Capitulo 4 Crónica de una muerte deseada
El amanecer del día siguiente, se encontraban refugiados bajo un árbol gigantesco en el cual pasarían tres noches seguidas, sin comer y sin bañarse. Así seguirían, pensando en la búsqueda del lugar perfecto para vivir y encontrar ayuda para su hijo, aunque recordaban sus palabras y las comparaban con sus pensamientos, pues lo único que Aureliano quería, era morir con paz, y que si llegaba a morir, lo enterraran en un lugar lleno de prosperidad. Mientras lo veían dormir en el regazo de su padre, recordaron las dolorosas palabras de los aldeanos, cuando les pidieron dejar la aldea que ellos mismos habían descubierto, lo que los hacía merecedor de los dueños de Mocoan.
—¡Lárguense! ¡Lárguense! ¡Lárguense! ¡Fuera de la aldea! ¡Fuera de la aldea! —les gritaban mirándolos con odio
—¿Cómo nos pueden decir eso? —les decía Esther llorando
—Su hijo ha traído una maldición a nuestra aldea, no es digno de pisar nuestra tierra —habló el chamán
—¿Nuestra aldea? —reaccionó Abelardo enfadado—, esta aldea la creamos Esther y yo, sin nosotros no tendrían dónde vivir
Todos bajaban sus cabezas apenados por la dura verdad y la cruel realidad, pues en ese entonces, Mocoan era solo pasto para conejos y monte envuelto entre hierva venenosa, Abelardo Vitola, tenía la razón. Sin más partieron del lugar, eran muchos contra solo ellos dos y nada podían hacer en contra de la mala e hipócrita multitud.
—¿Qué haremos ahora, Abelardo?
—No lo sé, Esther, pero ya pronto anochecerá, ¡Vamos, no podemos dejar que nos agarre la noche!
Durante la caminata, se detuvieron al ver las enormes ramas de un gigante árbol en el que pasarían tres noches hasta seguir con su destino al amanecer.
Al cabo de finalizar el tercer día y llegar el amanecer, despertaron tan cansados que no podían ponerse de pie, sus estómagos lloraban, sus huesos crujían del dolor y sus ojos apenas podían abrirlos y parpadear más de diez veces. Por su hijo pusieron en marcha su destino y después de recorrer mucho trecho, vieron un pequeño pueblo en cuya entrada se alzaban dos enormes árboles de olivo entre los cuales colgaba un letrero que decía: ‘‘Pueblo Loma Roja’’ puesto que, este pueblo al llover la tierra al convertirse en barro, tomaba un color rojizo, a la cola del pueblo había una enorme loma llamada “La loma de los gatos”, lugar habitados por pequeños felinos abandonados y sin refugio alguno, en el que se escuchaban sus llantos en el aire, cada vez que maullaban. Abelardo Vitola y su esposa Esther Brown junto a su hijo Aureliano, vieron el humilde pueblo y sintieron que todo allí respiraba silencio, paz y prosperidad.
Aureliano al respirar el aire de loma roja, sintió un alivio en su corazón, aunque sus huesos y músculos los sentía desgastados, hizo lo que pudo para abrir sus ojos y mirar el hermoso paisaje natural. Al lograr abrirlos, sintió cada vez peor su dolor y en el interior la semilla ya tenía la planta que crecía rápidamente y ya tenía las raíces tan grandes que querían salir para insertarse en la nueva tierra. Así dolido, Aureliano les dijo: “Este es el lugar”. Su padre Abelardo al escucharlo miró a Esther, y al momento de querer decirle algo, ambos vieron un habitante que salía del pueblo, acercándose lentamente, Esther llamó al hombre y le dijo: “Hola, venimos de muy lejos y como podéis ver, mi hijo está gravemente enfermo, ¿Podemos quedarnos en este pueblo?”, y el habitante le preguntó: ¿De dónde venís tú y tu familia? Y Abelardo respondió: de Mocoan, —¿Cómo? —reaccionó el habitante sin entender—, bueno, tendrían que hablar con el alcalde —les dijo mirándolos raramente.
