabría quien es la víctima o mejor dicho el asesino. Llegaba la tarde y se escondía el sol, los cuervos no paraban de mirar la cabaña y entre ellos uno con sus ojos rojos comenzaba a cantar horriblemente espantando a los cuervos hasta el último de la estirpe, la r**a y al más pequeño pichón. Después de desayunar, almorzar y jugar los tres divertidamente como en familia, llevaba la noche. Al oscurecerse el bosque muy silencioso, el frío se aproximaba con el sonido del viento un poco escalofriante, José, Martha y su hijo Samuel, se encontraban dentro tomando un té de hierba llamada toronjil. —Está deliciosa, mamá —Sí, es un té que solía preparar mi madre —La señora Genoveva, que es paz descanse —dijo su padre —¿Cómo era ella? —Era hermosa, tenía un gusto exquisito para las cosas, el día de su partida fue un día doloroso para tu madre, pero a la vez feliz —¿Cómo? No te entiendo padre, ¿Feliz y doloroso? José miró a Martha y con su cabeza le dijo que sí, que le dijera un hecho de años atrás que tenía que ver con su nacimiento. —¿Qué os pasa? ¿Por qué se han quedado callados? —preguntó él intrigado —Eh, Samuel, mi madre… tu abuela, Genoveva, falleció el día de tu nacimiento —¿Qué? ¿… Y cómo? —Ella resbaló mientras se bañaba, cayó al suelo y se … bueno, ya sabes lo que le pasó al caer —contestó su padre —No lo puedo creer, una tragedia, una desgracia mamá —dijo Samuel triste —Pero no todo fue tristeza mi amor, naciste tú, y eso fue la cura para mí corazón —le dijo su madre sobando sus mejillas alegremente  Rato más tarde, terminando de tomar tan delicioso té se dijeron entre sí las buenas noches, cerraron sus ojos en sus camas y empezaron a soñar con el lugar en el que habitaban y el c*****o de zeda que era la cabaña. Estando todo en silencio que hasta los cuervos habían dejado de cantar, la neblina ocultaba la oscuridad entrando a la cabaña, poniendo todo adentro nublado y borroso, dándole escalofríos a Samuel, quien dormía solo entre cuatro paredes. Al sentir sus pelos de punta, Samuel se acobijaba más, pero al intentarlo varias veces, de la nada alguien le jaló la cobija cayendo esta al suelo, haciendo que se despertara para ver qué sucedía, al hacerlo lo primero que hace es mirar ambos lados, pero no notaba nada extraño, entonces decidió bajar  de la cama, al hacerlo vio su cobija allí tirada, la cual tomó en sus manos y la tiró en su cama, ignorando el cómo se cayó. Al querer subir a la cama para volver a dormir, escuchó voces de un niño llorando, entonces Samuel se asustó y dijo: “¿Hola? ¿Quién está ahí? ¿Hay alguien aquí?”,  Y la voz  del niño le dijo: “ayúdame, estoy solo, quiero jugar, ¿Quieres jugar conmigo?”, y Samuel le preguntó: “¿Cómo habéis entrado aquí?”, y el niño contestó: “Por las paredes, por el suelo y por el techo”.  Samuel sin entender sus respuestas porque se le hacía imposible entrar por las paredes, el suelo y el piso, miedoso para ver quien era, camina paso por paso, para ver si en realidad era un niño que lloraba o un nómada asesino en serie.  Entonces cuando salió de su cuarto algo lo empujó fuertemente hacia la pared, luego lo arrastró por el suelo y luego por las paredes, sus gritos llegaron hasta los oídos de su padres haciéndolos  despertar, de aquellos sueños felices. —¿Qué fueron esos gritos? —preguntó José —¡Samuel! —gritó Martha Los dos se levantaron asustados y corrieron hasta la sala, Martha Palacios y José Domínguez al ver tan espeluznante hecho, se llenan de tanto miedo e impresión que no lo podían creer. —¡¿Qué es eso?! —gritó ella asustada—, ¡Samuel! ¡Hijo! Preocupados por el suceso ante sus ojos, sujetan a su hijo por los brazos para quitárselo a lo que sea que lo agarraba fuertemente y lo maltrataba por el cuerpo, que no lo soltaba. José  asustado y dolido por los gritos de su hijo, logra sacar una fuerza logran bajar a Samuel de la pared,  lloraba del miedo y temblaba tanto como si estuviese en un congelador, abrazando a su pequeño hijo, Martha le preguntaba a José qué era lo que estaba pasando, en ese instante, en un abrir y cerrar de ojos, las ventanas y la puerta se abrían y se cerraban dando fuertes golpes que los hacían temblar del  miedo. —Padre nuestro que está en los cielos, santificado sea tu nombre, ven a nosotros tu Reino —decía Martha rápidamente con los ojos cerrados —Mamá, ¿Qué pasa? ¿Qué está sucediendo? —preguntaba Samuel llorando, viendo a la puerta y a las ventanas cerrándose por sí solas —No lo sabemos hijo, ¿Viste algo? ¿Qué o quién te hizo lo de la sala? —Un niño —respondió él —¿Un niño? —dijo su padre —estaba llorando, quería que jugara con él —¿Y por dónde entró ese niño? —pregumtó Martha —Por las paredes, el suelo y el techo —contestó —¡es imposible! —exclamó su padre Entonces los tres se dirigen hacia la puerta para escapar, al intentar hacerlo,  no podían abrirla, el picaporte estaba ardiendo como si le hubiesen prendido fuego lastimando la mano de José Domínguez, asustado José expresó que estaban atrapados, y que les sería difícil salir, entonces corren hacia el cuarto de Samuel encerrándose en él. —¿Cómo saldremos de aquí? ¿Cómo, José? —¡No lo sé, Martha! No lo sé —Mamá, tengo miedo —Yo también tengo miedo, hijo, no te preocupes, Dios nos ayudará para lograr salir aquí —Hagan silencio —les dijo José  José Domínguez se asoma por la puerta y nota una enorme sombra negra que caminaba en las paredes, se sorprendió mucho que no lo podía creer, esto lo hizo ver que no se trataba de una persona humana, sino de algo paranormal que había llegado a su casa o más bien ya estaba en la casa, lo único que lo haría entender lo que pasaba, era que supiera que la madera con la que reconstruyó su casa era la culpable, un trozo del árbol de la ciencia del mal y del bien, aunque era difícil de creer. Entonces abrazó a su esposa, la señora Martha Palacios y a su hijo Samuel, los tres ven la sombra que estaba del otro lado de la puerta, la señora Martha decide agacharse y al mirar por debajo ve unos horribles pies negros que parecían estar quemados y podridos, tenía unas enormes pezuñas, y venas a punto de estallar, sin saber que estaba viendo al mismísimo Satanás en persona. —¡Dios mío! ¡¿Qué es eso?! —gritó con la voz baja  Martha atemorizada comienza a respirar y lo que sea que era eso, la escuchó y comenzó a golpear la puerta dando unos enormes gritos que movía la cabaña, Samuel empezó a llorar, deseaba que todo fuera una pesadilla y que sus vidas realmente no estuviesen al borde del peligro. José Domínguez le preguntaba que quería y eso le respondió que quería sus almas y de la nada todo quedó en silencio. Y comenzaron a escuchar un sonido melifluo que los obligaba a salir. —Vengan a mí, vengan, vengan, escuchad mi palabra, alimenten su alma de mis palabras, limpien sus corazones, y luego… luego, ¡Dénmelo! —gritó la voz terrorífica
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