Aureliano comenzó a sentir que se moría, su madre le pidió ayuda al habitante, este le dijo que nadie podía ayudarlos. Aureliano no paraba de gritar a causa del dolor diciéndoles que lo enterraran ahí mismo, en donde estaban, El habitante les dice que estaban en un pueblo, no en un cementerio y que se fueran a la Loma de los Gatos a hacerlo, en el interior del pequeño ya los árganos estaban enredados con las raíces de la planta. Siendo así la respuesta del hombre sin bondad, Abelardo y Esther se dirigieron al monte de la montaña de los gatos y mientras caminaban rápidamente y angustiados, un niño se les acercó con la cara cubierta de barro y les preguntó :
—¿Qué tiene su hijo?
—Está enfermo —respondió Esther, derramando lágrimas que caían al suelo formando un barro rojo.
—¡Espero y se recupere pronto! —exclamó triste el niño.
—Gracias niño, él se marcha pero ya será feliz —dijo Abelardo con la mirada caída.
—¿Cómo te llamas? —pregunta Esther feliz de ver a un niño tan ejemplar.
—Mí nombre es Lertaly Vitola —responde el niño con una dulce sonrisa.
—¡Bonito nombre!. —exclamó Esther.
Y ella angustiada no le pasó por la cabeza que se apellidaba como su esposo Abelardo, tal vez era una coincidencia o realmente era un pariente que Esther desconocía de su amado.
Despidiéndose del niño, llegaron al monte, y allí cavaron un hoyo del tamaño y ancho de Aureliano, este agonizando, les dice que se va para el cielo porque era un niño bueno y porque Dios sabía cómo hacía sus cosas, aunque él mismo no sabía por qué moría. Y allí expiró, sus padres sumidos en llanto y dolor se levantaron, armaron una cruz hecha de ramas de olivo y la colocaron sobre su tumba y se marcharon en busca de un nuevo hogar, ya que no quisieron quedarse en ese pueblo, pues para ellos sería un suplicio vivir allí, donde ya descansaba su hijo. Esther ya no podía caminar, más parecía que iba a morir muy pronto, porque esta, tenía ganas de suicidarse. Pasaron siete días, y Dios al ver este hecho tan triste, hizo que los días fueran ocre y las nubes del cielo las oscureció más que las noches transparentes.
Llegó la noche y el pueblo se sacudió con un temblor que movió fuertemente la Loma de los Gatos, lugar donde se encontraba el cuerpo de Aureliano. Nadie sabía que la causa era la planta que se encontraba en el interior de su c*****r. Que se estiraba y brotaba y se insertaba fuertemente en la tierra hasta que fue transformándose en un enorme árbol, dejando el cuerpo de Aureliano Vitola, totalmente desfigurado, tanto que se podía escuchar el crujir de sus huesos, aunque para los del pueblo eran relámpagos de la furia de su Dios. Poco a poco, el árbol fue estirando enormes ramas y retoñaban hermosas manzanas tan rojas como la sangre, y tan grandes como una pelota de béisbol. Dios presenció angustiado los hechos y acontecimientos causados por Satanás, y directamente dijo: “Satanás, porque has reencarnado el árbol del huerto, el reflejo de dicho árbol hará ver el mal que realmente posee y los hechos observarás cuando lleguen a la destrucción, te maldijo por toda la eternidad, hasta que llegue la destrucción del planeta tierra, incluyendo vuestro hogar, que es el infierno”, entonces cayó una gota de agua del cielo frente al árbol, formando un hermoso lago donde se veía la verdadera identidad del árbol, Satanás volvió al juego y mediante una serpiente se arrastró y se miró al lago y la serpiente se paralizó y se volvió polvo esparciéndose en el viento. El mal había reencarnado en ese árbol. Solo el reflejo de su otra cara hará que el ser que encuentre el árbol sepa lo que realmente tiene entre sus ramas y lo que pasaría si comes del fruto. Lo que era Mocoan no lo es Loma roja, esta es la diferencia de lo que realmente hería el corazón de Aureliano, quien ya descansaba en paz. Lo que impedía que fuera feliz no era el lugar, sino los niños, era esa tierra donde debió morir y no Loma roja, donde aunque había tranquilidad, las necesidad del hambre era cada vez más grande, allí sucedió lo que no sucedía, una muerte en el pueblo loma roja.